“A fin de que un hombre tenga éxito como predicador, es esencial algo más que el conocimiento obtenido de los libros. El que trabaja por las almas necesita consagración, integridad, inteligencia, laboriosidad, energía y tacto. Poseyendo estas calificaciones, ningún hombre puede ser inferior, sino que, al contrario, ejercerá poderosa influencia para bien” (Obreros Evangélicos, pág. 116).

Estas palabras, bien conocidas para nuestros obreros, ponen de relieve las calificaciones que son esenciales para tener éxito en el ministerio. El lenguaje es claro y las implicaciones son inconfundibles. “Poseyendo estas calificaciones, ningún hombre puede ser inferior”, dice. Y si no es inferior, por la gracia de Dios llegará a ser superior, y por lo tanto ejercerá “poderosa influencia para bien”. El sentido que aquí tiene la palabra “poderosa” es el de grande, ^superior, noble, de peso e importante, una influencia que exige c impone atención.

El mensaje del segundo advenimiento debiera producir los predicadores más poderosos y mejor preparados de esta generación. Ningún ministro que participe en la proclamación del “Evangelio eterno” tiene derecho de ser inferior, común o mediocre. En este movimiento ¿no debiera haber predicadores deficientes o motivadores de más problemas de los que resuelven, y que deben ser trasladados de continuo para que otros deshagan el daño que ellos  hicieron. Los obreros evangélicos que posean las calificaciones esenciales enumeradas, en forma equilibrada, serán “cabeza y no cola” en el servicio de Dios.

Durante mis casi cincuenta años pasados en el ministerio he tenido el privilegio de leer a muchos autores, acerca de los secretos para tener éxito en la obra de Dios, pero la declaración presentada al comienzo es la más completa y comprensiva de cuantas he leído, porque en pocas palabras abarca más de lo que puede encontrarse en muchos gruesos volúmenes. Considero un privilegio analizar esta clásica declaración con los lectores de El Ministerio.

El conocimiento a través de los libros

“El conocimiento obtenido de los libros” es el primero de los siete secretos enumerados, y se lo considera esencial “a fin de que un hombre tenga éxito como predicador”. Esto es valedero especialmente para esta época de lectura abundante y mucho conocimiento. El consejo dado por el apóstol Pablo al joven predicador Timoteo: “Ocúpate en leer”, nunca tuvo más urgencia que ahora. Únicamente un lector diligente y estudioso puede obedecer la instrucción del apóstol a procurar “con diligencia presentarle] a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15). En efecto, ningún otro puede esperar la expectación y la aprobación de una congregación formada por miembros de esta bien informada generación. Se necesita escuchar sólo pocos minutos un sermón o una conferencia para darse cuenta si el orador posee o no posee erudición.

Pablo era un lector entusiasta y un estudioso diligente, y esto contribuyó mucho a su éxito como el más grande apóstol, misionero y ganador de alma» de todos los tiempos. Mientras estaba encarcelado en Roma, esperando la ejecución a manos de Nerón, escribió su última epístola, en la que le dice a Timoteo: “Trae, cuando vinieres, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo: y los libros, mayormente los pergaminos”. Comentando este pedido, el Dr. Wilbur Smiih, en su libro Chats From a Minister’s Library, dice: “Es inspirado, y sin embargo quiere libros. Ha visto al Señor, y sin embargo quiere libros. Ha tenido una experiencia más rica que la mayor parte de los hombres, y sin embargo quiere libros. Ha sido transportado al tercer cielo y ha oído cosas que un hombre no puede repetir, y sin embargo quiere libros”. Si este apóstol inspirado divinamente ansiaba tanto el conocimiento que se obtiene de los libros, cuán vitalmente esencial es que los mensajeros de Dios para esta hora crítica reconozcan su necesidad de crecimiento espiritual e intelectual ofrecido en forma tan abundante en esta época de literatura.

Los libros ocupan el primer lugar en la lista de los medios informativos. Mallhew Arnold declaró que en los libros encontramos lo mejor que se ha pensado y dicho en el mundo. La educación consiste en formar la mente, y esto se logra principalmente con lo que se pone en ella mediante la lectura y el estudio. Esto es obra de toda la vida.

En su programa de lectura y estudio, el ministro debe, por cierto, darle el primer lugar a la Biblia, el Libro de los libros. Debe ser el hombre del Libro, y como tal debe conocerlo su grey. James S. Stewart declara en su libro Heralds of God que “el ministerio más largo es demasiado corto para agotar los tesoros contenidos en la Palabra de Dios”, y que “ningún ministro del Evangelio tiene el derecho de dejar de ser un estudiante después de salir del colegio. No importa cuán cargado pueda llegar a estar con los años… debe y puede —por resolución, autodisciplina, y la gracia de Dios— seguir siendo un estudiante hasta el fin. El predicador que cerró su mente diez, veinte, treinta años atrás es una figura trágica” (págs. 46, 107).

“La sierva del Señor nos informa que independientemente de cuán grande sea nuestro conocimiento de las Escrituras, hay en ella una mina de verdad inagotable, en la cual sólo hemos escarbado en la superficie.

“Es imposible para cualquier mente humana abarcar completamente siquiera una verdad o promesa de la Biblia. Uno comprende la gloria desde un punto de vista, otro desde otro, y sin embargo, sólo podemos percibir destello. La plenitud del brillo está fuera del alcance de nuestra visión.

“Al contemplar las grandes cosas de la Palabra de Dios, miramos en una fuente que se amplía y profundiza bajo nuestra mirada. Su amplitud y profundidad sobrepasan nuestro conocimiento. Al mirar, la visión se extiende; contemplamos extendido delante de nosotros un mar sin límites” (La Educación, pág. 167).

A la luz de estas declaraciones y de muchas otras similares, ¿no es incomprensible que el pueblo de Dios exprese su satisfacción propia diciendo por sus palabras y acciones: “Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa”? Ciertamente esta actitud contradice toda lógica verdadera.

La casa del tesoro de la verdad

En segundo lugar, los ministros adventistas debieran leer y estudiar con diligencia los escritos de la Hna. White, que actualmente están contenidos en 53 volúmenes, y que son considerados como el mejor comentario sobre las Escrituras que ha existido. Aquí hay una casa del tesoro de la verdad que es descuidada tristemente, aun por los ministros. La instrucción que contiene es bíblica, bien equilibrada, y evitará que los lectores cuidadosos y las personas razonables lleguen a extremos y al fanatismo. Hay otros libros admirables escritos por hombres de nuestras filas y por ministros piadosos de otras denominaciones, que también debieran ser leídos. Puesto que la declaración bíblica de que “no hay fin de hacer muchos libros” se aplica especialmente a esta época, debemos ejercer gran cuidado en la selección de las obras que tengan más valor, porque ninguna persona puede leer más de una fracción de lo que se ha publicado. Esto queda ilustrado por el hecho de que únicamente en los Estados Unidos se publican cada año unos siete mil libros nuevos.

Ningún ministro debiera leer menos de un libro por mes, y un promedio de uno por semana no es una cosa imposible de alcanzar. Hay unas pocas personas privilegiadas con una mente fotográfica que pueden leer un libro por día. Un ministro de Boston le dijo a un grupo de pastores que él había mejorado su ministerio leyendo por lo menos un libro por semana.  Muchos quedaron desazonados, y uno de los pastores se levantó y dijo: “Eso es imposible. El predicador común no lee un libro por mes”. E orador respondió: “Esa es la razón por la que es un predicador común”.

Todo ministro está obligado a proporcionarle a su congregación los sermones más estimulantes del pensamiento que pueda producir a través de una semana de lectura, estudio y oración. Un pastor que atendía a una feligresía de 500 miembros, calculó que cada miembro recorría un promedio de un kilómetro y medio para ir a la iglesia, lo que hacía un total de 750 km y de 500 horas para asistir al culto. Declaró que este descubrimiento ejerció un efecto transformador en su vida de estudio y predicación. Llegó a la conclusión de que no era correcto gastar tanto tiempo de sus miembros sin darles lo mejor que podía producir en sus sermones.

La predicación adecuada

En el libro His Word Through Preaching, del obispo metodista Gerald Kennedy, leemos: “Muchos buenos minutos se invierten en una hora de culto. Hay bastantes lugares que invitan a la gente a matar el tiempo o a emplearlo insensatamente. La iglesia donde los hombres no sientan que cada inexorable minuto tiene sesenta segundos dignos de un valor eterno, no tiene derecho a quejarse si sus bancos están vacíos”. “Un firme hábito de por lo menos cuatro horas diarias de estudio es el único fundamento sobre el que podéis edificar una preparación adecuada de los sermones. Hasta que la iglesia aprenda que el ministerio de predicación debe ser protegido, el predicador debe aprender a protegerse a sí mismo por amor a su mayor utilidad. La solución puede ser levantarse varias horas antes que el promedio de la gente, o acostarse varias horas después que la mayor parte de las personas. Si un hombre no encuentra la solución, Dios pronto sabrá que ha perdido eficiencia, luego él mismo lo sabrá, y finalmente lo sabrá su congregación. Si existe algún sustituto para el estudio arduo en la preparación de los sermones, no se lo ha dado a conocer todavía” (págs. 87, 42).

Juan Wesley leía libros mientras cabalgaba hacia donde tenía que celebrar reuniones. Cuando tenía 70 años le regalaron un carruaje, en el que hizo poner estantes para sus libros. De ese modo se ocupaba en leer mientras recorría más de 30.000 km del territorio inglés para predicar 30.000 sermones. En ese tiempo, también escribió 200 libros, que todavía ejercen una poderosa influencia para el bien. Cuán cierto es el aforismo que dice: “El que dirige, lee” y dicho a la inversa es igualmente cierto. Tomás Edison llegó a conocer los mejores libios y periódicos de su tiempo, y a menudo leía hasta las dos de la madrugada. John Erskine dijo: “Mi consejo a los que aman los libros es que revisen su biblioteca una vez cada dos años y que desechen los libros que no piensan leer dos veces”. Será prudente el predicador que conserve únicamente una biblioteca útil, adaptada a sus necesidades presentes y futuras.

Ciertamente, “el conocimiento obtenido de los libros” es una de las calificaciones importantes para tener éxito en el ministerio. Evita que un predicador llegue a ser “inferior”, y le confiere una “poderosa influencia para bien”. Pero esto no es suficiente, porque “es esencial algo más que el conocimiento obtenido de los libros”, y esas otras cosas esenciales vamos a examinarlas en futuros artículos.