¿Qué entienden los adventistas por el empleo que hizo Cristo del título de “Hijo del hombre”? ¿Y cuál consideran ustedes que es el propósito básico de la encarnación?
El verbo Inspirado y el Verbo Encarnado, o Verbo hecho carne, son dos columnas gemelas en la fe de los adventistas, compartidas en común con todos los verdaderos cristianos.
Toda nuestra esperanza de salvación descansa en estas dos inmutables provisiones de Dios.
En realidad, consideramos la encarnación de Cristo como el hecho más estupendo, en sí mismo y por sus consecuencias, de la historia humana, y la clave de todas las providencias redentoras de Dios. Antes de la encarnación, todo conduce a ello; y después de la encarnación, todo lo que siguió surge de ello. Es la base de todo el Evangelio, y es absolutamente indispensable para la fe cristiana. Esta unión de la Divinidad con la humanidad —de lo infinito con lo finito, del Creador con la criatura, hecha para que la Divinidad fuera revelada a la humanidad— sobrepasa nuestra comprensión humana. Cristo unió el cielo y la tierra, a Dios y al hombre, en su propia Persona y mediante esta provisión. ¿Además, en su encarnación Cristo se convirtió en lo que no era antes? Tomó sobre sí la forma corporal humana, y aceptó las limitaciones de la vida orgánica humana, como modo de existencia mientras estuvo aquí en la tierra entre los hombres. De este modo la Deidad estuvo unida con la humanidad en una Persona, cuando se convirtió en el único Dios-hombre. Esto es básico en nuestra fe. La muerte vicaria y expiatoria de Cristo en la cruz fue el resultado inevitable de esta provisión fundamental. Insistimos, cuando Cristo se identificó a sí mismo con la humanidad, mediante la encarnación, el Verbo eterno de Dios entró en los ámbitos del tiempo terrenal. Pero desde entonces, el Hijo de Dios ha sido hombre, y no ha dejado de serlo. Adoptó la naturaleza humana, y cuando volvió a su Padre, no sólo llevó con él la humanidad que había tomado en la encarnación, sino que retuvo para siempre su perfecta naturaleza humana —identificándose así eternamente con la humanidad que había redimido.
Esto ha sido adecuadamente expresado por una de nuestras escritoras más destacadas, Elena G. de White: “Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades eternas, queda ligado con nosotros” (El Deseado de Todas las Gentes, pág.20).
El hijo de dios se convierte en el hijo del hombre
Mediante la encarnación quedó velada la majestad y la gloria del Verbo Eterno, el Creador y Señor del universo (Juan 1:1-3). Y fue entonces cuando el Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del hombre —expresión empleada más de 80 veces en el Nuevo Testamento. Tomando la humanidad sobre sí, llegó a ser uno con la raza humana para poder revelar la paternidad de Dios al hombre pecaminoso, y para poder redimir a la humanidad. En su encarnación se hizo carne. Tuvo hambre y sed, y se cansó. Necesitó alimento y reposo, y el sueño lo reconfortó. Compartió la suerte del hombre, anhelando la simpatía humana y necesitando la asistencia divina. Sin embargo, siempre fue el intachable Hijo de Dios.
Moró en la tierra, fue tentado y probado, y fue afligido por los sentimientos de nuestras flaquezas humanas, y sin embargo vivió una vida enteramente libre de pecado. La suya fue una humanidad real y genuina. que debió pasar por diferentes etapas de crecimiento, como la de cualquier otro miembro de la humanidad. Dependió de José y María, y adoró en la sinagoga y en el templo. Lloró por la culpable ciudad de Jerusalén, y junto a la tumba de su amigo amado. Mediante la oración manifestó su dependencia de Dios. Y en todo ello, mantuvo su divinidad— era el único Dios-hombre. fue el segundo Adán, que vino en la “semejanza” de la carne humana pecaminosa (Rom. 8:3), pero sin una mancha de sus tendencias y pasiones pecaminosas.
La primera vez que en el Nuevo Testamento aparece el título de “Hijo del hombre”, se aplica a Jesús como una persona errante que carecía de un sitio donde reclinar su cabeza (Mat. 8:20); y la última vez, como un Rey glorificado que regresa (Apoc. 14:14). Fué como Hijo del hombre como vino a salvar a los perdidos (Luc. 19:10). Como Hijo del hombre reclamó autoridad para perdonar los pecados (Mat. 9:1-8). Como: Hijo del hombre sembró la semilla de la verdad (Mat. 13:37), fué traicionado (Mat. 17:22; Luc. 22:48). Fue crucificado (Mat. 26:2), resucitó de entre los muertos (Mar. 9:9), y ascendió al cielo (Juan 6:62).
Es asimismo como Hijo del hombre como ahora está en el cielo (Hech. 7:36) y vela por su iglesia en la tierra (Apoc. 1:12, 13, 20). Ademán, es como Hijo del hombre como volverá en las nubes del cielo (Mat. 24:30; 25:31). Y como Hijo del hombre ejecutará el juicio (Juan 5:27) y recibirá su reino (Dan. 7: 13, 14). Este es el registro inspirado de su papel como Hijo del hombre.
Milagrosa unión entre lo divino y lo humano
Cristo Jesús nuestro Señor fue una milagrosa unión de la naturaleza divina con nuestra naturaleza humana. fue el Hijo del hombre mientras estuvo aquí y en la carne, pero también fue el Hijo de Dios. El misterio de la encarnación está clara y definidamente expresado en las Sagradas Escrituras.
“Grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne” (1 Tim. 3:16).
“Dios estaba en Cristo” (2 Cor. 5:19). “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).
¡Qué verdad admirable! Elena G. de White se ha referido a ella como sigue:
“Cubrió su divinidad con humanidad. Todo el tiempo fue Dios, pero no apareció como Dios. Veló las manifestaciones de la Deidad que habían suscitado el homenaje y arrancado la admiración del universo de Dios. fue Dios mientras estuvo en la tierra, pero se despojó de la forma de Dios, y en su lugar tomó la forma y la figura de un hombre. Recorrió la tierra como un hombre. Por nosotros se hizo pobre, para que mediante su pobreza pudiéramos ser enriquecidos. Depuso su gloria y su majestad. Era Dios, pero abandonó momentáneamente las glorias de la forma de Dios” (The Review and Herald, 5-7-1887).
“Cuanto más pensemos en Cristo que se hizo niño aquí en la tierra, tanto más maravilloso nos parece. ¿Cómo podía ser que el desvalido niño del pesebre de Belén fuera todavía el divino Hijo de Dios? Aunque no podamos comprenderlo, podemos creer que el que hizo los mundos se hizo niño desvalido por nosotros. Aunque superior a cualquiera de los ángeles, aunque tan grande como el Padre que se sentaba en el trono del cielo, se hizo uno con nosotros. En él Dios y el hombre se hicieron uno, y en este hecho es donde encontramos la esperanza de la humanidad caída.
Contemplando a Cristo en la carne, contemplamos a Dios en humanidad, y vemos en él el resplandor de la gloria divina, la expresa imagen de Dios el Padre” (The Youth’s Instructor, 21-11-1895).
“El Creador de los mundos, Aquel en quien habitaba la plenitud de la Divinidad corporalmente, se manifestó en el niño desvalido del pesebre. Muy superior a cualquiera de los ángeles, igual con el Padre en dignidad y gloria, ¡y sin embargo vestido con el ropaje de la humanidad! La divinidad y la humanidad se mezclaron misteriosamente, y el hombre y Dios llegaron a ser uno. Es en esta unión donde encontramos la esperanza de nuestra humanidad caída. Contemplando a Cristo en humanidad, contemplamos a Dios, y vemos en él el esplendor de su gloria, la expresa imagen de su persona” (Signs of the Times, 30-7 1896).
En ambas naturalezas, la divina y la humana, fue perfecto; fue sin pecado. No puede dudarse de que esto haya sido cierto en lo que se refiere a su naturaleza divina. También lo mismo es válido para su humanidad. En su desafío a los fariseos de sus días, dijo: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46). El apóstol de los gentiles declaró que Cristo “no conoció pecado” (2 Cor. 5:21); que era “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores” (Heb. 7:26). Pedro pudo testificar de que “no hizo pecado” (1 Ped. 2:22); y Juan el amado nos asegura que “no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). Pero no sólo sus amigos destacaron su naturaleza sin pecado; también lo declararon así sus enemigos. Pilato estuvo obligado a confesar: “No he hallado culpa alguna en este hombre” (Luc. 23:14).
La mujer de Pilato le advirtió: “No tengas que ver con aquel justo” (Mat. 27:19). Hasta los demonios se veían obligados a reconocer su calidad de Hijo, y por lo tanto su divinidad.
Cuando se les ordenó salir del hombre de quien se habían posesionado, replicaron: “¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios?” (Mat. 8:29). El Evangelio de Marcos lo llama “el Santo de Dios” (Mar. 1:24).
Elena G. de White ha escrito: “Tomó la naturaleza, pero no la pecaminosidad del hombre” (Signs of the Times, 29-5-1901).
“No debiéramos abrigar dudas respecto de la perfecta impecabilidad de la naturaleza de Cristo” (The SDA Bible Commentary, tomo 5, pág. 1131).
¿Por qué tomó Cristo la naturaleza humana? Esto ha sido explicado como sigue:
“Poniendo a un lado su ropaje real y corona regia, Cristo vistió su divinidad con humanidad, para que los seres humanos pudieran ser levantados de su degradación, y colocados en un lugar ventajoso. Cristo no pudo haber venido a esta tierra con la gloria que tenía en las cortes celestiales. Los seres humanos pecaminosos no habrían podido soportar su visión. Veló su divinidad con el traje de la humanidad, pero no se despojó de su divinidad. Como Salvador divino-humano, vino a ponerse a la cabeza de la humanidad caída, para participar en su experiencia desde la infancia a la virilidad. Vino a esta tierra, y vivió una vida de perfecta obediencia para que los seres humanos pudieran ser participantes de la naturaleza divina” (Review and Herald, 15-6-1905).
“Cristo mismo se revistió de la humanidad, para poder alcanzar a la humanidad… Se requería tanto lo divino como lo humano para traer la salvación al mundo” (El Deseado, pág. 254).
“Tomando la humanidad sobre él, Cristo vino a ser uno con la humanidad y al mismo tiempo a revelar a nuestro Padre celestial a los seres humanos pecaminosos. En todas las cosas fue hecho semejante a sus hermanos. Se hizo carne, así como nosotros somos. Tuvo hambre y sed, y se cansó. Fue sustentado por el alimento y refrescado por el sueño. Compartió la suerte del hombre, y sin embargo fue el intachable Hijo de Dios. fue extranjero y transeúnte en la tierra en el mundo, pero no del mundo; tentado y probado como los hombres y las mujeres de hoy son tentados y probados, sin embargo, vivió una vida libre de pecado” (Testimonies, tomo 8, pág. 286). Insistimos en que Cristo fue perfecto y sin pecado en su naturaleza humana.
Debemos considerar algo de importancia vital relacionado con esto. Aquel sin pecado, nuestro bendito Señor, tomó voluntariamente sobre sí la carga y la penalidad de nuestros pecados. Este fué un acto plenamente de acuerdo y en cooperación con Dios el Padre. Dios “cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6).
“Cuando hubiere puesto su vida en expiación por el pecado…” (vers. 10).
Y sin embargo el suyo fué un acto voluntario, porque leemos:
“Y él llevará las iniquidades de ellos” (vers. 11).
“Derramó su vida hasta la muerte” (vers. 12).
“El cual mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Ped. 2:24).
Como miembro de la familia humana era mortal, pero como Dios era la fuente de vida para el mundo. Pudo, en su persona divina, haber resistido los avances de la muerte, y rehusado someterse a su dominio; pero voluntariamente depuso su vida, para que al hacerlo pudiera dar vida y traer la inmortalidad a la luz. ¡Qué humillación significó esto! Asombró a los ángeles. La lengua jamás podrá describirlo; la imaginación no puede abarcarlo.
¡El Verbo eterno consintió en ser hecho carne! ¡Dios se hizo hombre! Fué una humildad maravillosa” (The Review and Herald, 5-7-1887).
Sólo el inmaculado Hijo de Dios podía ser nuestro sustituto. Esto fué nuestro inmaculado Redentor; tomó sobre sí los pecados de todo el mundo, pero, al hacerlo, no hubo la mínima mancha de corrupción sobre él. La Biblia, sin embargo, dice que Dios lo “hizo pecado por nosotros” (2 Cor. 5:21). Esta expresión paulina ha confundido a los teólogos durante siglos, pero no importa cuál sea su significado, ciertamente no significa que nuestro inmaculado Señor se hizo pecador. El texto dice que Dios lo “hizo pecado”. Y esto puede significar que él tomó nuestro lugar, que murió por nosotros, que “fué contado con los perversos”
(Isa. 53: 12). y que tomó la carga y la penalidad por nosotros.
Todos los cristianos verdaderos reconocen este acto redentor de Jesús consumado en la cruz del Calvario. Este hecho cuenta con abundante testimonio bíblico en su favor.
Los escritos de Elena G. de White están completamente en armonía con las Escrituras en este punto. “El Hijo de Dios soportó la ira divina contra el pecado. Todos los pecados acumulados del mundo fueron puestos sobre el Portador del pecado, Aquel que era inocente, Aquel quien únicamente podía ser la propiciación por el pecado, porque él mismo fue obediente. Era uno con Dios.
Ni una mancha de corrupción había en él” (Signs of the Times, 9-12-1897).
“Como uno de nosotros, debía llevar la carga de nuestra culpabilidad y desgracia. El Ser sin pecado, debía sentir la vergüenza del pecado.
El amante de la paz debía habitar con la disensión, la verdad debía morar con la mentira, la pureza con la vileza. Todo el pecado, la discordia, la contaminadora concupiscencia de la transgresión torturaba su espíritu. Sobre Aquel que había depuesto su gloria, y aceptado la debilidad de la humanidad, debía descansar la redención del mundo” (El Deseado, págs. 89, 90).
“El peso del pecado del mundo oprimía su alma, y su rostro manifestaba una tristeza indecible, una angustia tan profunda, como los hombres caídos jamás han comprendido. Sintió la abrumadora ola de maldad que inundó el mundo. Comprendió el poder del apetito gratificado y de las pasiones impías que controlaban el mundo” (The Review and Herald, 4-8-1874).
“En esta expiación se hizo justicia completa. En lugar del pecador, el inmaculado Hijo de Dios recibió la penalidad, y el pecador queda libre mientras reciba y conserve a Cristo como su Salvador personal. Aunque es culpable, se lo considera inocente. Cristo cumplió todo requerimiento hecho por la justicia (The Youth’s Instructor, 25-4-1901).
“Sin culpa, llevó el castigo de la culpa. Inocente, y sin embargo se ofreció como sustituto por el transgresor. La culpa de cada pecado oprimió con todo su peso el alma divina del Redentor del mundo” (Signs of the Times. 5-12-1892). Todo esto lo cumplió vicariamente. Lo tomó sobre su alma sin pecado y lo llevó sobre la cruenta cruz.