Cuando llevábamos dos semanas de casados nos establecimos en un pueblecito de 388 personas en el sur del estado de Illinois (EE. UU.). Se nos había encomendado la tarea de realizar una campaña de evangelismo en un lugar que se internaba cinco kilómetros en los bosques, sin automóvil, equipo, electricidad ni agua corriente; sin instrumentos musicales, himnarios, lugar para las reuniones ni dinero. Levantamos un refugio de ramas que sirviera de reparo para celebrar las reuniones al aire libre, utilizamos nuestro ingenio y oramos a Dios pidiendo su bendición. Cientos de personas de todo el distrito llenaron el lugar cada noche, hasta exceder su capacidad.
Antes de que terminara ese verano, la asociación nos despidió junto con todos los demás pastores jóvenes de nuestro campo por un período de dos años, debido a una aguda disminución de los diezmos. Durante aquel tiempo, en medio de la depresión que marcó el comienzo de nuestro ministerio, vivimos en el sótano de una iglesia y enseñamos en el mismo edificio. Nuestros primeros cuatro veranos los pasamos en carpas, mientras realizábamos esfuerzos evangélicos. Un año la sequía hizo subir la temperatura en nuestra carpa a 49 grados cada día durante un mes. Desde el día cuando construimos ese refugio de ramas, nos hemos mudado 28 veces, a todas partes del país. A pesar de todas las dificultades que encontramos durante aquellos años, puedo decir con verdad que nuestra obra en el ministerio ha sido una experiencia magnífica y emocionante.
El título de este artículo podría sugerir un relato de alguna dinámica experiencia ocurrida un día o un año; pero me refiero a la emoción que dura toda una vida, o a una vida de emociones. Y quiero relacionar esta emoción con la vida de la esposa del pastor. ¿Por qué es posible que ella experimente una vida de continuo placer y gozo? ¿Qué le da la oportunidad de ser una de las mujeres más felices en todo el mundo?
Su papel como esposa de un pastor es único en varios aspectos. En primer término consideremos la extensión en que participa en la obra de su esposo. Aquí tenemos una extraña sociedad, que requiere unidad en el esfuerzo realizado, tiempo invertido y devoción a una causa. Aquí puede realizarse plenamente el propósito de Dios al crear a la mujer para ser una ayuda idónea. Sus vidas se funden en un santo propósito: predicar el Evangelio a cada nación, tribu, lengua y pueblo, no sólo por la palabra sino también mediante la influencia. A menudo el sermón predicado por la esposa del ministro en su actitud, actividad y apariencia es de un alcance más vasto que el predicado por su esposo desde el púlpito. Esta coparticipación de la responsabilidad une más a ambos esposos, y su unidad de propósito fortalece su unión. Ella no sólo participa en la obra y las responsabilidades de su esposo, sino también en las recompensas. La iglesia se expande y prospera, los hogares se unen por el vínculo del amor, se dirige a los jóvenes por la senda del servicio cristiano, y se rescata a los hombres de la destrucción eterna. ¡Qué gozo mayor podría recibir una esposa, que la oportunidad de compartir tales experiencias!
La vida de la esposa del pastor es única por las oportunidades que ofrece para establecer vínculos sociales. Se la acepta en todos los grupos, entre los ricos, los pobres, los educados, los ignorantes, los enfermos, los sanos, los jóvenes y los viejos. Su presencia no sólo es deseada sino que realza todas las funciones sociales de la iglesia y de sus diferentes departamentos. En ningún momento está sin amigos, aun en una nueva iglesia o comunidad.
La esposa del pastor encuentra innumerables oportunidades de servir a la humanidad. Este servicio puede manifestarse en palabras de ánimo a una joven, consejos que la mantengan en el camino recto en la vida; o bien ese servicio puede significar horas de trabajo y transpiración para aliviar las necesidades de una persona. Seguir el ejemplo de Cristo es servir. El ayudó a la gente en todas partes, desde el endemoniado gadareno hasta la mujer adúltera. Su vida de servicio les proporcionó felicidad a muchos, pero el mayor gozo debió experimentarlo él mismo.
Cierto día una ancianita, encorvada por los años y apoyándose en un bastón, acudió a nuestra oficina en busca de ayuda. Estaba muy preocupada porque la justicia había decidido colocar a sus tres nietecitas en hogares adoptivos. Ella era una cristiana devota, pero su hija había dado las espaldas a la religión y se había descalificado como madre. La abuela estaba demasiado débil para atenderlas, pero quería colocarlas, si era posible, en hogares adventistas. Después de trabajar en este caso durante un tiempo, encontramos en otra ciudad a una familia de dirigentes de nuestra iglesia que deseaban adoptar a las tres nenas. El brillo de los ojos de esa abuela, y la sonrisa que iluminaba su rostro mientras nos contaba cuan feliz estaban sus nietas en su nuevo hogar y nos refería su asistencia a la escuela de la iglesia, valía mucho más que todo el esfuerzo realizado.
Ver el sol de la esperanza levantarse por detrás de las negras nubes merced a vuestra ayuda en alguna situación familiar o de la iglesia, produce la emoción de toda una vida.
Otra notable característica de la vida de la esposa del pastor es la oportunidad que tiene de influir en las vidas de muchas personas. En primer lugar, ella causa un decidido efecto en la vida de su esposo. Sus actitudes y todo el concepto de su obra con frecuencia son moldeados por ella. Y además está la influencia que ejerce directamente sobre la congregación, mucho más vasta de lo que puede comprender. Leemos en Obreros Evangélicos, pág. 212: “Con mansedumbre y humildad, aunque con noble confianza en sí misma, debe ejercer una influencia dominante sobre las mentes de quienes la rodean, y debe desempeñar su parte y llevar su cruz y carga en la reunión, en derredor del altar de la familia y en la conversación en el hogar. Esto es lo que la gente espera de ella, y con derecho. Si estas expectaciones no se realizan, más de la mitad de la influencia del esposo queda destruida”.
¡Qué desafío! ¡Qué oportunidad!
Si todo esto se espera de nosotras, ciertamente hay mucho que aprender. No se deriva ninguna emoción de hacer aquello para lo cual no se está preparada. Sólo pocas personas tienen talentos excepcionales, y todavía menos son notablemente brillantes. Debemos desarrollar nuestras capacidades hasta lo máximo. Dios nos ha hecho individualistas, y él espera que seamos nosotros mismos, pero que seamos nosotros mismos en el grado más elevado. Nadie está mejor que Ud. en su posición. Quienes tratan de imitar a otros se tornan afectados y pierden el encanto de su propia personalidad. Debemos desarrollar las facultades que Dios nos ha dado mediante el estudio y la práctica constantes.
Las Sagradas Escrituras no dicen nada acerca de las actividades desempeñadas por Jesús entre los doce y los treinta años de edad. Pero Charles E. Brown, en su libro The Making of a Minister, dice: “Estaba aprendiendo a pensar; estaba aprendiendo a hablar; estaba aprendiendo a vivir. Se estaba preparando para el ministerio”. Esto encierra un buen consejo para las esposas de los pastores. Cuando se nos confían responsabilidades, debemos aprender a pensar. Esto es lo más difícil de conseguir que la gente haga actualmente. Muchos dependen de otros para que piensen por ellos. La esposa del pastor también debiera aprender a hablar en público. Esto constituye una verdadera ventaja, y ella debiera aprovechar toda oportunidad que se le presente. Estar preparada en muchas materias significa mayor felicidad y satisfacción en toda empresa privada y pública.
Oímos hablar mucho de los sacrificios y las penurias soportados por las esposas de los pastores, pero se dice poquísimo de los gozos, las oportunidades y las emociones que los acompañan. Las bendiciones exceden en mucho a las dificultades, porque toda prueba es una bendición cuando la encaramos en forma debida.
Para algunas esposas de pastores resulta difícil disfrutar plenamente del papel que les toca desempeñar. Preferirían que sus esposos tuvieran horas regulares de trabajo y en el hogar. Encuentran poca emoción o gozo en compartir su tiempo, sus intereses y a su esposo con varios cientos de miembros de iglesia. Sin embargo, recordemos que el antiguo aforismo que dice: “Ud. puede sacar de algo solamente lo que ha puesto en ello ’, se cumple en el caso de nuestras vida’. Muchos no comprenden que lo que se invierte en uno mismo paga los mayores dividendos.
Si nos encontramos en este grupo, debiéramos pedir a Dios que nos conceda gracia para ver las maravillosas oportunidades que se abren ante nosotros. Él puede ayudarnos a desarrollar un espíritu de entusiasmo y optimismo —esa chispita que nos impulsa a través de los lugares difíciles. Aprendamos a reír, y cultivemos el sentido del humor. Lo necesitaremos en los momentos más inesperados.
Con todas las oportunidades y los privilegios que Dios ha concedido a las esposas de los ministros, espera una sola cosa de nosotras —nuestra devoción verdadera y sincera a él y a su obra. El suplirá nuestra falta. El satisfará nuestras necesidades, si sólo nos entregamos a él. Esta consagración, además de nuestro deseo de utilizar los notables privilegios concedidos a la esposa del ministro, puede proporcionarnos felicidad sin medida durante toda nuestra vida.
Sobre el autor: Esposa de J. W. Osborn, pastor de la iglesia de Sligo, Takoma Park