La guerra cósmica se prolonga ya por muchos milenios. Se encuentra en su etapa final; y por eso mismo el enemigo despliega toda su ira, de manera que la batalla se vuelve más cruel, violenta y destructiva. La ira satánica se desata con tanta impiedad, que ya no se encuentran adjetivos suficientes para describir la carnicería diaria que llena toda la tierra. Está usando todos los medios para popularizar la envidia y todo vicio degradante.
Esta guerra comenzó en el cielo. Un ser que no pertenece a nuestra galaxia ni a nuestro sistema planetario es responsable del estilo de vida que se ha implantado aquí. Creado perfecto en todos sus caminos, permitió que el mal se desarrollara en su corazón. Ciertos sentimientos ocultos surgieron con tanta intensidad, que lo indujeron a promover una revolución.
En su rebelión, Satanás atacó el carácter, el gobierno y la ley del Señor. Decía que el gobierno de Dios es tiránico, dictatorial e intransigente. Decía también que la ley ya no satisface los reales anhelos y las necesidades de las criaturas del Universo.
Caída y salvación
Lamentablemente hubo un planeta que no pudo resistir la astucia, el engaño y las mentiras osadamente presentadas, y cayó presa de los ardides satánicos. Ese hecho provocó en los demás seres un vestigio de duda acerca de la veracidad de las insinuaciones del ángel rebelde. El peligro merodeaba por doquier. Entonces surgió una pregunta trascendental: ¿Cómo se podría salvar no sólo el planeta dominado sino todo el Universo, y restaurar la credibilidad en el carácter, el gobierno y la ley de Dios?
Como el Señor es omnisapiente, ya había elaborado un plan especial, que se pondría en práctica si un día, en algún lugar del Universo, uno de los seres creados promoviera una rebelión, poniendo así en peligro la seguridad y la supervivencia de todas las criaturas. Ese proyecto tenía como fin, entre otros, manifestar toda la grandeza y el carácter amoroso de Dios, su amor y su justicia, características de su gobierno y de su ley.
Era necesario darle tiempo al tiempo. El mal se instaló al principio en este mundo con toda su maligna crueldad. El amoroso y eterno plan de Dios puesto en ejecución desde los tiempos antiguos, desde los días de la eternidad, tuvo su momento cumbre cuando en el Calvario se erigió una cruz. Entonces se alcanzaron por lo menos dos propósitos: primero, poner la salvación y el perdón al alcance de todos los seres humanos. Segundo, salvar al Universo al eliminar de la mente de los otros mundos todo resquicio de duda con respecto al carácter, el gobierno y la ley de Dios.
La validez del plan la demostrarían los que, habiendo sido antes esclavos del pecado, al aceptar el plan empezarían a vivir un nuevo estilo de vida, compatible con las enseñanzas divinas. Toda vida transformada y restaurada sería un poderoso testimonio ante el Universo entero de que Dios siempre es amor. Todo lo que hace es por amor. En todo lo que requiere nos revela amor.
Desafío y respuesta
Dios tenía algo más que comunicar al Universo por medio de las vidas transformadas. Demostraría hasta dónde podrían crecer en fidelidad y santidad los que fueran salvos por su amor. Se formó entonces un grupo selecto de fieles, una “élite”,[1] que comenzó con Abel, el justo; continuó con José, que fue vendido como esclavo; siguió con Moisés, el varón más manso; avanzó con tres jóvenes que apagaron el fuego de la vanidad de Nabucodonosor, y se afianzó con Daniel, que no le temió a la furia de los leones hambrientos. También hubo —y siempre habrá— representantes del ministerio de la mujer: Sara, Jocabed, Ana, Débora, Ester, María y otras.
Por medio de uno de esos fieles logró Dios cierta vez un gran triunfo y pudo contrarrestar las acusaciones de Satanás. En su Palabra el Señor describe a un hombre próspero, cuya vida fue un éxito en el más amplio sentido del término. “Era un hombre que tanto el Cielo como la Tierra se deleitaban en honrar” (La educación, pág. 142).
Este personaje era Job.
“Desde las profundidades del desaliento, Job se elevó a las alturas de la confianza inconmovible en la misericordia y en el poder salvador de Dios”. Después de todo, “la esperanza y el valor son esenciales para dar a Dios un servicio perfecto… El abatimiento es pecaminoso e irracional” (Profetas y reyes, pág. 120).
Sobre el autor: José Cándido Bessa Filho es secretario ministerial y evangelista jubilado. Reside en Brasilia, Distrito Federal, Brasil.
Referencias:
[1] La palabra francesa “élite”, que se pronuncia “elit”, significa “selecto”, “seleccionado”.