Pregunte a cualquier adventista por qué guardamos el sábado, y la respuesta será: “Porque es el memorial de la creación”. De acuerdo. Además del claro testimonio de las Escrituras, también Elena de White da repetidamente esta razón.
De hecho, en la época cuando esta iglesia estaba en proceso de fundación, Darwin publicó su Origen de las especies, y con él disparó una de las primeras andanadas contra el registro de los orígenes del Génesis. No extraña que nuestros pioneros creyeran que Dios los había llamado para defender la doctrina bíblica de la creación. Y, por supuesto, el sábado es central en esta creencia.
Sin embargo, ¿es el sábado sólo un memorial de la creación? ¿Eso es todo lo que el sábado contiene? ¿O simboliza también algo igualmente crucial: la experiencia personal de descansar en Cristo?
El erudito judío Abrahán Herschel sugiere que lo creado en el séptimo día fue la “tranquilidad, la paz, la serenidad, el reposo”.[1] Dice que el sábado incluye mucho más que el mero descanso físico, incluye también lo que los judíos llaman menuha, un estado “en el cual no hay luchas ni contiendas, temor ni desconfianza”.[2] Esta es la clase de reposo a la cual Cristo nos invita a entrar (Mat. 11:28).
La experiencia del Éxodo
A la luz de esta consideración, ¿será que nosotros los predicadores hemos fallado y no hemos podido expresar el descanso de Dios en nuestras propias vidas, así como dirigir a nuestro pueblo a una verdadera experiencia de lo que significa el reposo del sábado?
Ambos objetivos son difíciles. Hasta Dios encontró difícil enseñarle a Israel la verdad acerca de la confianza del reposo, tal como se revela en la experiencia del Éxodo. Esa experiencia enseña que Israel fue una raza escogida. “Jehová tu Dios le ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra” (Deut. 7:6). Fueron elegidos, no porque tuvieran alguna excelencia inherente, sino a causa de la promesa del pacto que Dios hizo con Abrahán. La elección divina los hizo una nación santa: puesta aparte. Fueron privilegiados, y con ese privilegio vino la protección. Ellos, su “posesión adquirida” (Efe. 1:14), podrían descansar seguramente en el amante cuidado de Dios.
El sábado está inextricablemente relacionado con este privilegiado status. “En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para sepáis que yo soy Jehová que os santifico” (Exo. 31:13). El sábado celebraba su compañerismo con Dios, y ellos debían reposar en la seguridad de su amor salvador. “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo” (Deut. 5:15). Más tarde Ezequiel dio el mismo mensaje: “Y les di también mis días de reposo, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico” (Eze. 20:12). El énfasis se pone siempre en la elección divina y su acto redentor, no en la dignidad del pueblo (Deut. 7:7). El sábado provee un descanso espiritual en Cristo, un memorial y una celebración del acto salvífico de Dios y su amante preocupación por su pueblo.
Lo mismo es cierto hoy. En Cristo somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Ped. 2:9), y podemos regocijamos en él, en la seguridad de que “nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, … en quien tenemos redención” (Efe. 1:4-7). El sábado es “santo, día de reposo para Jehová” (Exo. 35:2), la celebración de una relación cuya quintaesencia la encontramos en el salmo veintitrés: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Sal. 23:4). La Epístola a los Hebreos amplía esa relación en el marco de la gracia redentora. “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Heb. 4:9-11).
Después de mencionar a Bunyan, Baxter, Flavel, y otros hombres de “profunda experiencia cristiana”, Elena de White escribió que “la obra que ellos hicieron y que fue proscrita y anatematizada por los reyes de este mundo, es imperecedera. La fuente de la vida y El método de la gracia de Flavel enseñaron a millares el modo de confiar al Señor la custodia de sus almas. El Descanso eterno de los santos, de Baxter, cumplió su misión de llevar almas ‘al reposo que queda para el pueblo de Dios’”.[3]
El reposo en Cristo incluye el descanso de nuestras necesidades temporales
El no practicar la confianza en Dios es parte del pecado original, razón por la cual, desde la caída, Dios ha tratado de enseñar a su pueblo esta virtud. Para Israel, la primera lección dramática después de la salida de Egipto, se produjo en la situación desesperada que afrontó en el mar Rojo. No podían hacer nada para salvarse a sí mismos. “Los llevó al mar Rojo, donde, perseguidos por los egipcios, parecía imposible que escaparan, para que pudieran ver su total desamparo y necesidad de ayuda divina; y entonces los libró. Así se llenaron de amor y gratitud hacia él, y confiaron en su poder para ayudarles. Los ligó a sí mismo como su libertador de la esclavitud temporal”[4] Moisés y el pueblo cantaron: “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?… Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada” (Exo. 15:11, 13).
Uno de los problemas más persistentes de la vida moderna es la lucha diaria para ganamos el sustento. El sábado está diseñado para ser un libertador semanal del estrés, porque su descanso implica la confianza en que Dios suplirá nuestras necesidades. Nosotros hacemos una pausa y aprendemos de nuevo a colocar nuestros afanes y cuidados sobre Aquel que descansó primero en el sábado y luego lo dio al hombre. Elena de White escribió: “la invitación de Jesús es ‘venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas’” (Mat. 11:28, 29). De este modo unió consigo mismo a todo aquel que viene a él con una nueva inspiración de gracia. Él pone sobre ellos su sello, su señal de obediencia y lealtad a su santo sábado”.[5]
A Israel se le enseñaron lecciones de confianza a través de todas sus peregrinaciones por el desierto. La provisión diaria de alimentos y agua fue una dramática evidencia del cuidado de Dios. Como joven pastor que daba estudios bíblicos acerca del sábado, yo enfatizaba el hecho de que durante más de 2000 sábados el maná dejó de caer, ni se echó a perder el que habían recogido el viernes para dos días. Esto le demostró a Israel la importancia de guardar el sábado.
Pero mi énfasis estaba equivocado. La lección que ellos tuvieron que aprender fue que “no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Deut. 8:3). El maná representaba el Pan de Vida. “Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”. “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:33, 35). Leemos que “cada uno recogió conforme a lo que había de comer” (Exo. 16:18), y cuando comamos el pan espiritual nunca tendremos hambre.
Compare la experiencia de Israel con la tentación de Jesús. Cuando Cristo estaba hambriento, Satanás le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. El problema no era el apetito, sino su calidad o no de Hijo. En su angustia él se apoyó en la seguridad que se le dio a la orilla del Jordán: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (¡Mat. 3:17-4:4). La prueba le vino a Adán, a Israel y a Jesús: y vendrá también sobre nosotros. ¿Puedo mantener, en tiempo de angustia, la seguridad de que soy un hijo de Dios, objeto de su amor? El sábado me recuerda que puedo.
El verdadero reposo sabático significa que confiamos en él completamente para nuestra salvación
Descansar en Cristo significa confiar en él, no sólo para nuestras necesidades temporales, sino para nuestra justicia. Pablo hizo una aplicación espiritual de las providencias de Dios en el desierto cuando escribió: “Y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Cor. 10:3, 4). De acuerdo con Elena de White: “Comer la carne y beber la sangre de Cristo es recibirle como Salvador personal, creyendo que perdona nuestros pecados, y que somos completos en él”.[6]
El Sinaí también tiene lecciones que enseñarnos, no sólo en cuanto a la observancia de la ley sino de la justificación por la fe. El prólogo de la ley es importante: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí” (Exo. 19:4). En otras palabras, ustedes han visto cómo les he ayudado en sus necesidades temporales; ¿confiaréis en mí en las cosas espirituales? Israel prometió inmediatamente que sí. “Creyéndose capaces de ser justos por sí mismos, declararon: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos’ (Exo. 24:7) … Y, sin embargo, apenas unas pocas semanas después, quebrantaron su pacto con Dios al postrarse a adorar una imagen fundida. No podían esperar el favor de Dios por medio de un pacto que habían roto; y entonces viendo su pecaminosidad y su necesidad de perdón, llegaron a sentir la necesidad del Salvador revelado en el pacto de Abrahán y simbolizado en los sacrificios… Ya estaban capacitados para apreciar las bendiciones del nuevo pacto”.[7]
En el plan de Dios no hay “antiguo pacto”. El antiguo pacto llegó a ser la práctica en Israel porque no lograron aprender las lecciones del Sinaí, de aquí que en realidad nunca guardaron el sábado.[8] El intento de Nehemías de llevar a cabo una reforma legislada produjo el temible legalismo que Jesús tuvo que afrontar dramáticamente varios siglos más tarde. “Y vemos que no pudieron entrar (en el reposo de Dios) a causa de incredulidad” (Heb. 3:19). “Mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo” (Rom. 9:31, 32). Resistieron el mensaje de la justicia (10:3).
¿Somos nosotros mejores que nuestros antepasados espirituales? Como adventistas hablamos acerca de la justicia por la fe probablemente más que cualquier otra denominación, pero ¿la hemos experimentado de verdad? Con mucha frecuencia, cuando enfatizamos el descanso en Cristo, alguien pregunta inmediatamente: “¿Usted quiere decir que nosotros no tenemos nada qué hacer? ¡Esa es gracia barata!”
La gracia, por su misma naturaleza, jamás podrá ser barata. La aceptación del don de la justificación y la santificación no es un acto pasivo. Es intensamente activo. Sólo puede producirse como resultado de un profundo sentido de nuestra gran pecaminosidad: no meramente de nuestros actos de pecado, sino de la comprensión de que somos pecadores en el mismo centro de nuestro ser, y porque a causa de esto necesitamos perdón y anhelamos la justificación. Entonces, cuando recibimos el perdón, descansamos en Cristo: haciendo gozosamente su voluntad descansando alegremente en su cuidado. “La vida en Cristo es una vida de reposo. Tal vez no haya éxtasis de los sentimientos, pero debe haber una confianza continua y apacible. Tu esperanza no se cifra en ti mismo sino en Cristo… Amándole, imitándole, dependiendo enteramente de Él, es como serás transformado a su semejanza”.[9]
La verdadera observancia del sábado, entonces, debiera ser una celebración del don de la justicia. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo… Y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:1, 2). La fe genuina en Cristo significa que cada sábado podemos y debemos celebrar nuestro pasaje de muerte a vida. ¿No debiera ser éste el tema central de cada sábado? ¿No desterrada para siempre la pesimista queja “no creo que pueda hacerlo” y daría al mismo tiempo esperanza y valor a muchas almas que luchan?
El sábado, como una celebración del descanso en Cristo, pone una dimensión completamente nueva sobre la forma como uno lo observa
Con demasiada frecuencia se ha asociado el sábado principalmente con lo que deberíamos o no hacer en él. Un sábado de tarde, hace muchos años, mientras una atractiva joven caminaba de la Universidad de Loma Linda hacia su hogar, yo me incliné y arranqué una maleza del, por lo general, bien conservado césped de mi jardín. Ella se rió entre dientes y me preguntó: “Lyndon, ¿cuántas malas hierbas puede uno arrancar sin violar el sábado?” Ella estaba bromeando, por supuesto, pero la pregunta ilustra nuestro enfoque de la observancia del sábado como cesar meramente la labor física.
Pero ¿no dice el mandamiento “¿no harás en él obra alguna?” Es cierto, pero como esa era precisamente la forma en que los fariseos entendían el mandamiento, intentaban constantemente regular sus vidas y las vidas de otros para “no hacer ninguna obra” o que otros no trabajaran en el sábado. Jesús condenó este enfoque (Mat. 12:1-18).
¿Será que el mandamiento significa más bien que en ese día ponemos a un lado nuestro estrés y las preocupaciones y el deber de proveer para nuestras necesidades diarias y reafirmar nuestra fe en el cuidado providencial de Dios, tanto en las cosas temporales como en las espirituales? ¿No es para reflexionar constantemente en la Palabra: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, que habéis de vestir” (Mat. 6:25)?
Eugene Peterson escribió en Christianity Today que “el pecado que se vende a precio de ganga en el baratillo de prácticamente todas las iglesias en Estados Unidos es la violación voluntaria del cuarto mandamiento”. Convencido de este punto, él y su esposa decidieron que ellos guardarían el lunes como su sábado, porque durante el domingo trabajaban demasiado. No iba a ser simplemente un día libre más, sino un verdadero sábado. Ellos necesitaban, escribió, un santuario y un ritual; y eligieron una vereda del bosque como su santuario: meditación, oración y juego como su ritual. “Ninguna otra cosa que hayamos hecho antes ha sido ni siquiera aproximadamente tan creativa y profundizados en nuestro matrimonio, nuestro ministerio, y nuestra fe”.[10] Es posible que tuviera el día equivocado, pero al menos tiene el principio correcto.
Se nos ha dicho que con el derramamiento final del Espíritu Santo, saldremos y predicaremos el sábado “más plenamente”.[11] ¿Quiere decir que aceptaremos de verdad por la fe la justicia de Cristo, como nuestra única esperanza de salvación, sin ningún si, y, pero, o codicilo de ninguna especie, acerca de la perfección? Incluso la declaración “Puedo si Cristo me ayuda” deja el yo en el centro. No son simplemente las cosas que hacemos o dejamos de hacer las que nos hacen indignos del reino; es la condición caída de nuestra naturaleza. Es posible que uno viva una vida perfecta en términos de estilo de vida exterior, pero ninguna práctica o ejercicio religioso puede erradicar el pecado que se entreteje en nuestros mismos pensamientos y emociones. Sólo Cristo puede hacer esto.
Guardar el sábado meramente como un memorial de la creación tiene el peligro inherente de hacerlo semejante a un Día de Martin Luther King. La mayoría ignora el significado del día porque no tiene nada que ver con ellos, sino como un día libre legalmente pagado. En contraste, aquellos que celebran el día lo hacen así a causa de lo que Martin Luther King hizo por ellos. Ellos recuerdan la marcha de la libertad. Nuestra marcha de la libertad es del Egipto del pecado a la Canaán celestial.
En suma, el sábado nos recuerda el privilegio de ser elegidos por Dios. Es una celebración de la protección que su pueblo disfruta, una aceptación de la perfección que es nuestra en Cristo.
“Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Heb. 4:9-11).
Sobre el autor: es pastor adventista del séptimo día jubilado, vive en Scottsdale, Arizona.
Referencias:
[1] Génesis rabba, citado por Abrahán Joshua Herschel, Tbe Sabbath: lis Meaning for Modem Man (Nueva York: Straus and Girous), pág. 23.
[2] Ibíd.
[3] Elena G. de White, El conflicto de los siglos, pág. 295.
[4] Elena G. de White, Patriarcas y profetas, pág. 388.
[5] Elena G. de White, Manuscript 104, 28 de septiembre, 1997.
[6] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, pág. 353.
[7] Elena G. de White, Patriarcas y profetas, pág. 388.
[8] No hay referencia en ninguna parte de la Escritura a ningún período de la historia cuando Israel haya guardado el sábado apropiadamente; más bien, todo lo contrario. Véase Ezequiel 20:13, 21; Jeremías 17:19-27; 2 Crónicas 36:20-22; Romanos 9:30-10:3.
[9] Elena G. de White, El camino a Cristo, pág. 70.
[10] Véase también Tough Questions Christians Ask, David Neff, ed. (Víctor Books, Christianity Today Inc, 1989), págs. 12,15.
[11] Elena G. de White, Primeros escritos, pág 33.