Los principios pedagógicos de Jesús en el Evangelio de Mateo
La tarea de enseñar está en el corazón de la comisión evangélica dada por Jesús: “Por tanto, vayan a todas las naciones, hagan discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado” (Mat. 28:19, 20). Esta fue una tarea que los discípulos llevaron a cabo con seriedad desde el comienzo de su ministerio: “Al oír esto, entraron muy de mañana en el templo y se pusieron a enseñar” (Hech. 5:21). De esta manera, la enseñanza de la fe fue la base de la obra de los apóstoles, tanto para la evangelización de nuevos pueblos (Hech. 8:31), como para la fundación y consolidación de la nueva generación de cristianos. Un ejemplo de esto se puede ver en la estrategia misionera utilizada por los apóstoles en Antioquía. Ellos se “quedaron todo un año allí con la iglesia, y enseñaron a mucha gente” (Hech. 11:26). La enseñanza era un aspecto tan importante que esta habilidad se convirtió en un requisito indispensable para el nombramiento de un líder local: “apto para enseñar” (1 Tim. 3:2).
Este artículo presentará el método de enseñanza de Jesús tal como se describe en el libro de Mateo. Este Evangelio se destaca por enfatizar el ministerio de Cristo centrado en el verbo “enseñar” (en griego didaskō), término que se menciona tanto al principio como al final del libro. Esta estructura se ve claramente en Mateo 4:23, inmediatamente antes del Sermón del Monte (5:1–7:29), y también en la Gran Comisión (Mat. 28:20). Exploraremos cinco principios fundamentales que emergen de los discursos de Jesús y que pueden aplicarse tanto en el contexto de la iglesia como en la educación escolar.
Escrituras
Mateo enfatiza desde el principio la importancia de la enseñanza en el ministerio de Cristo. Después de mencionar el bautismo y las tentaciones de Jesús, el evangelista narra que el Maestro viajó por toda Galilea “enseñando en las sinagogas” (Mat. 4:23). Esta descripción precede al Sermón de la Montaña, que comienza con las siguientes palabras: “Al ver a la multitud, Jesús subió a un monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Y él empezó a enseñarles (edidasken)” (Mat. 5:1, 2). Esto indica que el discurso registrado en la secuencia se compone de enseñanza e instrucción, idea reforzada por la postura sentada de Jesús, propia de los maestros al educar a sus discípulos.[1]
En su sermón, Jesús deja en claro: “No piensen que he venido para abolir la ley o los profetas. No he venido a invalidar, sino a cumplir” (Mat. 5:17). Su compromiso con las Escrituras ya había sido destacado en las tentaciones del desierto, con la expresión “escrito está” (Mat. 4:1-10). El uso que Jesús hizo de las Escrituras demuestra no solo su profundo conocimiento de los textos bíblicos, sino también que siguió una hermenéutica rigurosa, al conocer y respetar el significado de cada pasaje en su contexto original antes de aplicarlo apropiadamente en situaciones nuevas.[2] Jesús demostró que las Escrituras eran el fundamento de su cosmovisión y sus enseñanzas.
Una poderosa evidencia del papel fundamental de las Escrituras en las enseñanzas de Jesús es la intertextualidad presente en el Evangelio de Mateo. Al menos diez citas del Antiguo Testamento se identifican con la fórmula –aunque con variaciones– “para que se cumpliera lo dicho por el profeta”. El evangelista comienza y concluye la narración sobre el ministerio de Jesús con esta fórmula. En Mateo 4:14 al 16 vemos que Jesús habitó en Capernaum para cumplir las Escrituras, y su entrada triunfal en Jerusalén se presenta también como un cumplimiento de las profecías, como se menciona en Zacarías 9:9 (cf. Mat. 21:4).
Otra faceta del papel fundamental de las Escrituras es su uso extensivo para confrontar la interpretación rabínica. En Mateo 5:17 al 48, por ejemplo, Jesús enseñó la interpretación correcta de la Ley, que era contraria a las diferentes interpretaciones religiosas de su época. La preferencia de Jesús por la Torá sobre la tradición rabínica también se hace evidente en la discusión sobre el “lavado de manos” (cf. Mat. 15:1-20).
Jesús mostró que el uso correcto de la Biblia es esencial para la enseñanza y la predicación. Nuestra doctrina, principios hermenéuticos y cosmovisión deben surgir de las Escrituras, que constituyen el fundamento de toda nuestra práctica religiosa. Jesús no solo basó su enseñanza doctrinal en las Escrituras, sino también su práctica, enseñando no solo con palabras, sino con su propia vida.
Ejemplo
Cuando Jesús dio la Gran Comisión a los discípulos, les ordenó que enseñaran a los nuevos conversos a guardar todo lo que había mandado (cf. Mat. 28:20). El teólogo Anthony Saldarini sugiere que este orden abarca todo el contenido del evangelio y la enseñanza de Cristo,[3] de manera que los nuevos conversos puedan aprender lo que los discípulos aprendieron de Cristo. Uno de los aspectos que los apóstoles deben asimilar está en Mateo 11:29: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Este versículo contiene elementos esenciales para la enseñanza, especialmente considerando que Jesús es el centro del aprendizaje de los discípulos.
“Aprender” (gr. mathete) alude a un proceso de instrucción intencional, ya sea formal o informal. Consiste en recibir educación dentro de una relación maestro-discípulo.[4] Jesús se posiciona como quien comparte la instrucción y los discípulos son los aprendices. El hecho de que deban aprender “de mí” (ap’ emou, preposición + genitivo de fuente) identifica al propio Jesús como el origen de los contenidos a aprender por los apóstoles. Esto implica que deben aprender no solo de lo que Jesús indica, sino de lo que él es y hace.
Jesús no se limita a enseñar conceptos o ideas. Él apoya su enseñanza en su propia persona. La práctica de Cristo es totalmente congruente con su discurso, siendo así un ejemplo perfecto de lo que él quiere que sus discípulos aprendan. Esta idea se ve reforzada por las palabras: “Ejemplo les he dado, para que como yo les he hecho, ustedes también hagan” (Juan 13:15). Jesús ofrece un modelo que debe ser aprendido y replicado. ¿Podríamos repetir las palabras de Pablo a nuestros miembros: “Sean imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo” (1 Cor. 11:1)?
Proximidad
Al observar la forma en que Jesús preparó a los discípulos, se destaca su proximidad con ellos. No eran solo sus palabras, sino su interacción con ellos lo que los transformaría.
Elena de White escribió: “La ilustración más completa de los métodos de Cristo como maestro se encuentra en la educación que él dio a los doce primeros discípulos. […] En la educación de sus discípulos, el Salvador siguió el sistema de educación establecido al principio. Los primeros doce escogidos, junto con unos pocos que, para atender sus necesidades, estaban de vez en cuando en relación con ellos, formaban la familia de Jesús. Estaban con él en la casa, junto a la mesa, en la intimidad, en el campo. Lo acompañaban en sus viajes, compartían sus pruebas y tareas y, hasta donde podían, participaban de su trabajo”.[5]
Después de que Jesús llamó a los discípulos, el primer acontecimiento relatado por Mateo es su encuentro a la mesa con Cristo (Mat. 9:10). ¡Las relaciones se fortalecen alrededor de la mesa! En estos momentos de convivencia, los discípulos compartieron experiencias significativas, ya que Jesús les transmitió su visión de Dios, del pueblo que sigue el camino angosto y de la misión redentora.
Los vínculos con Jesús deben ser tan fuertes que sea necesario amarlo más que a la propia familia (Mat. 10:37). Quienes dejen bienes o familia para seguirlo serán recompensados en el Reino de los Cielos (Mat. 19:29). Esto no significa que Jesús nos llame a abandonar a los miembros de nuestra familia, sino a darle máxima prioridad a nuestro compromiso con él.
Jesús preparó a los futuros líderes a través de la convivencia diaria.
A través de esta comunión, formó líderes para dirigir a su iglesia. Sus discípulos formaron el núcleo de una comunidad más grande por la que Cristo oró, deseando que permaneciera unida en el amor. Este amor se expresa en actitudes prácticas, como perdonar al hermano (Mat. 18:15-22) y satisfacer sus necesidades (Mat. 25:40).
Servicio
Desde los primeros capítulos, el tema del servicio se centra en Jesús, reconocido como el Siervo de Dios. Desde su nacimiento, en la predicación de Juan Bautista y en su bautismo, se lo describe como el Mesías que vino a servir.[6]
En el Sermón del Monte, la actitud de servicio se presenta como una característica distintiva de los ciudadanos del Reino. Primero, deben elegir servir a Dios en lugar de servirse a sí mismos o al dinero (Mat. 6:24). Además, el ciudadano del Reino no existe para su propio beneficio, sino para el beneficio del mundo, simbolizado con la sal (Mat. 5:14) y la luz (Mat. 5:14-16). Debe manifestar una actitud de servicio, de amor y de perdón, incluso hacia los enemigos (Mat. 5:38-48). Cada uno de estos aspectos fue ejemplificado por Jesús: al atender las necesidades de los marginados y los necesitados, al alimentar a cinco mil personas (Mat. 14:20‑31) y al realizar múltiples milagros de curación. Jesús también enseñó que el servicio es una cualidad de quienes esperan su regreso (Mat. 25:40). Al final de su ministerio, Jesús abordó el tema del servicio en el contexto del rol de liderazgo que debían desarrollar sus discípulos. Abordó el tema de manera más explícita después de la solicitud de los primeros lugares por parte de Santiago y Juan, diciéndoles: “El que desee ser grande entre ustedes debe ser su servidor. Y el que quiera ser el primero entre ustedes deberá ser su siervo; así como el Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:26-28).
De la misma manera, el líder espiritual debe ejercer su rol de enseñanza a través del servicio, motivado por la esencia de Dios: el amor.
Amar
En Mateo 22:34 al 40, Jesús resume su enseñanza y destaca el amor a Dios y al prójimo como el mandamiento más grande, aquel en el que se resumen la Ley y los Profetas (cf. Deut. 6:5; Lev. 19:18). John Peckham observa que el amor es el principio que subyace al gobierno de Dios en el universo.[7] La Encarnación misma es un acto de amor, y los ciudadanos del Reino también están llamados a amar (Mat. 5:38-47). Sin embargo, el amor no es algo natural para los humanos. Más bien, es una respuesta a aquel que nos amó primero: Dios. El amor como aspecto fundamental del carácter de los seguidores de Cristo se menciona inmediatamente antes de la invitación a ser perfectos como Dios es perfecto (vers. 48). Por lo tanto, es comprensible que los seguidores de Cristo tengan un carácter amoroso y semejante a Dios. De hecho, en el Sermón del Monte, Jesús define a los ciudadanos del Reino como aquellos que aman incluso a sus enemigos (Mateo 5:44).
La función educativa del amor es esencial para revelar el carácter de Dios y despertar la fe en los recién convertidos. Esto se evidencia en las palabras de Jesús: “En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros” (Juan 13:35). Para el líder espiritual cuyo propósito es enseñar los fundamentos de la fe, es vital mostrar amor a Dios y a los demás en la propia vida. Solo así podrá comunicar la fe para que los demás también crean.
Conclusión
Nuestra enseñanza debe basarse en las Escrituras, requiriendo una hermenéutica que respete el significado original del texto y lo aplique correctamente al contexto actual. Como Jesús, el líder espiritual debe modelar en su propia vida lo que quiere que sus miembros y sus alumnos aprendan. El principio de proximidad indica que la enseñanza debe ser cercana e íntima, no distante. Además, el educador debe mostrar, tanto en la práctica profesional como en el carácter personal, una genuina voluntad de servir, principio que guio el ministerio de Cristo. Finalmente, el educador debe guiarse por el principio del amor, que no solo subyace al gobierno de Dios, sino también pone de relieve un discipulado que enseña a seguir el ejemplo de Jesús.
Sobre el autor: Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista de Chile.
Referencias
[1] Michael J. Wilkins, Matthew, Mark, Luke, Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary (Zondervan, 2002), p. 34.
[2] Donald C. Mcintyre, “The Testing of Jesus in Light of the Dead Sea Scrolls and Intertextual Hermeneutics”, Eleutheria 5 (2021), p. 9.
[3] Anthony J. Saldarini, Matthew (Eerdmans, 2003), p. 1062.
[4] D. Müller, “Discípulo”, The New International Dictionary of New Testament Theology (Zondervan, 1986), t. 1, p. 488.
[5] Elena de White, La educación (ACES, 2009), pp. 84, 85.
[6] Yigal Levin, “Jesus, ‘Son of God’ and ‘Son of David’: The ‘Adoption’ of Jesus into the Davidic Line”, Journal for the Study of the New Testament 28 (2006), p. 424.
[7] John C. Peckham, The Love of God: A Canonical Model (InterVarsity Press, 2015).