Es un privilegio asociarnos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la suprema tarea de buscar y salvar al perdido

Tener una clara teología de la misión es factor indispensable con el fin de contar con un pastorado bien informado y exitoso. Además de eso, el cambio en el concepto geográfico de la misión, observado en las últimas décadas, altera la antigua idea de que el campo misionero se limita a tierras distantes, exóticas y paganas. Según este antiguo paradigma, el movimiento misionero es el envío de personas a tales lugares, con el fin de evangelizar a sus habitantes. El cambio de este concepto comienza a suceder cuando se percibe que, al mismo tiempo en que las expediciones misioneras fueron enviadas a cristianizar el mundo pagano, especialmente durante los siglos XIX y XX, el mundo cristiano también fue invadido por filosofías extrañas al cristianismo, y los países conocidos como cristianos se están convirtiendo rápidamente en uno de los mayores desafíos misioneros del planeta.[1]

Una de las consecuencias de esta nueva realidad es que cada pastor debe ser también un misionero capaz de ministrar interculturalmente, en su propio país. El concepto de intercultura va más allá de la comprensión tradicional de que las culturas son separadas por barreras entre países; pero sí entre generaciones, condición socioeconómica, escolaridad, género, razas; y otros aspectos antropológicos y sociológicos pueden ser percibidos y vividos dentro de los límites de un distrito o de una iglesia local.

En este artículo, presentamos de manera simplificada la teología de la misión, en un formato trinitario originado por Dios, que envía a Jesús y que también envía a la iglesia para ser testigo a todo el mundo, en la fuerza del Espíritu Santo, el Consolador prometido. Con esto, tenemos el objetivo de fortalecer la conciencia misionera en los que se sienten llamados a servir a Dios en el siglo XXI.

Desde el punto de vista etimológico, la misión ha sido definida como “una tarea dada”.[2] La expresión en latín significa “acto de enviar”. Mientras que algunos aplican el significado etimológico de misión a describir la actividad del misionero que está siendo “enviado” con el mensaje de Jesús,[3] otros tratan con el origen de todas las misiones: Dios, como el missio Dei.[4] Aun cuando sean complementarias, las dos definiciones necesitan ser comprendidas en sus respectivas esferas. La primera se refiere a un elemento pragmático del término misión, mientras que la segunda cristaliza una base sólida a su práctica.

Missio Dei es el retrato bíblico para introducir a Dios en el escenario del mundo; como el que está en misión en favor de la humanidad caída (Gén. 3:9). El término missio Dei fue usado por primera vez en el 5º Concilio Internacional de Misioneros, que se llevó a cabo en Willingen, Alemania, en julio de 1952.[5]

La comprensión de la misión como la “misión de Dios” suscita otra cuestión importante: la diferenciación de los términos misión y misiones. En el paradigma de la misión, se entiende que la misión es de Dios, no nuestra; representa al missio Dei. La misión es la autorrevelación de un Dios que ama al mundo como su creación; que está comprometido con el mundo y en el mundo. Aclara la naturaleza y la actividad de Dios, que engloba tanto a la iglesia como al mundo.

En resumen, “missio Dei anuncia la buena nueva de que Dios es un Dios-para-las-perso-nas”.[6]

Las misiones, a su vez, se refieren a todo esfuerzo e intento humano en su participación en la misión de Dios. Dios se reveló a sí mismo y su misión al patriarca Abraham. A partir de la narración de Génesis 12:1 al 3, encontramos cinco elementos característicos del Dios misionero. En primer lugar, es el Dios de la historia. La historia no sucede a través de mecanismos fijos o leyes de causa y efecto.

En segundo lugar, Dios es el Dios del pacto. Es amoroso y bondadoso lo suficiente como para hacer promesas a la humanidad pecadora y mantenerse fiel a ellas. En tercer lugar, Dios es el Dios de las bendiciones, dador por excelencia. En cuarto lugar, Dios siempre es misericordioso; no siente placer en condenar. Esto no quiere decir que escatológicamente conceda salvación a los creyentes y a los incrédulos, como piensan los universalistas, sino que es paciente con la raza caída, dándole oportunidades misericordiosas para aceptarlo y experimentar un nuevo comienzo cada mañana (Lam. 3:22, 23). Finalmente, Dios es el Dios de la misión. Su propósito es bendecir a todas las naciones. Está buscando al perdido en todo el mundo.[7]

Jesús: misionero por excelencia

El segundo elemento de la misión triuna es Jesús. Dios, el Padre, no es solo el originador de la misión (Gén. 3:9), sino también le da continuidad a través de Jesucristo, a quien envió (Juan 20:21). Por medio de la encamación, Dios dio firmes pasos en dirección al cumplimiento de su misión. Por lo tanto, Jesucristo fue enviado “como proclamador y fundador del reino”.[8]

El esfuerzo misionero humano siempre es limitado, pues es solamente un reflejo del Misionero real que se encamó completamente. Siendo Dios, por naturaleza, Jesús se encarnó; nació en un punto histórico y cultural específico. Aprendió, absorbió y vivió el lenguaje de su ambiente, sus costumbres y formas de vivir. Jesús se hizo nativo y, en este sentido, el esfuerzo humano misionero siempre es parcial, porque no es posible la encamación completa en otra cultura, al punto de convertimos en nativos, como lo fue Jesús.

En el evangelio de Lucas, Jesús cita los escritos de Isaías para definir la naturaleza de su encamación y su misión: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Luc. 4:18,19; ver Isa. 61:1, 2). Toda verdadera misión es una misión basada en la encamación; y eso requiere identificación sin pérdida de identidad.[9]

En el poder del Espíritu

La iglesia necesita estar enraizada en estos dos conceptos hasta aquí presentados. Están fundamentados en las Escrituras. Bosch advierte que “una fundamentación de la misión inadecuada, con motivos y objetivos misioneros ambiguos, culminará con una práctica misionera insatisfactoria”.[10]

La gran comisión de Mateo 28 invita a la iglesia a tomar parte en la misión de Dios. Esto debe ser visto como un privilegio, teniendo en mente al menos tres razones. Primera, Dios tiene un papel activo que la iglesia debe desempeñar en su misión. Esto no quiere decir que esté limitado o sea dependiente de la participación humana para el cumplimiento de sus propósitos en la historia. Pero es cierto que nos está privilegiando al compartir con nosotros la tarea misionera.

Segunda, es una honra ser escogidos para esa responsabilidad. Por causa de su condición, o naturaleza pecaminosa, ningún ser humano es digno de ese privilegio. La humanidad se ciega a las realidades espirituales, pero Dios, en su amor y misericordia, crea valor en los que no poseen valor alguno pero que lo aceptan como Salvador y Señor. La tercera razón es que esa es una oportunidad para experimentar la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. El poder por el que la iglesia opera no le es inherente; le es dado por la presencia del Espíritu Santo.

Por lo tanto, la misión está enraizada en Dios, que es su originador. Jesús fue enviado por él, con el fin de continuar la misión, viviendo como hombre entre los hombres. La iglesia es testigo de Dios al mundo. Su misión está fundamentada en el llamado divino para experimentar el poder del Espíritu Santo, como dunamis, impulsándola a la práctica de las misiones.

Esta experiencia no se refiere a los desafíos de una tierra distante, sino a la de los grandes centros urbanos, a la vecindad de cada templo, al morador del otro lado de la calle, que no conoce a Jesús como Salvador y Señor.

Sobre el autor: Pastor de la Asociación Mineira Central, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Philip Jenkins, The Next Christendom: The Coming of Global Christianity [El próximo cristianismo: La llegada del cristianismo mundial] (Nueva York: Oxford University Press, 2002), pp. 1,2.

[2] Merriam Webster Online, “mission”.

[3] John Dybdahl, Adventist Mission in the 21st Century: The Joys and Challenges of Presenting Jesús to a Diverse World [Misión adventista en el siglo XXI: El gozo y los desafíos de presentar a Jesús a un mundo diverso] (Hagerstown MD: Review and Herald, 1999), p. 17.

[4] David J. Bosch, Transforming Mission: Paradigm Shifts in Theology of Mission [Misión transformadora: Cambios de paradigma en la teología de la misión] (Maryknoll, NY: Orbis, 1991), pp. 389,393.

[5] Arthur F. Glasser y Charles Edward Van Engen, Anouncing the Kingdom: The Story of God’s Mission in the Bible [Anunciando el reino: La historia de la misión de Dios en la Biblia] (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2003), p. 245.

[6] David J. Bosch, p. 10.

[7] John R. W. Stott, Perspective on the World Christian Movement: A Reader [Perspectiva acerca del movimiento cristiano mundial: Una lectura] (Pasadena CA: William Carey Library, 1981), pp. 15-18.

[8] Leslie Newigin, The Open Secret: An Introduction to the Theology of Mission [El secreto desvelado: Una introducción a la teología de la misión] (Grand Rapids, MI: 1995), p. 22.

[9] Jon W. Stott, The Contemporary Christian [El cristiano contemporáneo] (Downers Grove, IL: Intervarsity Perss, 1995), p. 358.

[10] David J. Bosch, p. 5.