En su libro Right With God Right Now [Justos para con Dios justo ahora], Desmond Ford argumenta que la expiación fue completada en la cruz y que no existe necesidad de acciones subsecuentes en el Santuario celestial para que la salvación sea totalmente experimentada por el creyente. Sobre la base de Romanos 3:21 al 26, enfatiza que Dios no podría haber perdonado el pecado hasta que su penalidad fuera pagada, y por esta razón la cruz era necesaria para dar a Dios el derecho de perdonar. No es que Dios esté controlado por una ley ajena a sí mismo, afirma Ford; no lo está. Dios es controlado por lo que él es; lo que significa que su Ley no es otra cosa que la expresión externa de su propio carácter. La cruz, por lo tanto, era necesaria, concluye Ford, y en ella contra el que se pecó pagó la pena, de tal manera que el pecado puede ser perdonado y salvado.[1]

A pesar de las diversas dificultades que representa Romanos 3:21 al 26, la interpretación de Ford de este pasaje no origina mayores problemas; pero ¿es posible concluir, de estos versículos, que la cruz es donde la expiación fue completada y que es todo lo que Dios necesita? El ministerio de Jesús en el Santuario celestial, tal y como lo postula la teología adventista, ¿está en contradicción con sus logros en el calvario? ¿Es que verdaderamente impide al creyente tener la plena seguridad de la salvación aquí y ahora?[2]

Consideraciones preliminares

Por la forma en que Romanos 3:21 al 26 resume el concepto de Pablo de la justificación por la fe, estos versículos han sido descritos como el corazón y el centro de Romanos.[3] Este pasaje aparece justo después de una larga sección en la que el apóstol deja indiscutiblemente en claro que toda la humanidad –ya sea judíos o gentiles– es pecadora y, de esta manera, es responsable ante Dios (1:18‑3:20). Pero, entonces llegan las buenas noticias: la justificación salvadora de Dios se ha revelado dramáticamente en la muerte expiatoria de Jesucristo, como la única respuesta posible al problema del hombre generado por el pecado (vers. 21-26). Sin embargo, esta respuesta es eficaz solo para los que creen (vers. 22). La fe no es la condición para la justificación, sino el instrumento por medio del cual el pecado recibe justificación.[4] Por esta razón, toda jactancia humana queda excluida (vers. 27). La fe establece la incapacidad de la Ley, no su nulidad (vers. 31); además de anular la confianza propia en cualquier clase de logro humano (vers. 28, 29).

Al hablar de la muerte de Jesús (“su sangre” es una clara referencia a ella: vers. 25), Pablo utiliza dos metáforas con el fin de explicar sobre qué fundamento Dios justifica al pecador. La objeción implícita parece obvia: ¿cómo puede un Dios justo justificar al injusto sin comprometer su misma justicia? La respuesta proviene de la primera metáfora: la redención (apolytrõsis, vers. 24b), que fuera aplicada a los esclavos que eran comprados en la plaza pública con el propósito de que puedan ser liberados. Cuando sucedía esto, se decía que habían sido redimidos (ver Lev. 25:47-55). Se utiliza esta misma metáfora en el Antiguo Testamento, aplicada al pueblo de Israel, que fue redimido tanto de la cautividad egipcia como babilónica (Deut. 7:8; Isa. 43:1). De la misma manera, aquellos que eran esclavos del pecado y completamente incapaces de libertarse a sí mismos han sido redimidos por Dios, o librados de su cautividad, por medio de la sangre de Jesús, que fue derramada para pagar el precio del rescate (ver Mar. 10:45; 1 Ped. 1:18, 19; Apoc. 5:9).

La segunda metáfora es la propiciación, o expiación (hilastêrion: Rom. 3:25), tomada del contexto de la adoración; más precisamente, el sacrificio. La propiciación, o expiación, apunta al carácter sustitutivo de la muerte de Jesús, en el sentido de que él experimentó voluntariamente en la cruz toda la intensidad de la ira de Dios en contra del pecado (1:18; 5:9; 1 Tes. 1:10),[5] efectuando así la reconciliación entre el pecador y Dios. La muerte es la paga del pecado (Rom. 6:23; ver Eze. 18:20). Pero así como el sacrificio animal, en el Antiguo Testamento, tomaba el lugar del pecador y moría en su lugar (Lev. 17:10, 11; ver Gén. 22:13), la muerte de Jesús fue el sacrificio antitípico perfecto, que libera al creyente de la maldición de la Ley (Gál. 3:10, 11, 13; ver 2 Cor. 5:14, 15; Heb. 2:9) y lo reconcilia con Dios. Había diversos sacrificios en la vida religiosa de Israel, y todos ellos señalaban al gran sacrificio, realizado de una vez y para siempre, de Jesucristo (Heb. 9:12, 26-28; 10:12), “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29; ver Isa. 53:5, 6).

La justicia de Dios

Quizás el tema más controversial en nuestro pasaje es si la justicia de Dios, o “su justicia” en los versículos 25 y 26, tiene el mismo significado que en los versículos 21 y 22. La interpretación tradicional, que parece armonizar mejor con el contexto, es que dikaiosynê autou en estos versículos se refiere a un atributo de Dios, dando a entender que Dios es justo, mientras que en los versículos 25 y 26 debe ser tomado como un don de Dios, la justicia que imputa a los que creen.[6] Si esto es así, los versículos 25 y 26 difieren de los versículos 21 y 22 en el sentido de que Pablo ya no está hablando acerca de lo que Dios ha hecho para justificar al pecador, sino de lo que ha hecho para justificarse o vindicarse él mismo. En otras palabras, lo que Pablo está haciendo aquí es presentar un argumento racional para la necesidad de la muerte de Jesús. Esto describe por qué usa el término forense endeixis (prueba/demostración) dos veces en este contexto (vers. 25, 26), mientras que en el versículo 21 utiliza la forma pasiva del verbo phaneroõ (revelar/hacer conocer). Estos dos términos no son equivalentes. Mientras que phaneroõ enfatiza lo que es revelado, es decir, el sujeto del verbo en sí mismo –de ahí la voz pasiva, exactamente como en apokalyptõ de 1:17–, endeixis siempre señala hacia algo más (ver 2 Cor. 8:24), tratando de establecer su validez, o persuadiendo para que su verdad sea aceptada.[7]

Por lo tanto, la idea enfatiza que Dios estableció a Cristo como hilastêrion “en este tiempo” (vers. 26a) –el tiempo de la muerte histórica de Jesús–, a fin de probar su justicia porque, en su “paciencia” (anochê), él “pasó por alto” (paresis) los pecados que previamente habían sido cometidos (vers. 25).[8] Para Pablo, al hacer esto, Dios creó para sí mismo un problema legal, dado que un Dios justo no puede simplemente “limpiar la culpa” (Éxo. 34:7; ver Deut. 25:1). Hiciera lo que hiciese, podría ser acusado de connivencia con el pecado; lo que significaría la negación de su naturaleza.[9]

Pero ¿de qué manera exactamente Dios pasó por alto los pecados? De acuerdo con la interpretación tradicional, que se remonta a Anselmo de Canterbury en el siglo XI, Dios pasó por alto los pecados al no castigarlos.[10] Pero parece haber un problema aquí, porque ¿de qué manera la cruz prueba la justicia de Dios en relación con los pecados antes cometidos y no castigados? A menos que Pablo se esté refiriendo a los que han sido justificados, el argumento no tiene sentido. Debemos recordar que: 1) los pecados no son castigados hoy más que ayer; 2) todos los pecadores del Antiguo Testamento tarde o temprano dejaban de existir, por lo que, en un sentido, se podría decir que ya habían sido castigados; y 3) en tiempos del Antiguo Testamento, Dios no siempre dejaba sin castigo los pecados, tal y como Pablo mismo lo dice (Rom. 1:24-32; ver 5:12-14; 6:23; 7:13; 1 Cor. 10:5, 8, 10).

Por lo tanto, el apóstol parece tener en mente a los pecadores arrepentidos que han sido justificados por Dios antes de la cruz. Una evidencia de esto, además de endeixis, es la conexión entre la justicia de Dios y su derecho a justificar en el versículo 26. La idea, entonces, no es simplemente que Dios se refrenó de castigar los pecados cuando debería haberlo hecho, sino que “pasó por alto” estos pecados al justificar, sin respaldo legal, por así decirlo (ver Heb. 10:4), a quienes los cometieron.[11] Este fue el caso, por ejemplo, de Abraham y David (ver Rom. 4:1-8). Al perdonar los pecados en un tiempo en que la sangre propiciatoria todavía no había sido derramada (ver Heb. 9:15), Dios puso su propio carácter en juego, generando serias dudas acerca de su supuesta justicia (Sal. 9:8; Isa. 5:16).

Así, si la intención de Dios al presentar a Jesucristo como hilastêrion fue demostrar su justicia, de modo que en el “tiempo presente” él pudiera ser tanto el justo como el que justifica a los que creen en Jesús (Rom. 3:26b), la consecuencia es que en el pasado él fue solo una de las dos cosas: solo el que justifica, sugiriendo que no era justo cuando actuó de esta manera. La noción de que Dios no actuó justamente, o con justicia, parece blasfema, pero este es el significado de las palabras de Pablo en este pasaje. Él emplea un lenguaje forense para describir las implicancias de la manera en que Dios trató con los pecados del pasado. Por extensión, en el presente también, porque no existe duda de que el pecado es un problema del ser humano pero, una vez perdonado, se convierte en un problema de Dios. Dios es quien tiene que dar explicaciones por ello, dado que quizá no haya nada más contradictorio que su acto de justificar al impío (4:5). Pero, la Biblia deja en claro que Dios también es amor, y la tensión entre amor y justicia ha sido resuelta en la cruz (5:6-11).

La cruz y el Santuario

Una cosa es clara en Romanos 3:21 al 26: la cruz otorga a Dios el derecho de perdonar y de justificar. La cruz es todo lo que Dios necesita para implementar la salvación. En la cruz, todos los sacrificios del Antiguo Testamento encontraron su cumplimiento, incluyendo el que era ofrecido en el Día de la Expiación. ¿Por qué, entonces, necesitamos de una doctrina del Santuario celestial, tal y como lo afirma la Iglesia Adventista?

La palabra griega hilastêrion también es utilizada en el Nuevo Testamento para denotar la tapa de oro que era colocada sobre el arca del testimonio en el Lugar Santísimo del Santuario israelita (Heb. 9:5; comparar con Éxo. 25:17-22, LXX). El arca era el símbolo supremo de la presencia de Dios entre su pueblo. Generalmente llamada “propiciatorio”, esa tapa, que era protegida por las alas de dos querubines, era de hecho el lugar en que se realizaba la segunda de las dos fases del ritual de la propiciación, o expiación.[12] En la primera fase, los pecados eran perdonados y luego transferidos al Santuario (Lev. 4:3-7, 13-18, 22-25, 27‑30). En la segunda fase, que sucedía una vez al año, en el Día de la Expiación, el Santuario era purificado de esos pecados (16:15-19). De hecho, el Día de la Expiación no estaba relacionado con el perdón: el término no aparece en Levítico 16 ni en 23:27 al 32. El Día de la Expiación era el evento en que el Santuario (y las personas) eran purificados y los pecados, final y definitivamente borrados (ver 16:29-34; 23:27-32).

Por esta razón, el perdón y la eliminación de los pecados no son lo mismo. El perdón, que era real y efectivo, se adquiría por medio de los sacrificios regulares (Lev. 17:10, 11), cuando los pecados eran transferidos al Santuario; es decir, a Dios mismo. “Dios asume la culpa del pecado para poder declararlo justo. Si Dios perdona al pecador, él carga con la culpa”.[13] Después, los pecados debían ser eliminados, cosa que se realizaba en el Día de la Expiación. Por lo tanto, dos cosas necesitan ser vindicadas: el derecho de Dios de perdonar y la pertinencia de que el pecador sea perdonado, lo que es, nada más y nada menos, su aceptación fiel del perdón divino. En otras palabras, el perdón tiene dos aspectos: el de quien provee el perdón y el de quien recibe el perdón. En lo que atañe a la salvación, los dos aspectos deben ser justificados: el de Dios, o de otra manera sería acusado de arbitrariedad; y el aspecto humano, o por lo contrario caeríamos en el universalismo, que es la idea de que toda la humanidad finalmente será salva. Si la salvación es por fe, necesita ser aceptada. Así, tal y como el sacrificio justifica la prerrogativa de Dios de perdonar (Rom. 3:25, 26), se necesita de alguna clase de examinación para poder demostrar que el perdón ha sido verdadera y fielmente aceptado. Solo cuando ambos aspectos del perdón son total y claramente vindicados, Dios puede ser finalmente librado de la “culpa” (la responsabilidad legal).

Por esto es que necesitamos tanto de la cruz como del Santuario, el sacrificio y el verdadero Día de la Expiación. En ese día (el día más importante del calendario religioso israelita, dado que señalaba la purificación final tanto del pueblo como del Santuario), se requería que todo el pueblo cesara de trabajar y humillara su alma en completa sumisión a Dios (Lev. 23:27). Aquellos que no siguieran estas instrucciones, lo que implicaba alguna forma de escrutinio, debían ser cortados y destruidos, aun cuando hubiesen sido perdonados anteriormente (vers. 29, 30). En la cruz, Dios mismo llevó sobre sí el castigo del pecador (1 Cor. 15:3; 2 Cor. 5:14, 15; 1 Ped. 2:24; 3:18). Pagó el precio, y derramó su sangre propiciatoria para nuestra salvación. Esta es la razón por la cual Jesús tuvo que morir, si hemos de ser salvos. Y en el Santuario se verificaba el compromiso humano para con Dios, a fin de demostrar que él tenía el derecho de perdonar a esta o a aquella persona. De ninguna manera la cruz puede probar que Dios es justo cuando justifica a una persona pecadora; el aspecto humano del perdón. La cruz habilita a Dios a perdonar. Como sacrificio de la expiación, la cruz fue perfecta y completa; pero esto solo no puede vindicar nuestro compromiso con Jesucristo como nuestro Salvador. Se necesita de algo más: proveer expiación en su etapa final. Y allí es cuando entra en escena el Santuario.

El Santuario, entonces, no está relacionado con las obras, tanto como el perdón no está relacionado con las obras. Pablo mismo lo deja absolutamente en claro en Romanos 8:31 al 39. Al ser acusados de inelegibilidad para la salvación por causa de sus pecados, quienes han puesto su confianza en Jesús pueden descansar en la seguridad de que él está intercediendo por ellos ante Dios. No tienen nada que temer, dado que nada podrá separarlos “del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (vers. 39; ver 1 Juan 1:9). La salvación no es para siempre pero, aparte de nosotros mismos, no existe nada en el mundo entero que pueda separarnos de la salvación de Dios (ver Juan 6:37). “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe […]. Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Heb. 10:22, 23). Este es el mensaje del Santuario.

Sobre el autor: Doctor en Teología, es profesor de Interpretación del Nuevo Testamento en la Universidad Adventista de San Pablo, campus Ing. Coelho, San Pablo, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Desmond Ford, Right With God Right Now: How God Saves People as Shown in the Bible’s Book of Romans (Newcastle: Desmond Ford, 1999), pp. 3-55 (especialmente pp. 44, 47, 54, 55). En un punto de su discusión, Ford también está reaccionando a la teoría de la influencia moral, de acuerdo con la cual la cruz no fue realmente necesaria, y que la muerte de Jesús no fue sino un gesto de parte de Dios para mostrar que nos ama, lo que significaría que él podría haber perdonado el pecado sin la cruz (pp. 44-48). El mayor argumento de Ford, sin embargo, es que “el antiguo Día de la Expiación no hace referencia al siglo XIX. Señala a la cruz de Cristo: allí es donde se realizó la expiación total y final. El calvario fue el único lugar de expiación completa. Miramos solo al Calvario, no a un evento o una fecha inventada por el hombre” (p. 55). Acerca de la teoría de la influencia moral, ver John R. W. Stott, The Cross of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1986), pp. 217-226.

[2] Este ensayo sigue la interpretación tradicional de la Reforma en cuanto a la doctrina de Pablo de la justificación, particularmente con respecto a temas como “las obras de la ley” (Rom. 3:20; cf. Gál. 2:16; 3:2, 5, 10) –que se refiere al concepto de que puede ganarse el favor de Dios por medio de buenas obras y la obediencia a todas las prescripciones de la ley– y pistis Christou (Rom. 3:22, 26; ver Gál. 2:16, 20; 3:22; Fil. 3:9), que es entendido como la “fe en Cristo”, más que “la fe [plenitud] de Cristo”, tal y como es argumentado por la así llamada nueva perspectiva sobre Pablo. Para una discusión introductoria a la nueva perspectiva sobre Pablo, ver Thomas R. Schreiner, New Testament Theology: Magnifying God in Christ (Grand Rapids, MI: Baker, 2008), pp. 528-534.

[3] C. E. B. Cranfield, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistle to the Romans, International Critical Commentary (Edinburgh: T&T Clark, 1975), t. 1, p. 199.

[4] “La fe es el ojo que lo contempla [a Cristo], la mano que recibe su don gratuito, la boca que bebe el agua de vida” (John Stott, Romans: God’s Good News for the World [Downers Grove, IL: InterVarsity, 1994], p. 117).

[5] Acerca de la ira de Dios, ver Mark D. Baker y Joel B. Green, Recovering the Scandal of the Cross: Atonement in New Testament and Contemporary Contexts, segunda edición (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2011), pp. 45-49, 70-83.

[6] En apoyo de esta posición, ver D. A. Carson, “Atonement in Romans 3:21-26: ‘God Presented Him as a Propitiation’ ”, en The Glory of the Atonement: Biblical, Theological and Practical Perspectives, Charles E. Hill y Frank A. James III, eds. (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2004), pp. 124, 125, 138.

[7] BDAG, p. 332.

[8] Se ha hecho el intento de traducir paresis como “perdón”. Sin embargo, muchos eruditos están convencidos de que no existe suficiente apoyo léxico para esta traducción. Ver, por ejemplo, Sam K. Williams, Jesus’ Death as Saving Event: The Background and Origin of a Concept, Harvard Dissertations in Religion (Missoula, MT: Scholars Press, 1975), t. 2, pp. 23-25.

[9] Tal como lo señala William Barclay, “lo natural sería decir: ‘Dios es justo y, por lo tanto, condena al pecador como criminal” (The Letter to the Romans, segunda edición [Louisville, KY: Westminster John Knox Press, 1975], p. 69).

[10] Ver también Leon Morris, The Epistle to the Romans (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1988), p. 183.

[11] “Dios ‘pospone’ la pena completa que el pecado se merece en el Antiguo Pacto, permitiendo que el pecador permanezca ante él sin que haya provisto una adecuada ‘satisfacción’ de la demanda de su santa justicia” (Douglas Moo, The Epistle to the Romans, NICNT [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1995], p. 240).

[12] Por esta causa, en muchos idiomas modernos, hilastêrion en Hebreos 9:5, al igual que su equivalente hebreo en Éxodo 25:17 al 21 y otros pasajes del Antiguo Testamento (kappõret), es traducido como “propiciatorio”, como ya lo había hecho Jerónimo en la Vulgata Latina. “Mercy seat” (el “trono de la misericordia” en inglés) fue introducido por William Tyndale, bajo la influencia del alemán Gnadensthul de la Biblia de Lutero.

[13] Martin Pröbstle, Where God and I Meet: The Sanctuary (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2013), pp. 55.