El más importante objetivo del ministerio adventista es el de salvar los hombres y las mujeres de los peligros del pecado. No conozco otra razón para nuestra existencia. El Cielo nos ha confiado la pesca de hombres mediante la red evangélica de la salvación. Y siendo que hemos de hacerlo con la mayor eficacia, deseo considerar el papel que debe desempeñar la cruz en la conquista de más almas para Cristo.

Todos estamos bien familiarizados con los sucesos que se relatan en Lucas 5. Los discípulos habían pasado la noche pescando sin éxito. Y ahora le tocaba al gran Pescador instruir a Pedro y sus compañeros: “Tira a alta mar, y echad vuestras redes para pescar,” les indica.

Pedro, pescador de profesión, sabía cuáles eran las circunstancias favorables para la pesca, y en consecuencia vaciló un momento. “Maestro—le dijo, —habiendo trabajado toda la noche [y por cierto que es la noche el mejor momento para pescar], nada hemos tomado; mas en tu palabra echaré la red.” Luego quedó atónito al contemplar el resultado. Los discípulos jamás habían presenciado milagro semejante. La pesca fue tan abundante que las redes se rompieron.

El gran Pescador había aparecido en escena realizando una demostración de su dominio sobre la naturaleza. Luego se volvió al apóstol para dirigirle unas palabras extrañas: „ No temas: desde ahora pescarás hombres. Y así fue. En el día de Pentecostés la red del Evangelio pescó tres mil hombres, mas tarde cuatro mil, y cinco mil.

En Juan 21 se nos refiere otro caso de pesca infructuosa. De nuevo aparece en escena el gran Pescador, dirigiendo los movimientos de los hombres e indicándoles el lugar exacto en que debían arrojar la red: “Echad la red a la mano derecha del barco, y hallaréis.” Casi no pudieron levantarla por la multitud de los peces.

Ambos milagros encierran la profecía de que si seguimos los métodos de evangelización establecidos por Dios nos asombraremos de los resultados, tanto en lo que se refiere al número como a la alta proporción de hombres y mujeres importantes que decidirán acompañarnos en nuestro camino.

Al leer los relatos de la demostración del poder divino me siento muy próximo a Pedro, a Andrés, a Juan, porque yo también he exclamado: “Maestro, habiendo trabajado toda la noche, nada hemos tomado.” Y, ¿no os ha sucedido a vosotros lo mismo? Obreros amigos, el clamor de los hombres que tienen vacías sus redes evangélicas es el más patético y urgente de la hora. El más ardiente deseo de nuestros corazones debiera ser recoger con nuestras redes una buena tanda. El mandato “Desde ahora pescarás hombres” no sólo fue dado a los predicadores del primer siglo sino también al evangelista del siglo XX. Poseemos promesa tras promesa de que en estos últimos días lograremos resultados asombrosos en la salvación de las almas.

¿Por qué método predicaremos a Cristo?

¿Qué métodos usaron los primeros evangelistas que pudiéramos emplear nosotros? Alguien dirá: “Ellos echaron mano del poder del Espíritu Santo.” No es así: el Espíritu Santo los empleó a ellos y produjo resultados por su intermedio. Sólo el poder de Dios puede inducir a los hombres a tomar decisiones; lo hizo en Pentecostés. Pero ese poder divino fluye por los esfuerzos y métodos humanos, por la predicación de los hombres.

¿Qué usaban los apóstoles para atraer a los hombres: un imán? El apóstol Pablo describe en dos versículos el imán que atraía a los hombres en el primer siglo a la decisión en favor de Cristo, el mismo que cumple igual cometido en el siglo XX:

“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con altivez de palabra, o de sabiduría, a anunciaros el testimonio de Cristo. Porque no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve yo con vosotros con flaqueza, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder; para que vuestra fe no esté fundada en sabiduría de hombres, mas en poder de Dios.” (1 Cor. 2:1-5.) “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.” (Gál. 6:14.)

La única predicación que Dios prometió bendecir con resultados es aquella que magnifica a Cristo como Salvador nuestro. Y al exaltar al Salvador en nuestros mensajes colocamos la cruz en el lugar que le corresponde en la redención de la especie humana. En Cristo y su cruz se centralizan todas las doctrinas referentes a nuestra relación con Dios. Por tanto, lo que el mundo necesita más desesperadamente son predicadores que se comprometan a no saber, ni predicar a nadie sino a Cristo, ni gloriarse en nada “sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.”

En “El Deseado de Todas las Gentes,” páginas 559, 560, se nos dice: “El orgullo y la adoración del yo no pueden florecer en el alma que mantiene frescas en su memoria las escenas del Calvario. El que contempla el amor sin par del Salvador, será elevado en sus pensamientos, purificado en su corazón, transformado en su carácter. Saldrá a ser una luz para el mundo, a reflejar en cierto grado ese amor misterioso. Cuanto más contemplemos la cruz de Cristo, más plenamente adoptaremos el lenguaje del apóstol cuando dijo: ‘Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.”

Cómo lograr las decisiones de la gente

El primer requisito para inducir a los hombres y las mujeres a una decisión es que la cruz y todo lo que ella representa estén obrando visiblemente en las vidas de quienes predican la Palabra. Debemos mantener frescas en la memoria las escenas del Calvario y crucificar el mundo y su concupiscencia. Sólo así podremos salir a iluminar el mundo, y ser vehículos del Espíritu de Dios. Entonces ganaremos multitudes, pues estaremos señalando a los hombres la cruz del Calvario como único poder salvador del pecado y la destrucción consiguiente, y nuestras redes evangélicas quedarán colmadas.

El mayor servicio que podamos prestar a este viejo mundo es el de levantar la cruz, para que sea vista de los hombres. “Debemos mirar la cruz del Calvario, que lleva a un Salvador moribundo.”—Id., pág. 598. Dejemos la cruz del Calvario fuera de nuestros sermones, y todos los llamados y exhortaciones serán sólo palabras vanas, inútiles, insubstanciales. Pero hagamos de la cruz el motivo central y probará que hoy, en el siglo XX, tanto como lo fue en el primero, sigue siendo el poder de Dios para la salvación.

La mensajera del Señor nos dice que la cruz debiera ser el fundamento de todo sermón:

“El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis al Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la cruz del Calvario. Os presento el magnífico y grandioso monumento de la misericordia y regeneración, de la salvación y redención: el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros ministros.” —”Obreros Evangélicos” pág. 330.

La cruz y nuestras doctrinas

Necesitamos aprender a modelar nuestros sermones sobre la base de la cruz. Tenemos que presentar los temas de la ley, el sábado, el cambio del día de reposo, la marca de la bestia, las siete últimas plagas, el estado de los muertos, la reforma pro salud, el diezmo, y las demás doctrinas, a la luz que emana de la cruz del Calvario, si esperamos que sea fructífera nuestra labor con las redes evangélicas.

Cito a continuación otros párrafos de los escritos inspirados referentes a la importancia de dar cabida a la cruz en la predicación para que los mensajes alcancen éxito:

“El mensaje del tercer ángel exige la presentación del día de reposo del cuarto mandamiento, y ha de darse esa verdad al mundo; pero no debe dejarse a Jesucristo, el gran Centro de atracción, fuera del mensaje del tercer ángel… El pecador debe mirar siempre hacia el Calvario; y con la sencilla fe de un niño reposar en los méritos de Cristo, aceptando su justicia y creyendo en su misericordia. Los que trabajan en la causa de la verdad han de presentar la justicia de Cristo.” —Review and Herald del 20 de marzo de 1894.

“Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo, Cristo que va a volver, debe alegrar y llenar a menudo la mente del predicador de modo que él pueda presentar estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. Entonces el predicador se perderá de vista y Jesús quedará manifiesto… Ensalzadle a él, el Salvador resucitado, y decid a todos: Venid a Aquel que ‘nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros.’ “—”Obreros Evangélicos” pág. 168.

El calvario y las decisiones

Me complazco en presentar las siguientes citas acerca de la cruz por entender que contienen principios vitales que influyen en la decisión:

“Cristo crucificado por el pecado, Cristo resucitado de entre los muertos, Cristo ascendido a lo alto: ésta era la ciencia de la salvación que ellos debían aprender y enseñar.” —”Los Hechos de los Apóstoles”, pág. 339.

“Jamás debe presentarse un discurso sin presentar a Cristo y Cristo crucificado como fundamento del Evangelio.”—”Testimonios Selectos,” tomo 3, pág. 315.

“Hay una gran obra por hacer. El mundo no se convertirá por el don de lenguas, ni por la consumación de milagros, sino por la predicación de Cristo crucificado.”—”Testimonies to Ministers,” pág. 424.

“Cuando la gente se reúna para adorar a Dios no ha de pronunciarse palabra alguna que pueda desviar la mente del gran tema central: Jesucristo y su crucifixión. Debe preocuparnos la proclamación del mensaje del tercer ángel. Los demás temas no deben interferiría.”—Id., pág. 331.

Efectos de la predicación de la salvación en Cristo

Prestemos atención a estas palabras:

“¡Oh, si pudiese disponer de un lenguaje suficientemente vigoroso para hacer la impresión que quisiera hacer en mis colaboradores en el Evangelio! Hermanos míos, estáis manejando las palabras de vida; estáis tratando con mentes que son capaces del más alto desarrollo, si son dirigidas en el debido cauce. En los discursos dados hay demasiada exhibición del yo. Cristo crucificado, Cristo ascendido a los cielos, Cristo que va a volver, debe de tal manera suavizar, alegrar y llenar la mente del ministro del Evangelio que él presente estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. El ministro se perderá entonces de vista y Jesús quedará magnificado. La gente quedará de tal manera impresionada con estos temas absorbentes, que hablará de ellos y los alabará en vez de alabar al ministro, el mero instrumento.”—”Testimonios Selectos,” tomo 3, pág. 321.

Al leer repetidamente los mensajes de Dios con el fin de descubrir la parte que le cabe a la cruz en la decisión de los hombres, comprendí que la razón de tantos fracasos en la conversión de las almas se debe a que. aunque sinceros y fervorosos en nuestra predicación, ignoramos que la cruz es el mejor imán para atraer a los seres humanos. Se puede conmover a la gente, influir en su voluntad, instarla a tomar decisiones y sin embargo no obtener en relación con ella resultados apreciables. Pintémosle el horror del infierno; mostrémosle, con el apoyo de las profecías cumplidas, lo avanzado de la hora y la pavorosa recompensa del pecado. Y ella escuchará noche tras noche esas cosas sin inmutarse, porque no hay borracho, ladrón, asesino, violador del sábado o mundano que se vuelva de la muerte a la vida si no usamos la cruz como centro de nuestra predicación.

Procurando hacer comprender a los pastores la importancia de atenerse a la sola exaltación del Evangelio. Isaac Watts escribió: “Si se hubiesen reunido en un hombre todos los talentos y las cualidades, y tú fueses esa persona tan ricamente dotada, ¿podrías usar todo, en cada sermón que predicaras? No obstante, no debes abrigar esperanza razonable de convertir siquiera un alma si excluyes de tus discursos el glorioso Evangelio de Cristo.” Y permítaseme ir todavía más lejos: Aun poseyendo el más amplio conocimiento de los principios de la religión y la sabiduría y la lengua de un ángel para exponerlos con claridad perfecta, el mensaje se perdería si Cristo no está en él. Si lográsemos presentar la ley de Dios con la fuerza y el poder del Sinaí, quizá produciríamos en la conciencia de los hombres la convicción profunda a que conducen la ley y el conocimiento del pecado, pero jamás reconciliaríamos un alma con Dios. Nunca cambiaremos el corazón del pecador, ni lo reconciliaremos con Dios, ni lo prepararemos para los goces del Cielo si no media el bendito Evangelio de Cristo.

Lejos esté de mí el insinuar la idea de que hemos de exaltar la cruz como si la palabra en sí pudiera producir efectos mágicos, o bien que Cristo, como centro de toda predicación, excluye las doctrinas de la Biblia; por el contrario, es imposible predicar a Cristo y la cruz sin mencionar el resto de nuestra verdad. El Evangelio de Cristo, que tiene por centro la cruz, abarca la ley de Dios, el sábado, el alma del hombre y su destino, el santuario, la segunda venida de Cristo, el bautismo, los dones espirituales, el diezmo y todas las otras doctrinas que nos caracterizan.

Tenemos una información vital, que puede ser utilizada especialmente en las primeras etapas del evangelismo:

“Lo primero y más importante es conmover y subyugar el alma presentando a nuestro Señor Jesucristo como Salvador que perdona el pecado. Jamás debiera predicarse un sermón ni darse instrucción bíblica alguna sin señalar a los oyentes ‘el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.’ (Juan 1:29.) Toda doctrina verdadera tiene por centro a Cristo. Todo precepto recibe énfasis de sus palabras. Mantened ante la gente la cruz del Calvario, mostrando que la transgresión de la ley causó la muerte de Cristo. No excuséis el pecado ni lo tratéis como asunto de poca importancia. Presentando como una falta contra el Hijo de Dios, señalando luego a la gente a Cristo y diciéndole que la inmortalidad sólo se obtiene recibiéndolo como Salvador personal. Haced comprender a la gente cuánto se ha apartado de los mandatos del Señor d adoptar una conducta mundana y conformarse a los principios del mundo. Todo lo cual la llevó a transgredir la ley de Dios.”—”Testimonies” tomo 6, pág. 54.

Estoy convencido de que debemos emplear nuevas técnicas para contrarrestar la competencia del diablo en estos tiempos ultramodernos. Pero esas técnicas modernas no llevarán a los hombres a la decisión final. Cristo murió por nuestros pecados, y este hecho ha de constituir el tema central de nuestra predicación. El llamado de la cruz nos consumirá entonces como una llama. Esta clase de predicación, combinada con los métodos adecuados, conducirá a la decisión, a la conversión, a guardar el día de reposo cristiano y todos los mandamientos de Dios, a abandonar costumbres que perjudican el cuerpo y, finalmente, a las calles de oro de la ciudad celestial.