La escena se completa y entonces todas las criaturas vivientes del universo añaden sus cantos de alabanza a Dios el Padre y a Dios el Hijo.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día se las ha arreglado para evitar, en gran medida, la experimentación con las nuevas formas de adoración que tuvieron lugar en las décadas de 1950 y 1960 en otros cuerpos religiosos, tanto protestantes como católicos”, escribió el Dr. Raymond C. Holmes en 1984.’[1]

¡Qué diferencias pueden verse en sólo pocos años! Ahora la experimentación está a la orden del día y el estilo de adoración de “celebración” está en discusión en casi todos los círculos. Pero no es mi propósito en este artículo decir si el estilo de adoración llamado Celebración es bueno o malo. Los pronunciamientos de parte de las autoridades de la iglesia no revertirán las tendencias.

Lo que deseo decir es que necesitamos aprovechar la oportunidad que se nos ofrece para estudiar de nuevo los propósitos de la adoración. ¿Cómo han adorado los adventistas en el pasado? ¿Cómo decidimos qué música es apropiada para la adoración? ¿Qué es la adoración, después de todo? ¿Tiene algo que ver la forma en que nuestros cerebros funcionan con la forma como adoramos? ¿Cómo adoran los diferentes grupos culturales y étnicos?

Aunque no podemos contestar todas estas preguntas en detalle, esperamos que este número de la revista MINISTERIO le ayude a exprimir el jugo de su creatividad y a evaluar su servicio de adoración. Nuestros cultos deben ofrecer lo mejor que somos capaces de dar a nuestro Dios.

Las dramáticas escenas que se presentan en Apocalipsis 4 y 5 revelan el verdadero fundamento de la adoración. Vemos a Dios el Padre sentado con todo el esplendor de su gloria y majestad sobre su trono. Lo vemos rodeado por “relámpagos y truenos y voces” (Apoc. 4:5). Los 24 ancianos y los cuatro seres vivientes lo rodean mientras claman constantemente: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Apoc. 4:8).

Los 24 ancianos se postran y echan sus coronas ante el Creador del universo. Y del mismo modo los cuatro seres vivientes ofrecen al Señor una doxología. La escena enfatiza la trascendencia de Dios, su omnipotencia, omniciencia, y omnipresencia.

Luego el foco cambia de Dios el Padre a Dios el Hijo, representado como un Cordero inmolado. Ahora los cuatro seres vivientes y los 24 ancianos se postran ante el Cordero y ofrecen una doxología combinada. Los incontables millares de ángeles experimentan la misma ansiedad por ofrecer su alabanza. La escena se completa y entonces todas las criaturas vivientes del universo añaden sus cantos de alabanza a Dios el Padre y a Dios el Hijo.

Y Apocalipsis 5 termina con esta poderosa declaración: “Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos”.

De modo que el imperativo para la adoración es claro en las Sagradas Escrituras. ¿Pero alrededor de qué se debe centrar nuestra adoración?

Raymond C. Holmes, en su libro Sing a New Song (un libro sobre el tema de la adoración que deberían leer todos los ministros) dice que el servicio de adoración debe ilustrar tres doctrinas que distinguen a los adventistas: “El sábado, el ministerio celestial de Cristo, y la segunda venida de Cristo”.[2] Aunque las doctrinas distintivas del adventismo tienen su lugar, debemos ser cuidadosos de no reemplazar la cruz como la base de nuestra adoración. Aunque el ministerio de Jesús en el santuario celestial es importante, no tendría significado si no hubiera muerto por nosotros en la cruz. Sin la cruz la segunda venida sería una parodia vacía, y sin la cruz ¿de qué serviría guardar el sábado?

Pablo fue uno de los misioneros más grandes que ha visto el mundo. Estaba instruido en toda la sabiduría de su tiempo. Podía sostener cualquier debate por sus propios méritos e igualar en agudeza intelectual a los mayores eruditos de sus días. Su carta a los Romanos no tiene rival en cuanto a su profunda comprensión del plan de salvación.

Sin embargo, con toda su sabiduría y sofisticación, todavía pudo decir a los hermanos de Corinto: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). Elena G. de White nos recuerda que “el sacrificio de Cristo como expiación por el pecado es la gran verdad alrededor de la cual giran todas las otras verdades.[3] Y a fin de comprender correctamente todas las verdades de la Biblia “deben estudiarse a la luz que emana de la cruz del Calvario”.[4]

La adoración no es un entretenimiento, aunque debe ser intensamente interesante. La adoración no es compañerismo, aunque las relaciones deben alimentarse mientras adoramos. La adoración no consiste en escuchar a un orador que expone las Escrituras, aunque las Escrituras deben explicarse. La adoración no es liturgia, aunque debe haber orden y forma en el culto.

La adoración consiste simplemente en que seres humanos pecadores e indignos agradecen y alaban a Dios porque “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8), y porque “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1).

“Cristo crucificado, hablad, orad, y cantad de él y quebrantará y ganará los corazones. Este es el poder y la sabiduría de Dios para reunir las almas para Cristo”.[5] En esto consiste toda adoración.


Referencias

[1] C Raymond Holmes, Sing a New Song (Berrien Spring, Mich: Andrews University Press, 1984), pág 3.

[2] Ibid., pág. 166.

[3] Elena G de White, Sons and Daughters of God, pág. 221

[4] Ibid.

[5] Elena G de White, Testimonies, tomo 6, pág 67.