Antiguos calendarios civiles

Al interpretar las declaraciones antiguas relativas al tiempo, debemos tratar no solamente con sistemas para numerar los años sino también con diversos calendarios. Hay varios calendarios implicados en las menciones de tiempo que se encuentran en la Biblia y en las fuentes históricas relacionadas con la cronología bíblica. Discutiremos varios de estos calendarios más adelante.

Calendarios basados en los movimientos celestes

Puesto que los calendarios dependen de los movimientos de la tierra, la luna y el sol, el conocimiento de estos movimientos es indispensable para la comprensión de los diferentes calendarios antiguos y modernos.

El día. Una unidad natural que sirve de base a todo calendario es el día, período de 24 horas, determinado por la rotación de la tierra en torno a su eje. Puesto que el amanecer y la puesta del sol señalan dos puntos claramente reconocibles de tiempo en ese período de 24 horas, la gente no ha tenido nunca ninguna dificultad en señalar el día ya sea que lo haya hecho comenzar con la puesta del sol, como es el caso por ejemplo con los babilonios[1] y los israelitas[2], o con el amanecer como ocurría con los egipcios[3]. El comienzo del día a medianoche es una práctica comparativamente reciente, que no se introdujo antes de los romanos[4].

El mes. La siguiente unidad mayor en relación con el calendario, reconocible por una observación de los fenómenos naturales, es el mes, que aproximadamente coincide con el tiempo que ocupa la luna en efectuar su movimiento de traslación en torno a la tierra.

Puesto que este movimiento de traslación se realiza en 29,53059 días, los diversos meses no pueden ser iguales en longitud al expresarlos en términos de días completos. Por esa razón, los meses lunares, tanto los que emplearon los pueblos antiguos como los que emplean algunas naciones modernas, tienen una duración alternada de 29 y 30 días.

El comienzo del mes lunar es difícil de determinar mediante la observación, porque la luna es ordinariamente invisible al ojo humano en el momento de la conjunción, generalmente llamado nueva luna en los calendarios y almanaques. La luna está en conjunción en el momento en que en su movimiento de traslación en torno a nuestro globo, se halla entre el sol y la tierra, de manera que la mitad de este cuerpo celeste que se encuentra en nuestra dirección no recibe luz del sol y está por lo mismo en completa oscuridad. Algunas veces, cuando la luna se encuentra exactamente entre el sol y la tierra, su sombra pasa a la tierra y produce un eclipse parcial o total de sol durante el corto período de la conjunción.

Esos son, prácticamente, los únicos momentos en que se puede observar la conjunción de la luna.

En el cercano Oriente se necesitan entre 16.5 y 42 horas después de la conjunción[5]—lo que depende de si sus movimientos en relación con su distancia de la tierra son más rápidos o más lentos—antes de que la luna sea visible de nuevo en forma de una pequeña creciente, que aumenta de tamaño hasta que llega el momento de la luna llena. Se dice que está en oposición debido a que el sol y la luna se encuentran en lugares opuestos para el observador terrestre. Después de la luna llena la parte visible de este cuerpo va disminuyendo hasta que se hace invisible entre 42 y 16 horas antes de su conjunción, momento en que se completa un “mes astronómico lunar.”

Puesto que la conjunción de la luna es invisible, los antiguos que emplearon el calendario lunar dependieron ya de la primera ocasión en que era visible para determinar el comienzo de cada nuevo mes, como es el caso de los babilonios[6], ya de la desaparición de la luna vieja antes de la conjunción, como lo hicieron los egipcios[7]. El intervalo que media entre la conjunción de la luna y la tarde en la cual comienza a observarse de nuevo, no ha recibido universalmente ninguna denominación específica; en relación con este estudio lo llamaremos “período de traslación.”

El año. La unidad calendario más larga, el año, se mide en base al tiempo que emplea la tierra en recorrer su órbita en torno del sol lo que ocurre por término medio en unos 365, 2422 días, o sea 12 1/3 meses lunares. Este año solar natural (o tropical), señalado por la aparición fácilmente observable de las estaciones, tiene cuatro puntos principales: los solsticios de verano e invierno, cuando el recorrido aparente del sol en el cielo se realiza en el extremo norte y sur respectivamente, y los equinoccios vernal y otoñal, cuando el sol se levanta y se pone exactamente en el oriente y el occidente y el día y la noche son iguales en todo el globo.

Pero el año solar no es exactamente divisible por meses lunares ni aún por días completos, circunstancia que ha inducido a elaborar una cantidad de planes diferentes para armonizar el año calendario, registrado en días de 24 horas, con el año astronómico.

Calendario solar. De los diferentes sistemas de registrar los años solares que se emplearon en la antigüedad, los calendarios egipcio y juliano son los más importantes. Los antiguos egipcios, que usaban el año solar con propósitos cronológicos, tenían doce meses iguales de 30 días cada uno y en adición cinco días más que aparecían al final de los doce meses, lo que daba un total de 365 días. Este calendario sin embargo, era 1/4 de día más corto que el año astronómico, o sea un día más corto cada cuatro años, o 10 días más corto cada cuarenta años. Los antiguos egipcios nunca tomaron medidas para corregir esta situación; por consiguiente su calendario retrocedió a través de todas las estaciones del año en el curso de 1.460 años, lo que se explicará después[8].

El calendario juliano (que también explicaremos más adelante), introducido por Julio César, corrigió la deficiencia del calendario solar egipcio añadiéndole un día cada cuatro años de manera que fueran 366 en lugar de 365 como en el año común. Pero aún esta reforma del calendario no fué suficiente, puesto que el año es algo más corto que 365 1/4 días. En tiempos del papa Gregorio XIII (1572- 1585 de J. C.), el calendario juliano estaba tan fuera de armonía con las estaciones, que fué necesario corregirlo otra vez. En la actualidad la mayor parte de las naciones occidentales emplea el calendario gregoriano, que es un calendario juliano levemente modificado[9].

Calendario lunisolar. A causa de sus festividades anuales, que debían ocurrir siempre en las mismas estaciones, los antiguos asirios, babilonios y hebreos como la mayor parte de las naciones que emplearon calendarios lunares, se veían en la obligación de añadir un mes extra periódicamente para mantener al año lunar en armonía con el año solar, que es unos once días más largo.

Los antiguos asirios tenían sólo doce meses lunares, pero observaron que, después de dos o tres años, el fin del duodécimo mes no llegaba exactamente a la estación en que debía caer el día de Año Nuevo. Entonces trasladaron esta fecha un mes lunar más adelante. De esta manera el comienzo del nuevo año debía caer, a través del tiempo, en cada uno de los doce meses lunares. En el siglo XII a. de J. C. aceptaron las características principales del año calendario babilónico, que seguía un sistema levemente diferente[10].

El calendario lunar babilonio fue ajustado al año solar, contando, ya fuera el 6° ó el 12° mes, dos veces cada dos o tres años; de este modo el día de Año Nuevo siempre caía en el primer día del primer mes, Nisanu, y cerca del comienzo del año solar[11]. Este calendario fue adoptado como ya lo dijimos, por los asirios, en el siglo XII a. de J. C. Los judíos tenían un calendario similar, como explicaremos en el capítulo siguiente.

Después de estas explicaciones preliminares, discutiremos los distintos calendarios que se relacionan con este estudio.

El calendario egipcio

Los egipcios emplearon varios calendarios diferentes a través de su historia, pero para este estudio solamente nos interesa el calendario civil, basado en el año solar. Descartaremos el calendario lunar egipcio, empleado por ellos solamente con el propósito de celebrar sus fiestas.

El año solar. No es completamente seguro que los egipcios hayan llegado a la conclusión de que el año consistía en 365 días. El erudito O. Neugebauer presentó recientemente la teoría de que ellos llegaron gradualmente a esta conclusión, al observar que las inundaciones anuales del Nilo corrían por término medio en intervalos de 365 días[12]. Puesto que sabemos que los egipcios conservaban anotaciones cuidadosas de las inundaciones anuales desde los tiempos más antiguos, es posible deducir que su año solar de 365 días se desarrolló de esa manera.

Hasta ahora se había aceptado ampliamente la teoría de Eduardo Meyer, quien sostenía que las observaciones astronómicas eran el fundamento del año solar egipcio[13]. Desde los tiempos más antiguos, la festividad anual de Sothis se celebraba en el día de la aparición helíaca [su surgimiento en el horizonte] de la estrella Sothis, a la cual llamamos nosotros Sirio, es decir, en el día cuando esta estrella aparece primeramente en el horizonte en el oriente, poco después del amanecer, después de un período en el cual se encontraba demasiado cerca del sol para ser visible. El día en que por primera vez aparecía Sirio en la mañana, que durante el período dinástico de Egipto oscilaba entre el 17 y el 19 de julio[14], fue celebrado por muchos siglos como día de fiesta. Se piensa que la observación del surgimiento helíaco de Sirio era el origen del año solar de 365 días.

A esto debiera añadirse el hecho de que la primera de las tres estaciones en que se dividía el año egipcio se llamaba Akhet, que quiere decir “inundación.” La inundación producida por el Nilo comienza en Egipto a principios de junio, y por lo tanto pareciera que el año empezaba en la época de la fiesta de Sothis. Cuando los egipcios probablemente descubrieron que la aparición helíaca de Sothis ocurría aproximadamente cada 365 días, armonizando con el comienzo de la inundación del Nilo. deben haber llegado fácilmente a la conclusión de que el año tenía 365 días.

Después de fijar de este modo el año, su espíritu conservador les impidió alterarlo, aunque observaron que cada cuatro años la aparición de Sirio se producía un día más tarde en el calendario, o para decirlo de otro modo, el Año Nuevo egipcio caía un día antes que el día de Sothis, puesto que el año de 365 días es aproximadamente 1/4 de día más corto realmente que el año solar. De este modo, el dejar de añadir un día extra cada cuatro años influyó para que todas las fechas egipcias retrocedieran un día en relación con las estaciones, hasta que finalmente el día de Año Nuevo realizó el circuito completo a través de las estaciones y de nuevo coincidió con el surgimiento helíaco de Sothis 1.460 años más tarde[15].

En el lapso de una vida el deslizamiento de las estaciones no era muy grande, puesto que llegaba sólo a 15 días en 60 años. Un profundo observador, sin embargo, debe haber sido capaz de decir en los días de su ancianidad, a los sesenta años, que la inundación comenzaba dos semanas antes que cuando era niño.

El año egipcio se dividía a su vez en tres estaciones de cuatro meses cada una: (1) Akhet, “inundación,” (2; Petrel, que significa “surgimiento” de los terrenos del agua, y (3) Shemu “verano”.[16] Se presume que se dieron estos nombres a las tres secciones del año calendario cuando las hicieron sincronizar con las estaciones tal como se presentan en Egipto. No obstante, las estaciones calendarias retrocedían un día cada cuatro años en el “movible” calendario egipcio. De manera que después de 120 años la estación denominada inundación precedía a la verdadera inundación del Nilo por treinta días, y después de 360 años por tres meses completos. Aparentemente esto no perturbaba a los egipcios más de lo que nos preocupa a nosotros la costumbre de decir 15 de octubre de 1952 abreviándolo por la fórmula 15/10/52. aunque sabemos que octubre significa literalmente “octavo” mes, y no décimo.

Se ha llamado “calendario movible” el egipcio, debido a que cada fecha, al retroceder un día cada cuatro años, “se movía” a través de todas las estaciones del año astronómico en el curso de 1.460 años, y este período ha sido denominado “ciclo Sótico,” puesto que el día de Año Nuevo regresaba a la fecha del surgimiento de Sothis, o Sirio, después de transcurrida esa cantidad de años.

En los comienzos de la historia egipcia no había nombres para los meses del año civil y la fórmula “en el año 39 de Peret” puede traducirse como significando el 79 mes del año. Al fin de las tres estaciones, constituidas por meses de treinta días cada una, lo que daba un total de 360 días, se añadían 5 días extraordinarios, llamados “epagomenae,” para completar el año de 365 días.

Desde mediados del segundo milenio a. de J. C., poco a poco se dejó de designar a los meses por número, para comenzar a emplear nombres que se hallaban en uso en el calendario lunar. En el último período al cual se refiere íntimamente nuestro estudio, se usaban solamente estos nombres de los meses. Puesto que se los emplea en las fechas de los papiros árameos que estudiaremos más adelante, hemos hecho la lista de ellos aquí:

Thoth 30 días

Pharmuthi 30 días

Pahophi 30 días

Pachons 30 días

Athyr 30 días

Payni 30 días

Choiak 30 días

Epiphi 30 días

Tybi 30 días

Mesore 30 días

Mechir 30 días

Epagomenae 5 días

Phamenoth 30 días

            ——————

Total 365 días

La regularidad y sencillez del calendario egipcio, tal como puede apreciarse por la lista que hemos dado[17], facilita la tarea de convertir una fecha egipcia en su equivalente del calendario juliano, para los períodos en que se conoce el día de Año Nuevo. Esto ha sido posible para los 7 ½ siglos que precedieron al nacimiento de Cristo gracias al astrónomo greco-egipcio Ptolomeo, cuya obra consideraremos con cierta extensión.

El Canon de Ptolomeo. Claudio Ptolomeo, o simplemente Ptolomeo, era un notable matemático astrónomo y geógrafo que vivió en Alejandría en el siglo 11 de nuestra era. Su fama se debe mayormente a su teoría astronómica, incorporada a su monumental obra griega sobre astronomía titulada “Mathematike Syntaxis” (Composición Matemática), más conocida por el nombre árabe de “Almagesto”. Esta obra que sobrevive totalmente, es un desarrollo de la obra de Hiparco de Rodas, cuyos escritos no existen. La teoría de Ptolomeo que consideraba a la tierra como un globo a cuyo alrededor giraban los cuerpos celestes en complicados círculos, constituye la explicación corriente del universo que se daba hace 1.400 años[18].

En su “Almagesto” Ptolomeo frecuentemente da fechas basadas en la observación, para demostrar su teoría de los movimientos de la luna y otros cuerpos celestes. En esta obra menciona 19 eclipses lunares a través de nueve siglos, fechados en el año, mes, día y hora, mayormente en términos del año regio de varios reyes[19]. Estas fechas son extraordinariamente valiosas para la cronología porque capacitan al astrónomo moderno para verificar los cálculos de Ptolomeo. Puesto que los intervalos entre las observaciones eran importantes para su teoría de los movimientos celestes, Ptolomeo añadió una especie de apéndice a su “Almagesto,” constituido por una lista o canon de reyes en la cual se indicaba el comienzo y el fin de cada reinado y que había de servir como una escala cronológica para verificar los datos astronómicos que estaba registrando[20].

El primer rey mencionado en el canon de Ptolomeo es el monarca babilonio Nabonassar. cuyo primer año regio comenzó de acuerdo con el cómputo egipcio el l9 de Thoth, el día de Año Nuevo egipcio, y en la fecha del calendario juliano que ha sido establecida por eclipses lunares, como ser el 26 de febrero de 747 a. de J- C.[21]. Este es el punto de partida de lo que se ha dado en llamar la era de Nabonassar. El canon da el número del año regio de cada rey mencionado: primeramente de los gobernantes babilonios, a continuación de los persas, de Alejandro Magno y sus sucesores ptolomeos en Egipto, y finalmente de los emperadores romanos, y la lista se cierra con Antonino Pío. El propósito de Ptolomeo no era dar una lista histórica completa de los reinados, sino más bien tener una escala cronológica conveniente para fijar los intervalos entre las diversas observaciones astronómicas discutidas en su Almagesto.” Puesto que cada año debía llevar el nombre de un año regio, no llenaba el propósito de Ptolomeo hacer una lista de los monarcas que reinaron menos de un año; de allí que no sorprenda el hecho de que no los encontremos incluidos en su canon.

Pasando por alto los distintos métodos de computar el tiempo usados en los países implicados, Ptolomeo sistemáticamente empleó su año calendario egipcio de 365 días. Puesto que el punto de partida de la era de Nabonassar, el l9 de Thoth del año 747 a. de J. C. (26 de febrero), ha sido establecida por 19 eclipses lunares, podemos fijar cualquier año de cualquiera de esos reyes de acuerdo con el año calendario egipcio, y computarlo en la fecha correspondiente de la era precristiana. Ese es un proceso fácil, dado que el Año Nuevo egipcio retrocede un día cada cuatro años en el calendario juliano, que es el que se emplea para fijar las fechas de la era anterior al Señor.

El calendario juliano

El calendario juliano, llamado así en honor de Julio César, quien lo introdujo en el mundo romano, constituyó el paso siguiente en el desarrollo lógico del calendario solar empleado por los egipcios al adoptar su año de 365 días y corregir la aproximación de ¼ de día.

El primer calendario usado por los romanos era lunar. Siendo que un año lunar es más corto que el año solar natura), es necesario alargarlo periódicamente, como ya ha sido explicado, para mantener los meses en armonía con las estaciones. En tiempos de César el calendario romano se encontraba alejado unos dos meses del comienzo de las estaciones por causa de que los funcionarios habían dejado de hacer las añadiduras necesarias periódicamente. Por fin Julio César tomó medidas drásticas para remediar la situación. Para corregir el desplazamiento del año, instituyó un año de 445 días, y el 5 de enero del año 45 de la era precristiana estableció un año puramente solar, trazado por el astrónomo egipcio Sosígenes. Se basaba en el año egipcio de 365 días, pero hacía provisión para añadir un día cada cuatro años, mejora que los egipcios nunca habían practicado. César mantuvo el día del Año Nuevo en el l9 de enero (el comienzo de las funciones de los cónsules), y conservó los antiguos nombres, aunque ya pasados de moda, de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, que habían sido, como su etimología lo indica, los meses 79, 89, 99 y 109 respectivamente[22].

Cuando el sucesor de Cesar, Augusto, hizo de Egipto una parte del Imperio Romano, introdujo el año bisiesto juliano en la estructura del antiguo calendario egipcio, fijando el l9 de Thoth, que antes se movía a través de todo el año, al 29 de agosto (30 de agosto en los años bisiestos). Durante el período del Imperio varias provincias orientales ajustaron sus antiguos meses al calendario romano. La versión siria del calendario juliano, por ejemplo, sobrevive aún en muchos países árabes paralelamente con el calendario lunar no corregido de los mahometanos[23]. Conserva en su mayoría los antiguos nombres de los meses lunares semíticos, comenzando por lo tanto con el 1° de Teshrin, que coincide con nuestro octubre y tiene 31 días, y su mes Shubat, que coincide con nuestro febrero y que tiene 28 ó 29 días[24].

El calendario juliano fué adoptado, con los nombres de los meses y todo, en las provincias occidentales. Por consiguiente fue empleado en el mundo europeo universalmente hasta la revisión gregoriana de 1582, y en muchos países hasta mucho más tarde todavía. En efecto, el calendario gregoriano es básicamente el mismo que el calendario juliano, con la excepción de que elimina tres 29 días en febrero cada cuatro siglos[25].

Los astrónomos emplean el cómputo juliano sin variantes hasta la actualidad por su conveniente regularidad, y los historiadores fechan todos los acontecimientos acaecidos antes de Cristo en base al calendario juliano extendido teóricamente hacia el pasado, como si hubiera estado en uso en ese entonces.

El calendario babilonio

Los babilonios celebraban su día de Año Nuevo en primavera, lo que era natural hacer en el valle de Mesopotamia. Tan pronto como las nieves se fundían en las montañas de Armenia, el volumen de las aguas de los dos ríos, el Tigris y el Éufrates, aumentaba a tal punto que los canales destinados a la irrigación de la baja Mesopotamia se llenaban, e infundían nueva vida en todas partes. Es probable que el equinoccio vernal haya tenido alguna influencia decidida en la fijación del día de Año Nuevo en primavera, pero no hay seguridad al respecto. Cualesquiera hayan sido las razones, sabemos que desde los tiempos más antiguos de la historia babilónica, el día de Año Nuevo se celebraba a fines de marzo o en abril[26].

Los babilonios no tenían un año puramente solar, y su así llamado año lunisolar consistía en doce meses de longitud desigual, que tenían 29 ó 30 días cada uno, lo que daba un año de doce meses lunares, con un total de 354 ó 355 días. Puesto que el año lunar era aproximadamente 11 días más corto que el solar, ya fuera el 69 mes, llamado Ululu, o el 129 mes, llamado Addaru, se repetían cada dos o tres años. Cada año con sus trece meses se denominaba embolismal, o bisiesto, y tenía 383 ó 384 días[27].

Antes del siglo IV a. de J. C. no había una clara secuencia en la inserción de los meses embolismales, pero cuando gracias a la observación se descubrió que 19 años solares contenían aproximadamente el mismo número de días que 235 meses lunares, se practicó un sistema de intercalación mas uniforme. En el siglo IV, el así llamado ciclo de 19 años, en el cual el 3°, el 6°, 8°, el ll°, el 17° y el 19° eran años embolismales, llegó a ser un sistema regular para emplear el año lunisolar en Mesopotamia. Esta regularidad se había logrado más o menos en el siglo VI a de J. C. pero cierta cantidad de excepciones ponen en evidencia su elasticidad antes del siglo IV [28].

En los comienzos de la historia de Babilonia parece que no había un sistema regular para determinar cuándo un Ululu (el 69 mes) o Addaru (el 129 mes) debían repetirse. Más adelante, cuando se fijó más definidamente el ciclo de 19 años, el segundo Addaru. se insertaba seis veces y el segundo Ulula una vez (cada 17 años) en cada ciclo. Para el estudio de este calendario la excelente monografía publicada por R. A. Parker y W. H. Dubberstein bajo el título de “Babylonian Chronology” (626 a. de J. C.—45 de J. C.), tiene tablas completas de calendarios que contienen todos los años embolismales conocidos en la época de la publicación de la monografía, y fechas aproximadamente correctas para el comienzo de cada mes babilonio para la época señalada en el título[29]. Esta obra nos permite convertir sin esfuerzo cualquier fecha babilónica en su equivalente del año juliano, con bastante exactitud.

La costumbre babilonia de comenzar cada mes después que la luna en creciente se podía observar por primera vez, es responsable de la longitud desigual de los meses. Puesto que el comienzo de los meses dependía de la vista del observador y del tiempo, los meses comenzaban ocasionalmente un día más tarde de lo que habrían podido comenzar si el tiempo hubiera sido más favorable, y si la luna creciente hubiera sido visible la tarde anterior. Por eso, Nisanu o cualquier otro mes, podía tener 29 días y al año siguiente 30. La reconstrucción del calendario babilónico hecha recientemente en la obra de Parker y Dubberstein basa sus fechas en los comienzos de los meses teniendo en cuenta un razonable “período de traslación,” pero las fechas a las cuales se llega mediante este método deben ser descartadas en un 30%, según admiten los mismos autores de las tablas[30]. Este hecho le da siempre al calendario babilonio un cierto grado de incertidumbre que no se encuentra en los calendarios solares fijos de los egipcios. Para todos los propósitos prácticos, las fechas expresadas en términos del calendario babilonio a partir del siglo VIII a. de J. C., realmente pueden fijarse con un margen de error de solamente un día. No obstante, siempre debemos recordar que no se puede obtener seguridad absoluta con las fechas babilonias.

Los nombres de los meses babilonios[31], que fueron adoptados por los judíos durante el cautiverio, son los siguientes (con los nombres judíos entre paréntesis)[32]:

  1. Nisanu (Nisán)
  2. Aiaru (Tyyar)

3. Simanu (Sivan)

4. Duzu (Tammuz)

5. Abu (Ab)

6. Ululu (Elul)

7. Tashritu (Tishri)

8. Arashamnu (Marcheshvan o Heshvan)

9. Kislimu (Kislev)

10. Tebety (Tebeth)

11. Shabatu (Shebat)

12. Addaru (Adar)

Después de haber abarcado los principales calendarios antiguos que se relacionan con las fechas que aparecen en los documentos que vamos a estudiar, dedicaremos el capítulo siguiente a examinar el calendario hebreo.


Referencias

[1] Parker y Dubberstein, Op. cit., págs. 1, 24.

[2] Gen. 1:5, 8. etc.; Lev. 23:32; véase Mar. 1:32.

[3] Richard A. Parker, “The Calendars of Ancient Egypt, Ptolemy’s,” pág. 10: Los cómputos parecen indicar que los días comenzaban con la salida del sol.

[4] Plinio, “Natural History,” tomo 2, pág. 79 (Ed. Loeb, tomo 1, págs. 319, 321); Varro, citado en Aulo Gelio, “Attic Nights,” tomo 3, pág. 2 (Ed. Loeb, tomo 4. págs. 239, 241); Plutarco, “Moralia,” The Roman Questions, Nº 84 (traducción de Mau de, págs. 36, 37). Las declaraciones clásicas de los romanos con respecto al comienzo del día entre ellos, son correctas, pero es necesario tener cautela con las que formulan acerca del comienzo del día entre otros pueblos, pues la mayor parte de ellas son erróneas.

[5] Parker, “The Calendars of Ancient Egypt” págs. 9-23.

[6] Parker y Dubberstein, Op. cit., pág. 1.

[7] Parker, “The Calendars of Ancient Egypt,” págs. 9-23.

[8] Véase la sección del calendario egipcio, que aparece más adelante.

[9] Véanse más adelante las explicaciones de los calendarios juliano y gregoriano.

[10] Ernst F. Weidner, artículo Der Altassyrische Kalender, en “Archiv für Orientforschung,” tomo 5, págs. 184, 185 (1928-29); también su artículo Aus den Tagencines Assyrischen Schettenkonigs, en “Archiv für Orientforschung,” tomo 10, págs. 27-29 (1935-36).

[11] Parker y Dubberstein, Op. Cit., pág. 1.

[12] O. Neugebauer, artículo Die Bedeutungslogiskeit der Sothisperiode für die Aelteste Aegyptische Chronologie, en “Acta Orientalia,” tomo 17, págs. 169-195 (1938); también su artículo The Origin of the Egyptian Calendar, en Journal of New Eastern Studies (de aquí en adelante abreviado JNES), tomo 1, págs. 396-403, 1942.

[13] Eduard Meyer, Aegyptische Chronologie” (Abhandlungen der Kóniglichen Preussischen Akademie der Wissenschaften, Klasse Fil.-Hist., Berlín, 1904, part. 1), págs. 1-212, también su “Nachtrage zur Agyptischen Chronologie” (Ibid., 1907, par. 3), págs. 1-46.

[14] Parker, “The Calendars of Ancient Egypt,” Pág. 7.

[15] Alan H. Gardiner, “Egyptian Grammar,” págs. .203-205.

[16] Ibid.

[17] Parker, “The Calendars of Ancient Egypt,” pág. 8.

[18] Henry Norris Russel, Raymond Smith Dugan,. John Quincy Stewart, “Astronomy,” tomo 1, págs. 243, 244; Ágnes Mary Clerke, artículo Astronomy: History of Astronomy en “Encyclopaedia Britannica” tomo 2, pág. 583 (1945).

[19] “Almagesto” de Ptolomeo. tomo 4, págs. 6-9, y tomo 5. pág. 14. etc. Traducido por R. Latesby Taliaferro, en “Great Books of the Western World.” tomo 16. págs. 123, 129, 134- 137, 140-142, 172, etc.

[20] El canon aparece en el apéndice A, pág. 466, del tomo mencionado anteriormente.

[21] Esta fecha puede fijarse gracias a que Ptolomeo no solamente verifica los eclipses dando el dato hasta de la hora en su propio calendario, sino que da también en la mayoría de los casos el número de años egipcios de 365 días, y los días y las horas desde el punto de partida de la era. (Ibid., pág. 140-142, 172.)

En cuanto a la posibilidad de confundir cualquiera de estos eclipses con otros ocurridos en la misma fecha de años diferentes, debe notarse que un eclipse lunar sólo se produce cuando hay luna llena. Una luna llena puede repetirse en la misma fecha en nuestro calendario sólo cada 19 años, pero reaparece en el calendario egipcio, con sus fechas que retroceden a través de las estaciones, sólo cada 25 años. Para observar la repetición de una fase de la luna en los calendarios juliano y egipcio, véase la presentación gráfica de Lynn H. Wood, en el artículo The Kahun Papyrus and the Date of the Twelfth Dynasty (con diagrama), en Bulletin of the American Schools of Oriental Research (de aquí en adelante abreviado BASOR), N” 99, pág. 5-9 de octubre de 1945.

Además, no todas las lunas llenas pueden resultar en eclipse; esto puede ocurrir sólo unas dos veces al año. Por lo tanto la posibilidad de que un eclipse lunar se repita en la misma fecha egipcia se reduce aún más.

Por otro lado los 19 eclipses de Ptolomeo, fechados por el año, el día y aun la hora en que ocurrieron, están todos en perfecta armonía, y varios astrónomos que han hecho los cálculos mediante métodos modernos, varían en las fechas sólo en fracciones que no llegan a una hora. Las tablas de Oppolzer sobre los eclipses lunares demuestran que el término medio de variantes entre su cómputo y el de Ptolomeo es de sólo diez minutos. (Para los eclipses lunares de Ptolomeo, véase Tehodor von Oppolzer. Syzygien-Tafeln für den Mond, págs. 31-34; para los datos astronómicos, véase su “Canon der Finsterniss,” págs. 332 y siguientes.)

[22] F. E. Aclock, artículo Caesar’s Dictatorship, CAH, tomo 9, pág. 696; “Dio Cassius Román History,” tomo 43, pág. 26 (ed. de Loeb, tomo 4, pag. 259); Plutarco, “Julias Caesar,” pág 59 (ed. Loeb, tomo 7, págs. 579, 581).

[23] El calendario mahometano tiene doce meses lunares, y no sigue el método de ins|3rtar meses intercalares como los calendarios babilonio y judío. Por lo tanto se atrasa en once días al año, y frecuentemente recorre todo el ciclo de las estaciones.

[24] Ginzel “Handbuch,” tomo 1, págs. 225-228, 263, 264; véase también Parker, “The Calendars of Ancient Egypt,” pág. 8; G. W. Thatcher, “Arabic Grammar,” pág. 218.

[25] Cuando César adoptó el año de 365 días, que importó de Egipto, eliminó la diferencia que existía en el calendario al introducir el año bisiesto, de 366 días, una vez cada cuatro años. No obstante, el verdadero año solar es una fracción menor de 365 días y 1/4. De allí que al añadir un día cada cuatro años, o 100 en cuatro siglos, es necesario hacer una leve corrección, puesto que sólo se necesitan 97 años bisiestos en cuatro siglos para mantener al calendario en armonía con el movimiento de la tierra en torno al sol. Por lo tanto, mientras estuvo en uso el calendario juliano, los equinoccios y los solsticios, que señalan las cuatro estaciones del año verdadero, completaban su circuito una fracción antes en relación con el año calendario y de este modo virtualmente caían en fechas anteriores.

Gradualmente este cambio produjo preocupación debido a sus efectos sobre la fiesta de la Pascua, que cada vez caía más y más tarde en la primavera. En el siglo IV de la era cristiana, cuando se estableció por primera vez el método de calcular la Pascua, la fecha del equinoccio era el 21 de marzo. Esta fecha se había movido gradualmente hacia adelante de tal modo que en 1582 caía 10 días después del equinoccio, el último de los cuales ocurrió el 11 de marzo de 1582.

Los astrónomos habían abogado durante mucho tiempo por la corrección de este error. De allí que el Papa Gregorio XIII tratara de restaurar la fecha del 21 de marzo como fecha del equinoccio vernal, y por lo mismo, para colocar la Pascua en el lugar en que se encontraba en el siglo IV, decretó que el día siguiente al jueves 4 de octubre de 1582, no se lo llamara viernes 5 de octubre, sino viernes 15, con lo que se eliminaron los diez días de exceso que había en el calendario, que habían ido añadiéndose desde los comienzos del siglo IV. Más adelante legisló para que el año comenzara uniformemente el 1° de enero, y para evitar nuevas discrepancias entre el año calendario y el astronómico, decretó que de allí en adelante los años que no fueran divisibles por 400 (1700, 1800, 1900, 2100, etc.) no deberían ser considerados años bisiestos.

Este calendario gregoriano fué aceptado inmediatamente por los países católicos, pero no por los protestantes sino hasta mucho más tarde. Inglaterra y las colonias norteamericanas lo introdujeron sólo en 1752, época en que el hecho de haber considerado al año 1700 como bisiesto había influido para que el error en el cómputo de los días se alargara a once. Los países de la Europa oriental sólo lo adoptaron en el siglo presente. (Peter Archer, “The Christian Calendar and the Gregorian Reform,” págs. 10, 11, 75; John Gerard, artículo Chronology, en “The Catholic Encyclopedia” tomo 3, pág. 739, 740.)

[26] S. Lagdon, “Babylonian Menologies and the Semitic Calendars,” pág. 1 y siguientes.

[27] Parker y Dubberstein, Op. cit., pág. 1

[28] Id., págs. 2,5

[29] Id., págs. 25-46

[30] Id., pág. 23

[31] Id., pág. 24

[32] Seis son de los doce nombres de los meses babilionios son mencionados en los libros escritos después del cautiverio, como ser, los libros de Zacarías, Ester, Esdras y Nehemías, y las referencias son las siguientes: (1) Nisán (Est. 3:7; Neh 2:1); (3) Siván (Est. 8:9); (6) Elul (Neh. 6:15); (9) Chisleu (Kislev) (Zac. 7:1; Neh. 1:1); (10) Tebeth (Est. 2:16); (12) Adar (Est. 3:7, 13; 8:12; 9:1, 15, 17, 19, 21; Esd. 6:15).