El propósito de este estudio consiste en examinar la base cronológica de la profecía de los 2.300 días de Daniel 8:14. Los adventistas le hemos dado por más de cien años un lugar importante a la profecía de la purificación del santuario en el tiempo del fin (Dan. 8:14, 17), después de los 2.300 días proféticos. Hemos identificado el punto de partida de este período profético con el comienzo de las setenta semanas (Dan. 9:24-27), en ocasión de la “salida de la palabra para restaurar y edificar a Jerusalén,” y muchos otros expositores bíblicos anteriores han situado este evento en la época de Esdras, quien viajó de Babilonia a Palestina “en el séptimo año del rey Artajerjes” (Esd. 7:7), acontecimiento que durante mucho tiempo la mayoría de los expositores bíblicos fijaron en el año 457 a. de J. C.

 Se estimó el otoño del año 457 a. de J. C. como el momento cuando este decreto de Esdras adquirió validez, y de allí que se lo considerara el punto de origen de los 2.300 años. Los adventistas recibieron como herencia, por así decirlo, las fechas (aunque no la interpretación de los acontecimientos finales) de la interpretación que de la profecía de los 2.300 días hicieron las milleritas y otros antiguos expositores, y han continuado empleándolas.

 Pero desde ese entonces, particularmente en las últimas décadas, se han hecho notables progresos en el conocimiento de la historia antigua. Se han exhumado miles de documentos originales, muchos de los cuales dan testimonio de las narraciones históricas de las Escrituras, y arrojan luz sobre la cronología bíblica. Los documentos comerciales fechados, como ser contratos, acontecimientos, recibos, etc., escritos en tabletas de arcilla en Babilonia y en papiro en Egipto, nos han dado un conocimiento mucho más exacto de los antiguos calendarios y sistemas de cómputo. Como resultado de todo esto se han aclarado muchos puntos inciertos de la cronología.

 Puesto que los fundamentos históricos y cronológicos para explicar las fechas empleadas en relación con las profecías se derivaban de antiguas fuentes, que constituían norma en su época, pero que hoy resultan completamente anacrónicas debido a los nuevos descubrimientos, se ha hecho necesario examinar los documentos antiguos disponibles en la actualidad, que pueden arrojar luz sobre la historia y la cronología de la Biblia, a fin de obtener el beneficio de una información más actualizada y digna de confianza.

 Este estudio tiene relación con el examen de la fecha fundamental del período profético de los 2.300 días: vale decir, del año 457 a. de J. C., pero a la luz de estas nuevas evidencias. Los comentarios bíblicos y las obras de historia antigua más usadas, que fechan el regreso de Esdras de Babilonia, presentan el año 458 en lugar de esa fecha, 457 a. de J. C. El propósito de este trabajo consiste en exponer los resultados de la investigación que demuestran que la fecha que hemos fijado para este acontecimiento es correcta.

 Pero antes de que el lector pueda comprender la aplicación de la cronología en este problema, o valorar las conclusiones que de ella se desprenden, deben relacionarse con los elementos básicos de los antiguos métodos de computar el tiempo, puesto que son diferentes de los nuestros.

 Partiendo de lo conocido para llegar a lo desconocido. comenzaremos por examinar nuestro propio sistema de computar el tiempo. Los nombres enero, febrero, marzo, etc. son romanos, y el año de 365 días fue traído de Egipto a Europa por Julio César, quien le añadió el año bisiesto. Este calendario juliano, heredado por las naciones que sucedieron al Imperio Romano, nos ha llegado levemente corregido con el nombre de calendario gregoriano. Tal sistema, juntamente con la costumbre de individualizar mediante las iniciales a. de J. C. y de J. C. de origen medieval, se ha extendido por todo el globo gracias a la expansión europea, hasta llegar a hacerse familiar en países remotísimos que tienen calendarios completamente diferentes.

 De este modo una gran parte del mundo actualmente está acostumbrado, no solamente a fechar los acontecimientos modernos en base al calendario gregoriano y a la era cristiana, sino incluso a fechar los acontecimientos históricos de la antigüedad como si el calendario juliano y la escala de los años anteriores a Cristo se extendiera indefinidamente hasta el remoto pasado. Decimos, por ejemplo, que Jerusalén cayó ante las fuerzas de Nabucodonosor en 586 a. de J. C., que Ciro murió en agosto del año 530 a. de J. C., y que Alejandro el Grande falleció en junio del 323 a. de J. C. Debido a la costumbre que tenemos de emplear tal sistema de cómputo, nos resulta difícil comprender que los registros originales, gracias a los cuales conocemos éstos y otros acontecimientos de la antigüedad, nos llegaron fechados en base a sistemas de cómputo totalmente diferentes de los nuestros.

 Analicemos brevemente las tres fechas mencionadas y veamos cómo cada una de ellas se basa en sistemas cronológicos diferentes unos de otros. Para la caída de Jerusalén tenemos la declaración bíblica que fecha el acontecimiento para el año 19° de Nabucodonosor y 11° de Sedecías. El año 19° del reinado de Nabucodonosor resulta más fácil de ubicar que muchos otros, debido a que los arqueólogos han encontrado un documento del tiempo de Nabucodonosor que da una serie de observaciones astronómicas fechadas en el año 37°, lo que permite localizar este año de la era precristiana en forma inconfundible, y por lo tanto, también el año 19°. No obstante, debemos conocer también la relación que existe entre los años del monarca babilonio Nabucodonosor, y los del rey judío Sedecías, a fin de estar seguros de la fecha en que cayó la ciudad.

 Para la muerte de Ciro el Grande tenemos el canon de Ptolomeo y un documento que registra una serie de eclipses contemporáneos, que necesariamente fijan el primer año de su sucesor, Cambises, en la primavera del año 529 a. de J. C., siguiendo al año 9º de Ciro el Persa. Otras tabletas babilónicas indican la época del año en que terminó su reinado.

 Para la muerte de Alejandro existe un documento que fecha el acontecimiento en el primer año de la 114º Olimpíada, un sistema griego de cómputo que se empleó en la época clásica.  

 Diferentes sistemas de cómputo y calendarios, a veces más variables y menos exactos que los que hemos mencionado, deben ser puestos uno al lado del otro mediante métodos cuidadosos y a veces trabajosos a fin de fechar los acontecimientos de la antigüedad. Algunos pueden ser fijados exactamente en el año que les corresponde de la era precristiana, y otros sólo en forma aproximada.

 La necesidad de comprender estos problemas resulta obvia cuando consideramos el caso de los acontecimientos históricos relacionados con el comienzo del período profético de los 2.300 días: el viaje de Esdras a Jerusalén duró desde el 1° hasta el 5° mes del “séptimo año del reinado de Artajerjes.” La fecha se dio en base a un año de gobierno de un monarca persa registrado por un judío de Babilonia que escribía a judíos de Palestina acerca de acontecimientos relacionados con este último país. A fin de asignar estos acontecimientos con toda certidumbre a una fecha precisa de la era precristiana, debemos responder a una cantidad de preguntas: ¿Qué quería decir Esdras cuando habla de 1° y el 5° mes, y qué clase de calendario usaba él? ¿Qué quería decir al fijar su regreso de Jerusalén en el 7º año del reinado del rey Artajerjes? ¿Registró esta fecha en base a la fecha de ascensión del monarca o al año calendario? Si empleó el último sistema, ¿usó el sistema persa o el judío para calcular los años? Si usó el método judío, ¿cuál de los sistemas que se sabe emplearon los judíos usó él? Elementos tan diversos como éstos conforman el problema de fijar los acontecimientos antiguos en las eras precristiana y postcristiana. Por lo tanto, los cuatro primeros capítulos se dedicarán a dar una explicación fundamental de los hechos necesarios acerca de los antiguos métodos de cómputo que son fundamentales para una interpretación correcta de las fechas bíblicas en general y de las relacionadas con la profecía de los 2.300 días en particular.

 Un estudio cuidadoso de los dos primeros capítulos es indispensable por lo tanto para una comprensión de los capítulos tercero, cuarto y quinto que se relacionan con los problemas específicos del calendario judío y de la cronología de Esdras 7, y el apéndice presenta una exposición detallada de algunos documentos judíos extrabíblicos del siglo V a. de J. C., por medio de los cuales se establece la corrección de las conclusiones mencionadas en el capítulo 6. Para una comprensión de la solución del problema que se discute, la lectura del apéndice no es esencial, pero el material abarcado en él se incluye para aquellos que quieren tener toda la evidencia en la cual se basa nuestro conocimiento del calendario judío del siglo V a. de J. C.

Diferentes sistemas de cómputo

La necesidad de fechar ciertos acontecimientos se hizo sentir desde las épocas más primitivas. Por eso mismo encontramos, no solamente en los registros primitivos de la Biblia, sino en los de muchas otras naciones antiguas, diversos métodos empleados para fechar los acontecimientos. Los registros más antiguos de la Mesopotamia revelan que hubo razones económicas que indujeron a inventar sistemas por medio de los cuales se pudiera fijar el tiempo; por ejemplo, para determinar cuánto arriendo se debía pagar por un animal durante cierto tiempo, o por el alquiler de una casa, etc. No obstante, los antiguos no supieron cómo delimitar el tiempo de acuerdo a una era, tal como estamos acostumbrados a hacerlo los modernos, una era que tuviera un punto definido de partida (como el nacimiento de Cristo en la era cristiana), y que le asignara a cada nuevo año un nuevo número sin ninguna interrupción y sin considerar los acontecimientos que ocurrieron en su transcurso.

Listas de nombres de años

El método más antiguo de establecer un sistema cronológico, practicado por los sumerios y babilonios, consistía en darle un nombre a cada año, que generalmente se relacionaba con el acontecimiento más conspicuo del año anterior. De este modo, el séptimo año de Hamurabi, por ejemplo, se llamaba “el año en que Uruk e Isin fueron tomados,” y el 10° de su reinado recibió el nombre de “el año en que el ejército y el pueblo de Malgu fueron destruidos,” a pesar de que en ambos casos los acontecimientos a que se referían habían acontecido respectivamente en el año anterior [1]. En las diversas oficinas y ciudades se conservaban listas completas de todos los nombres de los años que abarcaban un período razonable, de manera que se podía determinar cuántos años habían pasado si un hombre reclamaba, por ejemplo, que alguien le debía el alquiler de un terreno desde el “año en que Uruk e Isin fueron tomadas” hasta “el año en que el ejército y el pueblo de Malgu fueron destruidos.” En base a dichas listas se podía decidir que entre los dos recién mencionados se encontraban los siguientes: 1) el “año en que la tierra de Emutbal (¿fue?) [destruida],” y 2) el “año en que el canal Hamurabi-hegal (fué cavado).” A pesar de que tal sistema de cómputo nos resulta demasiado complicado para nosotros, que sin vacilar un momento podemos decir cuántos años han pasado entre 1950 y 1953, se lo practicó por muchos siglos en Mesopotamia.

Los cánones epónimos

Otro método de establecer los años fue introducido por los asirios. Un alto funcionario, que podía también ser el rey, era nombrado una vez en su vida para servir durante un año como limmu, cargo honorario que no requería la realización de ningún deber, sino meramente que su nombre se aplicara al año en el cual era limmu. El equivalente griego de limmu asirio es la palabra eponym; de allí que las listas cronológicas que contienen los nombres de los limmu se conocen con el nombre de cánones epónimos [2]. El epónimo del año cuando el rey Sargón II ascendió al trono tenía por nombre Nimurta-ilaia 3, y todos los documentos fechados durante ese año se fechan en “el año Nimurta-ilaia.” Este epónimo fue seguido al año siguiente por el de Naba-taris, y todos los documentos fechados llevaban la inscripción “el año Nabu-taris” [3]. Las listas de los epónimos, tal como las de los nombres de los años en la antigua Babilonia, se conservaban para propósitos legales relativos al comercio. Este sistema de cómputo fue empleado por los asirios desde el año 2.000 a. de J. C. hasta el fin del imperio en la última parte del siglo VII de la misma era.

Los años regios

Desde los albores de la historia, el sistema de fechar empleado en Egipto estaba en armonía con los años de reinado de cada monarca, llamados por eso mismo años regios. Este sistema fue introducido también en Babilonia por los gobernantes casitas de mediados del segundo milenio a. de J. C. Puesto que este sistema de cómputo es el que se emplea en los documentos bíblicos y extrabíblicos relacionados con este estudio, lo explicaremos con más detalles que los previamente mencionados, que no tienen ninguna relación con el tema que estamos tratando.

 Para el término medio de la gente de la actualidad, la expresión “primer año de Darío” significa naturalmente los primeros doce meses de su reinado, comenzando con la fecha de su ascensión al trono. De este modo, en efecto, contando los aniversarios de la ascensión de los monarcas, se computan los años de reinado de los monarcas británicos, y en base a estos años regios se fechan las leyes del imperio[4]. Pero en la vida cotidiana es mucho más conveniente fechar en base al calendario que siempre comienza en la misma fecha, y que se computa en base a un largo período, como la era cristiana, por ejemplo.

 Durante el período de los monarcas babilónicos y persas con los cuales se relaciona la primera parte del estudio, se encuentran fórmulas semejantes a las siguientes: “En el mes de Nisán. en el año veinte del rey Artajerjes” (Neh. 2:1). Pero los habitantes de la antigüedad empleaban dos métodos por medio de los cuales obviaban las dificultades inherentes al sistema de contar los años de acuerdo con los aniversarios de cada monarca. Dejando de lado las diversas fechas en que realmente se producían los ascensos al trono, computaban todos los reinados, de tal manera que el año regio coincidiera con el año calendario. La diferencia entre los dos métodos por medio de los cuales se hacía esto se encontraba en la forma de considerar el intervalo entre el día de la ascensión del monarca al trono y el siguiente día de Año Nuevo.


Referencias:

[1] Los ejemplos de todos los nombres de años están tomados de la obra de Samuel A. B. Mercer, “Sumero-Babylonian Year-Formulae,’’ págs. 35, 36.

[2] A. Ungnad, “Eponymen” en “Reallexikon der Assyrologie,” tomo 2, págs. 412-457 (1938); véase también Sidney Smith, “The Foundation of the Assyriam Empire,” “The Age of Ashurbanipal,” en “The Cambridge Ancient History” (de aquí en adelante abreviado CAH), tomo 3, págs. 3, 92, 93.

[3] Ungnad. op. cit., pág. 424; Daniel D. Luchenbill, “Ancient Records of Assyria and Babylonia,” tomo 2, pág. 437.

[4] Frederick C. Hicks, “Materials and Methods of Legal Research,” pág. 430.