El Apocalipsis, como su propio nombre lo indica, es una revelación de la historia cuyo rasgo peculiar consiste en que el revelador es el personaje central, el punto de referencia, sin el cual la historia queda desprovista de sentido. De ahí la gran importancia que se confiere al citado libro en estos días, cuando la incertidumbre acerca del futuro se aloja en cada corazón y hasta los más fieles cristianos amenazan con vacilar. Conocer el mensaje apocalíptico y mantener una buena relación con Cristo, el Revelador, es sumamente útil y necesario.

“El Libro es para el cristiano un estímulo para la fe, un tónico en las pruebas de la vida y una seguridad de salvación en Cristo”.[1]

I. Cristología del Apocalipsis

El Apocalipsis comienza con las palabras: “La revelación de Jesucristo”; que tanto en griego como en castellano pueden significar una revelación dada por Jesucristo, o una revelación acerca de él.

Algunos comentadores han optado por la segunda interpretación, alegando que el propósito de Juan era presentar a Jesús como el Jefe invisible de la iglesia, la cual ya comenzaba a soportar privaciones. De hecho, el Apocalipsis se prestaba mucho para infundir confianza y ánimo a los aturdidos seguidores de la secta naciente.

Otros, la mayoría de los expositores, recordando la frase del versículo 1: “para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto”, prefieren entender que la visión vino de parte de Jesús para revelar hechos, profecías relacionadas con el desarrollo y los problemas futuros de la iglesia.

Lo cierto es que nadie que piensa así puede negar que “de todos los escritos del Nuevo Testamento anteriores al cuarto Evangelio, el Apocalipsis es el que contiene la cristología más desarrollada”.[2] Además, continuando con la cita de Féret: “el Libro está enteramente dominado por la persona de Jesús, de ahí que cualquier otra enseñanza se aferrará a ésta como un rayo a su foco luminoso…

“En realidad presenta, ya sea explícitamente formulados o manifiestamente presupuestos, los elementos de una verdadera síntesis cristológica”.[3]

A continuación estudiaremos las referencias cristológicas del citado libro bajo tres aspectos distintos. Primeramente: Cristo como el Cordero; el Salvador, o la realidad que había estado simbolizada por los holocaustos. Después se destaca la asistencia constante del Hijo de Dios a la iglesia en todos los tiempos. Como último aspecto aparece el Cristo Vencedor, el Rey de reyes para la eternidad.

¿Por qué? Porque estas tres alusiones de Jesucristo se destacan de manera especial en la revelación apocalíptica: el Cristo Salvador, el Sustentador y el Vencedor final. Y entre estas alusiones se encuentran todos los demás aspectos cristológicos del libro. También, porque puede afirmarse que este triple enfoque del mensaje del Apocalipsis aparece como el objetivo abarcante de todo el libro: alentar a los creyentes con la seguridad de la salvación, fortalecer su confianza en un Dios todopoderoso, y animarlos con vislumbres de la gloria futura.

II. El cordero

Es en los escritos del apóstol Juan donde se emplea el término “cordero” aplicándolo a Cristo. Sólo en el Apocalipsis aparece veintinueve veces. Por eso, y porque los judíos veían tanto significado en esa metáfora, merece un estudio aparte.

En el Antiguo Testamento el cordero simbolizaba muchas cosas, tales como la mansedumbre, el sufrimiento sin murmuración y el sacrificio expiatorio. Además, los judíos acostumbraban ilustrar la protección con la figura del “carnero-guía” que protegía y defendía el rebaño de los animales feroces.

¿En cuál de estos símbolos estaría pensando Juan al usar tan abundantemente el término?

“No nos. parece sabio procurar determinarlos, cuando estudiamos separadamente estos pasajes, pues la figura del cordero sima de imágenes que convergen en el Nuevo Testamento. Es probable que, conscientemente o no, estén todos presentes allí”.[4]

A pesar de esa dificultad se puede notar un doble carácter en el Cordero mencionado en el Apocalipsis. Primeramente está relacionado con el sacrificio, pues se lo presenta como el cordero muerto desde la fundación del mundo, que con su sangre compró para Dios a todos los hombres. Citamos los siguientes ejemplos: “han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apoc. 7:14); “nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apoc. 1:5). En segundo lugar, es el cordero vencedor que se dispone a luchar contra los enemigos del rebaño. Una de estas menciones es la siguiente: “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes” (Apoc. 17:14).

Si bien ese término fue muy caro y peculiar para Juan, y lo usó con tanta fluidez, nunca lo hizo con mayor sublimidad que en la descripción de la gran apoteosis del capítulo cinco. Tan bien se retratan en ese capítulo la obra, el poder y la gloria de Jesucristo, que el espíritu de profecía tiene una recomendación especial al respecto: “El quinto capítulo del Apocalipsis debe estudiarse detenidamente. Es de la mayor importancia para los que han de desempeñar una parte en la obra de Dios en estos últimos días”.[5]

Además de este capítulo, Juan continúa usando intensamente su símbolo favorito “por medio del cual el vidente, a su modo, proclama la verdad del Cristo que resucitó y ascendió al cielo”.[6]

Que ese objetivo del apóstol fue alcanzado, y más plenamente por el uso feliz de un término tan significativo, es algo que no lo puede negar quien considere atentamente el mensaje del Apocalipsis.

III. El eterno ayudador

Como quedó claro en el argumento final del punto anterior, existía la preocupación de dejar bien sentada la verdad de que Cristo resucitó y que está en el cielo velando por el bienestar de su “cuerpo”: la iglesia, los cristianos de todas las épocas. De hecho, éste es un punto básico, pues, como dice el apóstol Pablo: “si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana” (1 Cor. 15:17).

A la recién fundada iglesia, que bien pronto comenzó a beber el cáliz amargo de la opresión, Cristo es presentado como Aquel por medio de quien el pueblo de Dios alcanza el triunfo sobre sus enemigos.

El eminente teólogo católico H. M. Féret comenta el asunto en cuestión en los siguientes términos:

“En ese punto, ningún otro libro del Nuevo Testamento es tan evocador como el Apocalipsis. No hay mejor comentario acerca de este libro que la palabra del Señor que se encuentra al finalizar el Evangelio de San Mateo: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). Antes de pintar la apoteosis de Jesús y de recordar así su ascensión al misterioso cielo de la gloria divina, la revelación de Pat- mos juzgó necesario manifestar primero, en forma descollante, su presencia activa en el seno de las iglesias perseguidas. Ya se ve cuán reconfortante era tal mensaje. Hacer sentir a una tropa que combate la presencia del Jefe invencible en sus filas, es infinitamente más tonificante que evocar apenas, delante de ella, la gloria que lo rodea en su distante palacio”.[7]

En la primera carta (a la iglesia de Éfeso, o a la primera generación de cristianos), Cristo es presentado como “el que anda en medio de los siete candeleros” (Apoc. 2:1), indicando así su vigilante cuidado sobre las siete iglesias simbolizadas por los siete candeleros.

Notemos además la afirmación vigorosa de vida y presencia eternas contenida en la frase: “del que es y que era y que ha de venir” (Apoc. 1:4), donde lo presente ocupa el primer lugar, dando énfasis a la ayuda permanente del Cristo que vive para siempre jamás.

También se puede notar la insistencia en presentarse como activo entre las iglesias en las expresiones siguientes: “estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apoc. 1:18; 2:8) e “Hijo del Hombre” (Apoc. 1:13; 14:14), expresión esta última que tanto agradaba usar a Jesús para mostrar su parentesco con la raza humana.

¡Cuán valiosas han sido estas menciones del cuidado de Cristo, el Eterno Ayudador, para los cristianos primitivos! Asimismo el espíritu de profecía ha procurado mostrar, repetidas veces, que la misma mano que amparó a la fe cristiana en sus primeros y vacilantes pasos, está lista para actuar con igual desvelo en el fin de su historia, el cual será no menos dramático que su comienzo.

Cuánto valor, fe y santo temor tendrían los cristianos modernos si recordasen que: “El que no duerme, sino que obra incesantemente por el cumplimiento de sus propósitos, hará progresar su causa. Estorbará los planes de los impíos y confundirá los proyectos de quienes intenten perjudicar a su pueblo”.[8]

IV. El Rey de Reyes

Un libro como el Apocalipsis no sería completo si luego de presentar al Mesías como Salvador y Sustentador de su pueblo, se olvidase del final glorioso de la historia, ruando Cristo con toda magnificencia será declarado Rey de reyes y Señor de señores.

El vidente de Patmos tan felizmente se refirió a la realeza de Cristo que Féret juzgó posible la siguiente comparación: “En el Nuevo Testamento, la Epístola a los Hebreos os el gran libro del sacerdocio de Cristo. El Apocalipsis es el libro de su realeza universal”.[9]

Según algunos, la expresión “Rey de reyes y Señor de señores” fue extraída de Daniel 2:47, cuando Nabucodonosor se inclinó, anticipadamente, ante el gran Regidor del universo.

La misma idea aparece en otros escritos del Nuevo Testamento y aun entre los dichos de Jesús. Es el caso de: “Confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33), “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9).

Esa verdad que los cristianos aprendieron y creyeron, se convierte en uno de los mayores incentivos para el creyente que, además de todos los privilegios que la salvación le pueda ofrecer, quiere tener el placer de ser súbdito del supremo Soberano.

No siempre Juan o cualquier otro profeta hallaron palabras suficientemente claras y precisas para tales descripciones, pero aún así lo que se puede captar es algo solemne y magnífico: la toma de posesión del Soberano Universal y la aceptación de los justos como herederos del reino de la eternidad.

Elena G. de White, por inspiración divina, describe el desenlace de la historia en las siguientes palabras:

“Como fuera de sí, los impíos han contemplado la coronación del Hijo de Dios. Ven en las manos de él las tablas de la ley divina, los estatutos que ellos despreciaron y transgredieron. Son testigos de la explosión de admiración, arrobamiento y adoración de los redimidos; y cuando las ondas de melodía inundan a las multitudes fuera de la ciudad, todos exclaman a una voz: ‘¡Grandes y maravillosas son tus obras, oh Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, oh Rey de los siglos!’ (Apoc. 15:3, VM). Y cayendo prosternados, adoran al Príncipe de la vida. “Satanás parece paralizado al contemplar la gloria y majestad de Cristo”.[10]

Participar en tal escena de sublime triunfo, es lo que les está reservado a todos los que, como dice Comenius, le hayan permitido a Cristo establecer en sus vidas “el trono y el cetro”.[11]

Conclusión

El presente estudio muestra que al revelar la historia de los santos en todas las épocas, Jesucristo, el eje de toda la historia, reveló mucho en cuanto a su persona y su obra. De ahí que Satanás haya procurado siempre oscurecer tal revelación, intentando confundir las mentes humanas en cuanto a la interpretación del Apocalipsis, y desvirtuando su oportuno mensaje con opiniones fantasiosas.

Que cada creyente tome tiempo para una investigación profunda y sincera del mensaje apocalíptico que trae tanto consuelo en esta era de turbulencia, y bendita esperanza, en tiempos de tan acentuada desesperanza.

El Cristo Salvador, el Cristo Sustentador y el Cristo Rey del Apocalipsis, es, pues, el mensaje para la hora, que debe ser vivido y predicado por los que aman a Dios y buscan la salvación.

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia de Taguara, Río Grande del Sur, Brasil.


Referencias:

[1] Araceli de Mello, A Verdade sobre as Profecías de Apocalípse, pág. 9.

[2] H. M. Féret, O Apocalípse de Sao Joao, pág. 62.

[3] Id., págs. 61, 62.

[4] Alan Richardson, Introducao a Teol. do Novo Testamento, pág. 225.

[5] Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 414.

[6] Richardson, op. cit., pág. 227.

[7] Féret, op. cit., pág. 64.

[8] El Discurso Maestro de Jesucristo, págs. 102, 103.

[9] Féret, op. cit., pág. 74.

[10] El Conflicto de los Siglos, pág. 727.

[11] John A. Comenius, citado por W. A. V. Hooft en A Realeza de Jesús Cristo, pág. 18.