Algunos dividen la historia de la filosofía en tres grandes épocas: el Premodernismo, el Modernismo y el Posmodernismo. La cosmovisión premoderna daba primacía a lo divino y enfatizaba lo sobrenatural. Existían valores objetivos, principios absolutos, y la realidad trascendental. La verdad podía ser conocida por medio de la Revelación.
Esa perspectiva comenzó a ser erosionada cuando tomó precedencia la cosmovisión moderna, a fines del siglo XVIII. Esta nueva ideología descartó lo sobrenatural y propuso que la razón, más que la Revelación, podía develar cualquier verdad objetiva. A partir de la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, el Modernismo fue reemplazado por el Posmodernismo (aunque algunos ya hablan del Posposmodernismo). Lo cierto es que, en nuestra sociedad y la cultura actuales, se ha descartado a Dios y a la razón, y lo real se construye en la mente y la imaginación de cada individuo. No hay fundamentos universales, trascendentales. Existe el cambio, la diversidad, el caos y el relativismo. Lo emocional supera a la razón, la experiencia personal ha reemplazado a la verdad y el escepticismo ha reemplazado a la certeza moral.
Claramente, según esta cosmovisión posmoderna, una lectura simple y directa de la Biblia no puede ser considerada como fuente autoritativa de verdad absoluta. Existe, en su lugar, un “deconstruccionismo” bíblico, donde cada cristiano, ya sea teólogo, pastor o laico, selecciona aquello que le resulta más conveniente y apropiado, y le da una aplicación actual según le parezca mejor, descartando aquello que no le gusta como “cuestiones culturales” anticuadas. Y este tipo de razonamiento, lamentablemente, ha permeado el mundo entero; y a veces aflora de maneras sutiles, incluso dentro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
El problema con este tipo de lectura de la Biblia es que el individuo se coloca a sí mismo en el centro de la búsqueda de significado en la Biblia. Obviamente, con ese enfoque nos quedaremos con una pequeña parte de toda la verdad que Dios desea revelarnos; o, peor aún, podemos llegar a conclusiones erradas sobre la revelación de Dios.
Cuán apropiado es, en este año en que se cumplen quinientos años del inicio de la Reforma protestante, recordar y enfatizar nuevamente los principios hermenéuticos que la impulsaron: Sola, Tota y Prima Scriptura. Esto implica dejar de lado nuestras opiniones, preconceptos y prejuicios personales, y solicitar la dirección del Espíritu Santo (Juan 14:26; 16:13). Es que la interpretación de las Escrituras es una experiencia religiosa; al dejar de lado nuestras ideas preconcebidas, estaremos dispuestos a someternos al mensaje revelado por Dios.
Sin embargo, interpretar las Escrituras también es una experiencia intelectual enriquecedora. El Espíritu Santo no pasa por alto nuestra racionalidad. El Señor espera que utilicemos nuestra razón santificada para estudiar la Biblia. La sabiduría verdadera surge del temor del Señor, de una entrega completa a él como Salvador y Señor. Quien posee la verdadera sabiduría, oye la Palabra y está dispuesto a seguirla dondequiera lo lleve en su búsqueda de la verdad.
En este sentido, es primordial abordar nuestro estudio de la Biblia con un método apropiado de interpretación, permitiendo que el Espíritu nos ayude a identificar en las Escrituras mismas los principios de interpretación que utilizaremos. La Biblia es su propio intérprete, y el Espíritu, por medio de las Escrituras, ha de ser quien juzgue cualquier metodología de abordaje del texto bíblico. Nuestra única seguridad está en una lectura simple y directa de la Biblia, no mezclada con teorías científicas ni sistemas filosóficos.
Por último, la interpretación de las Escrituras es también una experiencia colectiva. El Espíritu no pasa por alto a la comunidad de creyentes. Un individuo que pretenda ser la voz de Dios en la formulación de doctrinas o enseñanzas bíblicas, que intente presionar sobre la iglesia su propio punto de vista, es peligroso para la comunidad de creyentes, y generalmente lleva a la desunión y la división. El Espíritu Santo guía al cuerpo de Cristo, como un todo, a una mejor y más correcta comprensión de la Biblia (Hech. 15:28; Efe. 3:17-19). Esto requiere disposición de nuestra parte para dejar de lado nuestras opiniones personales ante el consejo bíblico apropiado de la comunidad de creyentes.
Volvamos a la Palabra: estudiemos y prediquemos más la Palabra, y la Palabra sola. “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isa. 66:2).
Sobre el autor: editor asociado de Ministerio Adventista, edición de la ACES