El clamor de ayuda puede escucharse en cualquier momento. El pastor debe estar listo 

El timbre del teléfono interrumpió mi cena. La voz al otro lado de la línea tenía indicios de desesperación. “He llegado al límite de mis fuerzas, y usted es el único a quien puedo recurrir. Si usted no puede darme una buena razón para vivir, tomaré la decisión de poner fin a todo esto”. 

Las palabras eran lentas, deliberadas, y casi imperceptibles; el inconfundible tono de voz que pone la carne como piel de gallina. Tales llamadas se escuchan centenares de veces cada año. La oportunidad que tiene un ministro de recibir una de tales llamadas es mayor que casi la de cualquier otro profesional, incluyendo los médicos y los psicólogos. Cada año se quitan la vida entre 25,000 y 30,000 personas. Se estima que por cada suicidio consumado, hay 10 veces más personas que lo intentan. 

El suicidio es uno de los grandes problemas de hoy. Los pastores deben tener una idea apropiada de los problemas involucrados. Necesitan una vislumbre clara de la mente del suicida si quieren estar mejor preparados para hacer frente a un desesperado clamor de ayuda. 

La mente del suicida 

Los psicólogos Edwin Shneidman y Norman Farberow acuñaron la frase “clamor de ayuda” a fines de la década de 1950 para describir los sentimientos generalmente ambivalentes del suicida. Quien amenaza con suicidarse no es meramente una persona manipuladora que trata caprichosamente de llamar la atención, sino alguien que sufre un dolor tan grande, que llega a la conclusión de que no hay otra solución para sus problemas que el fin permanente del dolor la muerte.1 El punto interesante es éste: tales personas son ambivalentes en cuanto a la vida y están buscando razones para vivir. En su desesperación están dispuestas a jugarse la vida. Si hallan alguna esperanza de que el futuro será mejor, optarán por la vida Si sienten que no hay esperanza para el futuro, optarán por la muerte. 

La persona suicida: un perfil 

Shneidman y Farberow sugirieron que los suicidas por lo general caen en una de estas tres categorías: el amenazador, el que intenta y el que lleva a cabo el suicidio. 

Los amenazadores tienden a ser mujeres jóvenes entre las edades de 15 a 25 años. Dan a conocer las amenazas a sus padres, maestros, pastores y a otras personas significativas para ellas, ya sea verbalmente o dejando notas donde puedan hallarlas. Sus niveles de ambivalencia son los mayores, y se inclinan más por el deseo de vivir, que por el de morir. Anhelan llamar la atención de aquellos que son significativos para ellas, es decir, los que tienen el compromiso concomitante de ayudarlas a terminar con el dolor, a fin de que puedan vivir mejor. 

La que intenta suicidarse es a menudo una mujer soltera, que está, por lo general, entre los 19 y los 30 años. Tres de cada cuatro personas que intentan suicidarse son mujeres. Una vez mi, el nivel de ambivalencia es alto, inclinándose en la dirección de querer vivir. Esto se demuestra por el hecho de que eligen una forma de suicidarse que por lo general implica un método que tiene un margen relativamente seguro de que se las rescate antes que ocurra la muerte. Tomar medicinas (algunas veces prescritas, pero también clandestinas) es el método preferido. La acción lenta de la medicina les ayuda a revelar su actitud: “Si me rescatan, ése era mi propósito; si no, me llegó la hora”. Las personas que intentan suicidarse, muchas veces cometen el acto en presencia de otros, o en lugares donde esperan que haya otros, de modo que alguien pueda rescatarlas. No es inusual que tomen la medicina y entonces llamen de emergencia a un amigo, al pastor, o a la ambulancia, explicando lo que han hecho y pidiendo ayuda. Muchas veces dejan sus notas en lugares conspicuos y frecuentemente explican las razones por las cuales han intentado suicidarse, así como la seriedad de su intento. No es inusual que una persona haga varios intentos, haciendo que las personas significativas para ella crean que están siendo manipuladas, y que por lo tanto se endurecen y se vuelven indiferentes. Desafortunadamente, sus intentos pueden resultar fatales, a pesar de que no era ese el propósito. 

Tres de cada cuatro suicidas intencionales son varones. Es típico que el varón sea mayor, y muestra su determinación al elegir un método que deja poco margen para un salvamento o el cambio de decisión. Las armas, especialmente pistolas, son los medios más comunes que usan para quitarse la vida, con una agonía que dura escasos segundos. A diferencia del acto de tomar medicinas, que deja un margen más amplio de seguridad, los métodos que elige son de efecto rápido. Una vez que se ha jalado el gatillo, ya no hay oportunidad de revertir la acción. 

Es típico que los que cometen suicidio sean solteros, separados, divorciados o viudos. El matrimonio parece actuar como un amortiguador contra el suicidio, quizá porque representa un sistema de apoyo siempre disponible. Los varones separados o divorciados son considerados altamente letales contra ellos mismos, mientras que las mujeres solteras o divorciadas plantean un riesgo similar. 

El alcohol también juega un papel importante, aunque un tanto vago, en la determinación mortífera del suicida. Más o menos un tercio de los que se suicidan tienen una cantidad detectable de alcohol en la sangre cuando se les hace la autopsia. No está claro el rol exacto del alcohol en el comportamiento del suicida. ¿Reduce las inhibiciones de la persona hacia la autodestrucción? ¿Fortalece sus sentimientos de desesperación, o simplemente nubla sus mentes y les dificulta la percepción de otras alternativas que podrían tener? 

¿Por qué el suicidio? 

La pregunta más común que se hace después de una amenaza, un intento o una muerte por suicidio es “¿por qué?” En el caso de los que amenazan e intentan, se les puede hacer la pregunta directamente. Muchas veces las respuestas son vagas e inconclusas. En el caso de los que se suicidan, lo único que nos queda es especular. Las notas que dejan raras veces constituyen una buena fuente de información. En primer lugar, sólo un tercio de todos los suicidas dejan notas.2 La mayoría de las notas las dejan las mujeres,3 y éstas muy raramente dan una indicación del motivo. Tales notas por lo general contienen indicaciones de la forma en que se deben arreglar los bienes del suicida o de cómo desea que se disponga de su cuerpo. Frecuentemente son solicitudes de perdón, ya sea para quienes son importantes para ellos o para Dios. Cuando dan alguna indicación del motivo, revelan una insoportable e infinita angustia, dolor mental o físico. Los temas más comunes de estas notas son la desesperación, el desamparo y la soledad. 

Los investigadores se vuelven, por lo general, hacia los seres más íntimos del suicida para encontrar la razón que los llevó a dar este paso extremo. Desafortunadamente, los sentimientos y pensamientos íntimos de las personas son secretos vitales que guardan celosamente, y con frecuencia los parientes de las víctimas que sobreviven al suicidio quedan frustrados y perplejos con respecto al motivo. Al recordar la vida de sus amigos o sus seres amados que se quitaron la vida, especialmente los últimos días, de repente se dan cuenta de que hubo “pistas” que el muerto dejó aquí y allá, donde dio a conocer su desesperación y su tendencia hacia la autodestrucción. Pero, o estos indicadores se pasaron por alto o se los consideró menos serios de lo que eran. 

Los suicidólogos creen que el motivo principal del suicidio es una sensación de desamparo en relación con algún evento en la vida de la persona sobre el cual siente que no tiene ningún control, como, por ejemplo, una enfermedad física o dolor irreversible, o una angustiosa ruptura de las relaciones personales sin esperanza de solución. 

El suicidio no es un acto impulsivo que carece de reflexión y planeación. De hecho, es un plan bien diseñado y bien pensado. La investigación sugiere que la mayoría de los suicidios tienen un período de evolución de unos 90 días que preceden al intento; el proceso de planeación es bastante ordenado y metódico, y consta de tres etapas. 

Etapas en la planeación del suicidio 

La primera etapa se llama fase de resolución. Esta es, por lo general, la fase más larga, y está acompañada por gran cantidad de agitación e intranquilidad. El individuo lucha durante este tiempo con los problemas éticos y morales del suicidio. Se pregunta si el suicidio será pecado o no, y el efecto que tendrá sobre sus seres amados. El profundo significado de estas preguntas explica el alto grado de nerviosismo y agitación que siente el individuo. Sus amigos y familiares sintieron que estos días eran de extrema agitación e impaciencia para la víctima. 

La segunda etapa, especialmente la iniciación de la fase, involucra menos tiempo que la primera y produce una forma de agitación más suave. Es en esta fase donde el individuo formula planes reales para el acto suicida. La persona lucha para decidir qué medios utilizar: dispararse un tiro, ahorcarse, saltar de un puente, ingerir una sobredosis de droga, etc. La persona planea también dónde hacerlo: en la casa o en alguna región remota. Si decide hacerlo en la casa, ¿qué lugar? ¿La cochera, la sala, una recámara? La persona decide también quién debiera encontrar su cuerpo: miembros de la familia, amigos, la policía, o la camarera en un motel. Una vez que ha decidido todos estos asuntos, comienza a reunir los medios para llevar a cabo su acto suicida; por lo general, coleccionando una cantidad excesiva de los medios que planea utilizar. 

Cuando termina las primeras dos fases del plan, el individuo se vuelve muy calmado al entrar en la tercera etapa. El hecho de saber que es capaz de resolver sus problemas lo relaja; y toma su tiempo hasta que llegue el momento de cumplir su plan. Esta serenidad toma fuera de base muchas veces a sus familiares y amigos, de modo que cuando su ser querido finalmente se suicida, se sorprenden. Las personas cercanas a la víctima muchas veces dicen cosas parecidas a éstas: “No puedo creer que se haya quitado la vida. Si lo hubiera hecho unos meses atrás no me habría tomado por sorpresa… estaba sumamente agitado entonces. Pero últimamente daba la impresión de que las cosas iban mucho mejor. Parecía tan tranquilo”. 

Indicios del suicidio 

Es importante identificar los indicios de las tendencias suicidas, particularmente por parte de los miembros de la familia y otras personas significativas, de modo que puedan ayudar a la persona en crisis. Tales indicios incluyen los siguientes: 

1. Períodos inusuales de intranquilidad. Como los individuos están sumamente cargados de preocupaciones en las primeras etapas del plan de suicidio, se les hace difícil dormir. Luchan con pensamientos que pueden afectarlos por la eternidad, y no resulta fácil deshacerse de estos pensamientos. Tales períodos de insomnio van acompañados frecuentemente por períodos de tristeza general. 

2. Cambios repentinos en el apetito, peso e impulso sexual. Estos podrían incluir ya sea un incremento o una pérdida del apetito, una intensificación o pérdida de interés en el sexo, o una preocupación desusada por consumir alcohol u otra droga. 

3- Pérdida de interés en la familia, los amigos, y los anhelos familiares. Muchas veces los suicidas se preocupan tanto por sus propios pensamientos que comienzan a descuidar a sus amigos y a su familia. No participan en las funciones y discusiones familiares. Se puede notar la pérdida de interés en los deportes, pasatiempos (hobbies) y trabajo. 

4. Frecuentes discusiones acerca de la muerte, el deseo de morir o sentimientos de indignidad. Comentarios como: “Ustedes lo pasarían mejor sin mí”, o “ya no puedo más con todo esto”, o “me pregunto a dónde va la gente cuando muere, y si sienten y sufren después de la muerte”, deberían tomarse muy en cuenta como posibles indicadores de la contemplación de un suicidio. Esto es especialmente cierto si estos comentarios se hacen junto con otros tipos de indicios de una mentalidad suicida. 

5. Repentino, desusado interés en la muerte y en los rituales de la muerte. Cuando alguien comienza a discutir o hacer cambios a sus testamentos o comprar un seguro de vida, o cuando muestra interés excesivo en hacer arreglos funerales, debería tomarse como una intención suicida. 

6. Inexplicable o ilógica forma de regalar preciadas posesiones. Cuando un individuo comienza a deshacerse de cosas que ha reunido durante toda su vida, entregándolas especialmente a personas con quienes ha sostenido relaciones casuales, tal comportamiento debiera alertar a los miembros de la familia acerca de la posibilidad de un suicidio. 

7. Coleccionar información o medios para un suicidio. Esto podría incluir un repentino interés en pistolas, colección y acumulación de medicinas, o sorpresivo interés en las noticias de muertes por suicidio. 

Cuando recibe esas llamadas 

Cuando usted recibe una de esas llamadas en medio de su cena o de la noche, ¿qué debería hacer como pastor? He aquí algunos puntos básicos. 

1. Permanezca tranquilo y no demuestre sorpresa, temor ni perplejidad por lo que la persona le está diciendo. 

2. Tome en serio a cualquiera que le hable de suicidio. No se deje atrapar por el síndrome del muchacho que gritaba “el lobo, el lobo”. Recuerde, toda persona que habla de suicidio es un peligro potencial para sí misma. 

3. Sea genuino y honesto al expresar su interés, preocupación y apoyo a la persona con quien está hablando. Muchas veces dirán algo así: “¿Por qué habría usted de preocuparse por mí? Apenas me conoce; ni siquiera los que están más cerca de mí se preocupan por lo que me pasa”. Dé una respuesta honesta, algo como esto: “Es cierto, no le conozco muy bien, pero quiero escuchar acerca de lo que le hace sufrir; me preocupa su dolor y también la forma como usted maneja ese dolor”. 

4. No haga juicios morales ni juzgue a la persona. Decirle que está cometiendo un terrible pecado o recordarle que el suicidio es un acto de supremo egoísmo no hará sino añadir más al sentimiento de culpabilidad que le hizo pensar en el suicidio. 

5. No discuta. No les diga que no pueden suicidarse. Por supuesto que pueden, y nadie puede detenerlos si están decididos a cometerlo. Son capaces de seguir adelante, nada más para demostrar que tienen el control de la situación. 

6. Escuche atentamente, especialmente el significado oculto detrás de las palabras. Muchas veces lo que más hace falta es alguien que esté genuinamente dispuesto a escucharles. Nunca se apresure a decir las cosas banales o sugerencias de siempre. Deje que la persona hable. Muchas veces ellos no irán directamente al grano diciendo que van a quitarse la vida. Más bien harán declaraciones como éstas: “Estoy pensando en salir… o “mi tiempo ha llegado…”. Haga que clarifiquen estas vagas declaraciones haciendo directamente preguntas como “¿quiere usted decirme que piensa quitarse la vida?” Una pregunta tal les indica que usted escuchó y que está en realidad captando su mensaje. Puede ser que al escuchar cuidadosamente detecte algo que le ayudará a brindarle el apoyo que necesita. 

7. Anímele a buscar ayuda profesional de alguien calificado para tratar el comportamiento suicida. Para poder hacerlo debería mantener una lista actualizada de consejeros profesionales en el área. Una buena fuente de información es el teléfono de la oficina para prevención del suicidio, si existe alguna en su localidad. 

8. Actúe rápidamente. Después de haber establecido fuerte afinidad con la persona mediante un genuino interés, insista en forma gentil que vea inmediatamente a un consejero. Si es necesario, convénzalo de que se interne en un hospital. 

9. No asuma culpabilidad por cosas sobre las cuales no tiene control. Si tiene que tratar durante mucho tiempo a personas con ideas suicidas, existe la posibilidad muy real de que alguien a quien ha aconsejado y tratado de ayudar se niegue a aceptar su intervención y se suicide de todas maneras. En ocasiones como éstas, es fácil torturarse a sí mismo con sentimientos de culpabilidad. Recuerde que nadie es responsable por las acciones de otro. Si se siente abrumado por sus sentimientos, no sea demasiado orgulloso como para negarse a buscar ayuda profesional para sí mismo. 

Esté preparado para ese clamor pidiendo ayuda 

El suicidio es una forma muy singular de morir. Casi sin excepción deja detrás una cantidad de personas que tendrán un complicado proceso de dolor a causa de las preguntas sin respuestas que rodean esa muerte, y la sensación de culpabilidad por causa del acto que cometió la persona. Es importante que comprenda, como pastor consejero, las cargas que sienten los que sobreviven a las víctimas del suicidio. El pastor debería conocer el proceso de referencia y el proceso para recuperarse del dolor. También debería estar alerta para ministrar a los dolientes, especialmente en las vacaciones, aniversarios de boda y en los aniversarios de la muerte, cuando vuelve a vivirse la tragedia del pasado. Usted, como pastor-amigo, querrá mandar a los sobrevivientes de la víctima una nota de condolencia y aliento en esos días especiales, para que sepan que usted los recuerda y se preocupa por ellos. Los sobrevivientes reciben, por lo general, muchas demostraciones de cariño y simpatía poco después de la muerte de su ser querido; pero muy poco tiempo después, sus amigos olvidan las necesidades especiales y dolores que soportan, porque continúan con sus vidas llenas de ocupaciones. 

Usted, como ministro, debería estar siempre listo para escuchar el clamor pidiendo ayuda o para mitigar el dolor de los sobrevivientes de la víctima. 

Sobre el autor: Vern R. Andress es profesor de psicología en la Universidad de La Sierra, Riverside, Califomia.