El divorcio ya no es una estadística distante. Involucra a gente de la congregación que necesita de ayuda pastoral 

Durante un momento pensé que me estaba volviendo loca. A veces lloraba durante horas. Después me llené de temor. Quiero decir que me sentí verdaderamente aterrorizada. Una vez me encontré de repente fantaseando con la posibilidad de quitarme la vida y también matar a mi cónyuge. Eso me ocurrió cuando comencé a pensar que lo estaba perdiendo”.1 

“Sentí un nudo en la boca del estómago durante muchas semanas. Yo sabía que estaba sobrecargado, pero no sabía cómo salir de la situación. Había muchas decisiones de gran importancia que teníamos que tomar, y mis sentimientos parecían haber montado en una patineta. Me sentía como una cuerda deshilachada”.2 

Estas eran voces de dolor. Voces que describían el trauma del divorcio. Pero, ¿es una crisis el divorcio? Consideremos la definición de crisis que ofrecen Swihart y Richardson: “Es el desequilibrio producido por una amenaza o ajuste percibidos que encontramos sumamente difíciles de manejar”.3 Si esta es la definición de crisis, pocas experiencias en la vida califican para ponerle la etiqueta de “crisis” como el divorcio. Su impacto impone el desequilibrio, no sólo entre dos personas, sino de muchas otras. Las dificultades que trae aparejadas son devastadoras. 

La escala de cambio de la vida de Holmes y Rouhe, que mide los niveles de estrés en la vida de una persona, sitúa el divorcio y la separación marital, como segundo y tercero entre los problemas que causan impacto y estrés. Lo que más estrés produce es la muerte de cualquiera de los cónyuges.4 Las investigaciones indican que las tasas de admisiones psiquiátricas y el suicidio son más altas para aquellos que han sufrido el divorcio que para las personas solteras o casadas. Las enfermedades son también más frecuentes porque el sistema inmune de las personas divorciadas queda impactado por el estrés tóxico que conlleva el divorcio.5 Joseph Epstein, investigador social sobre el divorcio, dice: “Pasar por un divorcio es como pasar por un infierno privado especial. No importa cuán suave sea el proceso, no importa cuán civilizadas sean las partes involucradas, no importa cuánto dinero haya disponible para servir de cojín para la caída”.6 

Las estadísticas muestran que en los Estados Unidos los divorcios igualan casi a las bodas que se celebran cada año. Una congregación de 300 miembros podría esperar de uno a dos divorcios cada año. De este modo, un pastor promedio tendrá que luchar con la crisis del divorcio de vez en cuando. El consejo de Pablo es apropiado para los pastores: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo” (Gál. 6:2). Doquiera haya cargas, dolor y temor, doquiera la gente necesite saber que Cristo los ama, doquiera necesiten aliento por la intervención de Dios en sus vidas, allí debe llevar el pastor el ministerio de sanidad. 

Este artículo trata acerca del ministerio pastoral en la crisis del divorcio. Se refiere a los objetivos de la intervención, las pérdidas causadas por el divorcio, las etapas del dolor, las complejidades del divorcio y finalmente, el papel conflictivo que confronta el pastor que ministra a los divorciados. 

Objetivos para la intervención 

Seis de los siguientes objetivos son esenciales, entre otros, para que los pastores los tengan en cuenta mientras ministran en una situación de divorcio. 

1. Escuche cuidadosamente a las partes que le comunican cualquier dolor o frustración 

2. Preocúpese por la seguridad primero. Asegúrese de que sus feligreses no estén bajo riesgo de agredirse entre ellos o de agredir a otros. 

3- Evalúe la posibilidad de salvar el matrimonio. Aunque la pareja se exprese en términos fuertes y emocionales a favor del divorcio, no suponga, sencillamente, que no hay la menor posibilidad de salvar el matrimonio. La situación de crisis hace que las personas actúen en forma reactiva e irracional. Sin embargo, pídales que piensen en cambios posibles que podrían salvar el matrimonio. 

Hable con cada cónyuge en privado acerca del trato entre ellos. Esto eliminará la presencia provocativa del otro y alentará una discusión racional de todos los asuntos involucrados. En algunos casos, sugiero que se hagan ciertas lecturas acerca de los efectos que conlleva el divorcio. 

4. Enfoque todos sus esfuerzos hacia la toma de decisiones de calidad. 

5. Evalúe las habilidades de la persona para hacerle frente a los problemas. Si es necesario, sugiera la forma en que se podría fortalecer su fuerza emocional y su comportamiento.  

6. Refiera en forma efectiva al que necesite ayuda profesional, si es apropiado. 

Manejar las pérdidas 

Es evidente que el divorcio conduce a muchas clases de pérdidas, algunas obvias, otras no. Los pastores deben identificarlas y ministrar a los que las sufren. Algunas de las pérdidas que requieren atención pastoral son las de estima propia, de identidad y de nutrición de la vida. Los pastores pueden emplear poderosos recursos para ayudar a la persona a manejar tales pérdidas. Es importante comunicar que el dolor que sufren los divorciados le interesa a Dios y a otros cristianos. 

El dolor por el divorcio 

Desde el momento en que ocurre el divorcio hasta la recuperación hay siete etapas: shock, negación, ira, negociación, depresión, aceptación y recuperación.7 

El shock lo produce la realidad de la separación o divorcio. Un cierto aturdimiento emocional hace que la persona evada la realidad. Después el individuo se mueve hacia una etapa de negación en la cual se pregunta si el divorcio estará en realidad sucediendo. A la negatividad sigue muchas veces la ira, a medida que las emociones se vuelven más poderosas para hacerle frente a la realidad de la situación. Cuando la pareja afronta la realidad, puede ser que intente negociar con los hechos. Esto podría ser bueno si ellos estuvieran dispuestos a cambiar su propio comportamiento que daña las relaciones. Si se permite que continúe la tensión y las relaciones son objeto continuo de dolor, puede ser que se produzca una etapa de depresión. Sin embargo, si la pareja ve que su matrimonio ya se ha terminado y comienza a negociar un convenio, están listos para la siguiente etapa: la aceptación. 

La pareja acepta la realidad de la muerte de su matrimonio. El cónyuge ya no vendrá más. Las relaciones, como fueron una vez, están muertas. Y aun cuando pueda continuar el contacto por causa de los hijos, ya no existe una relación matrimonial. La etapa final es la reconstrucción. En esta etapa la persona es capaz de moverse hacia el futuro sin la antigua relación. Se espera que los individuos se confronten ellos mismos, acepten los cambios y logren el crecimiento necesario para evitar que los problemas surjan de nuevo. 

Comprender las complejidades del divorcio 

Otra manera en que el pastor puede ayudar en las crisis de divorcio es mediante la comprensión de los múltiples aspectos de su complejidad. Como lo señala Paul Bohanan, existe (1) el divorcio emocional, (2) el divorcio legal, (3) el divorcio económico, (4) el divorcio co-paternal, (5) el divorcio comunitario, y (6) el divorcio psíquico (o de identidad personal).8 Y podríamos añadir, como lo hace David Thompson, un séptimo: el divorcio espiritual.9 

Para aconsejar en tiempo de crisis el pastor necesita saber que no debe asumir responsabilidades por ninguno de estos múltiples aspectos del divorcio. Esto podría ser tarea para un aconsejamiento de mayor profundidad. Sin embargo, los pastores debieran entender que cualquiera de ellos, solo o en conjunto, podría precipitar una crisis emocional. La gente responde en forma diferente a los diferentes aspectos del divorcio. Si se sabe algo con respecto a los diferentes componentes del divorcio el pastor se preparará para intervenir en forma más efectiva. 

El divorcio emocional. Este aspecto es el más fácil de reconocer, porque es el más esperado. El sentido común indica que las relaciones emocionales, forjadas a través de muchos años, no podrán alterarse fácilmente en poco tiempo. Lo que sorprende a la gente es la inesperada intensidad de tales emociones. Si dos habían llegado a ser uno, incluso en un sentido relativamente estricto, el fin de las relaciones producirá un dolor muy significativo: ira, temor, culpabilidad, soledad… alivio, felicidad. Es posible que se produzca una avalancha de emociones. 

Los pastores debieran observar con especial cuidado a los “resabios” de los torbellinos de desestabilización emocional que hacen erupción algún tiempo después de iniciado el proceso de divorcio, e incluso después de su final. Para algunos individuos los ajustes y la confusión pueden continuar durante varios años después de un divorcio, incluso después que una persona se haya vuelto a casar. Si la persona se vuelve demasiado disfuncional, los pastores deben ser todavía más directivos, específicos y objetivos con ellos para darles seguridad y atención a sus necesidades inmediatas y la de todos los hijos dependientes. Sin embargo, siempre se les debe alentar a que asuman responsabilidades por su propia vida y por sus decisiones. Muchas veces esto es difícil para los pastores, especialmente si el miembro de la iglesia los está presionando: “Dígame, ¿qué debería hacer yo?” Déle varias alternativas. Que pesen las opciones cuidadosamente y hagan ellos mismos sus decisiones. La gente necesita consejo de su pastor, no decisiones. 

El divorcio legal. Los abogados, los jueces y los tribunales forman el proceso legal completo. Pero las cosas pueden volverse sumamente complicadas. El divorcio legal trae consigo la resolución de muchos asuntos específicos: la custodia de los hijos y la visitación, el apoyo económico, la división de las propiedades, los derechos en los planes de jubilación, etc. 

El sistema judicial está basado sobre una relación de adversarios. Es decir, hay una parte que pretende haber sido dañada, y otra que es acusada de perpetrar tal daño. Incluso en los estados donde no existe ninguna ley de divorcio por una falta, es inusual que los dos lados alcancen una solución de los asuntos legales en una forma amistosa, no como adversarios. Es fácil que surja una escalada de las emociones y el dolor en el ambiente de adversarios. Los pastores pueden ayudar recomendando abogados cuya orientación minimice un enfoque inflamatorio de adversarios. Pueden hallarse abogados cristianos en su propia iglesia, a través de la recomendación de otros pastores de la comunidad, o un consejero cristiano local. Sugiera a la pareja que ponga a un lado el proceso legal hasta que hayan determinado que ya no hay esperanza de reconciliación. Si responden, refiéralos inmediatamente a un consejero matrimonial cristiano de su localidad. 

El divorcio económico. Mantener económicamente a dos familias no es fácil. Financieramente las cosas serán más apretadas que antes del divorcio. La experiencia indica que es la mujer la que sufre más en términos de divorcio económico. La pensión por divorcio se da con menos frecuencia hoy que en el pasado. Incluso si la esposa recibe algún tipo de pensión, será por un tiempo limitado. Es muy común que los padres que tienen la custodia de los hijos reciban la manutención que se les asignó en el juicio, pero cobrarla y hacerla efectiva no es fácil. La tristeza y el temor pueden ser muy grandes, pero permanecerán escondidos tras una máscara que dice: “Oh, todo va bien”. En este aspecto la iglesia puede prestar algún tipo de ayuda a corto plazo con el cuidado de los niños, recomendación para algún empleo, alimentación, etc. 

El divorcio co-patemal. Los niños pueden sufrir terriblemente por el divorcio de sus padres. Los hijos tienen la tendencia a asumir responsabilidades por el divorcio de sus padres. “Mi papi se fue porque yo no limpié mi cuarto la semana pasada como a él le gusta”. Esta es una terrible carga para que un niño la lleve. Muchas veces los adultos no están conscientes de esto, y se reconoce sólo cuando se les escucha cuidadosamente. Los educadores cristianos deben estar alertas para detectar el dolor que pueden estar sufriendo sus jóvenes estudiantes. Asegúreles que el divorcio de sus padres no es por culpa suya. Además los niños pueden llegar a ser los desafortunados rehenes en las candentes batallas emocionales que se libran entre los ex esposos. Anime a sus feligreses divorciados a no usar a sus hijos como armas en cualquier batalla emocional no decidida entre ellos. Ayúdeles a encontrar maneras mejores de manejar su ira, sus heridas y sus dolores. Ayúdeles a reconocer que bajo circunstancias normales, sus hijos necesitan que los dos se involucren en sus vidas. 

El divorcio comunitario. Los hermanos miembros de la iglesia, los amigos, los vecinos, los parientes, los compañeros de trabajo, y casi todos los que los rodean quedan afectados por la crisis de una pareja que se divorcia. Muchas personas que están en proceso de divorcio se alejan de su red de apoyo en el tiempo en que más la necesitan. Otros fuerzan agresivamente a los amigos mutuos a escoger en qué “lado” quieren estar. Para algunas personas, el divorcio pone en peligro el empleo también. 

El divorcio de la identidad personal. Redefinirse y aceptarse como una persona divorciada es otra complejidad que resulta de una crisis de divorcio. El individuo debe aprender a pensar acerca de sí mismo en formas nuevas y diferentes. Le toma mucho tiempo a la gente alcanzar este nivel de ajuste. 

El divorcio espiritual. Es importante resolver el daño que el divorcio puede ocasionar en las relaciones de las personas con Dios. Surgen preguntas acerca de la soberanía de Dios, por qué permite que ocurran cosas tan malas a la gente, cuán digno de confianza es Dios. Todo esto forma parte del bagaje de la persona divorciada. También deberían considerarse el perdón y el arrepentimiento, así como el desafío de abandonar el deseo de venganza. Un oído atento es críticamente importante. A veces las personas en crisis expresan su ira contra Dios. Esto puede ser muy desafiante para los pastores. 

La parte del pastor en el conflicto 

Es importante estar libre para atender a los que están en proceso de divorcio. Sin embargo, este ministerio queda impedido a veces por el conflicto que existe para muchos pastores entre su función como pastores ayudadores y como administradores de la disciplina de la iglesia. Dios odia el divorcio (véase Mal. 2:16) y el dolor que causa a sus criaturas. La iglesia intenta reconocer este hecho a través de sus regulaciones eclesiásticas. Sin embargo, los pastores, al tratar de ser tanto consejeros dignos de confianza como administradores de la disciplina de la iglesia, pueden experimentar un frustrante conflicto de funciones. Este rol de conflicto debe ser manejado si los pastores han de ser ayudadores efectivos para las personas que se divorcian dentro de sus congregaciones. Un pastor no puede ser al mismo tiempo consejero confidencial y administrador de la disciplina de la iglesia. Es una dualidad de funciones insostenible. 

Creo que el pastor debe elegir cuál de los roles será prioritario en su ministerio a fin de ayudar a las personas que se divorcian. Si elige el rol de consejero, entonces pida que la administración de la disciplina de la iglesia esté sobre los hombros de alguna otra persona. Si, por otra parte, el pastor lleva la responsabilidad de la disciplina, entonces es importante que los feligreses lo comprendan. El ministro puede dar cuidado pastoral, pero tendrá que referir el aconsejamiento confidencial a un consejero profesional local. 

Sobre el autor: Robert Peach, Doctor en Ministerio, es el director de Kettering Care Center y su Ministry Care Line Program.