No hay experiencia pastoral más satisfactoria que una relación íntima y honesta con alguien que afronta el final de la existencia  

Pastor Juan -comenzó diciendo Marta Vega-, le hablo desde el hospital. A Tito se le diagnosticó leucemia. Su médico quiere comenzar la quimioterapia, de modo que estará aquí un buen tiempo. No informé a Tito que llamaría al pastor, pero pensé que usted debería saberlo. No creo que debería visitarlo. No quiero asustarlo. Yo… 

El pastor interrumpió a Marta para decirle que estaría allí muy pronto. Tito no sólo era su feligrés, sino su amigo. Ambos andaban en los cuarenta años, y ambos tenían hijos adolescentes. Juan, acostumbrado a ser una calmada autoridad pastoral, se asombró por la exaltación de sentimientos que experimentó. En realidad, se sintió un tanto perplejo cuando se sentó tratando de concentrarse y reflexionar. 

Mientras estaba sentado allí, notó una creciente sensación de orgullo porque él, y no el pastor titular, había sido llamado. Sí, se sentía bien porque Tito y Marta lo llamaran para hacerse cargo de las cosas. El entraría “con el pie derecho”. Les aseguraría que Tito estaría bien. Llevaría su Biblia y les ayudaría a fortalecer su fe… Pero ¿sería correcto este enfoque? ¿Qué le dice usted a alguien a quien acaban de diagnosticarle leucemia? 

El choque 

El diagnóstico de una enfermedad terminal casi siempre nos causa un fuerte impacto. Nos sentimos como quien viaja en un tren a alta velocidad y de repente choca estrepitosamente contra un árbol oculto en la niebla. El impacto es devastador para los más afectados, pero crea desorientación y estrés en los pastores también. 

Un diluvio de adrenalina puede subir por todo el torrente sanguíneo cuando vemos a la familia por primera vez, pero a medida que pasan los días, las semanas y los meses, necesitamos apoyo, habilidad y fuerza espiritual para continuar pastoreando con sensibilidad, fortaleza y cuidado. ¿Cómo, entonces, podemos preparamos para ministrar a los enfermos terminales?  

Preparación personal 

Tal vez parezca una extraña manera de comenzar a damos atención, pero la calidad de nuestro ministerio está en proporción directa a la atención que demos a nuestra condición personal. Quizá le sirva dar una respuesta personal por escrito a las siguientes seis preguntas: 

¿Qué sé yo en cuanto al trabajo con aquellos que padecen una enfermedad terminal? Tanto la teoría como la práctica son necesarias para ayudamos a aprender. Un buen recurso para aprender es llevar un curso de intervención y aconsejamiento en momentos de crisis, para los que agonizan y en caso de muerte. Una de las formas que más ayudan a los pastores a aprender a ministrar en casos de crisis es matricularse en una unidad de educación clínica pastoral.1 

¿Cómo considero una enfermedad severa? Si usted u otra persona de su familia ha experimentado una enfermedad seria que pone en peligro la vida, podrá analizar la forma en que esa enfermedad afectó a la persona enferma y su relación con ella. Si usted no ha sido testigo de primera mano de la devastación que causa una enfermedad, podrá sorprenderse de los profundos cambios que puede producir. 

A diferencia de las enfermedades metódicas de las telenovelas, en la vida real las personas pueden perder el cabello, volverse esqueléticas, sufrir cambios en su personalidad y adquirir olores desagradables. El devoto anciano de iglesia puede volver a usar el lenguaje obsceno de su juventud después de una embolia cerebral que le cause senilidad. La “madre en Israel” puede llegar a convertirse en una calva anoréxica. El joven fuerte, lleno de fe, puede convertirse en un quejumbroso y llorón lleno de dudas como Tomás. En tales casos tenemos que convertimos en los visionarios de Dios, que todavía pueden ver al precioso hijo de Dios, ahora que los golpes de la vida lo han convertido en un inválido. 

Otra visión que podemos albergar inconscientemente es que la enfermedad severa representa el desagrado de Dios. La palabra “embolia”, por ejemplo, conlleva (especialmente en inglés) la implicación de que Dios ha golpeado o está castigando a la persona. Hace unas cuantas décadas el cáncer era una enfermedad casi tabú, a causa de su asociación con el castigo de Dios. Incluso hoy, como en los tiempos bíblicos, se considera que ciertas enfermedades son la marca de la retribución divina. 

¿Cuáles son mis reacciones emocionales? Las crisis de enfermedad de otra persona casi siempre nos hacen pensar en nuestra propia salud. Mientras más cerca esté la persona de nuestra categoría racial, genérica, económica o de edad, o mientras más nos recuerda la persona a alguien con quien estamos íntimamente relacionados (positiva o negativamente), más nos impacta emocionalmente su situación. El reconocer nuestros sentimientos y la capacidad de expresarlos apropiadamente nos liberta para apoyar a nuestros feligreses. 

¿Cuáles son mis límites? Si bien “no contar el costo” se ve como algo muy noble, puede dejar desprotegida alguna parte de nuestra vida. Jesús mismo nos aconsejó contar el costo de nuestros compromisos. Contar el costo no nos impide actuar, pero reconoce nuestros límites y nos ayuda a decidir qué acción tomar.  

Quizá estemos en medio de un gran programa de la iglesia cuando ocurre la crisis. O tal vez atravesamos una crisis personal. Si es así, podemos pedir ayuda. Otros que tengan más tiempo y energía que nosotros pueden estar mejor capacitados para ministrar en tiempo de crisis. 

¿Qué apoyo tengo? Cuidamos a nosotros mismos a fin de cuidar mejor a otros, es algo que está implícito en la ordenanza bíblica: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Hallamos muchas razones para descuidar nuestras propias necesidades. En vista de las grandes necesidades de la persona enferma, podemos vemos tentados a pensar que nuestras propias necesidades no importan. Algunos de nosotros podemos sentirnos animados por el pensamiento de que somos “los únicos que realmente podemos ayudar”. Luego nos apropiamos de la situación, no deseando compartirla. O puede ser que no busquemos ayuda porque, como el siervo de Elías, no podemos ver ningún apoyo disponible para nosotros. Sin embargo, cuando hallamos apoyo personal se fortalece nuestro ministerio; del mismo modo como ponernos la máscara de oxígeno nos capacita para ayudar a otros cuando la cabina de un avión pierde presión. 

Moisés tuvo éxito bendiciendo a Israel durante una crisis porque aceptó el apoyo de Aarón y Hur (Exo. 17:8-16). También nosotros necesitamos preguntar, “¿quién puede sostener mis manos?” ¿Colegas? ¿Familiares? ¿Amigos o consejeros? Nuestra petición de ayuda puede ser tan sencilla como “¿Podríamos reunimos para comer todos los jueves para que yo pueda hablarles durante esta crisis?” o “¿Podrían ustedes llamarme todos los lunes a las 9 de la noche para saber cómo estoy?” Las reuniones regulares con un grupo de apoyo nos proveerán una oportunidad ideal para ventilar nuestros sentimientos, compartir nuestras dificultades, intercambiar ideas y obtener una mejor perspectiva. 

Y luego está, por supuesto, el siempre presente apoyo de Dios. Podemos renovar esa santa presencia en pocos momentos de quietud antes de entrar a la casa o al hospital. Podemos clamar pidiendo seguridad y sabiduría. 

¿Cómo puede entrar mi iglesia en este ministerio? Nuestras congregaciones pueden llegar a ser socias valiosas en nuestro ministerio en varias formas: (1) Los miembros de iglesia que tienen habilidades especiales para relacionarse con otros pueden llegar a ser ministros competentes para el enfermo y el agonizante. Un plan efectivo de entrenamiento es el Programa Ministerio de Esteban (Stephen Ministry Program). Ese programa es una gran bendición para muchas iglesias, y la mayoría de los que participan se sienten bendecidos por estar involucrados en el ministerio. (2) Una persona preparada o un grupo pequeño de su congregación puede disfrutar mientras crea un manual de recursos de la iglesia, poniendo la lista de los grupos de apoyo, teléfonos especiales para momentos de crisis, consejeros para momentos de crisis, incluyendo enfermedades terminales. (3) Otros pueden formar redes como las cadenas de oración, grupos de preparación de alimentos, grupos de transporte… a fin de que el apoyo esté listo en la hora y lugar que se necesite. 

Pautas para la interacción 

La preparación personal y el apoyo pueden mejorar nuestra disposición a ministrar a quienes están en crisis. Pero ¿cómo ponemos esto en práctica? Los siguientes principios han bendecido mi ministerio en favor de aquellos que tenían una enfermedad terminal. 

1. Estar alertas y ser sensibles. Cuando visitamos a una persona cuyo bienestar depende de un equipo médico, podemos evitar problemas si somos conscientes de su territorio. Sentarse en la cama de la persona puede ser una buena idea, pero pregunte a la persona primero. Un reciente “accidente” puede haber dañado alguna parte de la cama. Los movimientos descuidados pueden desconectar líneas de oxígeno u otros equipos que estén bajo las mantas. Un brinco incidental puede lastimar una zona delicada del cuerpo del paciente. 

¿Cuánto tiempo debería durar la visita? Ocasionalmente una vista larga es sumamente importante, pero por lo regular una visita larga cansa al paciente. Es mejor una visita corta pero efectiva. Podemos crear una visita de calidad quitándonos el abrigo y sentándonos a la altura de los ojos del paciente. Después de darle algunas breves noticias de la iglesia o expresar nuestra preocupación, podemos disponemos a escuchar lo que el enfermo quisiera compartir con nosotros.  

2. Reconocer la vida. Si aceptamos que todos estamos muriendo, podemos estar más conscientes de que los enfermos terminales están vivos. Todavía están interesados en el deporte, la política, la familia y la religión. El asunto está en relacionarnos con el enfermo terminal en la misma forma respetuosa con que siempre lo hemos tratado, y no considerarlo como si ya estuviera muerto. 

3. Dotar de poder a otros. A veces se nos llama a visitar al enfermo porque somos figuras de autoridad, pero serviremos al moribundo mejor como líderes siervos. Siendo que las personas muy enfermas pierden tanto control sobre su vida, fácilmente se hunden en una sensación de desamparo. Como líderes siervos podemos incrementar su propia autoridad personal escuchando sus ideas o la forma de suplir sus necesidades. En cierta forma, intercambiamos lugares. Nosotros llegamos a ser “una congregación de uno” para nuestros feligreses, escuchando intensamente mientras ellos encuentran maneras de fortalecerse. 

La pontificación arrebata el poder a los demás: “Usted debiera llevar a Juan a nuestro servicio de sanidad”. “Usted debiera ser ungido ’. “Lea el Salmo 91 todos los días”. Es mucho más efectivo obtener la respuesta de los demás. Esto les da poder: “Dígame cómo ve la situación”. “¿Qué es lo que le ayuda mejor?” 

4. Conectarse con la familia.2 El enfermo no sufre solo; su familia se ve afectada también. Cuando dedicamos tiempo a la familia de alguien que está muriendo, comenzamos a ver la forma en que cada miembro se relaciona con los demás. Descubrimos al que suele ser el vocero, el principal en la toma de decisiones. Ellos pueden ser una valiosa fuente de información y conexión con toda la familia. 

Algunos miembros de la familia pueden parecer desamparados, o tener problemas para expresar sus sentimientos, o se sienten como puestos a un lado. Podemos apoyar a estos miembros menos visibles escuchándolos y reconociendo su dolor y sus esfuerzos. Por lo general los niños se encuentran en este último grupo. Podemos alentar a los adultos para que confíen en los niños y decidan su propio grado de participación, en vez de “protegerlos” automáticamente. 

Cuando alguien padece una enfermedad terminal, muchas veces la familia comienza a sufrir mucho antes de su muerte. Podemos facilitar este proceso, aceptando su dolor. Si el esposo nos dice: “No creo que ella vaya a recuperarse, pastor”, no le sirve de gran consuelo que le digamos: “Vamos, hombre, tenga fe”. La consolación viene cuando reconocemos los sentimientos que nos expresan: “Eso debe ser algo aterrador”. 

Podemos ayudar también a los miembros de la familia a hacer frente a la situación preguntándoles qué otras crisis han afrontado y cómo les hicieron frente. Con sólo recordar la forma en que salieron adelante en aquella ocasión obtienen renovados bríos para hacer frente a la presente. Siendo que los miembros de la familia a veces olvidan literalmente sus propias necesidades, podemos animarlos a que se den apoyo personal, por ejemplo, planeando un día a la vez. 

5. Comunicar honesta y directamente. ¿Qué deberíamos hacer si la familia nos dice que “la abuelita no sabe que tiene cáncer, y nosotros no se lo vamos a decir”? Una posible respuesta es permitir que la familia sepa que, si bien no anunciaremos a la abuela su diagnóstico, no podemos engañarla si nos hace la pregunta directamente. 

¿Debería un pastor hablar de la muerte? Puede ser duro. Es por eso que Juan planeó asegurar que Uto saldría adelante. Es cierto, no tenemos por qué traer a colación el asunto de la muerte. Pero si la persona enferma expresa temor de morir, escucharla puede darle ánimo y alivio. 

¿Debería el pastor llorar? Sentimos felices, siempre contribuye; pero también puede ser un cortocircuito para la tristeza, que sería natural y apropiada. Las lágrimas pueden ser una bendición. Pero las lágrimas excesivas, por otra parte, pueden ser una carga si nos hemos puesto tan emotivos que otros sientan que deben cuidamos. Podemos evitar el exceso de lágrimas, dejando que nuestra propia pena se desahogue con nuestros compañeros o consejeros. 

¿Qué en cuanto a hablar a los enfermos que están inconscientes? Cuando el enfermo no responde, podemos encontramos en la situación de hablar a otros de él en su presencia. Es necesario que recordemos que una persona enferma puede oímos, aun cuando no pueda respondemos; de modo que es mejor continuar hablando directamente con ella. Explique a la familia: “Yo sé que Lino no puede respondemos en este momento, pero me siento incómodo de hablar acerca de él. Discúlpenme mientras hablo con él un momento”. Luego dígale: “Lino, sé que te sientes muy débil en este momento y que no puedes hablar conmigo, pero ten paciencia, aunque yo sea el único que hable. Luisa me dijo que estabas planeando jubilarte cuando te diagnosticaron tu enfermedad. Esto debe haber sido una gran desilusión para ti. Ella me dijo que Lino, hijo, vendrá a visitarlos a los dos este fin de semana. Me imagino que será duro para ti, que tu hijo te vea así como estás inmóvil, pero estoy seguro de que será maravilloso para él estar con su papi, no importa cuáles sean las circunstancias. Luisa me pidió orar por ti. Me gustaría que pudieras decirme lo que más quisieras pedir en tu corazón, pero Dios sabe lo que sientes y lo que necesitas, y aun cuando yo pidiera otra cosa, él sabe exactamente lo que necesitas”. 

6. Tratar con las emociones. Cuando escuchamos las expresiones llenas de emoción, ayudamos al moribundo a “limpiar la casa” antes de morir Nuestra actitud de no juzgar a nadie puede ayudar al enfermo a expresar sus emociones, sean de ira, duda, temor, tristeza o culpabilidad. Las emociones que no se reconocen o se niegan, se multiplican, no se disipan. 

Los sentimientos de culpabilidad merecen especial atención. Si tenemos una relación de confianza con el enfermo, seremos los únicos con quienes comparta su culpabilidad. No todas las culpas son lógicas, pero todas merecen respeto. Cuando se los escucha paciente y atentamente, libre de cualquier actitud de acusación o juicio, podemos ofrecerles la seguridad del perdón y la gracia de Dios. La culpabilidad es un visitante persistente. Aunque sea desterrada un día, puede reaparecer al siguiente. 

7. Sacar a colación los recursos religiosos con mucha cortesía. La forma como usamos la Escritura y la oración puede satisfacer o pisotear las necesidades de la persona. No tenemos por qué forzar un texto en la conversación diciendo: “Lo que usted realmente necesita es …” Mejor, pregunte, “¿Me permitiría leer un párrafo de la Sagrada Escritura mientras estoy aquí?” Luego debemos respetar cualquier respuesta, ya sea negativa o poco clara (“bueno, si usted quiere”) diciendo: “Está bien, por favor, hágame saber cuando desee que le lea algo de la Escritura”. Por otro lado, cuando, como la mayoría de la gente, dice “sí, sí, por supuesto”, podemos decirle: “¿Tiene usted algún texto favorito que le gustaría oír?” Si no, podemos estar listos para leerle algún buen texto que haya sido una bendición para nosotros en tiempos de dificultades. 

También la oración puede ser más efectiva cuando es ofrecida y no impuesta. Muchas veces la mejor oración es la que ofrecemos antes de la visita. La oración efectiva que ayuda más es la que crece naturalmente de la conversación, la que refleja los intereses e incluso las palabras de la persona que está agonizando. 

La oración, como la Escritura, es más bienvenida cuando se hace con permiso: “¿Me permitiría orar por usted?” Respete la respuesta poco entusiasta, diciendo: “Está bien, podemos orar en otra ocasión”. Sin embargo, la mayoría de las personas dan la bienvenida a las oraciones. Cuando dicen que sí, una de las preguntas más significativas que podemos hacer es “¿por qué quisiera usted que orara yo?” Muchas veces las personas piensan cuidadosa, larga y calladamente para responder. Luego, algunas veces con lágrimas, surge la respuesta desde lo más profundo del corazón: “Pida que mis hijos estén bien cuando yo muera”; “implore que yo sane”; “ore para que yo no tenga una agonía demasiado larga”; “interceda para que mis compañeros de trabajo abran su corazón al Señor”; “pida a Dios que podamos hallar la forma de pagar todos estos gastos médicos”. Y cuando su clamor se refleja en nuestras oraciones, lo que demuestra cuán atentamente los hemos escuchado, se sentirán seguros de que Dios los ha atendido. 

Otros recursos religiosos que podemos ofrecerles es el ungimiento, la comunión, y demás símbolos concretos que tengan significado espiritual personal. 

8. Afórrese a las promesas de Dios. Algunas veces sentarse simple y quietamente con la persona enferma y su familia es nuestra mejor manera de ministrarles. La implementación de “los métodos correctos de visitación” no puede sustituir a una presencia genuina. Simplemente estar allí es, muchas veces, lo que más necesitan. Eso es lo más importante de nuestro ministerio en favor del enfermo terminal; dar vida a las promesas de Dios: “No te dejaré, ni te desampararé”; “no temas, porque yo estoy contigo” (Jos. 1:5; Isa. 41:10). 

Vale la pena 

Si nos apresuramos a llegar a la cabecera del enfermo terminal como héroes, para recibir aprecio y alabanzas, podemos llevamos un chasco. Pero cuando hemos hecho los arreglos adecuados para preparamos y entrar con sensibilidad, sabiduría, y compromiso a las vidas de aquellos a quienes se ha diagnosticado una enfermedad terminal, nos abrimos a un ministerio efectivo. Es probable que ninguna experiencia sea más satisfactoria que una honesta e íntima relación con una persona que hace frente al fin de su existencia. 

Sobre el autor: Penny Shell es capellán del Shady Grove Hospital, Rocktille, Maryland, Estados Unidos.