Las semejanzas que existen entre la creación y la construcción del santuario de los hebreos

Durante los últimos 25 años los eruditos de todo el mundo se han interesado en el estudio de los ritos del tabernáculo de los israelitas. Estos estudios teológicos y lingüísticos han contribuido a que haya una mejor comprensión del libro de Levítico y del sistema de sacrificios del Antiguo Testamento.

Curiosamente, algunos eruditos han usado los tres primeros capítulos del Génesis para abordar la teología del santuario de los hebreos. Han logrado descubrir algunas interesantes conexiones entre el relato de la construcción del santuario (Éxo. 25-31) y el de la creación (Gén. 1-2:3).[1] En este artículo intentaremos resumir el resultado de esos estudios, desde el punto de vista adventista.

En Génesis 1, la mayor parte de las similitudes entre el relato de la creación y la construcción del santuario se basan en el uso del número siete en la historia del tabernáculo, pero hay también algunas semejanzas lingüísticas que requieren nuestra atención.

Similitudes

Siete días. De acuerdo con Éxodo 24:15 al 17, Moisés subió al Monte Sinaí para recibir instrucciones acerca de la construcción del santuario, y esperó allí siete días. En el séptimo, el Señor le habló por medio de una nube teofánica. La secuencia de siete días es la contrapartida de la que encontramos en el Génesis. Aún no estamos seguros de que en este caso ese séptimo día haya sido un sábado, pero la referencia a siete días establece una conexión entre los dos relatos. En los dos casos, el séptimo día proporcionó el tiempo para que pudiera haber un encuentro especial entre Dios y el hombre.

Siete discursos. Dios instruyó a Moisés acerca de la construcción del santuario por medio de siete discursos que comienzan con la expresión: “Jehová habló a Moisés, diciendo” (Éxo. 25:1; 30:11, 17, 22, 34; 31:1, 12). “Aparentemente la deducción del contexto sería que así como Dios reposó después de crear el mundo, de la misma manera debía Israel construir el santuario”.[2] En el relato de la creación Dios habló durante siete días y reposó el séptimo. Ese parece ser el modelo que se siguió durante la construcción del templo.

El número siete y la construcción.[3] Aun cuando las instrucciones relativas a la construcción del santuario terminaron con un discurso acerca del sábado, el relato de la construcción propiamente dicha comienza con una referencia al mandamiento del sábado (35:1-3). La construcción de un santuario sagrado no justifica la violación del mandamiento del sábado. El tiempo sagrado es más importante para el Señor que la construcción de un edificio sagrado, aunque los dos sean importantes (Lev. 19:30; 26:2).

El número siete también es importante en Éxodo 40:17 al 33. La frase “como Jehová había mandado a Moisés” aparece siete veces en ese texto, cuando se describe la construcción del santuario. Se lo construyó progresivamente en obediencia a Dios y de acuerdo con sus instrucciones específicas.

Semejanzas lingüísticas. Hay algunas similitudes que tienen que ver Las semejanzas que existen entre la creación y la construcción del santuario de los hebreos. con el idioma entre Génesis 1:2 y 3 y la construcción del santuario. Dios vio todo lo que había hecho y consideró que “era bueno en gran manera” (Gén. 1:31); Moisés examinó todo el trabajo hecho (Éxo. 39:43). Gnesis declara que los cielos y la Tierra fueron acabados (Gén. 2:1, 2). Después de la construcción del santuario se dice que “así fue acabada toda la obra del tabernáculo de reunión”; “Así acabó Moisés la obra” (Éxo. 39:32; 40:33). Dios terminó su obra de creación y bendijo el séptimo día (Gén. 2:3). Moisés terminó la construcción del tabernáculo y bendijo al pueblo (Éxo. 39:43).

Durante la semana de la creación Dios separó la luz de las tinieblas, las aguas de las aguas, el día y la noche (Gén. 1:4, 6, 7, 14, 18). Después de Génesis 1, la palabra “separe” se usa de nuevo con respecto al tabernáculo. Un velo separaba al lugar santo del santísimo (Éxo. 26:33) y los sacerdotes debían discernir “entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (Lev. 10:10). Se pone énfasis sobre el hecho de que “el Dios creador es un Dios de orden”.[4]

La presencia del Espíritu. Se menciona al Espíritu Santo tanto en el relato de la creación como en el de la construcción del tabernáculo.[5] En Génesis 41:38, Faraón emplea la frase “espíritu de Dios”, aunque probablemente él haya estado pensando en sus propios dioses. Pero la siguiente referencia al Espíritu de Dios después de Génesis 1:1 la encontramos en Éxodo 31:3. Dios capacitó a ciertas personas para que construyeran el santuario, dotándolas de su Espíritu (Éxo. 31:3; 35:31).

El SIGNIFICADO

Un nuevo encuentro. La secuencia de seis días que conducen a un séptimo apunta al hecho de que Dios y los hombres pueden disfrutar permanentemente de comunión. El Señor descendió hasta donde estaba el hombre. Los seis días de la creación culminaron con una constante comunión entre Dios y el hombre, y lo mismo ocurrió con el santuario. Al final de la semana de la creación se instituyó el sábado; cuando se terminó la construcción del santuario se reafirmó la santidad del sábado y se inauguró el tabernáculo. En los dos casos algo santo apareció. Uno era un santuario en el tiempo, el otro, en el espacio. La existencia de lo creado estaba llena, de un modo especial, con la santificadora presencia del Creador.

Una creación fruto de una orden. La creación y el santuario se produjeron por medio de la palabra divina. Dios dio la orden, y como resultado de ello se construyó el tabernáculo. El acto creador de Dios parece haber sido el modelo para la construcción del santuario. La creación y el santuario “son consecuencia de la orden divina. Tal como se cumplió la palabra de Dios en la creación, de acuerdo con su voluntad, la construcción del santuario, de acuerdo con el modelo celestial, corresponde exactamente con la voluntad divina”.[6]

Tanto en la creación como en la construcción del santuario hubo progreso y orden. Una etapa siguió a la otra, se establecieron sus funciones específicas y algo nuevo surgió a la existencia.

La creación y el Espíritu. El Espíritu, presente en Génesis 1, también estaba activo en la construcción del tabernáculo. Como consecuencia, hubo armonía, equilibrio estético, elegancia y belleza. El complicado arte de quienes usó el Espíritu “reflejaba la misma acción de Dios. Los metales preciosos con los que trabajaban eran producto de la bella creación divina, y le dieron nueva forma a esa belleza dentro de la creación”.[7]

Una nueva creación. La creación original de Dios era excelente. El santuario también lo era, pero se lo construyó en medio de un mundo envuelto en el caos y la rebelión. En la creación Dios separó elementos incompatibles pero complementarios. En el tabernáculo, la separación estuvo motivada por una preocupación diferente de la de Génesis 1. El desconcierto y el desorden, ausentes en Génesis 1 y 2, estaban reemplazados entonces por la armonía y el orden, y se los designó en esferas diferentes. Existían dos reinos en ese momento: el de lo santo y el de lo común, el de lo puro y el de lo impuro. Al pueblo de Dios se lo ubico en el reino de lo santo.

En la construcción del tabernáculo Dios restituyó la armonía que aparece en Génesis 1 y 2, al eliminar de su presencia y de la vida del pueblo los elementos productores de fragmentación e impureza. Ese orden se estableció y se mantuvo por medio del cuidadoso respeto a las categorías y los límites establecidos. El Señor estaba morando entonces en medio de su pueblo, y eso constituía el comienzo del retorno de su creación a lo que él originalmente había planeado para ella.

El orden restablecido en el santuario hebreo debía alcanzar dimensiones cósmicas. Podría parecer que la teología de Génesis 1, que se encuentra en algunos de los pasajes que se refieren a la construcción del santuario, señala hacia la comprensión y la percepción de ese concepto, y como algo relacionado, aunque no necesariamente fundamentado, con la cosmogonía. El hecho de que la construcción del santuario se terminó cuando comenzaba un nuevo año (Éxo. 40:17) “subraya la idea de que estaba comenzando una nueva era en la vida del pueblo, y de esa forma se fortaleció la relación del tabernáculo con el cosmos”.[8]

Podríamos sugerir que el tabernáculo es la concreción del orden creado por Dios en la historia. Pero esta bendición no debía limitarse a Israel, porque “esa creación en miniatura es el comienzo de un esfuerzo macrocósmico de parte de Dios. Por medio de su pueblo, la presencia de Dios se debía manifestar en una nueva creación para todos… La presencia de Dios en el tabernáculo es una afirmación de la presencia de Dios en el mundo. La gloría que se manifestaba allí debía irradiar a todo el mundo”.[9]

El simbolismo cósmico

El santuario es una porción de la creación original de Dios, que se volvió a hacer. Es un regreso al estado de pureza y armonía con que la había dotado en el principio. La armonía y la pureza que caracterizaban a ese lugar se extendían por la gracia de Dios a su pueblo. No obstante, su objetivo final consistía en que todo el mundo se viera poseído por la gloria del que residía en el tabernáculo terrenal en medio de las impurezas de su pueblo.

No deberíamos omitir el hecho de que el tabernáculo se construyó de acuerdo con el modelo celestial que se le mostró a Moisés (Éxo. 25:8, 9). De esto se deduce que ese fragmento de la creación original había sido modelado de acuerdo con la realidad celestial. El espacio que ocupaba la presencia de Dios en un mundo desordenado reflejaba el espacio de su presencia en un mundo celestial de armonía y orden. El lugar de la morada de Dios en el reino celestial se extendía hacia los hombres y creaba un espacio santo donde él se ubicaba.

Eso tenía que ser así porque la creación original de Dios no estaba entonces al alcance de los seres humanos. Pero el mundo celestial sigue existiendo, y el de los humanos se puede incorporar en él por medio de una nueva creación. Se podría decir que el tabernáculo fue un símbolo del cosmos, en el que la armonía y el orden que se hallaban allí debían alcanzar a todo el mundo.

El simbolismo cósmico del tabernáculo implicaba que el orden universal se restaurará sólo cuando se sienta y se experimente la presencia de Dios entre los seres humanos. Por medio del divino descenso a la esfera humana se crea y se establece el orden en un mundo caótico (Éxo. 19:18; 40:34, 35).

Dentro de este contexto teológico, el sistema de sacrificios sirvió para iniciar, preservar y restaurar la condición de orden y armonía que Dios creó de nuevo en el tabernáculo. Eso le añadió significado a la liturgia del día de la expiación (Lev. 16), que hoy se puede entender como un ritual que “simbólicamente restauraba en el individuo y en el mundo el orden que encontramos en la creación”.[10]

Durante las actividades de ese día los poderes cósmicos del mal experimentaban una derrota por parte de Dios, quien en un acto de soberanía los enviaba al ámbito de su impureza y sus pecados. La separación entre lo santo y lo inmundo alcanza dimensiones cósmicas y señala hacia una experiencia futura permanente y universal.

Sobre el autor: Doctor en Teología. Director del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.


Referencias

[1]  J. Blenkinsopp, “The Structure of P”, Catholic Bíblical Quarterly 28 [“La estructura de P”, Revista Católica bíblica trimestral 28] (1976), pp. 275-292.

[2] Ibid., p. 281.

[3] Samuel E. Balentine, The Torah’s Vision of Worship [El concepto de la Torah acerca de la adoración] (Minneapolis, Minnesota. Fortress Press, 1999), pp. 136-141.

[4] Benedikt Otzen, en Theological Dictionary of the Old Testament | Diccionario teológico del Antiguo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1975), t. 2, p. 2.

[5] J. Blenkinsopp, Ibíd., p. 282.

[6] Terence E. Fretheim, Exodus Interpretation (Lina interpretación del Éxodo] (Louisville, Kentucky. John Knox Press, 1991), pp. 268-272.

[7] Ibid., p. 269.

[8] Nahum M. Sarna, The JPS Commentary: Exodus [El comentario JPS: el Éxodo] (Nueva York: Jewish Publication Society, 1991), p. 156.

[9] Ibid., p. 214.

[10] Samuel E. Balentine, Ibíd., p. 75.