La primera referencia que se hace al planeta Tierra [creado por Dios en algún momento del tiempo infinito] afirma que el agua cubría la superficie y que las tinieblas la rodeaban por completo.[1] Si uno supusiera que en esta etapa preliminar de la creación total el planeta estaba en una condición “natural”, esto es, la condición que podría esperarse si la obra de la creación no hubiera proseguido, llegaría a la conclusión de que esa agua estaría agitada por un fuerte movimiento de marea, y probablemente también movida por vientos violentos.[2] La fraseología hebrea de Génesis 1:2 podría sugerir, o por lo menos permitir, esta suposición.[3]

En el primer día de la semana de la creación, el poder de Dios hizo que la luz iluminase un lado de la superficie de la tierra cubierta de agua. La inspiración no dice si esta luz procedía del sol o de la presencia de Dios, pero presumiblemente venía del sol, puesto que determinaba un día de 24 horas del ciclo semanal. El cambio que permitió que la luz alcanzase la superficie del agua bien pudo haber implicado una creación original de materia elemental que no había estado previamente en la atmósfera durante el período oscuro precedente del día.

La actividad creadora del segundo día evidentemente produjo una atmósfera apta para la vida vegetal y animal que iba a seguir. Los constituyentes atmosféricos que faltaban pudieron haber sido producidos por una creación directa de la materia elemental, o bien extraídos de la materia sólida que integraba la tierra y del agua que la cubría. Las consideraciones que siguen señalan la primera posibilidad como la más aceptable.

Los acontecimientos del tercer día de la semana de la creación establecen claramente la superioridad de Dios sobre la materia y la ley natural. En ese día, en menos de 24 horas (probablemente en un instante) apareció tierra seca en casi toda la extensión del globo, y el océano universal se transformó en corrientes, lagos y pequeños mares esparcidos sobre la superficie terrestre. Al final de esta transformación el planeta quedó en un estado de estabilidad para proporcionarle a los hombres de todos los tiempos un hogar seguro, sin la amenaza de terremotos, maremotos o erupciones volcánicas catastróficas. Se apreciará la naturaleza de esta realización cuando se considere que la actividad sísmica y volcánica demuestra que la tierra todavía no ha alcanzado un estado de estabilidad después de los cambios asociados con el diluvio.

Génesis 1:9 muestra: (1) que Dios puede tomar una masa de materia del tamaño de la corteza terrestre[4] y reagruparla en un momento en una forma que en lo sucesivo permanezca estable, de acuerdo con las leyes físicas naturales (normales), o (2) que puede tomar una masa de materia del tamaño de la corteza terrestre y en un instante hacer desaparecer los átomos que no sirven para sus propósitos, y reemplazarlos por la cantidad y la clase de átomos que en cada caso convienen a sus planes. La alternativa (2) equivale a la (1) e incluye el poder de crear materia elemental, requerida por otros aspectos de la creación.

La tierra, en el tercer día, quedó poblada de vida vegetal que comprendía desde los virus ultramicroscópicos y bacterias del suelo hasta los poderosos gigantes de los bosques. La formación de un sólo árbol completo cargado de fruto habría sido una realización incomprensible. Junto con la creación de un solo árbol apareció una multitud de moléculas orgánicas inexistentes hasta ese momento; y además, estas moléculas fueron organizadas para formar la complicadísima estructura celular del árbol. Se desconoce el número de las diferentes clases de moléculas orgánicas que componen un árbol, pero puede decirse con certeza que excede en mucho al número de átomos diferentes que existían en la tierra antes de la creación de la materia orgánica.[5] Nuestro conocimiento limitado no es capaz de apreciar el número de las diferentes clases de moléculas orgánicas de toda la vida vegetal del mundo recién creado.

Al crear los átomos elementales Dios no dependía de la materia preexistente

La creación de una planta implica, además de la formación de la planta en sí, la creación de las condiciones del suelo que le permitan vivir a sus expensa: La tierra que sostiene la planta debe recibir los minerales necesarios, el material orgánico y la vida bacteriana. En la formación de una planta y de las condiciones del suelo que le convenían, ¿utilizó Dios átomos elementales que ya había creado, juntando los materiales de varias partes de la tierra? ¿o realizó una creación «original de materia elemental según lo requería cada planta? Debido a la capacidad requerida para la creación, según el relato del Génesis, la primera proposición es más bien inaceptable. Parecería que un Creador que tiene el poder de traer a la existencia la materia elemental comparativamente simple, la produciría “nueva” cuando y donde la necesitase en el proceso de la creación. De este modo Dios no dependería de la materia preexistente en ninguna etapa de la creación de la tierra.[6]

Respecto a la facultad manifestada al traer a la existencia la vida vegetal de la tierra, parecería una cosa bien sencilla producir los átomos inorgánicos en cualesquiera distribuciones, abundancias relativas o composiciones isotópicas que puedan encontrarse. El Dios que puede, por su palabra, producir millones de kilómetros cuadrados de bosques completos, ciertamente puede en un momento[7] traer a la existencia rocas y suelos de cualquier “edad” radiactiva que sirviera a sus propósitos.

Parece acertado pensar que cuando los pájaros fueron creados comenzaron a comportarse como si hubieran vivido desde mucho antes. De este modo, un supuesto observador de la semana de la creación habría estado contemplando el espacio inanimado para ver de pronto a un águila volar lanzando sus agudos gritos (y. posiblemente con un nido de aguiluchos en lo alto de un árbol). Para formar esa águila, ¿extrajo Dios los elementos necesarios de diferentes lugares de la tierra y los unió en el aire para producir los compuestos orgánicos infinitamente más complejos y las estructuras celulares del ave adulta? Es más satisfactorio pensar que hubo una formación original e instantánea de la materia elemental en cada animal y vegetal creados.

Pero el lector puede decir: “Todo lo dicho no pasa de ser una especulación interesante; pero, ¿qué utilidad tiene? ¿Hay algún testimonio inspirado que permita creer que Dios produjo realmente materia elemental después del primer día de la semana de la creación?” La respuesta es un sí. Ciertamente la costilla de Adán no contenía suficientes electrones, protones y neutrones para formar el cuerpo de una mujer adulta.[8] Es obvio que hubo producción de materia elemental original en la creación de Eva.

La declaración de que Adán fue hecho del polvo, no implica necesariamente que la materia del cuerpo de Adán fue tomada de la tierra y que existía en el primer día de la semana de la creación. Con el vocabulario que poseía Moisés, Dios no pudo haberle dicho cómo había sido hecho Adán de los elementos básicos de nuestra tabla periódica. ¿De qué modo mejor pudo expresar esta verdad que diciendo que el cuerpo de Adán fue formado del polvo de la tierra?

La creación requirió grandes cantidades de material elemental

La exposición precedente intentaba establecer que grandes cantidades de materia elemental fueron traídas a la existencia durante los seis días de la creación. Muchos se preguntarán: “¿Toda la materia elemental que actualmente hay en la tierra fue formada durante la semana de la creación?” Para contestar acertadamente este interrogante, tenemos que adoptar el principio de que “el libro de la naturaleza y la palabra escrita, se alumbran mutuamente”.[9] Los hombres de ciencia, sin un conocimiento (o sin fe) en la Palabra escrita, han llegado a algunas conclusiones infundadas acerca del mundo material. A través de toda la historia, teólogos bien intencionados, por un conocimiento insuficiente de los hechos de la naturaleza, a veces también han adoptado posiciones insostenibles.

El cuarto mandamiento declara que durante la creación Dios hizo “los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay”.[10]

Hoy no señalamos una vaca y decimos que Dios la hizo a través de una creación directa. El libro de la naturaleza —nuestra experiencia y observación— da testimonio de que esa vaca llegó a través de sus progenitores, en una forma natural. Esta luz procedente del libro de la naturaleza explica claramente que el significado del cuarto mandamiento es que Dios hizo durante la semana de la creación a los animales originales de los cuales procedieron todos los demás.

La declaración: “Todas las cosas que en ellos hay”, se refiere simplemente a la vida vegetal y animal del aire, de la tierra y del agua, o bien se refiere a esa vida vegetal y animal y además a la materia elemental de la tierra. Si también se refiere a esta última, las casi mil toneladas de polvo meteórico que caen a la tierra cada día[11] debieron ser traídas a la existencia el primer día de la semana de la creación. Como este material no formaba parte de la tierra en ese tiempo, uno podría dudar de que el relato del Génesis se proponía incluirlo —excepto bajo la referencia general a las estrellas,[12] lo cual le asegura al lector que las estrellas, los meteoros y todas las cosas del universo tienen su origen en Dios. Como el material meteórico forma parte de nuestro sistema solar,[13] uno podría asumir la posición de que todo nuestro sistema solar fue creado con la Tierra, a fin de aplicar la declaración en consideración a la materia elemental.

Por lo menos hay dos procesos mediante los cuales la tierra adquiere de continuo materia elemental procedente del exterior. Uno es la colisión con cuerpos interestelares a medida que el sistema solar se mueve a través del espacio. Es algo bien sentado que el espacio que hay entre los sistemas solares, y aun entre las galaxias, no forma un vacío perfecto, sino que contiene pequeñas cantidades de gases y de polvo.[14]

El otro proceso tiene que ver con el bombardeo de la tierra por los rayos cósmicos. La radiación cósmica primaria está formada por núcleos atómicos de elevada energía que golpean la tierra desde todas direcciones del espacio. De esta manera se añaden continuamente a la tierra átomos de hidrógeno, helio y de elementos más complejos, que proceden de regiones remotas de la Vía Láctea.[15]

Es difícil, y para muchos parece completamente irrazonable, asumir la posición de que toda la Vía Láctea, una galaxia con un diámetro de unos 100.000 años luz, fue creada junto con nuestra tierra, y ninguno de los comentarios inspirados acerca de la semana de la creación sugiere que uno debiera creerlo así. La conclusión parece ser: a) que el relato del Génesis es simplemente un bosquejo de la obra de la creación que le dio forma a la tierra y la dotó de vida orgánica para que pudiera ser un miembro de la familia de los mundos habitados; b) que este relato trató únicamente de los aspectos de la creación que podían ser vistos con el ojo desnudo de un observador de la superficie del planeta. No se debiera intentar leer demasiado a través de las palabras halladas en las declaraciones inspiradas concernientes a la creación, porque los escritores bíblicos originales y los traductores de sus mensajes no poseían el vocabulario adecuado para registrar los datos que contestarían a todas las preguntas que sugieren el conocimiento atómico y nuclear moderno concerniente a la formación y la historia de la materia.

La determinación de la edad radiactiva es incierta

La edad radiactiva dada para un espécimen expresa su composición isotópica actual y algunas suposiciones respecto de su historia física. La composición isotópica actual puede determinarse con precisión; pero las suposiciones que puedan hacerse respecto de la distribución radioisotópica en el momento de la formación de la materia elemental en el espécimen y concerniente a su historia termal, química y radiactiva, hacen incierta la relación entre la edad radiactiva del espécimen y su edad en términos de nuestros años solares.

Para ilustrar las incertidumbres respecto a las determinaciones de la edad radiactiva, supongamos que tenemos una muestra de mineral de uranio que estamos seguros no ha sido expuesta, desde su creación, a temperaturas que hayan evaporado una parte de algunos de los elementos radiactivos más volátiles o a radiaciones que hayan alterado su composición isotópica. El análisis del laboratorio no podría determinar si la presente distribución isotópica de esa muestra indica la voluntad de Dios para ella manifestada hace seis mil, seis millones o seis billones de años. Hasta que no entremos en comunicación con los ángeles o los seres de otros mundos que no han caído, no tendremos la seguridad de la exactitud que una interpretación hecha en términos de años solares de la edad radiactiva obtenida en el análisis del laboratorio.

El relato del Génesis no contesta muchas preguntas que nos gustaría formular respecto de la creación y la historia de la materia elemental ; pero presenta algo mucho más importante: un Dios no limitado por el tiempo y el espacio, que es superior a la materia e independiente de ella, un Dios que en un momento puede ordenar un mundo de átomos para que sirvan a sus propósitos, un Dios que puede, por la expresión de su voluntad, crear grandes cantidades de materia elemental y organizaría en la estructura de la superficie y en la compleja vida orgánica de un planeta habitado.

Aún más incomprensible es el conocimiento de que el objeto principal del cuidado de este Dios es el hombre, que todos sus recursos están al alcance del hombre para ayudarlo, y que ama y cuida a cada individuo de la creación como si no existiera otro objeto de su amor.[16] Uno de los propósitos del relato del Génesis es conducirnos a demostrar lo que puede lograr en las vidas humanas una fe implícita y activa en estas verdades.


Referencias

[1] Gén. 1:2.

[2] La presencia de agua implica por lo menos la existencia de un vapor de agua atmosférico.

[3] The SDA Bible Commentary, tomo 1, pág. 209.

[4] Hay 384 millones de millones de millones de millones de átomos en unos cuatro litros y medio de agua.

[5] Hay sólo 92 clases diferentes de átomos en la materia terrestre. El número total de los isótopos naturales de estos átomos es 329.

[6] Testimonies, tomo 8, pág. 258.

[7] Sal. 33:9.

[8] Gén. 2:21, 22.

[9] La Educación, pág. 124.

[10] Exo. 20:11.

[11] International Geophysical Year, pág. 20. Documento 124, Imprenta del Gobierno de los EE. UU., 1956.

[12] Gén. 1:16.

[13] William T. Skilling Robert S. Richardson, A Brief Text in Astronomy, págs. 204, 195, New York: Henry Holt y Cía., 1954.

[14] Id., págs. 267-271. Astrophysics, cap. 13. J. A. Hynek, editor, Nueva York: McGraw-Hill Book Company, 1951. El día oscuro del 19 de mayo de 1780 pudo haberse debido al paso de la tierra por una región inusitadamente densa de materia interestelar. Al día siguiente se observó una espuma negra sobre la superficie de los estanques de aguas tranquilas y en los recipientes de agua expuestos a la intemperie. Véase Source Book for Bible Students, págs. 134-141.

[15] Serge A. Korff, “The Origin and Implications of the Cosmic Radiations”, American Scientist, tomo 45, pág. 281. Septiembre de 1957. Philip Morrison, “On the Origins of Cosmic Rays”, Reviews of Modern Physics, tomo 29, pág. 235. Abril de 1957.

[16] El Camino a Cristo, pág. 101. Ed. de bolsillo.