La ventisca bramaba sobre el banco de hielo de la Barrera de Ross. La temperatura descendió a 70 ºC bajo cero, y la noche se llenó con la furia de la tormenta antártica. Pero los sonidos de la tormenta llegaban débilmente al interior del refugio de Little América [Pequeña América], enterrado bajo el hielo. Mientras se filtraban la humedad y el terrible frío, el almirante Byrd, extremadamente intoxicado por efecto del monóxido de carbono, trataba en vano de reparar su estufa descompuesta.

            Finalmente cayó exhausto en su catre. Se daba cuenta de que la estufa estaba perdiendo la batalla contra el frío penetrante. Enfrentado a la muerte en su solitario puesto de avanzada, el gran explorador dirigió sus pensamientos al hogar. La ansiedad que sintió por su familia trajo bruscamente a su mente todos los dulces y amados lazos que el hogar significaba para él. Estas reflexiones las dejó registradas en su diario.

            Su conclusión fue que ni el éxito, ni una gran hazaña ni la fama podían siquiera compararse en importancia con la felicidad que se experimentaba en el círculo del hogar. Y en ese sentido para él felicidad significaba armonía. Exaltó las sencillas y modestas virtudes del amor, la cortesía y el respeto mutuo como los valores más preciosos de la vida. Si en el hogar ha faltado esta ancla —el afecto y la comprensión de la familia— ninguna otra cosa puede reemplazarla. Animado por estos pensamientos, el almirante Byrd, pese a su debilidad, hizo otro supremo esfuerzo por reparar la estufa, y así salvó su vida.

            Una atinada observación que Byrd escribió, es muy estimulante. Sugirió que las oportunidades para lograr la armonía familiar son infinitas. Eso significa que la paz y el gozo de la familia pueden ser un desafío a la creatividad, para el cual cada miembro de la misma puede hacer su contribución singular.

            En otras palabras, la felicidad en el círculo familiar no se obtiene por medio de formulismos. Un tierno y expresivo beso por semana puede significar más para una esposa que el deferente beso de saludo en la mejilla que cada mañana y cada tarde le da su esposo al salir hacia el trabajo y al regresar de él. El amor y el aprecio familiares reclaman que se recuerden los cumpleaños y aniversarios, sin duda; pero ¡cuán contenta está una hija cuando el padre le trae un obsequio, sin ninguna razón especial, sólo porque la ama! Los hijos de cierta familia recordaban la generosidad de su madre por el hecho de que ella siempre se privaba del postre cuando éste no alcanzaba para todos.

            Pequeños favores, pequeños obsequios, pequeñas atenciones, practicadas habitualmente en el intercambio social del círculo familiar, le dan un mayor encanto a la persona que el despliegue de grandes talentos y grandes atenciones fuera de ese círculo. La relación hogareña ideal va más lejos que los rutinarios “gracias”, “permiso” y —en algunas ocasiones— “por favor”. Implica buscar oportunidades para demostrar en forma objetiva amor y aprecio, a fin de lograr la cordialidad y el compañerismo del círculo familiar. He aquí la oportunidad de planear individualmente esas pequeñas sorpresas que alegran el corazón. Los obsequios preparados en el hogar son los más apreciados.

            ¿Disciplina? Sí, pobre el hogar sin sujeción, o el matrimonio cuyas diferencias de opinión derivan en disputa. La blanda respuesta todavía quita la ira. Que los niños acaten el criterio de los mayores, y los padres sean dulcemente tolerantes con las opiniones de sus hijos. Un espíritu de censura en el hogar es impensable como privilegio e inexcusable bajo la pretensión de un deber: “Venid luego, y estemos a cuenta” (Isa. 1: 18) es el método bíblico para resolver las diferencias; no la disputa y la contienda.

            La cortesía, la condescendencia y la armonía en el hogar son tiernas plantas que necesitan ser cultivadas diariamente mediante la oración y la práctica. Debemos poner énfasis en asumir alegremente nuestras obligaciones, no en reclamar derechos. Como vemos, el hogar debería ser un lugar donde se compartan todos los privilegios.

Sobre el autor: Ya fallecido, fue durante 24 años redactor asociado de libros de la Review and Herald Publishing Association.