“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Jehová, roca mía y redentor mío”(Sal. 19:14).

     El filósofo norteamericano Grice afirmó que cuando entablamos una conversación es necesario respetar lo que él llamó “el principio de la cooperación”, es decir, “contribuya con la conversación tal como se requiere, en el momento preciso, de acuerdo con el propósito o la dirección del intercambio en que usted está participando”[1] Suponiendo que los que participan de una conversación aceptan este principio, necesitamos distinguir cuatro categorías, según las cuales ciertas máximas y submáximas, de acuerdo con el principio de la cooperación, producirán los resultados que se esperan de la conversación. Las categorías a las que nos referimos son las siguientes: cantidad, calidad, pertinencia y modo.

Definición de las categorías

     La cantidad se refiere al volumen o conjunto de información que se presenta en una conversación. A partir de ahí aplique las siguientes máximas para que su conversación cumpla su propósito: hable de manera que su comunicación contenga sólo la información necesaria; no permita que esta rebase los límites de lo conveniente.

     Esta máxima está sujeta a discusión, ya que el único perjuicio que se produciría si no se la aplicara sería la pérdida de tiempo, y no la violación del principio de la cooperación en sí. También puede inducir al interlocutor a hacerse ciertas preguntas: “¿Por qué —por ejemplo— es tan redundante este señor?” O “¿A dónde quiere llegar?” A pesar de esto, conviene respetar esta máxima.

     La siguiente máxima tiene que ver con la calidad. Junto a ella hay una submáxima: “Su contribución siempre debe ser veraz”, y dos máximas: “Nunca diga lo que no es cierto” y “Refiérase sólo a lo que puede demostrar o comprobar” Esta categoría es sumamente importante: evita que haya contradicciones entre los participantes.

     Con respecto a la pertinencia, Grice es conciso, y de ella sólo dice que debe ser “relevante” o importante; es decir, verifique si su contribución tiene valor, si está colaborando de forma destacada con la conversación. Esté atento a la conveniencia o no de cambiar de tema.

     Finalmente llegamos al modo. No tiene que ver con lo que se dice, sino cómo se lo dice. Incluye una supermáxima: “Sea claro”, y máximas como “Procure que su exposición sea comprensible”. “Evite las ambigüedades”. “Sea breve y ordenado”.

     Está claro que la aplicación de ciertas máximas es más importante que la de otras. Por ejemplo, es más fácil disculpar al que no respeta la máxima de la redundancia que al que cae en la mendacidad. Recordemos también que existen otras máximas que no estamos mencionando aquí, tales como estética, sociabilidad y moralidad, entre otras.

     El respeto de estas máximas es importante, si recordamos que cada momento de la conversación está marcado por diferentes grados de intención, tanto por parte del que emite el mensaje como del que lo recibe. Es necesario hacer algo para poner en evidencia esa intención. “Puede ocurrir también que el locutor cometa una infracción intencional de alguna de estas máximas. Si eso ocurre, el interlocutor puede intentar descubrir el motivo de esa infracción; en esos casos se produce una implicación conversacional”.[2]

     Se nota, por lo que acabamos de decir, que la conversación “es una compleja actividad humana, que le da la posibilidad al hombre de referirse a la realidad física y social que lo rodea. Esta actividad permite también la comunicación de ideas en un contexto social, al compartir conocimientos y darles participación a sus referentes por medio de las imágenes que se proyectan. De este modo los vínculos, los compromisos y las relaciones se entrelazan por medio de la conversación”.[3]

Ejemplos bíblicos

     Al buscar ejemplos bíblicos de lo que estamos diciendo, podemos verificar que las máximas a las que se refiere Grice concuerdan con los principios cristianos relativos a la conversación.

     Si buscamos calidad en los textos bíblicos, verificaremos que Dios tiene interés en ayudar a los seres humanos a comunicarse eficazmente. Es posible que la máxima que dice: “Su conversación debe ser tan informativa como sea posible” pueda leerse en este texto: “El hombre se alegra con la respuesta de su boca; la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (Prov. 15:23). Es especialmente agradable para nosotros, simples mortales, ver al Cielo interesado en nuestra conversación, en que nos comuniquemos bien.

     Con respecto a la calidad, se encuentra la supermáxima: “Su contribución debe ser veraz” y las dos máximas: “Nunca diga lo que cree que es falso”, y “Sólo diga lo que puede demostrar”. No cabe duda de que estas palabras parecen extraídas del evangelio. ¿O lo son? No dispongo de información para decir si Grice conocía el evangelio y lo practicaba, pero ciertamente podemos afirmar que su indicación para la conversación diaria tiene respaldo bíblico. “El labio veraz permanecerá para siempre; mas la lengua mentirosa sólo por un momento” (Prov. 12:19). El que quiera amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaños” (1 Ped. 3:10). “Evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas” (1 Tim. 6:20).

    Con respecto a la pertinencia, Grice destaca el hecho de que nos debemos dar cuenta cuándo nuestra conversación tiene valor y es importante. Debemos cuidar de no cambiar de tema innecesariamente. Hay muchas situaciones en el hogar, la iglesia, el trabajo, entre otras, en que esta máxima es absolutamente necesaria, tanto para conservar el tema de la conversación como para cambiarlo. Consideremos un caso típico y tan común en el ambiente religioso: la maledicencia. Podemos aclarar, al cambiar de tema, que no queremos participar de ese tipo de conversación. “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Sant. 1:26).

     Hasta ahora las máximas que hemos mencionado se refieren a lo que debe decirse. La máxima relativa al modo tiene que ver con la manera de decir las cosas. Sea claro, evite las expresiones oscuras, sea breve, sea ordenado. Podríamos añadir además: sea educado, cortés, amoroso; use un lenguaje sano, irreprensible. Confirmemos esta máxima con las palabras bíblicas: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6). “La lengua apacible es árbol de vida; mas la perversidad de ella es quebrantamiento de espíritu” (Prov. 15:4, DFIH). Otra versión presenta este texto de esta manera: “La lengua serena es un árbol de vida”.

El poder de las palabras

     Además de los consejos bíblicos acerca del uso de las palabras, Elena de White también destaca la fuerza que tienen, no sólo como reflejo del carácter del que habla, sino también por el hecho de que inciden sobre la formación del carácter. “Las palabras son un indicio de lo que hay en el corazón. ‘Porque de la abundancia del corazón habla la boca’. Pero las palabras son más que un indicio del carácter; tienen poder para influir sobre el carácter. Los hombres sienten la influencia de sus propias palabras”.[4]

     Esta cita comprueba que debemos aceptar las orientaciones divinas, tratar de dominar nuestra lengua, y entonces podremos hacer nuestras, con alegría, las palabras del salmista: “¡Y mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día” (Sal. 35:28).

     Las palabras tienen poder, tienen fuerza. Evocan las imágenes de los que las emplean, como asimismo la imagen de las situaciones en las que están insertas esas personas. Las palabras transmiten valores; se originan en el grupo económico, profesional, regional, religioso, etc. al que pertenece el emisor del mensaje. Hay otros valores relacionados con la naturaleza y las intenciones del comunicador. Cuando habla, el locutor trae consigo, a veces sin darse cuenta, su origen social y sus principios religiosos, sus intenciones y actitudes con respecto al interlocutor. Un ejemplo típico es el de Pedro, que cuando trató de negar que era seguidor de Cristo sus palabras lo denunciaron.

     El escritor Francisco Gomes de Matos nos aconseja que, en el uso diario de la lengua, siempre debemos tratar de respetar a nuestro “prójimo lingüístico”. “El conversador cristiano piensa primero en su prójimo lingüístico… Como cristianos, nuestro desafío comunicativo es tanto mayor, porque no bastará construir frases gramaticalmente aceptables, o seleccionar un vocabulario expresivo; debemos conversar humanamente, contribuyendo a fortalecer la confianza y el respeto mutuo entre los socios de la conversación”[5]

     Tal como Grice, el Dr. Gomes de Matos supo percibir los principios bíblicos relativos a la conversación entre los seres humanos. Nos cabe a nosotros, los cristianos, no sólo conocer la teoría al respecto, sino también volverla eficaz en nuestro contacto diario con nuestros semejantes.

     Conviene reflexionar en las siguientes declaraciones de Francisco Gomes de Matos: “Amar al prójimo lingüístico a la luz de las enseñanzas de Cristo implica saber escoger nuestro vocabulario de manera más humana. Saber reducir (eliminar sería el ideal) las ocasiones en que ‘sin querer’ ofendemos o discriminamos a alguien por medio de nuestras palabras y expresiones”.[6]

     “Para nosotros, los cristianos, la competencia con respecto al léxico presupone la capacidad de usar constructivamente las palabras y las locuciones, es decir, para la valorización de la persona humana. Por eso se espera de cada uno de nosotros que sepamos optimizar el vocabulario que usamos, valorizando a la gente con la que conversamos y a la que nos referimos”.[7]

Sobre la autora: Profesora de Lingüística de la Universidad Federal de Sergipe, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Marcelo Dascal (organizador), Pragmática (Campiñas, SP: Unicamp, 1982), t 4, p. 86.

[2]  Ingedore Villana Koch, A interafoo pela linguagem, (La interacción por medio del lenguaje), 5a ed. (Sao Paulo, SP: Editora Contexto, 2000), p. 28.

[3] Revista de letras (Campiñas, SP: PUCCAMP, diciembre de 1997), p. 119.

[4] Elena C. de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1986), p. 290.

[5] Francisco Gomes de Matos, Comunicar para o bem: Rumo d paz comunicativa (Editora Ave-Maria, 2002), p. 17.

[6] Ibíd., p. 29.

[7] Ibíd., p. 89.