Criterios de contaminación y purificación en el Antiguo Testamento

Otra dificultad para ver en el Día de la Expiación una purificación del santuario de los pecados que habían sido perdonados durante el año, está relacionada con la naturaleza misma de la contaminación. Algunos autores piensan que la sangre del sacrificio por el pecado “funciona sólo como un detergente ritual para purgar el santuario”.[1] Según esta idea, “el pecado contamina, la sangre purifica”. [2]Un análisis más detenido sobre los criterios de contaminación en el Antiguo Testamento se hace necesario para verificar si esta conclusión es tan importante como se ha creído.

1. Contaminación por contacto con animales muertos y otras causas.

a. Animales inmundos muertos (Lev. 11:8, 10-20, 23, 38, 41-43; 20:25; 22:5, 6; cf. 5:2).

b. Animales limpios que murieron sin derramamiento de sangre (Lev. 11:39, 40; 17:15, 16; cf. vers. 13; 22:8).

c. Animales limpios muertos en sacrificio por el pecado, tocados por una persona o por un objeto limpio del santuario (Núm. 19:7-10, 19-21; Lev. 6:19-23 (26-30); 10:17; 16:24, 26-28).

d. Contactos indirectos con lo contaminado en la impureza humana (2da. categoría). (Lev. 15:5-12, 16-23, 27; 22:4-6; Núm. 19:22; cf. Lev. 5: 3).

e. Flujo normal de semen humano (Lev. 15:16-18; cf. Deut. 23:10, 11; 1 Sam. 21: 4, 5)[3]

f. Quien entra en una casa contaminada con lepra después de que el sacerdote la hubiera clausurado (Lev. 14: 46, 47).

e. Características generales comunes a esta categoría:

a. La contaminación es muy leve: dura sólo hasta la noche.[4]

b. Se requiere sólo el lavamiento de agua sobre todo aquel (o aquello) que tuvo contacto con el cadáver de un animal.

c. Hay contaminación, pero no inculpación; no hay amenaza de muerte, al menos en primera instancia.

d. Las consecuencias por no purificarse en el límite previsto (durante la noche). “Llevará su iniquidad’’ (Lev. 17:16); si no se lavó por no saberlo, cuando lo supiere “será inmundo’’, “culpable” (Lev. 5: 2, 3), y deberá ofrecer, por consiguiente, un sacrificio por la culpa (Lev. 5:6).

Es evidente que, en estos casos, a pesar de la declaración de “ser inmundo hasta la noche”, el contacto con un animal muerto no afectaba seriamente la vida espiritual del israelita. Esto pareciera estar contenido en la expresión: “Lavaré en inocencia mis manos” (Sal. 26:6; 73:13).[5] Pablo se inspiró también en estas leyes y les dio su aplicación espiritual cuando dijo: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Efe. 4: 26; cf. Lev. 22: 7).

Debe destacarse también que los animales limpios, cuya sangre no había sido derramada, son tratados en el mismo nivel que los animales impuros. La sangre los vuelve no comestibles, es decir impuros como los otros animales que no debían comerse.[6] Los animales ofrecidos en sacrificio por el pecado no escapan tampoco a esta regla cuando son tocados por personas o cosas santas. También cabe destacar que la contaminación por contacto con animales limpios cuya sangre no fue derramada (Lev. 11:39, 40; 17:15), es la misma, aunque haya sido contraída por contacto exterior, como por haberlos comido sin saber. Algo semejante ocurría por el contacto externo con los sacrificios por el pecado (Lev. 10:17; 6: 19-22 (26-29); 16: 24).[7]

Con el análisis de esta primera categoría de contaminación puede comprobarse que la sangre de los animales puros no siempre purifica. Esto ya puede servir de base para sugerir que el santuario israelita era contaminado por los ritos de sangre del año, más bien que purificado, puesto que la expiación, como ya se vió, se realizaba entonces sólo en favor de los pecadores. Se trataba de una contaminación legal[8] muy leve, que no afectaba seriamente el honor ni la santidad del santuario pero, luego de cierto tiempo, requería su purificación.

2. Contaminación por contacto con cadáveres, por sangre y por enfermedad genital de los seres humanos.

a) Cadáveres humanos.

a’) Tocados por el pueblo (Núm. 19: 11- 18, 20; 31: 17, 19-24).

b’) Tocados por el nazareo (Núm. 6: 6- 12).

c’) Tocados por el sacerdote (Lev. 21:1- 4; Eze. 44: 25, 26; cf. Lev. 10: 4, 5).

d) Nunca tocados por el sumo sacerdote (Lev. 21: 10-12; cf. 10:6, 7).

b) Flujo de sangre por enfermedad (Lev. 15:2, 3, 13-15).[9]

c) Flujo de sangre por menstruación, por enfermedad o por parto (Lev. 12; 15: 19, 24- 27, 28-31); vida derramada (cf. Lev. 17: 11, 14).

Características generales comunes a esta categoría:

  1. La contaminación es más grave: duraba siete días después del contacto con la impureza humana.[10]
  2. Para su purificación se requería: a’) Lavamiento de agua como en la categoría anterior (Lev. 15: 13; Núm. 19: 12, 13, 17, 18, 20; 31: 19, 20, 23, 24).

b’) Sacrificios:

a”) Por sangre y por enfermedad genital humanas: sacrificios por el pecado y holocausto (Lev. 12:6-8; 5:14, 15).

b”) Por contacto con cadáver humano: -del pueblo: sacrificio por el pecado (Núm. 19: 9). – del nazareo: sacrificio por el pecado, holocausto y sacrificio pe” la culpa (Núm. 6: 10-12).

c)Consecuencias por no purificarse.

a’) Riesgo de contaminar ilegalmente el santuario (Lev. 15:31: Núm. 19: 13).

b´) Amenaza (riesgo) de muerte.

Esto es importante. Dios no acepta la impureza humana (muerte en sus diversas formas), sino sólo su sustitución por la sangre de un animal. Este contacto afectaba seriamente la santidad de los que se consagraban a Dios, aunque no en forma irremediable si se observaban los ritos de purificación prescriptos. La contaminación de este tipo por parte del sumo sacerdote era, por otro lado, fatal. No se prescriben ritos de purificación en este caso. Ello es a causa de que “la consagración por el aceite de la unción de su Dios está sobre él” y su profanación está puesta en estrecha relación con la profanación del “santuario de su Dios” (Lev. 21:12).

En Ezequiel 9 se dice que el santuario fue contaminado por los cadáveres de los que fueron condenados por el juicio de Dios, este hecho tuvo que ver con el retiro de Dios de su templo y con su destrucción. La desacralización fue así completa, y luego del cautiverio se observan sólo ritos de purificación inaugural del templo, efectuados en el atrio, como los que se hacían en cada acto de inauguración.[11] Nada se dice, tampoco, ni sobre una contaminación del santuario por parte de los cadáveres de Nadab y Abiú ni por los de los príncipes y el pueblo que ocurrió luego, en la rebelión de Coré, Datán y Abiram, ni de algún tipo de rito efectuado para su purificación.[12] Mientras que en Ezequiel 9 los cadáveres quedan en el templo, y Dios se retira del mismo, en los otros casos el proceso es inverso. Los cadáveres son retirados del santuario, y Dios permanece en él. Los ritos de purificación indicados en Levítico 16 no tenían pues nada que ver con este tipo de contaminación. La purificación del santuario en ese día no duraba siete días sino sólo uno.

Debe recordarse además que nunca se lapidaba a los condenados a muerte, ni en el santuario ni en el campamento (Lev. 24:14, 23: Núm. 15: 15, 16; Hech. 21:28-31, 36; 22:22). Aun en los casos en que la lepra se contraía en el templo como resultado de la rebelión (Núm. 12: 10, 14, 15; 2 Crón. 26: 16, 19-21), el camino a seguir con los cadáveres, los condenados a muerte y los leprosos era siempre el mismo: fuera del santuario y de la ciudad. Ellos eran cortados (karath) de en medio de su pueblo (cf. Lev. 23: 29), lo cual, según ya se ha visto, también tenía en sí un valor purificatorio. Lo único que quedaba en el santuario hasta el Día de la Expiación era un registro de sangre de animales que reemplazaba la impureza humana y esto sólo en los casos donde la purificación del pecador era posible.

3.Contaminación por lepra (Lev. 13, 14).

a) La muerte cúltica y social. La exclusión total de Israel, y de su pueblo (Lev. 13).

b) Su sanamiento (resurrección) no autorizaba al leproso a participar automáticamente en la vida cúltica y en la vida social de la nación.

c) Cuatro veces es declarado puro por la expresión “será limpio’’ (Lev. 14: 7, 8, 9, 20). Los ritos de reintegración a la vida cúltica y a la vida social tienen semejanza con todos los otros ritos de purificación, aunque conservan sus características propias. A continuación, ofrecemos algunas semejanzas:

a’) Con la vaca alazana: purificación por contacto con cadáver humano (Lev. 14:4-7; cf. Núm. 19:6).

b’) Con el Día de la Expiación (Lev. 14: 4-7, 49-53; cf. 16:5, 7-10, 15-22).

c’) Con la purificación del nazareo (Lev. 14:8, 9; cf. Núm. 6: 9).

d’) Con la purificación de la primera categoría: en el mismo día (Lev. 14: 8; cf. 11: 40, etc.).

e’) Con todos los casos de la segunda categoría: siete días (Lev. 14:9); los sacrificios por el pecado y holocausto (Lev. 14: 19, 20), etc.

f’) Con la consagración del sacerdocio en la inauguración (Lev. 14: 14-18; cf. 8: 23, 24, 30).

Nuestra lógica occidental se encuentra aquí con algunas dificultades. El leproso sanado debía purificarse, pero no el que continuaba siendo leproso. Luego de ser declarado puro por el primer rito, debía, sin embargo, purificarse de nuevo, y cuatro veces, en distintas etapas, y mediante toda clase de ritos de purificación. La semejanza de estos ritos con todos los otros casos de impureza, prueba que el leproso debía pasar por todas las etapas de purificación de las dos categorías anteriores. Esto demuestra que tales ritos formaban parte de la reintegración del ex leproso a la vida cúltica y social de Israel.[13]

Conclusión. No es muy fácil determinar la razón de ser de estas leyes. Los textos son reticentes para especificar el porqué.[14] Sin embargo, no hay duda de que un principio de higiene sumamente riguroso se encontraba en la base de muchas de sus ordenanzas. Ellas eran necesarias en una época donde no se disponía de todos los medios con que se cuenta hoy para resolver el problema de la contaminación (cf. Deut. 23: 13, 14), y donde el clima podía desempeñar un papel importante. Por otra parte, algunas de estas leyes parecen haber sido establecidas como antídoto contra ciertos ritos paganos de tipo sexual, lo que queda totalmente excluido del culto.[15] Pero, sobre todo, y gracias a estas categorías que acabamos de apreciar, puede percibirse un propósito teológico-pedagógico que es de interés. Estas leyes encontraban su razón de ser en el culto.[16] En la religión israelita, el templo aceptaba la impureza humana, únicamente cuando se la sustituía por la impureza, más leve, que podía contraer y transmitir un animal. Es decir que la impureza humana debía llegar sólo y directamente al santuario. El caso extremo, de la lepra, revela en cambio la pérdida de toda vida espiritual. La situación del leproso era semejante a la de Israel en cautividad (cf. Lam. 4: 15), con su santuario en ruinas. Como Israel, el leproso debía cifrar sus esperanzas exclusivamente en el Santuario celestial.

Estas leyes, aplicadas según un estilo a veces bien casuístico,[17] muestran un grado de unidad que sorprende si se tiene en cuenta todo lo que la ciencia moderna ha llegado a decir con respecto a ella [18] En efecto, las leyes de pureza no parecen ser el fruto de un largo proceso de desarrollo, reflejando distintas tradiciones contradictorias, y mezcladas posteriormente de una manera indiscriminada. Al contrario, se puede ver en ellas la misma mente, imbuida de ciertos principios básicos que fueron aplicados a diversas situaciones según lo considerado en cada parte de la ley.

Resulta claro, entonces, que la sangre del sacrificio no siempre purificaba, y que los sacrificios que purificaban al pueblo durante el año contaminaban en realidad el santuario. Sin embargo, debe considerarse ahora si este doble valor de la sangre, que contamina y que purifica, estaba orientado por principios sólidos y consecuentes, o por aplicaciones arbitrarias y contradictorias. – Continuará.


Referencias

[1] J. Milgrom, “Sacrifices and offerings, OT”, en IDB SuppL, 1976, pág. 766.

[2] E. Heppenstall, Our High Priest (Washington, Review and Herald, 1972), pág. 58: “Nowhere does the blood of Christ defile. Only sin defiles”; pág. 83: “Sin defiles. Blood cleanses”.

[3] Deuteronomio 23: 10, 11 habla de un campamento de guerra. Los soldados debían encontrarse en condiciones físicas y espirituales óptimas para librar las batallas de Jehová.

[4] C. F. Keil, The Third Book of Moses (Leviticus) (Edinburg, 1887), pág. 374: “…the defilement caused by contact with a dead animal lasted only a day, and then, like every other kind of uncleanness that only lasted till the evening, could be removed by bathing the persons or washing the things…”.

[5] Es posible también relacionar esta expresión con Deuteronomio 21:6, 7.

[6] M. Noth, Leviticus, pág. 80.

[7] Cf. Levítico 11: 32-35; 15: 12; Números 31: 22, 23.

[8] G. F. Hasel, The Sanctuary and the Atonement. Biblical, Historical, and Theological Studies (Washington, Review and Herald, 1981), pág. 93: “…the rightful defilement of the sanctuary/temple as a proper part of the worship of Yahweh”.

[9] Se piensa que esta ley describe una enfermedad venérea contagiosa, y que se transmite aquí por el órgano sexual masculino. H. Cazelles, “Le Lévitique “, en La Bible de Jerusalem (París, Cerf, 1978), pág. 144: “…maladie contagieuse qu’est la blennorragie…”; otros han pensado en la pérdida de sangre anal en los casos de hemorroides, cf. G. J. Wenham, The Book of Leviticus (Grand Rapids, Michigan, W. B. Eerdmans Publishing, 1979), pág. 217.

[10] Keil, ibid., pág. 375: “Descomposition, as the embodiment of the unholy nature of sin, is uncleanness… The human corps produced the greatest amount of defilement; so great, in fact, that to remove it a sprinkling water was necessary which had been strengthened by the ashes of a sin-offering into a kind of sacred/alkali”.

[11] Véase el primer artículo en esta serie. Es probable que el pasaje de Hebreos 9:21 haya impedido a muchos cristianos apreciar el valor de la evidencia en el Antiguo Testamento con respecto al rito de sangre, efectuado siempre en actos inaugurales, solamente en el altar exterior. Cf. J. C. Verrechia, Le Sanctuaire dans l’Epitre aux Hébreux Etude exégétique de la section céntrale, tesis doctoral (Estrasburgo, 1981), pág. 177. Ya Calvino encontró dificultades para interpretar este pasaje, Commentaires sur l’Epitre aux Hébreux (Toulouse, 1894), pág. 179. Este problema desaparece si se relacionan los utensilios del culto con todos los utensilios del tabernáculo (misekkan), descriptos en Éxodo 27: 19, claramente ligados al patio del santuario (Exo. 27: 3, 38: 3, 30; 40: 10; Jer. 52:18), y contrastados con los utensilios de oro del tabernáculo de reunión (Exo. 37: 16; Jer. 52: 19). Esto se ve de nuevo en otro acto de restablecimiento del culto y del pacto (2 Crón. 29: 10, 35), donde tuvo lugar una purificacación del templo con sus utensilios (vers. 17). No se mencionan tampoco en esta primera sección ritos de sangre, y la palabra que resalta es qdsh. Sin embargo, los utensilios del templo que había desechado en su infidelidad el rey Acaz (28: 24), fueron ubicados delante del altar exterior (vers. 19). Su purificación tuvo, pues, lugar en la purificación del altar (Lev. 8: 15). S. Japas, Cristo en el santuario (Mountain View, California, PPPA, 1980), págs. 17, 18: “Las dimensiones del altar eran suficientemente amplias como para que todos los demás muebles y utensilios del santuario -nos referimos al santuario del desierto- cupieran dentro de él”. No hay, pues, ninguna razón para dudar de la aplicación inaugural exterior referida en Hebreos 9:21.

[12] Es, tal vez, por esta razón que, luego de las guerras macabeas, no supieran qué hacer con el altar profanado. “Se deliberó sobre lo que debía hacerse con el altar de los holocaustos…” Finalmente lo demolieron y depositaron sus piedras sobre la montaña de la Habitación en un lugar conveniente, esperando In venida de un profeta para pronunciarse sobre el asunto’ (1 Mac. 4:44-46). Luego construyeron otro, al cual purificaron y santificaron (1 Mac. 4:47-51).

[13] J. Milgrom, Cult and Conscience. The asham and the Priestly Doctrine of Repentance (E. J. Brill, Leiden, 1976), pág. 7, piensa que el sacrificio por la culpa (asham) era exigido para reparar el daño causado al santuario. A. F. Rayney, “Shorter Reviews and Notices”, en Interp. 33, (1979), pág. 210, califica esta idea como “really illusory”, y estima que la compensación exigida al leproso y en otros casos semejantes, se debe a los servicios no cumplidos durante el periodo de impureza. Esto parece tener cierto fundamento, especialmente si se relacionan algunos pasajes como el de Levítico 5: 15,16, con el cap. 27. Para una consideración más detenida sobre la significación del término asham, véase A. Treiyer, Le Jour des Expiations…, págs. 191, 192, n. 184.

[14] J. Neusner, The Idea of Purity in Ancient Judaism (E. J. Brill, Leiden, 1973), pág 20: “… the priestly laws and narrativos… remain strikingly reticent about what lies behind the specific rules of cleanness”.

[15] Ibid., “Perhaps the motive here was reaction against the Canaanite cults, in which sexual acts were prominent. Making the dead unclean like- wise removes the cult of the dead from the holy place”

[16] Ibid.

[17] W. Paschen, Rein und Unrein. Untersuchung zur biblischen Wortgeschichte (Munich, Kosel-Verlag, 1970), págs. 42, 44.

[18] Véase por ejemplo R. De Vaux, Les Institutions de l’Anden Testament (París, Cerf, 1967), t. II, págs. 357, 358.