Un director misionero escribió una confesión a la Missionary Review of the World (Revista Misionera del Mundo). En ella decía: “Estaba ayudando a disponer las cosas para una gran convención, y rebosaba de entusiasmo procurando que las sesiones fueran un éxito. El día de la apertura mi anciano padre, que había venido como delegado, se sentó a mi lado en el comedor del hotel para almorzar juntos. Escuchó con simpatía mis entusiastas descripciones de las actividades que desarrollaríamos. Cuando hice una pausa, se inclinó hacia mí y me dijo, mientras seguía con la vista los imponentes movimientos del maitre d’hotel: ‘Hijo, pienso que aquel señor aceptará a Cristo. Le he estado hablando, acerca de su alma’. Quedé casi sin aliento. Había estado demasiado ocupado haciendo planes para una gran convención misionera. No había tenido tiempo para pensar en el alma de esa persona.
“Cuando llegamos a mi departamento, un criado negro lavaba las ventanas. Jim era honrado y digno de confianza, y su trabajo en mi casa había sido muy satisfactorio. Pasaron sólo pocos minutos antes de oír a mi padre que hablaba seriamente con el negro acerca de su salvación personal. Súbitamente me invadió un sentimiento de culpabilidad al comprender que conocía a Jim hacía años y que nunca le había dicho una palabra acerca de la salvación.
“Un carpintero vino para reparar una puerta. Esperaba con impaciencia que terminara para firmarle la boleta de trabajo, porque mi alma ardiente anhelaba volver a sus afanes misioneros. Mientras esperaba, oí que mi padre hablaba con el carpintero acerca de la puerta que acababa de colocar, y luego, sencilla y naturalmente dirigía la conversación hacia la única puerta de entrada al reino de Dios.
“Un judío vivía enfrente de mi casa. Había pensado que posiblemente alguna vez visitaría a mis vecinos, pero estaba tan ocupado con los quehaceres misioneros, que no había podido hacerlo hasta entonces. Pero mi padre, en cuanto se encontró con el vecino judío, le habló acerca del único Salvador del mundo.
“Un amigo nuestro nos llevó de paseo. Esperaba a mi padre para que subiera al auto, y él, en un instante estuvo sentado al lado del conductor, y al cabo de unos momentos, lo oí hablarle acerca del camino de la salvación. Cuando llegamos a casa, me dijo: ‘Temí no tener otra oportunidad para hablarle a esa persona’.
“Cierto día la esposa de un destacado empresario de ferrocarril lo invitó a acompañarla en su elegante automóvil. ‘Me alegro de que me invitara —me dijo después—, porque eso me dió la ocasión de hablarle acerca de su salvación. Pienso que nadie le había hablado antes’.
“Sin embargo esas oportunidades habían estado a mi alcance, y yo las había dejado deslizarse como barcos en la noche, mientras esforzaba la vista por descubrir una vela más grande en un horizonte más lejano. No pude dejar de escudriñar mi corazón para ver si mi pasión se dirigía realmente a las almas o bien si sólo buscaba el éxito en la preparación de convenciones”.