El hombre moderno ha adquirido la manía de la ciencia. Casi todas las filosofías contemporáneas se valen del término ciencia para apoyar sus teorías.

La ciencia ha proporcionado enormes beneficios al hombre moderno. Sin embargo ha amparado a algunas filosofías pseudocientíficas y dogmáticas que han conducido a una aparente contradicción entre la religión y la ciencia. Pero el cientificismo filosófico no debe aceptarse como hecho científico más de lo que se acepta el status de revelación divina atribuido a las especulaciones filosófico-religiosas del pensamiento humano. Ambas no pasan de ser teorías humanas.

Es la filosofía pseudocientífica la que está en pugna con la religión. Asimismo, sólo la falsa religión puede estar en conflicto con la ciencia auténtica. Las verdades teológicas y científicas están en armonía.

Dios, el gran sabio del universo y autor de la ciencia verdadera, ha establecido las leyes sobre las que se basan todos los datos científicos. Tanto la ciencia como la religión cuentan con sus legítimos campos de acción. La ciencia no puede desentenderse del hecho de que los problemas humanos son básicamente problemas espirituales.

La ciencia puede describir los hechos que ocurren en la naturaleza, pero no puede interpretar su significado espiritual. La interpretación está en el dominio de la religión. El hecho y el dato científicos describen los fenómenos observables del universo. La religión los interpreta. La interpretación religiosa puede tener su origen tanto en la especulación humana como en la revelación divina. Edward Le Roy Long dijo: “Los límites de la ciencia constituyen las fronteras de la religión.”

Interpretaciones antagónicas

El supuesto evolucionista es una interpretación filosófica de las observaciones científicas. El creacionismo también tiene una explicación para esos mismos hechos científicos. Estas dos corrientes reconocen los descubrimientos científicos pero los aplican fuentes de interpretación diferentes.

La hipótesis evolucionista tiene su origen en el pensamiento humano. La doctrina de la creación se ha originado en la revelación divina. La una es una expresión de confianza en la capacidad inherente del hombre para evolucionar en forma progresiva, y la otra es una profesión de fe en la creación divina.

El creacionista cree que el significado de ciertos hechos científicos no es claro sin la interpretación de la revelación divina, y que la sabiduría humana no iluminada no es capaz de distinguir con exactitud entre la verdad científica y el error pseudocientífico.

El creacionista, además de creer que los hechos científicos están plenamente en armonía con su fe monoteísta en un Dios sustentador, racional y personal, que creó y gobierna el universo, también afirma que sólo los hombres de ciencia que tengan fe en un Creador personal pueden relacionar inteligentemente los descubrimientos de la ciencia con la realidad. Es evidente que las interpretaciones de la revelación sobrepujan la información científica y la experiencia humana.

El hombre, para comprender la plenitud de la vida, necesita tanto del contenido real de la ciencia como del de la religión. La ciencia, limitada al campo descriptivo, puede enumerar lo que es posible hacerse en el mundo que rodea al ser humano, pero no puede decir lo que debiera hacerse en el ámbito de la relación moral y espiritual del hombre con su Dios y sus semejantes. Ese es un problema religioso. Por ejemplo, no es posible estimar la conducta mediante estadísticas, o determinar el valor del bien o el mal por un análisis hecho en el tubo de ensayo del laboratorio. El hecho es, sin embargo, que aunque las posibilidades de la vida son importantes, sus deberes son más importantes. El secreto del vivir consiste en conocer a Dios y no en el saber científico.

Progreso o redención

Los acontecimientos de esta época moderna declaran, mediante los sucesos del mundo vistos en el contexto de la tragedia humana, que la evolución progresiva es una ilusión. Sólo la gracia redentora es capaz de salvar a la civilización del desastre.

La hipótesis de la evolución es una teoría de la salvación lograda por medios humanos. Supone que cada cambio hace del hombre el superanimal más apto para una utopía religiosa. Prefiriendo la evolución animal-hombre a la relación Creador-criatura, el cientificismo hizo de la teoría de la evolución una creencia religiosa y procedió a adorarla. El juicio crítico fué declarado no científico.

De esta manera la teoría evolucionista se convirtió en su esencia en una doctrina del culto propio. Es verdad que fué una rebelión contra el dogmatismo religioso de los siglos precedentes, pero cayó en el error fatal de intentar suplantar el dogmatismo eclesiástico con un credo científico igualmente dogmático. La evolución cometió el error de deificar en mayor o menor grado sus propias especulaciones filosóficas en lugar de examinarlas con humildad a la luz de los hechos científicos verdaderos y de la revelación divina. El cientificismo no tiene más derecho de hacer un dogma de la teoría de Darwin del que tenía la iglesia medieval para dogmatizar la teoría del purgatorio o la práctica de las indulgencias.

Numerosas bendiciones materiales proporcionadas por la ciencia han cambiado el carácter externo de nuestro medio ambiente, pero sólo Dios, mediante el Evangelio del Señor Jesús, puede impartir las bendiciones espirituales capaces de cambiar el carácter y la naturaleza internos de los hombres. No basta que la ciencia transforme nuestro mundo exterior. Necesitamos que Dios cambie nuestro ser íntimo.

Los motivos internos tienen más que ver con el bienestar futuro del hombre que los factores externos. La redención divina, mediante la cual los hombres son transformados y renovados, constituye la esencia del verdadero progreso, y el progreso científico en sí mismo nunca podrá ser un sustituto de la redención.

En este punto el hombre moderno ha hecho un mal empleo de la ciencia al hacer de ella el criterio con el cual interpretar el significado de la vida. Puesto que la ciencia es un estudio desarrollado por seres creados, no puede comprender plenamente al Creador, sus actividades o el significado de sus actos. Toda ciencia depende de las leyes creadas por Dios. Este mismo hecho expone la necedad de cualquier concepto evolucionista que excluya a Dios.

La redención es más fundamental que la ciencia. Es el absoluto indispensable para la supervivencia del hombre. Cualquier progreso genuino que se haga en el bienestar futuro de nuestra civilización, y la paz y felicidad de sus pueblos, se hará en la medida en que los hombres comprendan que la regeneración del corazón es la condición esencial para todo progreso verdadero. El hombre nunca ha tenido una necesidad mayor de la solución redentora de lodos los problemas humanos.

La Biblia es el instrumento que revela a Dios en sus páginas, y todos los descubrimientos que el hombre ha efectuado hasta la fecha, confirman la fe en él. El hombre, en todas sus investigaciones, mima ha establecido un hecho científico contrario a la revelación divina. No hay duda de que la razón principal por la cual los hombres son reacios a aceptar la interpretación bíblica del comienzo, significado y destino de la vida expuesta en la historia evangélica es que la revelación bíblica de Dios y su plan de salvación privan al hombre de su auto salvación como resultado de su propio genio.

Una mala interpretación de la ciencia y la religión

Nunca debemos cometer el error de confundir la fe del cientificismo con lo- hechos de la ciencia. Los hombres pueden construir falsas filosofías basadas en la falsa interpretación de la ciencia, del mismo modo como pueden fundar falsas filosofías religiosas sobre la interpretación equivocada de las Escrituras. Pero ni los hechos de la ciencia ni los hechos de Dios sufren una alteración por causa de ellas.

La esencia de la pseudociencia es la suposición de que la ciencia misma basta para satisfacer por completo las necesidades de los hombres. Depende únicamente de la sabiduría humana. La pseudociencia como tal en lugar de ser una búsqueda imparcial de la verdad, se convierte en una decisión arbitraria de aceptar como verdadero únicamente lo que puede comprobarse por la ciencia. Sólo las personas más ingenuas aceptan todas las hipótesis científicas como absolutamente seguras. La ciencia moderna es más que la reducción de las leyes naturales a una forma tabular. Es también una colección de interpretaciones humanas de su significado.

Hacer de la ciencia el criterio absoluto de la verdad es pasar enteramente por alto la revelación divina y la esperanza de salvación del hombre realizada por el poder y la intervención de Dios. Por las razones expuestas, el creacionismo no puede concordar con la adoración idólatra del cientificismo y el culto a las técnicas más de lo que concuerda con el orgullo arrogante de una iglesia que se oponga a los hechos verdaderos científicos o bíblicos.

Se necesitan recursos religiosos para hacer frente a las inflexibles realidades de la habilidad científica. El progreso científico, por lo tanto, nunca podrá ponerse como sustituto de la redención divina, y si el hombre no le concede a la adoración de su Dios un lugar supremo en su vida, inevitablemente lo sustituirá por dioses materiales de su propia manufactura.

Sin embargo, el árbitro final de la Verdad es Dios, y no el hombre de ciencia. El hombre moderno debe darse cuenta de las realidades imperativas de la interpretación de la vida presentada por la revelación divina. si no quiere sucumbir al culto idólatra de la ciencia. El hombre que verdaderamente ha sido iluminado no niega a la ciencia el lugar que le corresponde ni permite que usurpe el lugar de la religión.

La locura culminante de los devotos del cientificismo ha sido por un lado hacer de la ciencia un nuevo mesías creado por el genio del hombre, y por el otro que la filosofía proclame: “Temed al hombre, y dadle gloria: porque la hora de sus realizaciones ha llegado.” Este hecho es el que hace que el llamamiento urgente del mensaje de Apocalipsis 14:7 sea tan necesario en la actualidad. Su amonestación es: “Temed a Dios, y dadle honra: porque la hora de su juicio es venida; y adorad a aquel que ha hecho e1 cielo y la tierra.” Este mensaje está calculado para darle al hombre moderno la debida perspectiva respecto a la ciencia y la religión.