Orígenes y trayectoria del principio Sola Scriptura en la iglesia cristiana.

La celebración de los quinientos años de la Reforma protestante es un marco conmemorativo de la publicación de las 95 tesis en contra del tráfico de indulgencias,[1] ocurrida en 1517. En aquella ocasión, tal vez pocos pudieran imaginar la dimensión y las réplicas que eso desencadenaría en el cristianismo. La experiencia del despertar del monje agustino alemán Martín Lutero, iniciada en ocasión de su memorable viaje a Roma, se intensificó con el estudio de los Salmos y del libro de Romanos, y culminó con la elaboración y la divulgación de sus tesis.[2] Lutero protestó contra el sistema de indulgencias de la iglesia romana, convencido de que tal sistema representaba una seria distorsión de la genuina enseñanza de la Biblia, “el abandono de las Sagradas Escrituras y la aceptación de tradiciones y palabras humanas”.[3] En respuesta, desarrolló sus enseñanzas tomando como base bíblica la justificación por la fe y como principios directivos cinco “Solas”, en la forma de las preposiciones latinas: Sola Scriptura (solamente por la Escritura); Sola fide (solamente por la fe); Sola gratia (solamente por la gracia); Solo Christus (solamente por Cristo); y Soli Deo Gloria (solamente para la gloria de Dios).[4] Entre esos, el lema Sola Scriptura “refleja el principio clave de la Reforma”.[5] Sin embargo, para comprender la importancia de esa iniciativa de Lutero, es necesario recordar el origen y la trayectoria del Sola Scriptura, como principio fundamental de interpretación de la Biblia.

Sola scriptura y la interpretación apostólica

Aunque la Biblia no mencione la expresión latina Sola Scriptura, su texto establece ese principio y su significado, al mismo tiempo que reivindica su observancia por parte del lector. Esa proposición está presente en contextos del Antiguo Testamento (Sal. 119:105; Isa. 8:20); en las enseñanzas y las prácticas de Jesús (Luc. 24:27, 44, 45; Juan 17:14, 17, 20); y en el testimonio apostólico del Nuevo Testamento (Hech. 15:21; 1 Cor. 4:6; 2 Ped. 1:19-21). De esa manera, queda claramente establecido que las Escrituras inspiradas eran la única fuente de genuino conocimiento teológico del pueblo de Dios.

Una fuerte evidencia de eso es el uso que los escritores del Nuevo Testamento hicieron de la expresión griega hēgraphé (la Escritura), con referencia a tal contenido. Por medio del uso singular de graphé (Escritura), precedido por el artículo definido, remitían tanto a un pasaje específico del Antiguo Testamento (Juan 13:18; Hech. 1:16; 1 Tim. 5:18; Sant. 2:8, 23), como al Antiguo Testamento en general (Hech. 8:32; Gál. 3:8; 1 Ped. 2:6). Por medio del uso del plural haí graphaí (“las Escrituras”), siempre aluden al Antiguo Testamento en forma general (Mat. 21:42; Mar. 12:24; Luc. 24:27, 32, 45); y a la inclusión de los textos del apóstol Pablo en la misma categoría de las demás Escrituras (2 Ped. 3:16).[6] Con esos usos, quedó señalado que las Escrituras inspiradas por Dios eran su única fuente de genuino conocimiento teológico.

Otra evidencia de eso es el reiterado uso de la expresión gégraphtai (“está escrito”) en el Nuevo Testamento, que ocurre cerca de cien veces en alusión a las Escrituras.[7] Estando bajo inspiración, los escritores bíblicos destacaron ese uso como la única fuente autoritativa para la compresión y la vivencia de todo el mensaje revelado e inspirado por Dios. A eso se puede llamar “Principio bíblico Sola Scriptura”, reconociendo que el texto bíblico reivindica su propio contenido como único criterio para su interpretación.

Sola scriptura y el período posapostólico

Mientras los apóstoles vivieron, se esforzaron para que la iglesia se mantuviera fiel al principio Sola Scriptura, y a sus principios interpretativos resultantes. Incluso, combatieron ideas de fuentes extrañas a la Palabra de Dios que amenazaban la pureza de la doctrina de la recién nacida iglesia cristiana (1 Tim. 1:3, 4; 4:13-16; 1 Ped. 2:1-3; 1 Juan 2:18-26).

Sin embargo, a partir del siglo II, los intérpretes de la Biblia adoptaron otras fuentes de datos teológicos,[8] y sus ideas no bíblicas.[9] Los apologetas fueron los primeros en hacerlo.[10] Con el objetivo de minimizar o conciliar “el choque y el mutuo desprecio entre la fe cristiana y la filosofía, se fue produciendo el sincretismo de ideas cristianas y filosóficas”.[11] Con esa práctica, la filosofía de origen no bíblica pasó gradualmente a ser aceptada como herramienta útil para la interpretación y la enseñanza bíblica.[12] Llegó a sostenerse que la Biblia tendría cuatro diferentes sentidos: literal, alegórico, moral y escatológico; lo que fue conocido como “cuadriga”.[13]

Los llamados Padres de la iglesia y los demás teólogos medievales, con raras excepciones, siguieron la misma línea. Jerónimo y Agustín aceptaron la filosofía cultural grecorromana y la experiencia mística. Tomás de Aquino aceptó tres fuentes de autoridad que, según él, también tenían origen en la Revelación: “las enseñanzas de los filósofos, las Escrituras y los doctores de la iglesia”.[14]

Esa práctica medieval sirvió como fundamento para que la Iglesia Católica Romana consolidara su perspectiva acerca de la Biblia y de su función para la iglesia cristiana. Aún hoy, para la iglesia de Roma, la autoridad proviene de la “Palabra de Dios”, que se manifiesta por medio de dos fuentes diferentes y equivalentes en valor: las Sagradas Escrituras y la Tradición,[15] correspondiéndole su interpretación al magisterio de la iglesia. Como dirigente supremo de ese magisterio, el Papa, cuando habla ex cátedra es considerado como quien tiene autoridad equivalente a la de las propias Sagradas Escrituras y a la de la Tradición, pudiendo incluso reinterpretarlas. La interpretación de la Biblia ocurre según la “tradición de la fe”,[16] y no según las propias Sagradas Escrituras. De esta manera, actualmente, el principio Sola Scriptura continúa siendo absolutamente rechazado en el medio católico-romano.[17]

Sola scriptura y la Reforma protestante

La Reforma protestante fue el primer movimiento que desafió radicalmente “el confinamiento católico de las Sagradas Escrituras a la hermenéutica de la tradición”.[18] El movimiento involucró a los llamados prerreformadores: John Wyclif, Huss y Jerónimo, los reformadores magistrales (Martín Lutero, Ulrico Zwinglio y Juan Calvino) y los reformadores radicales (anabaptistas y puritanos). Con sensibles diferencias de comprensión, en general concordaban en su aprecio por las Sagradas Escrituras y por lo que consideraban que era una porción aceptable de la Tradición.[19]

El Sola Scriptura se transformó en “el grito de guerra de los reformadores”.[20] La primera alusión pública a ese concepto habría sido realizada por Martín Lutero en el debate de Leipzig (1519), y más tarde reafirmada en Worms (1521).[21] De esa manera, Martín Lutero y los demás reformadores manifestaron su convicción de que “la Escritura es la única autoridad”.[22] Es norma normanda (norma determinante), y no norma normata (“norma determinada”). En su concepción, el Sola Scriptura hacía referencia a la autoridad final de las Sagradas Escrituras, no a su exclusividad.[23] Desde esa perspectiva, se aceptaban otras fuentes de autoridad, siempre que la Biblia fuera considerada la medida final de validación de las demás fuentes.[24]

Para esos reformadores, “Sola Scriptura nunca significó que los únicos recursos que el cristiano necesita para entender bien la Palabra de Dios son la Biblia y el Espíritu Santo”.[25] Consideraban “la historia, los consejos, las creencias y la tradición de la iglesia, incluyendo los escritos de los padres”,[26] como fuentes elementales válidas de datos teológicos. Lutero aceptó parte de la Tradición y la experiencia personal como fuentes de conocimiento teológico.[27] Y Calvino mostró conformidad con dos fuentes: parte de la tradición teológica y de las interpretaciones filosóficas.[28]

Tal perspectiva hizo que Martín Lutero privilegiara los libros que, según él, mostraban a Cristo, y cuestionaba la canonicidad de los libros de Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis.[29] Esto lo llevó al establecimiento de un “canon dentro del canon”.[30] De hecho, los reformadores contribuyeron en gran manera para reconocer en la Biblia su valor oscurecido por las prácticas interpretativas medievales. Sin embargo, a pesar de esto, el Sola Scriptura de los reformadores no correspondió ampliamente al Sola Scriptura bíblicamente reivindicado.

Sola scriptura y avivamiento evangélico

En su perspectiva de avivamiento, Wesley parece haber tenido una comprensión del Sola Scriptura sensiblemente distinta, en comparación con la de los reformadores. Para él, esa expresión indicaba a las Sagradas Escrituras como fuente primaria de datos teológicos entre las demás, que “incluye Tradición, razón y experiencia como autoridades adicionadas a las Sagradas Escrituras”.[31] A esa perspectiva se le dio el nombre de “cuadrilátero wesleyano”. De esa manera, mientras que los reformadores situaban la Biblia como autoridad final en el proceso de interpretación, Wesley la veía como criterio inicial del mismo proceso, punto de partida fundamental al cual se le agregaría las otras fuentes.

Tal perspectiva influyó fuertemente en los avivamientos inglés y estadounidense. A partir de allí, los teólogos protestantes y evangélicos hacen alusión al principio Sola Scriptura, significándolo, de forma intercambiable, como “autoridad final de las Sagradas Escrituras” o como “primicia de las Sagradas Escrituras”, buscando destacar su autoridad suprema. De esa manera, así como los reformadores y los predicadores del avivamiento, sus herederos –los protestantes y los evangélicos– concuerdan en que las Sagradas Escrituras tienen autoridad fundamental, es decir, tienen la supremacía en materia de fe y práctica cristianas;[32] aunque le atribuyan diferentes funciones en el proceso interpretativo. Por lo tanto, ninguna pretendida autoridad está por encima de las Sagradas Escrituras, aunque otras fuentes puedan ser aceptadas en correspondencia con ellas.[33]

Sola scriptura en el contexto adventista

Los pioneros adventistas vieron la Reforma protestante con aprecio y discernimiento. Entendieron el Sola Scriptura del contexto de la Reforma como el “gran principio protestante: la Biblia, únicamente la Biblia, como regla de fe y práctica”.[34] Reconocieron el importante papel de los reformadores en el inicio del restablecimiento de la autoridad última de las Sagradas Escrituras en la iglesia cristiana. Sin embargo, tuvieron discernimiento para reconocer que al mantenerse, en cierta medida, influenciados por otras fuentes, los reformadores también cometieron errores interpretativos.[35] De esa manera, la Reforma fue el comienzo de un proceso de restauración, cuyo avance quedó limitado. Por esta razón, los pioneros adventistas buscaron entender y aplicar el Sola Scriptura de acuerdo con la reivindicación bíblica de las Sagradas Escrituras como la única fuente de conocimiento teológico. De manera general, esa misma comprensión ha sido mantenida en el medio adventista. Hay consenso en sostener que, en su Palabra, “Dios le dio a la humanidad el conocimiento necesario para la salvación”.[36]

Conclusión

La Reforma protestante fue el importante marco inicial en la restauración del significado y la aplicación del principio bíblico interpretativo de la exclusividad de las Sagradas Escrituras como fuente de datos teológicos. Sin embargo, el valioso esfuerzo realizado por los reformadores no fue suficiente para que la lectura y la aplicación del Texto Sagrado fuesen totalmente ajustadas a las propias reivindicaciones bíblicas.

Por lo tanto, si por un lado es honroso festejar los quinientos años de la Reforma protestante y lo que este importante movimiento significó, y todavía representa, para el cristianismo, por otro lado es urgente reflexionar sobre las razones por las cuales este proceso no ha sido todavía concluido. El principio Sola Scriptura se encuentra en la base de la cuestión. De acuerdo con lo que indagó Norman Gulley, “esta es la crisis […] hoy. ¿Es la Biblia su propio intérprete?”[37] Como lectores e intérpretes de las Sagradas Escrituras, somos desafiados a realizar esta importante tarea, conscientes de que la mejor manera de celebrar la Reforma es, de hecho, ¡continuarla!

Sobre el autor: profesor de Teología en la Facultad Adventista de Bahía, Rep. Del Brasil


Referencias

[1] Martín Lutero, Martín Lutero: Obras selecionadas, “Os primórdios – Escritos de 1517 a 1519”, 2ª ed. (São Leopoldo: Sinodal, Porto Alegre: Concórdia, Canoas: Ulbra, 2004), t. 1, pp. 21-29.

[2] W. Walker, História da Igreja Cristã, 3ª ed. (San Pablo: ASTE, 2006), pp. 494-497.

[3] Lutero, p. 215.

[4]  J. M. Frame, A History of Western Philosophy and Theology, 1ª ed. (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2015), p. 754.

[5] D. Mangum. The Lexham Glossary of Theology (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014).

[6] Geoffrey W. Bromiley, ed., The International Standard Bible Encyclopedia (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1988), t. 4, p. 361.

[7] De acuerdo con lo informado por Guide Passage y Exegetical Guide, lemma gegraptai, investigado en Logos Bible Software.

[8] Jaroslav Pelikan, A Tradição Cristã: Uma história do desenvolvimento da doutrina, “O surgimento da Tradição Católica 100-600” (San Pablo: Shedd, 2014), t. 1, pp. 66-70.

[9] E. M. Humphrey, Scripture and Tradition: What the Bible really says (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2013), p. 163.

[10]  B. Hägglund, História da Teologia, 8ª ed. (Porto Alegre: Concórdia, 2014), pp. 22, 23.

[11] Raúl Kerbs, El problema de la identidad bíblica del cristianismo: Las presuposiciones filosóficas de la teología cristiana – desde los presocráticos hasta el protestantismo (Libertador San Martín, Entre Ríos: Editorial Universidad Adventista del Plata; Adventus, Editorial Universitaria Iberoamericana, 2014), p. 306.

[12]  Alan Hauster y Duane F. Watson, A History of Biblical Interpretation: The Ancient Period (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2003), t. 1, pp. 304-333.

[13]  Augustus Nicodemus Lopes, A Bíblia e Seus Intérpretes (San Pablo: Cultura Cristã, 2013), 3ª ed., p. 150.

[14] Justo L. González, Uma Breve História das Doutrinas Cristãs (San Pablo: Hagnos, 2015), p. 231.

[15]  “The Interpretation of the Bible in the Church”(6 de enero de 1994), <https://goo.gl/9f8HVt>.

[16] Ibíd

[17]  D. Armstrong, 100 Biblical Arguments Against Sola Scriptura (San Diego, CA: Catholic Answers Press, 2012).

[18] Norman Gulley, Systematic Theology: Prolegomena (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2003), p. 544.

[19] C. S. Evans, Pocket Dictionary of Apologetics & Philosophy of Religion (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2002), p. 109.

[20] Norman Gulley, p. 694.

[21] K. A. Mathison, The Shape of Sola Scriptura (Moscow, ID: Canon Press, 2001), p. 95.

[22] Norman Gulley, p. 382.

[23]  Christopher A. Hall, Lendo as Escrituras com os Pais da Igreja, 2ª ed. (Viçosa: Ultimato, 2007), pp. 19, 20.

[24] J. M. Boice, Romans: God and History (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1991), t. 3, p. 1.473.

[25]  C. A. Hall, Reading Scripture with the Church Fathers (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998), pp. 13, 14.

[26] Ibíd

[27] González, p. 234; Kerbs, p. 573.

[28] Kerbs, p. 597.

[29] C. H. Scobie, “History of Biblical Theology”, New Dictionary of Biblical Theology, ed. Eletrónica (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000), p. 12.

[30] Richard M. Davidson, “Homosexuality and the Bible: What Is at Stake in the Current Debate”, en R. E. Gane, N. P. Miller y H. P. Swanson, eds. Homosexuality, Marriage, and the Church: Biblical, Counseling, and Religious Liberty Issues (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2012), pp. 190, 191.

[31] Norman Gulley, p. 557.

[32] W. R. Godfrey, “What do We Mean by Sola Scriptura?”, en D. Kistler, ed., Sola Scriptura: The Protestant position on the Bible (Lake Mary, FL: Reformation Trust Publishing, 2009), p. 2.

[33] Carlos F. Teixeira, Sola Scriptura: reflexões temáticas introdutórias acerca dos significados dessa expressão (Engenheiro Coelho, San Pablo: Academia Teológica, 2016), pp. 13-57.

[34]  Elena de White, El conflicto de los siglos, pp. 188, 581

[35] Fundamentos de la educación cristiana, p. 450,

[36] <https://goo.gl/LUss9h>

[37] Norman Gulley, p. 595.