En los últimos añosse ha presentado con insistencia la idea de que la Biblia ha sufrido alteraciones en ciertos pasajes y que otros tantos textos bíblicos han sido mal interpretados; aún más, que en algunos concilios se han tomado decisiones, más de orden político que religioso, para favorecer alguna interpretación cristiana tradicional. Diversas corrientes místicas y ocultistas invocan estos y otros argumentos parecidos para sostener que la idea de la reencarnación fue fraudulentamente descartada de la Biblia y del pensamiento cristiano.

Constantino y Constantinopla

            Es necesario aclarar el supuesto rechazo de la doctrina de la reencarnación por parte de la iglesia cristiana. Según los reencamacionistas Whitton (psiquiatra) y Fisher (periodista)[1], “a partir del siglo IV la naciente teología cristiana desarrolló una oposición a la idea de la reencarnación. Un edicto oficial, en el año 553, condenó la doctrina de la reencarnación cuando el emperador Justiniano dictó maldiciones eclesiásticas formales contra la ‘monstruosa repetición del nacimiento’. Lamentablemente, a la censura teológica (por cierto, que apoyada por el poder civil), siguió la persecución de todos los que se negaban a abjurar de tal doctrina”.

            Brian Weiss[2], psiquiatra y ahora famoso propulsor del reencamacionismo, comparte la opinión anterior: “En el siglo VI, el Segundo Concilio de Constantinopla respaldó el acto de Constantino declarando oficialmente que la reencarnación era una herejía”.

            Pero este es un grave error, muy común entre los creyentes del Movimiento de la Nueva Era. Así lo declara Chandler,[3] que es un crítico opositor de este movimiento: “…el Concilio de Constantinopla… jamás consideró el tema de la reencarnación. Simplemente no era de gran interés para los padres de la iglesia. El concilio sí discutió y rechazó la idea de la preexistencia del alma, criterio que había sostenido Orígenes, uno de los teólogos de la iglesia… Orígenes creía que las almas humanas preexisten a sus cuerpos físicos, pero no creía en la reencarnación. De hecho, en sus escritos rechazó la reencarnación como contraria a la fe cristiana” (El énfasis es nuestro).

            Más aún, el reencamacionista Christie- Murray[4], en un excelente repaso histórico sobre este tema, nos dice:

            “Debemos observar aquí que la reencarnación no fue muy mencionada, y mucho menos condenada, por ningún Concilio General de Constantinopla, o de cualquier otro lugar…” (El énfasis es nuestro).

            Un error adicional, y tan grave como el anterior, es el que comete el Dr Weiss[5] en su investigación sobre la reencarnación. El comenta lo siguiente: “Cuando investigué la historia del cristianismo, descubrí que el emperador Constantino había borrado del Nuevo Testamento antiguas referencias a la reencarnación en el siglo IV, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial”.

            Lamentablemente, el Dr. Weiss no proporciona ninguna referencia para legitimar su postura. Lo que sí es cierto, y puede ser verificado por una extensa referencia bibliográfica, es que la formación del canon del Nuevo Testamento se efectuó entre los siglos II y III y alcanzó su forma definitiva, como se sabe hoy, en el siglo VI y no en el siglo IV.[6]

            Una cosa es clara en todo caso: los textos que se refieren directa y, por así decirlo, exclusivamente a la inspiración de los libros sagrados, se mantienen en una enorme sobriedad. Así se dice en la primera carta de Clemente: “Vosotros habéis escudriñado las Sagradas Escrituras, que son veraces y fueron dadas por medio del Espíritu Santo. Sabéis que nada injusto ni falso está escrito en ellas”.[7] Este pensamiento es una joya de la Patrística.

            Lutero y Calvino, quienes expusieron muchos errores de la iglesia popular de sus días, no hicieron referencia alguna al supuesto hecho de que Constantino haya quitado de la Escritura pasajes que apoyaban la reencarnación. Para el protestantismo la Sagrada Escritura es la regla irrefutable de toda fe y práctica, el comienzo y el fundamento de toda teología, del que nadie que profese la religión cristiana duda.[8]

            A continuación, trataremos brevemente el tema de la reencarnación a la luz de algunos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamentos.

El Antiguo Testamento

            Las Sagradas Escrituras del judaísmo, el Antiguo Testamento (AT) para los cristianos, no asimilaron las ideas dominantes del paganismo en medio del cual se desarrollaron. Casi cada página del Antiguo Testamento contiene amonestaciones contra las creencias y prácticas idolátricas de los pueblos que rodeaban a los hebreos. Es típico encontrar pasajes donde se menciona que la causa de las derrotas o del cautiverio de los israelitas se debe a que “dejaron a Jehová y adoraron dioses extraños”.

            En cuanto a la enseñanza sobre la muerte y la vida futura después de ella, el AT no menciona directamente, ni siquiera sugiere, la doctrina de la reencarnación. Ello es reconocido por el mismo Christie- Murray,[9] quien, en un alarde de honestidad intelectual, señala: “Los reencamacionistas citan una serie de textos aislados que, según ellos, apoyan o sugieren tal doctrina, pero que, para cualquier lector objetivo, resultan extraordinariamente débiles y a veces muestran una falta de comprensión del original”. Son alrededor de ocho textos bíblicos los que menciona este autor.[10]

            Que la reencarnación no es una doctrina del AT se demuestra por el hecho esencial de que la idea del alma inmortal, que se separa del cuerpo al momento de la muerte, no se encuentra en ninguna parte de las Escrituras. Así, desde el punto de vista del AT, el hombre, bajo ninguna forma, continúa existiendo conscientemente después de la muerte. Berkhof,[11] teólogo evangélico reformado, lo reconoce: “Se ha hecho común la afirmación de que el AT, y en particular el Pentateuco, no enseña de ninguna manera la inmortalidad del alma”.

            Este es un punto crucial puesto que grandes sectores del cristianismo sostienen la creencia en la inmortalidad del alma como una de las doctrinas capitales de la Biblia. Pero se puede afirmar que no existe fundamento alguno para sostener el renacimiento (o reencarnación) como parte de las Escrituras del AT.

            Lo que sí es cierto es que el esoterismo judío incorporó en su pensamiento y práctica religiosos las ideas babilónicas, griegas y de otros pueblos, acerca de la inmortalidad del alma y la reencarnación. El Talmud, que constituye la teosofía judía, y en especial la Cábala (la sabiduría oculta del AT, según el judaísmo), son las mejores expresiones del misticismo judío, lo que sirvió de inspiración a los esenios y al orden exotérico y esotérico de la francmasonería.

El Nuevo Testamento

            El NT no menciona la doctrina de la reencarnación. La doctrina de la resurrección es la esperanza de los que han muerto en Cristo. Para todo lector que conoce el NT, es claro que la resurrección es radicalmente diferente a la reencarnación, de tal manera que es imposible intentar una síntesis con ellas sin que se desfiguren sus conceptos esenciales. Con todo, los reencamacionistas dicen que existen al menos catorce citas del NT que sugieren la enseñanza del renacimiento.[12]

            Uno de esos textos es aquel donde Jesús dice: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 33). Con este sólo texto pretenden afirmar que Cristo enseñó la reencarnación, pasando por alto tres puntos fundamentales. En primer lugar, viola una de las reglas elementales de la hermenéutica: ninguna doctrina puede construirse sobre la base de un solo texto bíblico. En segundo lugar, se ignora el resto de las enseñanzas de Cristo, donde la resurrección de los muertos (tanto de los justos para vida eterna como la de los impíos para condenación) es de importancia capital. Fue la resurrección de Cristo la doctrina que dio vigor y esperanza al movimiento apostólico.

            En tercer lugar, quienes citan el texto de Juan 33 olvidan el resto del discurso de Cristo que contradice precisamente lo que ellos pretenden probar. Nicodemo, a quien Jesús dirigió estas palabras, las interpretó en el sentido de un nacimiento físico: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?” (Juan 3:4). Esa era la oportunidad de oro para Jesús, si hubiera querido hacerlo, para instilar en la mente de Nicodemo la doctrina de la reencarnación: disertar sobre la necesidad de muchos nacimientos hasta alcanzar la perfección. Pero Jesús no lo hizo, más bien lo corrigió, aclarándole que el nuevo nacimiento era de naturaleza espiritual. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 35).

            Y para reafirmarlo, puntualizó: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Esta es la enseñanza cristiana de la conversión o regeneración o nuevo nacimiento que experimentan todos los que aceptan a Jesús como el Salvador del mundo (cf. Efe. 2:1-5; 2 Cor. 5:17).

            Otro pasaje bíblico, muy usado entre los creyentes de la reencarnación, es el siguiente: “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elias que había de venir” (Mat. 11:14). Este texto lo usan para sostener que Jesús estaba diciendo que Juan el Bautista era el profeta Elias reencarnado. Falso de toda falsedad. Tal posición revela un deliberado intento de engañar a los cristianos y escépticos o un pobre conocimiento de las Escrituras. Las razones que muestran la falsedad de tal interpretación son las siguientes.

            En primer lugar, cuando se le preguntó a Juan si él era Elias, lo negó enfáticamente: “¿Qué pues? ¿Eres tú Elias? Dijo: No soy…” (Juan 1:21). El Bautista comprendía que su ministerio ya había sido anunciado por el profeta Isaías (véase Juan 1:22- 28). Esto es consistente con lo que viene a continuación.

            En segundo lugar, el profeta Elias nunca murió. Él fue trasladado vivo al reino de los cielos como se registra claramente en 2 Reyes 2:1-18. Y apareció, junto con Moisés que ya había resucitado, en el monte de la transfiguración, durante la vida de Cristo (Mat. 17:1-17).

            De lo anterior se deduce que el pasaje en cuestión, Mateo 11:14 no contiene una referencia de Jesús a la reencarnación de Elias en Juan el Bautista. La enseñanza era simplemente que Juan tendría un ministerio poderoso como el del profeta Elias (anunciado por Malaquías 4:5,6). Precisamente así lo declaró el ángel Gabriel a Zacarías, padre de Juan: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elias, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Luc. 1:17). Lo mismo enseñó Jesús después de descender del monte de la transfiguración (Mat. 17:9- 13).

            Quizá se pueda insistir, si la persona cree en la doctrina errónea de la inmortalidad del alma señalando que este último texto hace una referencia a “el espíritu y poder de Elias”. No se puede ignorar que para ser el “espíritu de Elias”, éste tiene que haber muerto primero, a fin de que el espíritu reencarnara en Juan; pero como ya se demostró en la Escritura, el profeta Elias no experimentó la muerte.

            Parece claro que las infundadas aseveraciones de famosos psiquiatras, como Weis y otros, tienen el propósito de socavar la fe en las enseñanzas de la Biblia, o por lo menos, insinuar que se permitió la entrada de las creencias orientales y ocultas en el Documento fundamental de la civilización judeo-cristiana. Por eso es necesario aferrarnos firmemente al principio bíblico de que todo debe probarse con un “escrito está”. Si aceptamos eso, con una fe en Jesús como nuestro Salvador, él no permitirá que ninguno de los que creen en él sea confundido.


Referencias:

[1] J. Whitton y J. Fisher, La vida entre las vidas (Bogotá: Planeta, 1989), pág. 68.

[2] B. WeissJ A través del tiempo (Buenos Aires: Edil Javier Vergara, 1992), pág. 46.

[3] R. Chandler, La Nueva Era (Texas: Editorial Mundo Hispano, 1991), pág. 230.

[4] D. Christie-Murray, Reencarnación (Madrid: Edil. América Ibérica, 1994), pág. 115.

[5] P. V. Díaz y P. Th. Camelot, Historia de los dogmas (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1978), tomo 3, págs. 129- 134.

[6] J. Beumer, Historia de los dogmas (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1973), tomo 1, pág. 12.

[7] Id., pág. 48

[8] D. Christie-Murray, op. cit. pág. 43.

[9] Para el lector que esté interesado en conocer los textos en cuestión y desee estudiarlos, damos a continuación la lista: Jos. 24:3; Job 14:14; Sal. 90:3-6; Prov. 8:22-31; Ecl. 1:9-11; Jer. 1:4, 5; y Mal. 4:4, 5. En los llamados libros apócrifos: Sabiduría 8:19-20; y Eclesiástico 41:11,12.

[10] L Berkhof, Teología sistemática (Michigan: edit TELL, 1983), pág. 807.

[11] J. P. Corsetti, Historia del esoterismo y las ciencias ocultas (Buenos Aires: Larrouse, 1993), págs. 35-52.

[12] Los textos son: Mat. 11:13; 16:13,14; 17:10-13; Mar. 6:14-16; 8:27, 28; 9:9-13; 10:28-31; Luc. 97-9,18,19; Juan 9:2; Rom. 9:10-13; Gál. 4:19; Apoc. 3:2,12.