“El Señor quiere que tratemos la Tierra como un tesoro precioso que se nos ha confiado” (Elena de White).[2]

     Cincuenta años atrás, la bióloga marina estadounidense Rachel Carson publicaba el libro Silent Spring, abordando el peligro causado por el uso indiscriminado de pesticidas químicos sobre el planeta y sus organismos vivientes, particularmente sobre los pájaros.[3] Su libro, que fue leído y analizado ampliamente, fue el precursor del movimiento ambientalista moderno.

     Unos pocos años más tarde, en 1967, la revista Science publicó el texto de una conferencia presentada por el historiador del medioevo Lynn White Jr., titulada “The Historical Roots of Our Ecologic Crisis”, donde estableció que “el cristianismo facilitó la explotación de la naturaleza de una manera indiferente hacia los sentimientos de los objetos naturales”.[4]

     Si bien las tesis de Carson y White han sido criticadas,[5] el movimiento ambientalista ha continuado creciendo y, a veces, ha asumido características cuasi religiosas. Algunos cristianos, por su parte, creen que dado que este mundo será destruido en ocasión de la segunda venida de Jesús, no deberíamos preocuparnos demasiado por lo que sucede con nuestro hogar terrenal y sus criaturas.

     ¿De qué manera deberían responder los cristianos creyentes en la Biblia a la degradación ambiental? ¿Qué es lo que enseñan las Escrituras acerca de nuestra responsabilidad hacia nuestro hogar terrenal y sus habitantes? Con mucha frecuencia, pastores, profesores y otros educadores adventistas se ven enfrentados a estas cuestiones. Al tratar de responderlas, necesitamos recordar que la Biblia presenta una cosmovisión que traza el origen, el significado, el propósito y el destino de la creación de Dios, y en particular, de los seres humanos.[6]

Implicancias para el abordaje

     Dado que las ideas tienen consecuencias, la cosmovisión bíblica tiene claras implicancias para la manera en que nos relacionamos con nuestro medioambiente y sus criaturas. Tal como lo expresó el filósofo Douglas Groothuis: “La cosmovisión cristiana ni deifica la naturaleza ni denigra su valor. De acuerdo con la Biblia, la creación no es divina y no debería ser adorada. Sin embargo, tampoco es intrínsecamente mala ni ilusoria, por lo que debería ser tratada con respeto”.[7] De esta manera, la mejor aproximación a la responsabilidad ambiental es teocéntrica (no antropocéntrica ni ecocéntrica); y está firmemente anclada en la Biblia.[8]

     Una lectura cuidadosa de las Escrituras revela que los seres humanos fuimos establecidos por Dios en doble relación con los animales que él creó. Por un lado, se espera que cuidemos de ellos tal y como Dios cuida de nosotros. Por el otro, compartimos nuestra condición de criaturas con ellos. Somos diferentes de todas las demás criaturas, pero compartimos la característica de que todos dependemos de Dios para nuestra existencia y sustento, y en que compartimos el planeta con ellos.[9]

     Los conceptos más significativos, basados en la cosmovisión bíblica, acerca de cómo los cristianos deberían relacionarse con el ambiente natural y mejorar el bienestar humano pueden ser bosquejados de la siguiente manera:

     1. Dios trajo este mundo a la existencia, siguió activo en él y cuida de toda su creación. Como un artista consumado que da un paso hacia atrás para contemplar su obra maestra en progreso, en cada etapa de la primera semana de la historia humana el Creador consideró los resultados de su obra como algo “bueno” (Gén. 1:4, 10, 12, 18, 21, 25).[10] Y después de haber formado y dado la vida al primer hombre y a la primera mujer, y de haberlos colocado en un hábitat perfecto rodeado de exuberante vegetación y criaturas vivientes de toda clase, contempló “todo lo que había hecho” y declaró que “era bueno en gran manera” (vers. 31). De hecho, Dios pronunció dos veces su bendición sobre los organismos vivientes que había creado, en el quinto y el sexto día (vers. 22, 28).

     Posteriormente, Dios dio indicaciones específicas con respecto al descanso sabático que el suelo requería para recobrar su fertilidad; proveyó instrucciones acerca del cuidado de los árboles, los pájaros y las bestias de carga (Lev. 19:23; Deut. 20:19, 20; 22:6, 7; 25:4); e hizo previsión para el alimento y el descanso necesarios tanto para los animales domésticos como para los salvajes (Éxo. 23:10-12; Job 38:39-41; Sal. 104:10, 11, 14, 21, 27, 28; 145:15, 16; 147:8, 9). Él ratifica que es el dueño de todo lo que existe (Job 41:11; Sal. 50:9-11), y presenta el orden del cosmos como evidencia incontrovertible de su poder creativo y sustentador (Isa. 40:25, 26, 28; 45:12, 18). El cuidado de Dios abarca no solo el bienestar de los habitantes de una gran metrópolis, sino también su ganado (Jonás 4:10, 11). Por estas razones, no deberíamos destruir descuidadamente lo que él crea y sustenta. De hecho, de acuerdo con la Biblia, en el tiempo del fin Dios juzgará severamente a los que “destruyen la tierra” (Apoc. 11:18).

     2. Dios creó el cosmos y la vida sobre este planeta como un sistema integrado y dinámico. El orden secuencial de los eventos que sucedieron durante la primera semana revela la maravillosa inteligencia y poder del Creador, tal como puede ser percibido en la interrelación de la ecosfera de la Tierra y la interconexión de nuestro planeta con el cosmos (Hech. 17:24, 25; Rom. 1:19; Heb. 11:3). Los primeros seis días fueron testigos de la aparición de la luz, la separación de las aguas sobre la tierra de las aguas que están en la atmósfera, el surgimiento de la tierra seca, el génesis de toda clase de vegetación, la aparición del sol, la luna, los planetas y las estrellas, y la creación de pájaros y las criaturas marinas, al igual que los animales terrestres.[11] En Job y Salmos, Dios describe poéticamente su papel sustentador en el funcionamiento normal del universo y de la vida sobre este planeta, e indica claramente la interdependencia del ecosistema global que él diseñó (Job 38:4-41; ver también Sal.65:9-13; 104:1-33). Esto significa que cuando los seres humanos dañan seriamente un aspecto del orden creado, otra faceta puede sufrir las consecuencias; a veces, irreversiblemente. En vista del delicado equilibrio y la resiliencia que Dios colocó sobre su creación, nosotros tenemos el privilegio de cuidarla y mantenerla.

     3. Dios dio a los seres humanos la capacidad de tomar decisiones y asumir la responsabilidad por sus consecuencias. En el sexto día de la primera semana, como corona de la creación del ecosistema de este planeta, Dios trajo a la existencia a Adán y a Eva, moldeándolos a “imagen” y “semejanza” suya (Gén. 1:26, 27; 2:21). No solo fueron dotados de raciocinio, conciencia moral y la capacidad de hablar, sino también de la habilidad de planificar, escoger y actuar libremente. Además, Dios les comunicó los límites de su libertad y les advirtió de las terribles consecuencias de la desobediencia (Gén. 2:16). Todavía mantenemos la habilidad de razonar de causa a efecto, tomar decisiones y actuar sobre la base de ellas (Deut. 30:15, 19; Juan 6:66, 67; Apoc. 3:20; 22:17). Algunas de las decisiones que tomamos tienen un impacto sobre los demás seres humanos, nuestro ambiente natural y sus organismos vivientes (Isa. 24:4-6; Zac. 11:1-3). Así, somos responsables ante el Creador.

     4. Dios confió a los seres humanos el uso, cuidado y expansión del dominio humano de la ecosfera de este planeta. Las palabras del registro de la Creación son claras: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Gén. 1:26). Luego, “tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Gén. 2:15; ver también Sal.8:3-8). Estas declaraciones sugieren tres principios. Primero, los abundantes recursos de la creación fueron puestos a disposición de los seres humanos para su sustento y bienestar. Segundo, los seres humanos deberían relacionarse con la ecosfera con cuidado sensible y preocupación (Deut.11:11-15; Prov. 12:10; Ose. 2:18; Luc. 13:15). Tercero, los seres humanos deberían ampliar este ecosistema habitado, para abarcar, finalmente, todo el planeta: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” (Gén. 1:28).[12] Como descendientes de la primera pareja, también se espera que administremos cuidadosamente lo que se nos ha confiado, asegurándonos de desarrollarlo sabiamente y pasarlo, mejorado, a las futuras generaciones.

     5. La desobediencia humana y la rebelión pusieron en peligro la ecosfera. Si bien Dios había creado un hábitat armonioso para Adán y para Eva, y los rodeó de bellas criaturas, su desobediencia trajo como resultado una alteración dramática del ambiente natural. Como consecuencia, la paz interna, las relaciones mutuas y el bienestar de la primera pareja se vieron resquebrajados, y el sufrimiento se extendió a todo el orden creado (Gén. 3:1-23). La lista de los efectos colaterales es impactante: disfunción, dolor, enfermedad, crueldad, depredación, deterioro y muerte. Unas pocas generaciones después, la degradación moral humana llevó a Dios a generar un diluvio catastrófico global, que eliminó gran parte de los organismos vivientes y alteró drásticamente la superficie de la Tierra (Gén. 6-8). Pero después de este desastre masivo, Dios estableció un pacto de gracia con Noé, sus descendientes e, incluso, con los grupos de animales que sobrevivieron en el arca (Gén. 9:8-10).[13] Así, lo que observamos hoy en los seres humanos y la naturaleza no refleja la creación original de Dios, sino una realidad desfigurada,[14] que se deteriora rápidamente.[15]

     6. Jesucristo (el agente divino de la Creación) vino a este mundo a redimir, enseñar y sanar. La segunda Persona de la Deidad, que trajo a este mundo y su ecosfera a la existencia (Juan 1:1-3; Efe. 3:9; Heb. 1:2), vino a esta Tierra como un hombre hace veinte siglos, “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10), y a responder a la necesidad humana (Juan 5:17; 10:10). Al tomar la naturaleza humana y vivir sobre este planeta, Jesús dignificó toda la creación.[16] De hecho, él nació en un pesebre, acompañado por algunos de los animales que él había creado originalmente (Luc. 2:7, 8, 12, 16). En sus parábolas e ilustraciones, él reveló una comprensión acabada del mundo natural, del que extrajo lecciones espirituales. Por ejemplo, el sembrador que labra diferentes suelos, la semilla de mostaza, la oveja perdida, la higuera y los rayos (Luc. 8:4-8; Mat. 13:31, 32; Luc. 15:3-6; Mat. 24:32; Luc. 17:24). Jesús llamó la atención de sus oyentes a la delicada belleza de los lirios del campo, y les recordó que ni siquiera un pajarillo cae a tierra sin que lo sepa el Padre (Mat. 10:29). No obstante, declaró que los seres humanos valen mucho más que las aves del cielo (Mat. 6:26; ver también Luc. 12:7). Jesús también reconoció, mediante una parábola y un milagro, las acciones de un agente maléfico, que ha distorsionado la armonía original y la integridad de la creación (Mat. 13:24-28).[17] De esta manera, Jesucristo fue un modelo de cómo debemos interactuar tanto con nuestro prójimo como con el resto de la creación.

     7. Dios dotó a los seres humanos con raciocinio e inventiva para estudiar, utilizar y mejorar su creación. Dado que lo seres humanos fueron diseñados a imagen y semejanza del Creador, fuimos dotados con una capacidad similar, pero limitada, de observación, planificación y actuación dentro de nuestro ambiente (Gén. 2:15, 19, 20). Los descendientes inmediatos de Adán y de Eva, por ejemplo, criaron ganado, labraron la tierra, fabricaron tiendas, construyeron ciudades, compusieron música y fabricaron herramientas (Gén. 4:2, 17, 20-22). Salomón, dotado por Dios con sabiduría especial, adquirió renombre por su cuidadoso estudio de la flora y la fauna de su tiempo y lugar (1 Rey. 3:5-15; 4:29-34). Por medio de la observación, ensayo y error y la inventiva, la descendencia de la primera pareja desarrolló innovaciones mecánicas, científicas y tecnológicas que caracterizan a la civilización moderna. Tristemente, algunos de estos avances han tenido un impacto negativo sobre el ambiente. Así, cuando estudiamos, y también usamos responsablemente, los recursos naturales para satisfacer las necesidades humanas, y promovemos el desarrollo sustentable (mejorando el bienestar de los seres humanos y del reino animal), estamos utilizando nuestros talentos, dados por Dios, para el beneficio de toda su creación.

     8. Dios instruyó a los seres humanos acerca de los principios que promueven el bienestar, incluso en un mundo caído e imperfecto. Dios diseñó la dieta de Adán y de Eva, consistente en semillas y frutas: “He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer” (Gén. 1:29, 30). Después de la Caída, se agregaron las plantas a la dieta humana (Gén. 3:18, 19); y luego del diluvio, Dios especificó la clase de animales, pájaros y peces cuya carne podían comer, con la condición de que derramen su sangre antes de consumirla (Gén. 9:3, 4; Lev. 17:10-14).[18] Posteriormente, especificó los animales cuya carne era apta para consumo humano;[19] pero estipuló que la grasa sea removida de la carne (Lev. 3:17; 11:1-47; Deut. 14:3-20). La Biblia también recomienda sencillez, regularidad y economía al comer y al beber (Ecle. 10:17; Juan 6:10-13; 1 Cor. 10:31); al igual que una actitud de confianza basada en la seguridad de que Dios tiene cuidado de nosotros (Mat. 6:25-34). Además, el contacto con el ambiente natural puede fomentar nuestra salud física y emocional. Finalmente, la manera en que tratamos nuestro cuerpo es importante, porque Dios nos ha creado como una unidad integrada (Luc. 10:25-28; 1 Tes. 5:23; Heb. 10:15, 16), escoge habitar en nosotros por medio de su Espíritu e interactúa con nosotros, a través de las percepciones cerebrales (1 Cor. 3:16, 17). Así, Dios nos anima a seguir estos sabios principios y a gozar de sus beneficios.

     9. Dios separó el séptimo día de la semana como un tiempo especial para descansar, renovar y recordar. Después de haber completado su obra creativa sobre el planeta Tierra, Dios descansó en este día no porque estuviera cansado, sino para proveer una pausa saludable en el ciclo semanal, para el beneficio de los seres humanos y los animales (Gén. 2:2, 3; Éxo. 20:8-11; 31:17). Esto ocurrió miles de años antes de que los israelitas surgieran como nación. De hecho, Jesús declaró que este día fue especialmente diseñado para promover el bienestar del hombre y la mujer, más allá de sus convicciones religiosas (Mar. 2:27), al igual que el de toda su creación. Sobre todo, cuando descansamos en sábado lo reconocemos como el Creador.

     10. Dios obrará una renovación total y la restauración de este planeta y su ecosfera cuando Jesús regrese a la Tierra. Tal y como se señaló anteriormente, la condición actual del planeta y de sus habitantes no es lo que el Creador diseñó originalmente. La Biblia declara que, por causa de la caída, “toda la creación gime a una […] hasta ahora” (Rom. 8:22); que nuestro decadente ambiente alcanzará un punto sin retorno (Isa. 51:6; 2 Ped. 3:10-13). Las Escrituras también predicen un tiempo futuro en el cual la armonía entre los seres humanos y los animales será restaurada (Isa. 11:6-9), y “un cielo nuevo y una tierra nueva” será su morada (Apoc. 21:1, 3-5). Este planeta, entonces, será nuestro hábitat por la eternidad, una vez que Dios recree lo que fue dañado y perdido por la desobediencia, la inconsciencia y el abuso de los seres humanos. Esta perspectiva, mientras mantiene nuestra responsabilidad hacia los demás seres humanos y hacia el ambiente natural, también nos trae esperanza en medio de un mundo imperfecto.

Conclusión

Las Escrituras ofrecen una guía clara para los que deseamos cooperar con Dios y ser mayordomos responsables de la ecosfera de este planeta.[20] Debemos interactuar creativamente con la naturaleza, usando frugalmente nuestros recursos, promoviendo la preservación equilibrada y la salud, restaurando cuando se pueda y haciendo progresar nuestro planeta, mientras esperamos la total recreación y la Shalom que Dios ha prometido.

Sobre el autor: Pastor, profesor y editor, jubilado, reside en California.


Referencias

[1] Para una versión ampliada de este artículo, ver Stephen Dunbar, L. James Gibson, y Humberto M. Rasi, eds., Entrusted: Christians and EnvironmentalCare (Montemorelos, Mexico: Adventus International University Publishers, 2013).

[2] Elena de White, Testimonios para los ministros, p. 244. Esta cita es parte de una carta que Elena de White escribió desde Cooranbong, Australia, el 27 de agosto de 1895. El contexto dice: “Se manifestará la religión pura y práctica al tratar la Tierra como un tesoro divino. Cuanto más inteligente sea un hombre, tanto más debe irradiar de él la influencia religiosa. Y el Señor quiere que tratemos la Tierra como un tesoro precioso que se nos ha confiado”.

[3] Rachel Carson, Silent Spring (New York: Houghton Mifflin, 1962).

[4] Lynn White Jr., “The Historical Roots of Our Ecologic Crisis,” Science 155, no 3767 (March 10, 1967): 1203-1207, www.zbi.ee/~kalevi/lwhite.htm.

[5] Por ejemplo, sobre Carson, ver J. Gordon Edwards, “The Lies of Rachel Carson,” 21st Century Science & Technology (Autumn 1992), www.21stcenturysciencetech.com/articles/summ02/ Carson.html; sobre White, ver Lewis W. Moncrief, “The Cultural Basis for Our Environmental Crisis”, Science 170, No 3957 (December 30, 1970), pp. 508-512; Ben A. Minteer and Robert E. Manning, “An Appraisal of the Critique of Anthropocentrism and Three Lesser Known Themes in Lynn White’s ‘The Historical Roots of Our Ecologic Crisis’” Organization & Environment 18, No 2 (June 2005), pp. 163-176.

[6]  Acerca de la cosmovisión, ver Humberto M. Rasi, “Why Do Different Scientists Interpret Reality Differently?” Ministry 83, no 9 (September 2011), pp. 16-

20.

[7] Douglas Groothuis, Christian Apologetics: A Comprehensive Case for Biblical Faith (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2011), p. 113.

[8] See Andrew J. Hoffman y Lloyd E. Sandelands, “Getting Right With Nature: Anthropocentrism, Ecocentrism, and Theocentrism”, Organization & Environment 18, no 2 (June 2005), pp. 141-162.

[9] See Richard Bauckham, Living With Other Creatures: Green Exegesis and Theology (Waco, TX: Baylor University Press, 2011), pp. 4, 5, 223.

[10] Todas las referencias bíblicas son de la versión Reina-Valera 1960.

[11] Esta intrincada interdependencia del ecosistema global hace menos probable el hecho de que los componentes funcionales de la ecosfera fueran agregados de a uno por vez durante largas eras. Ver, por ejemplo: Henry Zuill, “Ecology, Biodiversity, and Creation: A View From the Top”, College and University Dialogue 12, no 3 (2000), pp. 7-9, 32. Acerca de la interdependencia de procesos en el nivel celular, ver Michael J. Behe, Darwin’s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution (New York: Free Press, 1996).

[12] La palabra original en hebreo radah, traducida en el versículo 26 como “señorear”, también puede ser traducida como “ejercer dominio”, o “reinar”. En el versículo 28, la palabra original es kabash, que significa “dominar, mantener sumiso”.

[13] Las extensas capas fosilizadas de la superficie de la Tierra parecen proveer evidencias de este evento cataclísmico, que sepultó repentinamente grandes masas de vegetación y un sinnúmero de organismos vivientes. Ver, por ejemplo, Ariel A. Roth, Origins: Linking Science and Scripture (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn., 1998), pp. 147-232; y L. James Gibson and Humberto M. Rasi, eds., Understanding Creation: Answers to Questions on Faith and Science (Nampa, ID: Pacific Press Pub. Assn., 2011), pp. 123-166.

[14] El reconocimiento de los terribles efectos de la Caída y el diluvio sobre la ecosfera de este planeta es esencial para entender adecuadamente el mundo natural que observamos actualmente. Charles Darwin no tomó en cuenta este factor, cuando propuso una explicación naturalista para el origen y el desarrollo de los organismos vivientes. Ver, por ejemplo, sus declaraciones en On the Origin of Species by Means of Natural Selection (London: John Murray, 1859), pp. 200, 201, 243, 244. Darwin fue incluso más explícito, en una carta dirigida a Asa Gray el 22 de mayo de 1860: “Me parece que existe demasiada miseria en el mundo. No puedo convencerme de que un Dios omnipotente y caritativo haya diseñado el Ichneumonidae con la expresa intención de alimentarse dentro de los cuerpos vivos de las orugas, o que un gato juegue con el ratón. Al no creer en esto, no veo la necesidad de creer que el ojo fuese expresamente diseñado. Por otro lado, no puedo sino reconocer que este maravilloso universo, y especialmente la naturaleza del hombre, no son el resultado de la fuerza bruta. Estoy inclinado a considerar todo como el resultado de leyes diseñadas, en sus más mínimos detalles, ya sea para bien o para mal, que han sido libradas a operar por lo que podríamos llamar azar. No es que esta idea me satisfaga por completo, sino que siento que todo este tema es demasiado profundo para la mente humana. […] Que cada hombre espere y crea lo que pueda”. “Darwin, C. R. a Gray, Asa,” Darwing Correspondence Project, accedido el 13 de mayo de 2013, http://www.darwinpro-ject.ac.uk/entry-2814. También es posible que la muerte de Annie, la amada hija de Darwin de diez años, en 1851, haya confirmado sus sospechas acerca de un Dios indiferente o inexistente. Ver Randal Keynes, Annie’s Box: Charles Darwin, His Daughter and Human Evolution (London: Fourth Estate, 2001). Richard Dawkins ha propuesto que la evidencia de un diseño en la naturaleza revela un creador malvado. Ver su libro Climbing Mount Improbable (New York: W. W. Norton, 1996).

[15] El genetista John C. Sanford provee fuertes evidencias de que las mutaciones genéticas dañinas se han acumulado a lo largo del tiempo, y que la condición general de la raza humana está disminuyendo en un 0,00001 por ciento con cada generación. Ver su libro Genetic Entropy and the Mystery of the Genome, 2nd ed. (Lima, NY: Elim Publishing, 2005), pp. 149, 150.

[16] Marcos menciona un detalle fascinante de la experiencia de Jesús durante sus cuarenta días en el desierto, justo antes de vencer sobre las tentaciones de Satanás y comenzar su ministerio: “Y estaba con las fieras; y los ángeles le servían” (Mar. 1:13). ¿Estaba Jesús en la compañía apacible de algunos de los animales que él había creado, e incluso era protegido por ellos?

[17] También es posible que Satanás, posteriormente, haya dañado la Tierra y sus criaturas al manipular algunos aspectos del mundo natural, cuya operación el observó y comprende.

[18] El cambio de dieta después del diluvio fue un factor de la considerable reducción del promedio de vida humana. Compare los cientos de años de los hombres y las mujeres que vivieron antes de esta catástrofe con el promedio de vida después de ella, contrastando Génesis 5, y 9:28 y 29 con Génesis 11:10-26, 32; 23:1; 25:7; 35:28; y Salmo 90:10.

[19] Dios ya había distinguido entre animales puros e impuros antes del diluvio, dirigiendo a Noé a resguardar en el arca siete parejas de los primeros, y solo dos parejas de los últimos (Gén. 7:2, 3).

[20] La séptima declaración fundamental de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que aborda la naturaleza de los seres humanos, termina con estas palabras: “Creados para la gloria de Dios, son llamados a amarlo y amarse los unos a los otros, y cuidar del medioambiente”.