El termino asesoramiento aún no está universalmente aceptado entre los adventistas, y mucho menos un concepto definido o una filosofía en este campo. La investigación científica en el terreno de la psicología, relacionada con la obra del ministerio, está demostrando ampliamente que la Palabra de Dios nunca es anacrónica. Los principios básicos que sus escritos presentan para hacer frente a las necesidades humanas satisfacen el hambre del alma de este siglo mejor que cualquier plan de invención humana. Sin embargo no podemos despreciar los esfuerzos de los hombres en su búsqueda de una solución para los males de la humanidad. El estudio de los métodos que se emplean en el asesoramiento ayudarán al pastor a cumplir una obra más efectiva para Cristo.

Hay muchos adventistas que, debido a complicaciones bien definidas, se sienten molestos ante la sola mención del término psicología; no obstante, si se la comprende correctamente, es una ciencia fundamental para cada intento que hagamos por consolidar nuestros métodos. Para efectuar una obra efectiva en la educación, en el arte evangélico de vender, en el evangelismo y en la propaganda, necesitamos poseer cierto conocimiento de las reacciones que se producen en la mente.

Ha sido motivo de preocupación que el término consejero también identifique a una persona como seguidor de uno de los exponentes de teorías particulares, tales como Freud, Adler, Jung, Dewey  y otros. Muchas de estas teorías tienen como base premisas inaceptables para el estudiante de las Escrituras, quien cree que la Biblia es en su totalidad la Palabra inspirada de Dios. Aquí se admite prontamente que en la actualidad hay un número creciente de ministros que proceden a aconsejar a sus miembros guiándose por ideas racionalistas, sin que éstas interfieran con su fe religiosa. Siguen el criterio modernista en la interpretación de las Escrituras, de ahí que no los inquiete el racionalismo.

Este no es el punto de vista que aquí presentamos. Se afirma que el asesoramiento es la obligación y el deber de todo aquel que ha sido llamado a pastorear el rebaño. Los adventistas rechazan categóricamente todo criterio que discrepa de la Palabra de Dios, pero también reconocen que cualquier conocimiento que contribuya a la mejor comprensión de los hombres y las mujeres por quienes trabajan, coadyuva a un trabajo más efectivo en la salvación de los perdidos. No se trata de un departamento profesional del ministerio pastoral, es el ministerio pastoral.

Todos los pastores son consejeros. Son consejeros cuando encuentran un alma que inquiere como el joven rico: “¿Qué haré para poseer la vida eterna?” Son consejeros cuando necesitan demostrar a algún fariseo, como Nicodemo, que el nuevo nacimiento abarca más que la observancia formalista de la ley. Son consejeros cuando alguien, afligido por una dolencia física incurable, como la mujer de los tiempos evangélicos, busca un rayo de esperanza. Son consejeros cuando la fe de un cristiano vacila a causa de la pérdida de un ser amado, o cuando se presentan difíciles problemas conyugales, o cuando un miembro pierde su empleo, o cuando surgen dificultades económicas. La obra del ministro consiste en aconsejar. No debemos asustarnos de ese término, porque la descripción profética de Isaías de la venida del Mesías le asigna el nombre de “Admirable, Consejero.” Otras versiones rinden esta misma expresión por “Consejero Admirable.”

No busco un título que convenga a la obra que se realiza, pero pienso que es apropiado (pie la obra de sus fieles siervos se denomine asesoramiento, tomando como modelo a nuestro Consejero Admirable. Es verdad que los “descubrimientos” modernos de los métodos psicológicos son de gran ayuda, especialmente para el pastor que trabaja en una ciudad populosa, pero cuanto más aprende tanto más aprecia que, básicamente, todo lo que es de valor tiene sus raíces en el contenido del Libro de los libros. El estudio más completo que podamos realizar en este terreno se basa en la vida y el ministerio del Consejero Admirable.

Pero eso no significa que deba hacerse caso omiso de la enseñanza especializada. A medida que agucemos nuestras herramientas teológicas en el yunque del estudio intensivo, necesitaremos perfeccionar nuestra habilidad para usarlas, mediante una cuidadosa preparación en la teoría y la práctica, conforme nos ejercitemos en hallar las vías de acceso a los corazones y las mentes de los hombres. Aunque la experiencia constituye una ayuda valiosa, no puede tomar el lugar de la enseñanza especializada en la tarea de hacer frente a las necesidades de los naufragios emocionales producidos por el derrumbamiento moral que impera en las grandes ciudades. El presente estudio va encaminado a exponer de qué manera estamos cumpliendo esta parte al aplicar la instrucción que el Señor nos ha dado.

¿En qué consiste el asesoramiento?

Hasta aquí no hemos intentado definir qué es el asesoramiento, y al querer hacerlo ahora, nos encontramos frente a un problema. Se ha puesto en circulación una cantidad de publicaciones, que aumenta de continuo, acería del asesoramiento pastoral. Se ha escrito mucho acerca de los objetivos y los procedimientos, pero las definiciones cambian a medida que cambia la filosofía. Se dice que en una conferencia ante un grupo de pastores de Nueva York, el Dr. Leslie Weatherhead dijo: ”El asesoramiento consiste en desembrollar ‘una vida enmarañada.” Para los adventistas consiste en algo más que eso, a menos que podamos leer en esta definición las cuestiones eternas. Algunos consideran que han hecho un buen trabajo si pueden administrar una cantidad suficiente de píldoras psicológicas para estimular una vida quebrantada a un punto que le permita continuar su curso. El consejero adventista tiene puesta su vista en un destino eterno. Su obra no es reparar una máquina rota, sino salvar un alma.

En lugar de limitar el alcance de la obra de asesoramiento mediante una definición, anotaremos catorce puntos que ampliarán el concepto de su aplicación. A mi juicio, la obra de asesoramiento pastoral constituye la obra del pastor. Estos puntos son:

1. Inspirar confianza y fe.

2. Señalar a los hombres el Cordero que quita el pecado del mundo.

3. Establecer relaciones correctas.

4. Expulsar los temores malignos mediante el amor divino.

5. Fomentar el pensamiento positivo, espaciándose en ideas nobles.

6. Confortar al enfermo, al afligido y al desanimado.

7. Ser un amigo comprensivo para el solitario.

8. Guiar a los hombres y las mujeres para que vean la tremenda pecaminosidad del pecado.

9. Compartir con otros una experiencia cristiana vital.

10. Demostrar que la única vía hacia la felicidad perdurable se alcanza siguiendo en pos de la justicia.

11. Poner a los aconsejados en contacto con la admirable bendición que proporciona la amistad con Cristo.

12. Negar el egocentrismo para persuadir a los hombres de que la paz se halla en una entrega completa de la voluntad a Cristo.

13. Reconocer el verdadero valor de un alma.

14. Enseñar a todos que nadie vive para sí, porque necesitamos la fraternidad del Evangelio.

Vosotros diréis que esto incluye la totalidad del ministerio pastoral. Y esa es mi convicción. El estudio de estos puntos revelará que la obra del asesoramiento no está limitada a la entrevista privada, sino que es una obra en la que el pastor nunca puede considerarse fuera de servicio. Es una obra a realizarse desde el púlpito, en la oficina, en el hogar, en las visitas a los enfermos, en las comisiones y en las juntas administrativas. La efectividad del asesoramiento pastoral es reconocida, cuando se comprende que éste tiene su fundamento en la amistad y la confraternidad.

A continuación haremos algunas aclaraciones acerca de qué cosas no incumben al aseguramiento. Este no consiste en presumir conocimiento en materias que están fuera del dominio del pastor. El consejero no es un doctor, abogado o banquero. Tampoco es un sacerdote, en lo que se refiere a la confesión. No es un psicólogo. No acepta la filosofía racionalista que trata de ver en los factores ambientales los estímulos que producen las diferentes respuestas en las personas. El consejero adventista reconoce el poder de la voluntad. que a menudo anula las tendencias cultivadas y heredadas. Por encima de todo, reconoce el poder de Dios que eleva al hombre caído. Reconocer que el ser humano no vive a merced del viento que cambia, puede inspirar a los hombres a la acción resuelta. Conocemos la historia de hombres que llegaron a ser grandes no a causa, sino a pesar de las circunstancias.

Para añadir un aspecto negativo más. diremos que el asesoramiento no consiste en hacer frente a los problemas, sino en encarar el sentido de insuficiencia, frustración, ansiedad y culpa, que resulta de los problemas. Una persona puede encarar montañas de dificultades. y considerar cada penalidad como un desafío a su capacidad. Transforma los obstáculos en escalones que lo llevarán hacia el éxito. El apóstol Pablo podía enumerar una serie de persecuciones que habrían bastado para derrotar a más de alguno. Hay otros que sucumben ante unos pocos problemas, se manifiestan abrumados por la ansiedad y van con paso apresurado hacia su ruina. Tal es el caso de Judas. Sufrió una gran tentación, y sucumbió.

Ahora consideraremos la base bíblica que autoriza esta clase de asesoramiento en el ministerio adventista.

La entrada del pecado

No bien el ser humano hubo pecado, requirió los servicios de un consejero. No tardaron ( n posesionarse de él nuevas y extrañas emociones. El pecado era algo nuevo, y todavía no eran bien comprendidas sus trágicas consecuencias. Por este motivo parecería demasiado decir que sobrecogió al hombre el temor a la ansiedad. Sin embargo, confesó que había tenido miedo. Esta fue la primera consecuencia directa del pecado. Ese temor debía aumentar a medida que transcurrieran los años y comenzara a manifestarse la acción destructora del pecado.

El hombre podía comunicarse libremente con Dios antes de la entrada del pecado. La relación de amor no daba lugar a la aparición del mortífero cáncer de la ansiedad. El pecado originó el temor, el temor creció hasta convertirse en ansiedad, con sus males concomitantes: la angustia, la frustración, los celos y las suposiciones mal  intencionadas. A pesar de que el hombre estaba en necesidad, a duras penas comprendía en qué consistía ésta, y de Dios sentía temor.

Dios procuró aclarar la situación ayudando al hombre a enfrentar la realidad de su posición: pero también le dió la seguridad del plan de redención. El recurso de la expiación quedó descrito por medio de los sacrificios vicarios. Adán vió en ellos la terrible consecuencia del pecado, que sin embargo fué cubierta por el amor de Dios, al proveer un sacrificio vicario. Se proveyó un nuevo medio de comunicación entre Dios y el hombre y se dió a conocer un plan para la restauración de las relaciones interrumpidas. En la presentación del plan por los ángeles comisionados del cielo, el hombre supo que su insuficiencia sería suplida por la provisión de la gracia divina. Aquí yace una importante diferencia entre la Biblia y la filosofía adventista y el racionalismo. Dios disipó los temores del hombre y le proporcionó ánimo y esperanza, no mediante el aumento de la confianza propia o la disminución del castigo, sino enseñándole a depender enteramente del poder divino.

El pecado del hombre alteró en primer Jurar < 1 campo de la amistad y comunicación con Dios. La penalidad del pecado se produjo precisamente a causa de esta alteración; y no fué el resultado físico de la acción de comer el fruto lo que ocasionó la muerte y el desastre, sino el hecho de que esa acción hizo del hombre un transgresor de la ley de Dios, y un rebelde contra el cielo. En esa primera “entrevista” Dios proveyó un nuevo medio de comunicación. Le dió la seguridad a Adán y Eva de una maravillosa esperanza de completa restauración. Les reveló el plan de amor que culminaría con el quebrantamiento del dominio del pecado mediante el Calvario. Les ayudó a apreciar la situación no sólo en su verdadera perspectiva, sino hasta la consumación de las cosas.

El temor

Ya nos hemos enterado de que el primer resultado directo del pecado fué el temor. Aquí se hace necesario señalar que detrás de una vasta proporción de las dificultades que afligen al mundo yace la mano amenazadora del temor. Limitaremos nuestro tema a la consideración del asesoramiento en relación con el temor y sus aliados más cercanos: la ansiedad y la angustia.

Antes de tratar con el desafío negativo que el temor hace al consejero, diremos que el temor encierra valores positivos, que producen un efecto benéfico sobre la persona.

El temor puede llegar a ser una ayuda. Muchos psicólogos parecieran no aceptar los valores positivos que posee el temor. Pero la Biblia deliberadamente recurre al temor. Cuando Dios le dijo a Adán: “El día que de él comieres, morirás.” ciertamente se proponía hacer que el temor a las consecuencias fuera un preventivo contra la desobediencia. Si nuestros primeros padres hubieran sentido todo el temor que debió inspirarles la terrible advertencia, no habrían pecado.

Cuando los Escritos Sagrados describen gráficamente con términos aterradores el derramamiento de las siete postreras plagas y el fin de los malvados en el fuego consumidor, el propósito que persiguen es inspirar temor por ese seguro pago, a fin de que los seres humanos quieran evitar el castigo. Hacer frente a la realidad es una cosa saludable. Aclarar la situación no significa disfrazar la verdad. La experiencia ha demostrado que el enfrentar los hechos tal como son, constituye a menudo un gran paso para desarraigar el temor y la ansiedad.

A un niño se le enseña a temer el fuego, a fin de prevenir que lo dañe. La comprensión del peligro que representa el agua puede impedir que alguien perezca ahogado. El temor que inspira la ley hace buenos ciudadanos. Con nuestro entendimiento anublado por seis mil años de pecado, el temor puede tener un propósito útil; pero dejado sin control, adquiere las proporciones de un monstruo empeñado en la destrucción. De aquí en adelante, puesto que ya hemos considerado el lado positivo de la cuestión, analizaremos el temor únicamente en su aspecto destructivo, como la fuente original de los problemas que debe encarar el consejero.

A fin de darnos una idea del amplio predominio de los problemas ocasionados por el temor, enumeraremos brevemente las diferentes clases en que se divide:

Existe el temor al futuro. Cuando Caín conoció el resultado del asesinato que había cometido, protestó: “He aquí me echas hoy de la faz de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará.” (Gén. 4:14.) Tenía temor al futuro.

También existe el temor al pasado. David, al pensar en su pecado pasado, exclamó en agonía de espíritu: “No me eches de delante de ti; y no quites de mí tu santo espíritu.” (Sal. 51:11.)

Está el temor supersticioso. Fué esta clase de temor que a menudo condujo a Israel a la idolatría, imitando a las naciones circundantes.  Fué esto lo que indujo al salmista a recomendar: “Encomienda a Jehová tu camino, y espera en él; y él hará” (Sal. 37:5.)

Otro aspecto del temor se relaciona con los períodos de crisis. Hay muchas promesas admirables para tales emergencias. “Cuando pasares por las aguas, yo seré contigo; y por los ríos, no te anegarán. Cuando pasares por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” (Isa. 43:2.)

Podríamos mencionar, además, el temor a la vida, el temor a la muerte, el temor de envejecer, el temor a la enfermedad, y otros más. Esto nos proporciona una idea del amplio alcance de los tentáculos del temor.

El temor no sólo es amplio en sus alcances, sino que afecta a la vasta mayoría de las personas. El asesoramiento necesita poseer un remedio para el temor más que para cualquiera otra dolencia que afecta la mente, el alma o el cuerpo. Esta enfermedad psicológica prevalece especialmente en esta época. El Sr. Thomas escribe en su libro “Faith Can Master Fear” (La fe puede dominar el temor) :

“Casi cada persona que vive en esta generación siente temor al futuro. Quisiéramos que la vida fuese diferente, decimos, pero el mundo se presenta tenebroso. Ricos o pobres, instruidos o ignorantes, norteamericanos o rusos —todos sentimos temor del futuro. En estos momentos, cuando creemos en • lo que deseamos, anhelamos que un milagro disipe las sombras.”—Pág. 20.

El concepto adventista de la íntima relación entre el cuerpo y la mente es de gran ayuda en el tratamiento de los problemas que tienen su origen en el temor. Esta comprensión que procede de las enseñanzas de Cristo no ataca los síntomas sino la raíz del mal. El temor produce incapacidad física. El Dr. Jorge Crile ha ilustrado esto de la manera siguiente.

“Puede compararse con un automóvil desembragado cuyo motor marcha a toda velocidad. Hay consumo de gasolina y desgaste de la maquinaria, pero el vehículo no se mueve, aunque lo haga trepidar el poder que desarrolla.”—Citado en “Faith Can Master Fear” pág. 151.

El temor produce un esfuerzo físico excesivo, a tal punto que la tensión se torna insoportable. La medicina provee sedativos que alivian el sistema nervioso excitado. Los psicólogos tratan los aspectos físico y mental de la dolencia. Pero se requiere al cristiano consagrado. con un pleno conocimiento de los principios bíblicos para producir la curación real del cuerpo, la mente y el alma. Los adventistas saben que únicamente la presencia del Espíritu Santo puede dar la paz que sobrepasa todo entendimiento. El mundo no puede proporcionarla, pero una vez que se ha aceptado esta verdad, protege el corazón contra los asaltos del enemigo. (Continuará.)

Sobre el autor: Pastor de la Asociación de Potomac, EE. UU.