Los procedimientos eclesiásticos son normativos y tienen autoridad, en la medida en que estén de acuerdo con la Palabra de Dios en las Escrituras.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene en gran estima las Sagradas Escrituras. Es la Palabra de Dios escrita, y constituye su único credo. Es la revelación infalible de la voluntad divina; es la norma del carácter, es el criterio para evaluar la experiencia; es la revelación autorizada de sus doctrinas.
Los adventistas aceptan las Escrituras “como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad” (la de Dios).[1] Consideran que es la autoridad suprema, la “regla infalible por la cual debe probarse toda opinión, doctrina y teoría”.[2] Es la Palabra del Dios infinito, el fin de toda controversia y el fundamento de toda fe.
Pero la idea de que la Escritura posee autoridad absoluta, y que es la infalible revelación de la voluntad de Dios, por medio de la cual deben probarse las opiniones, las doctrinas y las teorías, suscita entre los adventistas el complejo tema de la autoridad de las Escrituras versus la autoridad de la iglesia organizada. ¿Es de naturaleza absoluta la autoridad de las Escrituras, mientras que la de la iglesia es sólo relativa? ¿Cómo se relaciona la autoridad de las Escrituras con la de la iglesia y viceversa? Para que el principio de Sola Scriptura tenga validez, ¿debe la autoridad de la iglesia organizada someterse a la autoridad de la Escritura? La autoridad de la iglesia, ¿es superior, inferior o equivalente a la de la Escritura? Cuando se trata de autoridad, ¿qué viene primero: la iglesia o la Escritura?
El propósito de este artículo consiste en definir las naturalezas tanto de la autoridad de las Escrituras como de la iglesia, y aclarar cuál es la relación que hay entre ambas.
Definición de los términos
Aunque la palabra autoridad tiene un significado muy amplio, en el contexto de este artículo vamos a definirla como el poder o la facultad que tiene alguien, ya sea una persona, un organismo o una institución, para imponer reglas de conducta. No se refiere concretamente a un sistema de gobierno eclesiástico. Cuando decimos Escritura nos estamos refiriendo a la Palabra de Dios escrita: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Cuando hablamos de iglesia aludimos a la comunidad espiritual convocada por Dios en Cristo Jesús por medio del Espíritu Santo y la proclamación de su Palabra.[3]
La expresión iglesia organizada se refiere a la comunidad convocada por Dios y que se congrega de acuerdo con un sistema definido de administración, gobierno y disciplina. Por autoridad absoluta entendemos que la autoridad de las Escrituras no está condicionada, ni limitada ni depende de ciertos hechos o circunstancias. Su autoridad es incuestionable. Por autoridad relativa entendemos que la autoridad de la iglesia está condicionada, limitada, o depende de ciertos hechos y circunstancias. Su autoridad puede ser cuestionada.
La autoridad de las Escrituras
Cuando la Iglesia Adventista del Séptimo Día afirma que la Escritura es la Palabra de Dios escrita, y que constituye su único credo, la regla infalible por medio de la cual debe probarse toda opinión, doctrina y teoría, el fin de toda controversia y el fundamento de la fe, implica que la autoridad de las Escrituras es normativa y suprema entre los adventistas. Para ellos la Escritura es la única fuente de toda doctrina (fe) y práctica (moral). Creen y aceptan que la autoridad de las Escrituras es incuestionable. Su autoridad es final.
Los adventistas construyen sus convicciones sobre la base de lo que la misma Escritura enseña acerca de Dios el Creador, Originador y Sustentador de todo, el Redentor, único Dios trascendente y personal. Puesto que es el Soberano de la creación, no sólo reveló en las Escrituras un relato auténtico de su actividad creadora, sino también “lo profundo y lo escondido”, y los “misterios” (Dan. 2:22, 47). Una revelación que fue posible por medio de la Palabra de Jehová (1 Sam. 3:21) a los profetas y apóstoles, que la comunicaron al pueblo con una autoridad que no les era propia, sino que provenía del Espíritu Santo de Dios.
Cuando los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21) y registraron por escrito el contenido de lo que recibieron, se originó un depósito, algo concreto que en el Nuevo Testamento se interpreta como “conocimiento” (2 Cor. 4:6), “enseñanza” (Rom. 15:4), “tu palabra” (Juan 17:17), “palabra de verdad” (Efe. 1:13),[4] la palabra histórica, normativa, final e incuestionable de Dios. De esta manera “el texto in toto es el resultado de la revelación divina en la historia, revelación que fue históricamente recibida, entendida y compuesta por los profetas y los apóstoles”.[5]
La Palabra escrita de Dios revela todo lo necesario para la fe y la práctica con respecto a la salvación. Eso sugiere que la Escritura encierra un significado definido, práctico y objetivo que es igual para todos los creyentes. Los adventistas entienden y aceptan la expresión tradicional protestante Sola Scriptura en el sentido de que únicamente la Escritura, nada más que la Escritura, es la autoridad final de la fe y la práctica.
Elena de White dice: “En su Palabra, Dios comunicó a los hombres el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta y como revelación infalible de su voluntad. Constituyen la regla del carácter, nos revelan doctrinas y son la piedra de toque de la experiencia religiosa […] Las Escrituras declaran explícitamente que la Palabra de Dios es la regla por la cual toda enseñanza y toda manifestación religiosa deben ser probadas”.[6]
En síntesis, ¿es la autoridad de las Escrituras de naturaleza absoluta para los adventistas? Ciertamente sí. La Escritura es para ellos histórica y normativamente autoritativa e incuestionable por ser la revelación y, por sobre todo, la Palabra de Dios. El Dios que se revela por medio de la Escritura, el Señor y Soberano de la Creación y de la Historia, tiene derecho a ejercer su autoridad suprema y soberana sobre la humanidad y la iglesia.[7] Pero, ¿qué podemos decir de la autoridad de la iglesia organizada?
La autoridad de la iglesia organizada
De la evidencia que nos da el Nuevo Testamento surgen varios hechos que se relacionan con la definición de la autoridad de la iglesia. Primero, como Creador, Originador, Sustentador, Revelador, Redentor, Señor todopoderoso y Rey, en su expresión trinitaria, Dios es la fuente y el fundamento de la autoridad de la iglesia, porque él es quien la llamó a la existencia.
En 1 Tesalonicenses 1:1 Pablo define la congregación o asamblea de los cristianos no sólo desde un punto de vista geográfico sino también teológico, al vincular el sustantivo ekklesía con la frase “en Dios Padre”, que se considera “una expresión no usual en los escritos paulinos”.[8] Presumiblemente, para los tesalonicenses la palabra ekklesía puede haber tenido los significados y las connotaciones comunes entre los griegos. De allí que fuera necesario aclarar que se trataba de “una asamblea de los tesalonicenses”.
Al parecer, Pablo quiere enfatizar, ante sus lectores de Tesalónica, que esta asamblea es diferente. Parece que ve surgir esa iglesia en el contexto de la historia de la salvación, gracias a la iniciativa particular y la acción de Dios. De acuerdo con 1 Tesalonicenses, Pablo infiere que los creyentes de Tesalónica surgieron a la existencia por obra de Dios mismo (de allí “en Dios Padre”), porque él los amó, los eligió (1 Tes. 1:4), los puso (5:9) y los llamó (2:12; 4:7; 5:23, 24) a santificación.
La expresión “la Palabra” (1 Tes. 1:6) introduce un concepto esencial que es determinante en la declaración de Pablo concerniente a sus enseñanzas acerca de la iglesia cristiana. Con esa expresión define el término cristiano “evangelio” (1:5). De la misma manera, con la declaración “Palabra de Dios” (2:13) el apóstol define y explica la frase “el evangelio de Dios” (2:2, 8, 9).
Pablo basa su concepto de la elección y el llamado de los tesalonicenses en el hecho de que el evangelio, la Palabra de Dios, les llegó no “en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo” (1:5). Como lo dice Frame: “La prueba de la elección era la presencia del Espíritu Santo no sólo en el predicador, sino también en los oyentes, que recibieron la Palabra con gozo en medio de una gran tribulación”.[9] Después de haber recibido “la Palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo”, los oyentes de Tesalónica llegaron a ser “imitadores” de Pablo, Silas, Timoteo y “del Señor” (1:6). Recibieron la Palabra y la aceptaron “no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la Palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (2:13).
Es realmente significativo el orden de los acontecimientos en el proceso de la fundación de la ekklesía de los tesalonicenses en Dios Padre. La palabra “recibiendo” (habiendo recibido) que aparece en 1 Tesalonicenses 1:6 indica un tiempo anterior al del verbo principal de la frase “vinisteis a ser”. Quiere decir que nadie en Tesalónica llegó a ser imitador de Pablo, Silas, Timoteo y del Señor antes de tener la oportunidad de oír, recibir y aceptar la Palabra de Dios. Cuando los tesalonicenses comenzaron a escuchar a Pablo, Silas y Timoteo, todavía no eran la ekklesía de los tesalonicenses en Dios Padre. Lo eran sólo en el sentido griego, secular, del término; una ekklesía más de las tantas que había en Tesalónica. Pero cuando, gracias al poder y la presencia del Espíritu Santo, esa ekklesía secular recibió la Palabra de Dios, entonces llegó a ser imitadora de los demás cristianos, fue constituida en Dios Padre y surgió a la existencia.
De modo que el punto principal es que los creyentes recibieron la Palabra de Dios, que llamó y congregó la ekklesía de los tesalonicenses por medio de la proclamación de su Palabra, tal como sucedió en Jerusalén (Hech. 2:40-42; 6:7). La primera carta a los Tesalonicenses contiene un elemento adicional que es mucho más significativo con respecto a la manera en que Dios convirtió en realidad la organización eclesiástica de los cristianos de Tesalónica: como consecuencia de la proclamación de la Palabra, el Padre estableció la ekklesía de los tesalonicenses, y la hizo suya en Jesucristo (1:1)
Aunque la expresión logos [palabra] aparentemente posee antecedentes provenientes del Antiguo Testamento en su uso con respecto al poder de Dios, evangelio es una expresión que Pablo prefiere. Ese vocablo tiene una acepción específica; se refiere a Jesús como Señor y Mesías, al Cristo.[10] En la teología paulina “el evangelio de Cristo” (3:2) es el evangelio de Dios, “que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo […] que era del linaje de David” (Rom. 1:2, 3).
Por medio del relato de Lucas en Hechos 17:1 al 10, sabemos que Pablo basó en las Escrituras su exposición en Tesalónica mediante la explicación de dos puntos esenciales. Primero, les presentó a sus oyentes las increíbles realidades relativas al Mesías prometido. “Era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos” (Hech. 17:3). Segundo, mediante la presentación de las señales y las características especiales del Mesías bíblico, Pablo las relacionó con Jesús. Para el apóstol, Jesús “es el Cristo”. El significado del mensaje es claro y preciso: Jesús es el Mesías que padeció y resucito de entre los muertos.
Según Lucas, entonces, el contenido del mensaje de Pablo en Tesalónica debe de haber sido la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, tema típico de la predicación primitiva. Lo extrajo de las Escrituras, o sea, de pasajes bíblicos seleccionados con los que demostró que “los hechos históricos cumplidos en el ministerio, la muerte y la exaltación de Jesús” fueron un definido cumplimiento de las profecías.[11] Aunque no se las menciona en este resumen de la predicación de Pablo, la historia completa de Jesús se presentó a la luz de las profecías mesiánicas.[12]
El énfasis que le daba Pablo a su mensaje evangélico les debe de haber parecido muy extraño a sus oyentes judíos, ya que había una gran diferencia entre Jesucristo y la figura mesiánica tradicional sustentada por la exégesis judaica. Para un auditorio hebreo la declaración de que “el Mesías murió por nosotros” debe haber sido “una novedad sin precedentes”, “un escándalo que contradecía la expectativa mesiánica general y popular”.[13] Pero Pablo, en su mensaje, se basaba en la Palabra de Dios contenida en la Escritura. Esa Palabra era para él una revelación normativa y autoritativa en su misión evangelizadora.
Esta forma de presentar el mensaje del evangelio ejerció una gran influencia sobre los oyentes, tanto judíos como gentiles. Algunos judíos creyeron y se reunieron con Pablo y Silas, y gran cantidad de griegos piadosos (Hech. 17:4). Los que se convencieron gracias a la evidencia bíblica que presentó Pablo, y recibieron la Palabra, se convirtieron en el núcleo original de la iglesia de los tesalonicenses, no sólo en Dios el Padre, sino también en el Señor Jesús, el Mesías.
Por lo que hemos dicho hasta aquí, aparentemente Pablo consideraba que la iglesia cristiana de Tesalónica derivaba de Dios su origen y su constitución, por medio de la proclamación de su Palabra normativa, y se congregaba en Cristo, el Mesías revelado por la Palabra del Señor.
La segunda evidencia que encontramos en el Nuevo Testamento, y que tiene que ver con la definición de la autoridad de la iglesia, es que esta posee autoridad y la ejerce como consecuencia de ser el cuerpo de Cristo, del cual él es la “cabeza” (Efe. 1:22; 4:15, 16; 5:23; Col. 1:18; 2:19). Esa autoridad eclesiástica deriva del poder de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 5:4), que se encuentra donde los creyentes se reúnen en su nombre. Cristo, como cabeza y Señor de la iglesia, ocupa en ella un lugar destacado (Col. 1:28). Como base y fuente de conducción e inteligencia, dirige todos sus planes y actividades, coordinando todas sus partes y proporcionando sabiduría y vitalidad a cada miembro del cuerpo, a fin de que todos trabajen unidos y de manera eficaz (Efe. 4:15, 16; Col. 2:19).
Una autoridad derivada
En resumen, la iglesia recibe su autoridad de la Escritura, que es la Palabra escrita y proclamada que le da su origen. Su autoridad también proviene de Cristo, que es la Palabra encarnada, la Cabeza que dirige y gobierna. Pero, ¿qué sucedería con la autoridad de la iglesia si no se sometiera a la autoridad de la Palabra de Dios revelada en la Escritura, ni tampoco a la autoridad de Cristo? Sin una Palabra constituyente ni una Cabeza gobernante, la autoridad de la iglesia no sería normativa y sería cuestionada.
Podemos afirmar que la autoridad de la iglesia depende de su fidelidad a la Palabra de Dios en la Escritura. Sus pronunciamientos, sus declaraciones, sus acuerdos, sus consejos, su testimonio, su práctica y su misión serán normativos y poseerán autoridad como consecuencia de su obediencia a la revelación autoritativa de la Palabra de Dios en la Escritura.
La iglesia no es una institución que se fija sus propios fines. No es un organismo que traza líneas ideales de lo que debe ser según la Palabra de Dios en la Escritura, en tensión con lo que quiere ser sobre la base de sus estatutos y reglamentos.
La iglesia organizada sólo puede tener una autoridad equivalente a la de la Escritura en la medida en que sea obediente a ella. Posee verdadera autoridad cuando sus enseñanzas y su mensaje provienen de la Palabra de Dios. Por lo tanto, la autoridad de la iglesia organizada no es igual ni está por encima de la autoridad de la Escritura. La autoridad de la iglesia organizada debería estar sujeta a la autoridad de la Escritura.
Sobre el autor: Doctor en Teología. Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata, Libertador San Martín, Entre Ríos, Rep. Argentina.
Referencias
[1] Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Buenos Aires: ACES, 1993), p. 9.
[2] Ibíd., p. 505.
[3] R. Pereyra, “Ekklesía en el contexto de 1 Tesalonicenses: Un estudio acerca de la naturaleza de la iglesia”, Enfoques 11:1-2 (1999), pp. 61-68.
[4] Raoul Dederen, The Revelation-lnspiration Phenomenon According to the Bible Writers [Él fenómeno de la revelación y la inspiración de acuerdo con los escritores bíblicos], p. 18.
[5] Fernando Canale, Revelation and Inspiration (Revelación e Inspiración], una monografía inédita, presentada al Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General de la IASD, en abril de 2000], p. 43.
[6] Elena G. de White, Ibíd., pp. 9, 10.
[7] Raoul Dederen, The Church Authority and Unity (La autoridad y la unidad de la iglesia], online: biblicalresearch.gc.adventist.org/documents/churchauthority.htm
[8] W. Neil, The Epistle of Paul to the Thessalonians [La epístola de Pablo a los Tesalonicenses] (Nueva York: Harper, 1950), p. 4.
[9] E. Erame, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistles of St. Paul to the Thessalonians |Un comentario crítico y exegético acerca de las epístolas de San Pablo a los Tesalonicenses] (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1912), p. 82.
[10] S. Kim, The Originality of Paul’s Gospel (La originalidad del evangelio de Pablo] (Tübingen I. C. B. Mohr, 1984); P. Stuhlmacher, editor, The Gospel and the Gospels (El evangelio y los Evangelios) (Grand Rapids: Eerdmans, 1991), pp. 149-172.
[11] M. Serwick y M. Grosvenor, A Grammatical Analysis of the Greek New Testament: Gospel, Acts (Un análisis gramátical del griego del Nuevo Testamento: los Evangelios y los Hechos) (Roma: Instituto Bíblico Pontificio), t. 1, p. 407.
[12] R. 11. C. I.enski, The Interpretation of the Acts of the Apostles (La interpretación de los Hechos de los apóstoles] (Minneaapolis: Augsburhg, 1961), p. 692.
[13] M. Hengel, The Atonement: A Study of the Origins of the Doctrine in the New Testament [La expiación: un estudio acerca de los orígenes de la doctrina en el Nuevo Testamento] (Londres: SCM, 1981), pp. 17-89.