Este artículo apareció en la Review and Herald del 13 de abril de 1886 bajo el título “Exclusiveness Among Laborers” [Exclusivismo entre los obreros]

Es muy importante que los que están empeñados en la obra de Dios sean constantes alumnos en la escuela de Cristo. A la verdad, esto es algo absolutamente necesario si es que su labor ha de ser aceptable en la obra grande y solemne de presentar la verdad al mundo. Si el yo es puesto a un lado y los obreros trabajan con humildad y sabiduría, entre ellos existirá un dulce espíritu de armonía. Nadie dirá por palabra o por hecho: “Este es mi campo de trabajo; no permitiré que usted entre en él”; sino que cada uno trabajará con fidelidad, sembrando junto a todas las aguas, recordando que Pablo puede plantar, Apolos regar, pero sólo Dios es el que da el crecimiento.

El Señor no adjudica a ningún hombre algún territorio especial en el cual él solo debe trabajar. Esto es algo contrario a sus planes. Él ha dispuesto que en cada lugar donde se introduzca la verdad, se lleven diferentes mentes, diferentes dones para ejercer influencia sobre la obra. Ningún hombre por sí solo tiene la suficiente sabiduría para atender una empresa sin colaboradores, y nadie debiera sentirse competente para hacerlo. El hecho de que una persona tenga cierta habilidad en algo no significa que su juicio en todas las otras cosas sea perfecto y que no sea necesario que se una a la suya la sabiduría de alguna otra mente.

Aquellos que trabajan juntos debieran estar en perfecta armonía, sin embargo ninguno debiera sentir que no puede trabajar con aquellos que no ven las cosas como él las ve y que en sus actividades no siguen los planes que él seguiría. Si todos manifiestan un espíritu humilde, dispuesto a aprender, no habrá dificultades. Dios ha puesto en la iglesia diferentes dones. Estos son preciosos en sus propios lugares, y todos pueden tener una parte en la obra de preparar a un pueblo para la pronta venida de Cristo.

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.

Esta es la orden de Dios, y si los hombres quieren tener éxito, deben trabajar de acuerdo con sus directivas. Oh, ¡cuánto necesitan los obreros que el espíritu de Jesús los cambie y los moldee como la arcilla en las manos del alfarero! Cuando tengan este espíritu, no habrá desavenencias entre ellos; nadie será tan estrecho de mente como para querer que todo se haga como él dispone, de acuerdo con sus ideas; no habrá sentimientos discordantes entre él y sus compañeros de trabajo que no estén a la altura de lo que él espera.

El Señor no desea que algunos de sus hijos sean sombras de otros, sino que cada uno sea su propio y sencillo yo, refinado, santificado y ennoblecido mediante la imitación de la vida y el carácter del gran Modelo. El espíritu estrecho, cerrado y exclusivista que todo lo quiere abarcar dentro del radio del propio yo ha sido una maldición para la causa de Dios y siempre lo será cuandoquiera se permita que exista.

Durante el reciente congreso en Basilea tuve un sueño impresionante acerca de aquellos que están empeñados en la obra de Dios. Un hombre de elevada estatura y aspecto noble estaba examinando un libro de registro. Acercándome con otros, vi los informes del trabajo del año 1885, y se me dijo que el trabajo de cada hombre había sido registrado cuidadosamente allí.

Según ese informe, algunos habían realizado considerable trabajo. No se habían escatimado a sí mismos, habían trabajado más duro y hecho más de lo que se les había pedido. Otros no se habían dado a sí mismos como sacrificios vivos. No habían llevado a Jesús en su trabajo como su todopoderoso Ayudador, sino que habían confiado demasiado en lo que ellos podían hacer. Había en sus registros una falta manifiesta de dependencia sencilla y de la santa confianza en las promesas de Dios. Por no aprovechar de esas promesas a menudo se habían desanimado y había caído una sombra donde debiera haber habido esperanza y ánimo en Dios. Más de una palabra se dejó sin pronunciar, más de una oportunidad se perdió por medio de las cuales hubieran sido beneficiadas algunas almas.

Al leer la historia del año de labor transcurrido, vi distintamente cuánto habían perdido los obreros por falta de fe; cuánto podrían haber pedido a Dios y cuán dispuesto hubiera estado a concederles su gracia en respuesta a sus humildes oraciones de fe. Muchos han apostatado, y muchos más apostatarán porque no viven por fe y crecen en el conocimiento de la verdad día tras día. Los obreros necesitan recapacitar, no sea que la luz que está en ellos les sea quitada. Sólo la vigilancia y la oración mantendrán sus almas guarnecidas contra la entrada del enemigo.

El registro señalaba el fracaso de parte de muchos en trabajar con la mansedumbre y la humildad de Cristo. Estaban procurando alguna obra más elevada. Sus ojos estaban puestos en algún lugar lejano. No aprovechaban las oportunidades que tenían delante de sí de ministrar a las almas. Estaban tan convencidos en su propia mente de que el Señor les tenía asignada una gran obra que hacer en la predicación, que fracasaban en ministrar. No dejaban caer las semillas de la verdad en los corazones dondequiera se presentara la oportunidad. Esas oportunidades llegaron y pasaron, y las almas que podrían haber sido instruidas fueron dejadas sin trabajar. Una aquí y otra allí, dos o tres en un lugar, podrían haber sido guiadas a escudriñar sus Biblias y hallar a su Salvador; pero era una obra tan pequeña que fue pasada por alto y descuidada.

Hay algunos que tratan de hacerse populares, porque piensan que de esta forma ganarán almas en cantidad. Estudian cómo habrán de presentarse, cómo pueden hacer parecer que tienen abundancia de medios y ocupan una posición elevada en el mundo. ¿Son éstas las lecciones que deben aprenderse de la mansedumbre, la humildad, la pureza y la abnegación de Jesús? Oh, no; hay muchos que trabajan de esta forma que no realizan casi nada. El mejor camino es trabajar con el espíritu de Jesús.

No tratéis de dejar la impresión de que sois hombres notables, sino dejad que la gente vea que estáis tratando de asuntos asombrosos y notables, que son claramente expuestos en la Palabra de Dios, pero que han quedado sepultados durante tanto tiempo bajo la basura del error que casi han sido perdidos de vista. No pretendáis ser más de lo que en realidad sois, los siervos de Dios que han de hacer su obra.

En el libro de registro se anotaron días en los cuales los obreros descuidaron la oración, y por ello fueron vencidos por las tentaciones. En una página estaban registrados grandes gastos debidos a la falta del verdadero espíritu misionero. También estaba registrado el deseo de trabajar en la forma más dispendiosa, cuando un estilo más humilde y planes más sencillos hubieran conseguido mayores resultados. Algunos están constantemente buscando una suerte mejor que la que nuestro Salvador tuvo en su vida. Aceptan el nombre y la posición de misioneros, pero no la suerte. Quieren todas las cosas buenas, todas las comodidades de la vida, cosas que su Redentor poco y nada conoció.

También estaban registrados en ese libro los nombres de obreros que parecían ser humildes, pero que estaban llenos de suficiencia propia y egoísmo. La obra debe marchar conforme a sus ideas, o nada; sin embargo no hacen ningún esfuerzo para enseñar a otros cómo trabajar, para instruirlos pacientemente en cada rama de la obra que ellos conocen. En vez de hacerlo, guardan egoístamente ese conocimiento para sí mismos. Nadie que practique este exclusivismo tiene disculpa por limitar de esa manera la obra a un pequeño alcance.

La causa de Dios, no sólo en Europa sino también en América, ha sufrido grandemente debido a estas ideas estrechas en cuanto al trabajo. Mucho talento que ahora está perdido para la causa podría haber sido visto y usado; muchos podrían haber sido educados y ser hoy obreros útiles en la causa de Dios de no haber sido por esas estrechas ideas exclusivistas. ¡Ojalá los que trabajan en todas partes de la viña del Señor pudieran ver cómo aparece su registro cuando el yo es mezclado con todo lo que hacen! ¡Ojalá pudiesen ver la importancia de someter su voluntad y sus métodos a Dios, y de estar en armonía con sus hermanos, de ser de una mente, de un corazón! Tan pronto como lo hagan, Dios obrará a través de ellos el querer y el hacer por su buena voluntad.