La clase bautismal es una de las actividades más importantes de la campaña de evangelismo. Cuando un simpatizante ha asistido a la serie de conferencias y finalmente se ha decidido por Cristo, no debemos pensar que ha sido ganada la victoria y que por lo tanto podemos descansar. La victoria, en esta etapa, puede convertirse rápidamente en una derrota a menos que inmediatamente se apliquen medidas preventivas.

La diferencia entre la cantidad de personas que se deciden por Cristo en las reuniones evangelísticas y las que se bautizan, con frecuencia es considerable. Pero esto no debería ocurrir. Hay una pérdida innecesaria que debería corregirse.

Debemos recordar que hay un paso largo entre el acto de adelantarse hacia el púlpito como señal de entrega a Cristo y el momento de estar preparado para el bautismo. No dije “un tiempo largo”. Podría ser corto. Cuanto más tiempo se emplee en ayudar a los candidatos a dar ese paso largo, tanto más gente perderemos y dejaremos de bautizar.

Los médicos han logrado reducir el índice de mortalidad infantil. Nos parece que nosotros, como ministros de la Palabra de Dios, deberíamos ser tan vigilantes y hábiles en nuestro campo de acción como ellos lo son en el suyo. En ninguna otra fase de la obra ministerial necesitamos mayor preparación y habilidad. Cada ministro debería poseer conocimientos exactos acerca de cómo ayudar a las almas a dar los primeros intrincados pasos por el camino del nuevo nacimiento.

Perder a un gran número de personas que se deciden por Jesús, y luego procurar excusarnos diciendo que no eran sinceros, equivaldría a que un médico descuidara a un bebé recién nacido. Y luego, cuando muriera, se excusará declarando: “El bebé en realidad no tenía suficientemente vitalidad cuando nació, en caso contrario habría vivido”. Esa actitud no sería nada agradable para nosotros si el bebé fuera nuestro. Tampoco creo que resulte agradable para el Señor cuando ocurre en nuestro trato con los recién nacidos en la familia cristiana.

Esas personas son bien intencionadas cuando responden al llamamiento del pastor. Son tan sinceras, que algunas estarían dispuestas a morir allí mismo por su Señor. Hombres fuertes ocultan el rostro entre las manos y lloran. No es cuestión de saber si obran en serio. Necesitan ayuda, y la necesitan pronto. Nuestra tarea como ministros consiste en prestarles esa ayuda a tiempo. Si no los socorremos, y mueren o vuelven a sus pecados, somos nosotros quienes hemos sido chapuceros y hemos fracasado.

El viejo aforismo que recomienda machacar mientras el hierro está caliente, nunca ha tenido mejor aplicación que en el caso de los simpatizantes que se adelantan en respuesta a una invitación pastoral. Cuanto antes se los pueda inducir a dejar de fumar, a guardar el sábado, a ajustar su conducta a las normas, etc., tanto más fácil será para ellos. Esta es una tarea difícil, pero lo será más aún cuando se haya enfriado el primer ardor.

¿Cuánto tiempo debería llevar la preparación para el bautismo? No mucho. A veces lo hacemos en una semana. Si alguien piensa que no puede hacerlo en una semana, puede emplear dos semanas. Sin embargo, si no hemos resuelto el problema de la observancia del sábado, del tabaco, del alcohol, etc., entonces hay muchas probabilidades de que los hemos perdido del todo.

Al describir el método empleado en la clase bautismal por casi todos los evangelistas que llevamos a cabo series evangelísticas de tres semanas, no queremos decir que sea el único método acertado. Otros predicadores emplean métodos que dan buenos resultados. Si vuestro método os satisface y es productivo, no vaciléis en seguir empleándolo. Sin embargo si habéis descubierto que tenéis éxito en vuestro ministerio únicamente hasta el punto de decidir a la gente en un llamamiento de entrega, y después perder un buen número de los simpatizantes para el bautismo, convendría que examinarais el método que estáis empleando, porque lo más probable es que el error esté en el procedimiento antes que en las personas.

Generalmente no bautizamos a toda la gente que se adelanta en respuesta a un llamamiento. Algunos son niños demasiado jóvenes. A veces los miembros de la iglesia se adelantan deseando reconsagrar su vida, y no desean o no necesitan rebautismo. El resto de la gente constituye el material humano con el cual trabajaremos.

Cada una de estas personas se convierte en el blanco especial de Satanás durante las conferencias. Serán asediados por la duda. Casi todos pensarán que es mejor esperar y no seguir adelante en su propósito de bautizarse. Pero si aceptan la instrucción dada sobre cada doctrina, no deberían aguardar. En su experiencia necesitan la poderosa influencia del bautismo, y deben seguir progresando.

Algunos querrán retroceder a última hora, pero no los abandonéis fácilmente. Satanás no los deja, y el predicador adventista debería luchar tanto como el maligno cuando se trata de la salvación de un alma. Todas esas personas son preciosas ante la vista de Dios. Él nos ha comisionado para que las llevemos al redil. Si las perdemos, tendremos que rendir cuentas.

Hemos encontrado que la clase bautismal de una semana de duración, con un bautismo al final, es más efectiva. Todos los que se deciden por Cristo no estarán preparados para el bautismo al final de la semana. Pero de todos modos llevamos a cabo la clase y tratamos individualmente a esas personas como si pensáramos que cada una se bautizará. Por cierto que en este punto surge la pregunta de si acaso algunos no serán preparados superficialmente debido al sistema de estudio intensivo. Vigilamos estrechamente este peligro, pero en realidad no es tan grande como parecería. La gente se divide a medida que progresan los estudios. La mayor parte desconfían de sí mismos y pesan cuidadosamente sus decisiones, y se hace necesario estimular a los que deberían bautizarse antes que desanimar a los que no están en condición de hacerlo.

En nuestra campaña, realizamos la invitación a entregarse a Cristo la segunda semana de la serie de conferencias. Llevamos a cabo la clase bautismal —con los que hacen la decisión— durante la última semana de la serie (la tercera). La efectuamos después de la conferencia, y dura de inedia hora a cuarenta minutos.

En los cinco días de duración, abarcamos todos los puntos que nos distinguen como pueblo peculiar —nuestras doctrinas, cómo observar el sábado, los vestidos, los adornos, los alimentos inmundos, el té, el café, el espíritu de profecía (empleamos todo un período de clase con este tema, y distribuimos un ejemplar de El Deseado a manera de introducción), el diezmo, la iglesia, etc. Procuramos abarcarlo todo.

La primera noche encaramos el problema del tabaco, y tenemos oraciones especiales con los que tienen el hábito. Los instamos a aferrarse en las promesas de Dios y a dejar de fumar en el acto. Luego, por supuesto, no los abandonamos, sino que los visitamos en sus casas y los llamamos por teléfono para decirles que pensamos en ellos y oramos por ellos.

Algunos luchan violentamente. Pero resulta asombroso ver cómo fumadores empedernidos abandonan el tabaco esa misma noche y nunca más vuelven a fumar. Algunos tardan más en dejar este hábito. Si no lo han abandonado completamente para el martes o miércoles los animamos a esperar hasta el bautismo de la semana subsiguiente. Luego los invitamos a la misma clase la semana entrante. La clase no es meramente una fuente de instrucción doctrinal; es una clase que versa sobre la vida cristiana práctica, y tiene el propósito de fortalecer la fe en sus corazones. Si es necesario que pasen tres o cuatro veces por las clases bautismales a fin de estar preparados, es conveniente que lo hagan hasta que se bauticen.

A pesar de todo lo que podamos hacer, algunos no han resuelto su problema del sábado al final de la semana. Generalmente logran hacerlo durante la segunda semana. Como el evangelista ha insistido durante la primera semana, ha evitado la dilación, y ha puesto en movimiento las ruedas, de modo que generalmente están libres en la segunda semana. Resulta fatal dejarlos trabajar durante dos o tres sábados después de que han tomado su posición junto a Cristo. El problema debe ser atacado inmediatamente.

Hablemos ahora de aquellos que consideramos listos para el bautismo al final de la primera semana de la clase bíblica. Muchos miembros de la iglesia se resisten a bautizar a una persona que ha hecho su decisión sólo una semana antes. Sin embargo conviene recordar que el primer bautismo se compone mayormente de gente que tiene antecedentes adventistas, tales como hijos de padres adventistas, ex miembros, y los que han estudiado la doctrina durante un tiempo.

Algunas personas que no se habían relacionado antes con nosotros responden a la invitación a unirse con la iglesia que guarda los mandamientos, sólo en la segunda semana de conferencias. Hay otros que se deciden solo en la tercera semana, pero independientemente de cuando lo hagan, una vez que se han decidido, tenemos que contestar esta pregunta: “¿Qué vamos a hacer con ellos?” Ahí están en nuestra clase bíblica. Si actuamos como si les temiésemos, pensarán que hicieron algo malo.

A estas personas les damos el mismo trato que a todos. Les decimos cuán contentos estamos por su decisión de asistir a las clases bíblicas con los demás. Si dejan de fumar, aceptan las doctrinas y las normas del Nuevo Testamento como las enseña nuestra iglesia, aceptan el espíritu de profecía, y creen que la Iglesia Adventista es la iglesia de Dios, ¿puede pensarse en alguna razón válida para no bautizarlos? Yo les digo tal como Felipe le dijo al eunuco: “Si crees de todo corazón, bien puedes”. Rehusar el bautismo a alguno en esta etapa significa manifestar desconfianza en sus motivos. Significa retroceder un paso, cuando hasta ese momento se había estado avanzando.

Podría preguntarse: “¿Cómo sabemos que esos nuevos miembros no apostatarán?” Son tan sinceros como vosotros o yo. Si con el tiempo apostata alguno, bien podría acontecer a causa de un incidente desafortunado con uno de nuestros miembros laodicenses, o por el fracaso del pastor de la iglesia en reconocerlo como lo que es: una criatura en la fe. Nadie espera que un niño pequeño corte leña o gane el dinero necesario para mantenerse a sí mismo en los primeros meses de vida con su familia. Por el contrario, lo cuidan con amor, y la familia está orgullosa de él.

Permitidme decir aquí que la rapidez que propongo en la preparación de los candidatos, de ningún modo significa que sea partidario de una preparación superficial. ¡Lejos de eso! Significa sencillamente que creo en el principio según el cual podemos dar más instrucción y ganar más victorias en una hora con estas mentes que son receptivas y maleables por el amor, de lo que es posible hacer en diez o veinte horas con esas mismas mentes después de que se han enfriado. Es imperativo que trabajemos rápidamente. Pero mientras nos apresuramos también debemos trabajar concienzudamente. Queremos verlos en el reino, y darles sólo una preparación superficial equivaldría a animarlos a fracasar. En esta clase de trabajo no hay ningún futuro halagüeño.

Cuando estas personas han ganado la victoria, cuando han sido instruidas y han aceptado los principios del Evangelio, creemos que es un error negarles el derecho a bautizarse. Necesitan el poder que se recibe con el bautismo. Es un gran error postergarlo nada más que para satisfacer a un miembro de iglesia que no piensa que el evangelista ha realizado un trabajo fiel en su preparación.

 No hay duda de que estos nuevos miembros tendrán problemas después de su bautismo, y es inevitable que algunos de ellos necesiten atención pastoral. Pero, como Billy Graham lo ha dicho oportunamente: “Después de que el médico ha traído a un bebé al mundo, puede ser que el niño siga necesitando a un pediatra de vez en cuando a fin de mantenerlo sano”.

Sobre el autor: Evangelista de la Asociación de Ohio