Cómo entender la macroestructura literaria del último libro de la Biblia

El libro del Apocalipsis es el principal representante de la literatura apocalíptica en la Biblia. Como tal, presenta algunas de las principales características de este género literario: alcance cósmico, énfasis escatológico, tiempos de angustia, visiones y sueños, amplio uso del simbolismo, oposición ética macrocósmica entre el bien y el mal, segmentación de la historia en períodos, énfasis en el mundo invisible, mediación de seres celestiales, expectativa de intervención divina, juicio sobre el mal, insatisfacción con el presente, expectativa del fin y de la llegada del mundo ideal.[1]

La palabra “apocalíptica” (en realidad, el término alemán apokalyptik) entró en el vocabulario académico en 1832, gracias a Gottfried Christian Friedrich Lücke (1791-1854).[2] El género apocalíptico está relacionado con la escatología, pero estos dos conceptos no son sinónimos. Todos los textos apocalípticos pertenecen a la categoría de la escatología, pero no toda la literatura escatológica es apocalíptica. Del mismo modo, si bien los textos apocalípticos de la Biblia son proféticos, no todos los textos proféticos son apocalípticos. Mientras que la profecía clásica es básicamente condicional, ya que depende de la respuesta humana, la profecía apocalíptica tiene un carácter incondicional, dado que refleja la visión divina de las cosas que deben suceder.

Afinando aún más el enfoque, ¿es el Apocalipsis un mensaje apocalíptico (1:1), una profecía (1:3) o una carta (1:4)? “Quizá lo mejor sea concluir que el Apocalipsis es un texto apocalíptico, escrito por un profeta cristiano, enviado como una cuasicarta a las iglesias de Asia Menor”, afirma Mitchell G. Reddish.[3] De hecho, el Apocalipsis es un género híbrido: el contenido es profético (una revelación divina), el marco es epistolar (una carta singular enviada por el propio Cristo glorificado) y el contenido es apocalíptico (por su alcance cósmico y su sentido de urgencia).

Incluso por la época en que fue escrito, el Apocalipsis es el punto culminante de la profecía. En el libro, los profetas bíblicos se reúnen y dialogan sobre la situación del pueblo de Dios, el conflicto entre el bien y el mal, el juicio venidero y los esplendores de la Tierra Nueva. Juan utiliza cientos de alusiones al Antiguo Testamento, especialmente a Isaías, Ezequiel y Daniel.[4] El repertorio joánico es básicamente bíblico y judío; cualquier elemento del mundo mediterráneo es secundario o se redefine a través de la lente de la cosmovisión bíblica.

La intertextualidad forma parte de la trama del libro, aunque no llega a opacar la revelación que recibió Juan. No se evoca a los antiguos profetas para relatar el pasado, sino para simbolizar y describir el futuro. De lo contrario, el libro no sería la “revelación de Jesucristo” dada a Juan, quien registró “todo lo que vio” (Apoc. 1:1, 2). Esto indica que la estructura del Apocalipsis depende más del flujo de las visiones de Juan que de su elaboración intertextual. La revelación prima sobre la intertextualidad; el contenido supera a la forma; la teología se impone sobre el patrón.

A lo largo del libro, el autor menciona diversos personajes, sucesos, topografía y fechas reales, pero prefiere utilizarlos como símbolos. Comunica la teología mediante metáforas. Incluso elementos literales, como la Tierra Nueva, se describen con toques poéticos y simbólicos. Bajo la superficie, hay profundas capas de significado. Y Juan caracteriza muy bien a sus personajes, utilizando las técnicas de “mostrar” (presentación indirecta) y “contar” (presentación directa).[5]

Como el profeta supone que su público entenderá las imágenes, los códigos y el contexto del libro, no lo explica todo (entre otras cosas, para proteger a los cristianos). En el mundo apocalíptico, las personas y las cosas son a veces más ideas y conceptos que las personas y las cosas propiamente dichas.

Como parte del simbolismo, el profeta utiliza varios números figurativos. Para los pueblos del antiguo Oriente, los números podían simbolizar cualidades. Así, en lugar de ser aleatorias, las fórmulas matemáticas tenían lógica y eran capaces de expresar conceptos. En el Apocalipsis, el 3 es símbolo de unidad, el 4 de universalidad, el 6 representa una iniciativa humana y la inconclusión, el 7 es el número de la perfección o del descanso al finalizar un proyecto, el 10 es símbolo de plenitud y el 12 corresponde al pueblo o Reino de Dios. No es casualidad que Juan mencione treinta veces el número siete; desde luego, el más utilizado.[6]

El Apocalipsis también presenta contrastes entre agentes, entidades, personajes y cosas que representan el bando del bien y el campo del mal en el Conflicto Cósmico en forma de parodia, definida por Joe E. Lunceford como “el uso de un término en el terreno del mal que parece imitar un término similar en el terreno del bien”.[7] Hay más de quince categorías o “contraimágenes”, que incluyen la Trinidad santa e impura (1:4-5a; 5:4-7; 12:3; 13:1-4, 11, 12, 15), como también el sello de Dios y la marca de la bestia (7:2, 3; 9:4; 13:16, 17; 16:2).

Además, el Apocalipsis utiliza “interludios”, estrategia que Jon Paulien denomina “principio de la duodireccionalidad”,[8] una herramienta para conectar dos temas del texto y facilitar (o, a veces, complicar) la transición. Como estrategias literarias similares al entrecruzamiento de anexos, estos “apéndices” sirven para explicar, justificar o unir narraciones, así como para ampliar temas, visiones o ciclos. Esta función táctica actúa como una ventana que permite conocer el flujo de pensamiento del autor.

Otra característica del Apocalipsis que deja perplejos a los estudiosos es su gramática singular y cargada de irregularidades.[9] Probablemente, este fenómeno se deba a que el autor pensaba en hebreo y escribía en griego.[10] Incluso esto quizá funcione como una marca autoral de sus alusiones a la Biblia hebrea.[11] También es posible que esto sea un reflejo de sus visiones, o tal vez se deba a que no pudo contar con la ayuda de un editor. Pero, independientemente de la causa de estas irregularidades, la mayoría de los eruditos aun así admiran el arte literario del libro.

Por muy desafiante que sea, el Apocalipsis es un libro abierto y puede entenderse porque es una revelación. Sin embargo, no es fácil descifrar su estructura literaria. No se trata de establecer las unidades, sino de determinar conexiones. La estructura tiene que ver con la forma en que está organizado el libro, es decir, la relación entre las partes y el todo. Por eso hay innumerables lecturas del texto.

En este artículo, que inaugurará una serie sobre el Apocalipsis, exploraremos la cuestión de la macroestructura del libro. Comprender la arquitectura literaria es importante porque interviene en la interpretación teológica. De los cuatro principales enfoques interpretativos (preterista, historicista, idealista y futurista), la elección de cualquiera de ellos repercute sobre la visión de la organización literaria. Sin embargo, la estructura debería derivar del propio libro.

Estructura intencional

Para empezar, ¿podrá ser que Juan escribiera el Apocalipsis sin ninguna preocupación literaria, o hay indicios de una estructuración intencionada? Y si hay una estructura, ¿sería visionaria (siguiendo el orden de las visiones), cronológica (según el ritmo de la historia), temática (regida por un tema central y agrupada por cuestiones relacionadas), dramática (el uso de escenas, acciones y diálogos para crear emociones), recapitulativa (temas retomados para su explicación o ampliación), aritmética (patrones de siete, por ejemplo), litúrgica (basada en los ciclos del Santuario) o quiástica (un paralelismo invertido en forma de X, con eje determinante en el centro)?

Hay evidencias internas de que el autor pensó en una estructura, empezando por el prólogo y el epílogo, que presentan paralelismos evidentes (ver la tabla 1), así como los interludios y la progresión cronológica de los acontecimientos descritos, hasta culminar en el regreso de Jesús y la Tierra Nueva. Los paralelismos entre las promesas a los vencedores (en las siete iglesias) y su cumplimiento al final del libro también denotan organización literaria (tabla 2) y refuerzan el uso del quiasmo en la macroestructura.

Ahora bien, ¿cuál es el objetivo del autor al elaborar una estructura tan compleja? Para David Aune, “los apocalipsis actúan como mediadores de una nueva actualización de la experiencia reveladora original por medio de artificios literarios, estructuras e imágenes que funcionan para ‘ocultar’ el mensaje que el texto supuestamente ‘revela’ ”, “de modo que el público pueda tener la experiencia de descodificar o descifrar el mensaje”.[12] La revelación del contenido tiene lugar en la ocultación originada por los símbolos, creando una belleza que discierne más plenamente aquel que se atreve a adentrarse en el laberinto de la profecía y contemplar de cerca la iconografía de la obra. Aquellos que leen el Apocalipsis reciben una revelación y se convierten en bienaventurados.

El tema central del Apocalipsis podría ayudarnos a descubrir la estructura del libro. Sin embargo, no es tan sencillo establecerlo. ¿Es el Trono de Dios, la victoria del Cordero, la derrota del dragón, la persecución de la iglesia, el Juicio, el regreso de Jesús, la teodicea o el Conflicto Cósmico? Al menos el propósito está muy claro al principio del libro: la revelación de Jesucristo para mostrar lo que pronto sucederá (Apoc. 1:1).

Todos los temas mencionados desempeñan un papel esencial en el libro. Pero si tuviéramos que destacar un aspecto que parece controlar la narración, un buen candidato sería la guerra cósmica.[13] El drama de las visiones de combate entre 11:19 y 15:5 es “el clímax en el que los personajes clave (Dios, Satanás, los ángeles y la humanidad) se encuentran en un fuerte ritmo de acción”, y debe considerarse como el “foco central del libro”.[14]

El Apocalipsis presenta patrones repetitivos (o de recapitulación), un fenómeno observado por Victorino de Pettau (c. 250-304) en el siglo III.[15] Es como si el profeta utilizara una cámara para revelar distintos ángulos. No obstante, esta repetición no debe entenderse a la luz de las secuencias de recapitulación de Daniel. Mientras que en Daniel las mismas entidades están representadas por símbolos diferentes (metales, animales, cuernos, reinos), en el Apocalipsis no hay tales recapitulaciones de secuencias enteras de entidades.

En busca de la macroestructura

El lector que desee profundizar en la macroestructura del Apocalipsis dispone de multitud de fuentes. Entre los estudiosos que se han ocupado del tema, tenemos a los innovadores, que han hecho aportaciones originales al campo; los perfeccionadores, que han adaptado propuestas anteriores; y los sistematizadores, que han analizado y clasificado los estudios de otros.

En el campo de la sistematización, hay tres estudios dignos de mención por su alcance y cualidades. En su tesis de 1982, Wayne R. Kempson clasificó los estudios sobre la macroestructura del Apocalipsis en abordajes externos e internos con respecto al texto, además de presentar subdivisiones menores (once en total).[16] Aunque no incluye las investigaciones más recientes, es una buena fuente.

En su investigación enciclopédica, el autor checo Roman Mach aplicó los conceptos de la Teoría de los Textos “abiertos” de Umberto Eco[17] a la macroestructura del Apocalipsis. Según Mach, el último libro del canon bíblico tiene una “apertura” que permite muchas lecturas, respetando los límites impuestos por el propio texto. Para el autor, las marcas estructurales de la obra de Juan se agrupan en subsecciones específicas, creando una disposición literaria abierta.[18]

En los círculos adventistas, uno de los estudios más completos y actualizados es la tesis de maestría de Alberto Tasso, defendida en la Universidad Peruana Unión y publicada en 2021 en formato de libro.[19] Tasso no se dedicó a crear su propia macroestructura, pero hizo un excelente análisis de las fuentes. En el adventismo, dice, “hay prácticamente consenso en que las visiones de Juan siguen una secuencia de recapitulación, retomando temas paralelos con ampliación, antes que una pura progresión cronológica”; y la línea de pensamiento es un poco más homogénea, pues “los estudiosos adventistas más relevantes han construido sus ideas de análisis literario unos sobre otros”.[20]

Ante la enorme multiplicidad de propuestas, no existe un consenso sobre la macroestructura del Apocalipsis. En su tesis de 1976, Adela Yarbro Collins reconoció: “Hay casi tantos bosquejos del libro como intérpretes. La raíz del problema es la presencia de numerosos pasajes paralelos y repeticiones en el libro”.[21]

Ella misma, en la línea de Austin Farrer,[22] propuso una estructura septenaria (con un patrón de siete) que aún cuenta con partidarios:[23]

1. Prólogo (1:1-8)

2. Los siete mensajes (1:9-3:22)

3. Los siete sellos (4:1-8:5)

4. Las siete trompetas (8:2-11:19)

5. Siete visiones sin enumeración (12:1-15:4)

6. Las siete copas (15:1-16:21)

Apéndice sobre Babilonia (17:1-19:10)

7. Siete visiones sin enumeración (19:11-21:8)

Apéndice sobre Jerusalén (21:9-22:5)

8. Epílogo (22:6-21)

Entre los problemas de esta estructura, están las dificultades con la claridad de las dos secuencias de siete visiones sin enumeración y el uso selectivo de solo dos apéndices, dejando fuera otros interludios.

Elisabeth Schüssler Fiorenza, por su parte, visualizó una estructura quiástica:[24]

Esta estructura es sencilla, pero no se corresponde ciento por ciento con el texto. El juicio, por ejemplo, no empieza en 19:11, sino antes. Además, no hay marcadores textuales para justificar algunas de las elecciones de la autora. Y la estructura de quiasmo no encaja bien.

Aquí cabe mencionar que Nils Wilhelm Lund fue pionero en el uso del quiasmo como factor estructurador en el Apocalipsis.[25] La palabra “quiasmo” procede de la letra griega “ji”, escrita como una X, una especie de paralelismo invertido (por ejemplo, “que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre” [Apoc. 3:7]). Parece que esta disposición literaria formaba parte de la estructura del pensamiento hebreo y de otros pueblos antiguos,[26] quizá como recurso mnemotécnico en una cultura oral. Por lo tanto, a pesar de los abusos de quienes ven un quiasmo en todo, este método resulta legítimo. De todas maneras, el texto debe estar siempre por encima del patrón.[27]

Entre los eruditos adventistas que han estudiado la macroestructura del Apocalipsis, uno de los más citados y respetados es Kenneth Strand, que fue profesor en la Universidad Andrews. Strand propuso una división del libro en dos partes, que comprendían un bloque histórico (1:12-14:20) y un bloque escatológico (15:1-22:5), con sus correspondientes subsecciones. Sugirió una estructura quiástica basada en ocho visiones, cada una comienza con una “escena victoriosa introductoria”, y destacó seis interludios. Las escenas se desarrollan en el contexto del Santuario y sirven de introducción a las visiones (escena 1, Apoc. 1:10b-20; escena 2, Apoc. 4:1-5:14; escena 3, Apoc. 8:2-6; escena 4, Apoc. 11:19; escena 5, Apoc. 15:1-16:1; escena 6, Apoc. 16:18-17:3a, con 16:17 como trasfondo; escena 7, Apoc. 19:1-10; escena 8, Apoc. 21:5-11a). Con el tiempo fue perfeccionando su análisis, y utilizó también los temas del éxodo y la caída de Babilonia en las visiones 3 a 6.[28]

Los estudios de Strand tienen muchos méritos y pueden servir de base para estudios posteriores. La idea de incorporar las escenas, lugares y servicios del Santuario a las divisiones de la macroestructura, da solidez al sistema y, en opinión de Richard Davidson, ha sido quizá “la idea más significativa” de los estudios recientes.[29]

Destacando también el tema del Santuario, Jacques Doukhan señaló que “el Apocalipsis debe leerse como una liturgia”, y sugirió una estructura de siete ciclos proféticos que siguen el esquema de las fiestas judías, en la que cada ciclo comienza con una visión que remite al Templo y destaca los días sagrados más importantes del calendario. El libro, explica Doukhan, puede representarse mediante la menorá, o candelabro de siete brazos, cada uno de los cuales representa una festividad judía. Este esquema abarcaría tres momentos/lugares: fase terrenal (Apoc. 1:1-11:18), fase final (Apoc. 11:19-14:20), fase celestial (Apoc. 15:1-22:21).[30]

Hay que decir que la macroestructura de Strand es encomiable, pero no perfecta. Aunque el Apocalipsis puede segmentarse en dos mitades, dividir el libro en una parte histórica y otra escatológica no parece la mejor solución. Después de todo, con el primer advenimiento de Cristo ya se ha inaugurado los “últimos días” (Hech. 2:17; Heb. 1:2; 1 Ped. 1:20; 2 Ped. 3:3). Además, la primera parte del libro contiene elementos escatológicos, como los 144.000 (Apoc. 7). Y los ciclos situados en la primera mitad (sellos y trompetas) se extienden hasta el final (o cerca de él), no solo el ciclo de la segunda mitad (copas). Las secuencias “escatológicas” son también “históricas”. En parte, el problema podría resolverse cambiando la nomenclatura.

Por otra parte, las ocho visiones pueden ajustarse más eficazmente a siete, como hizo Jon Paulien, eliminando la escena/visión 6 del esquema de Strand (Apoc. 16:18-18:24, donde aparece una voz del Templo, pero no una escena del Santuario).[31] Este ajuste permite un enfoque más definido en el centro del quiasmo. Aun así, el bloque sobre la ramera, la bestia escarlata y la caída de Babilonia no encaja bien en el esquema.

Otros autores, como C. Mervyn Maxwell, Richard Davidson y Ranko Stefanovic, han trabajado a partir de la propuesta de Strand.[32] Pero no es posible analizarlos aquí. Me limitaré a mencionar un caso más.

Inspirándose en el modelo de Strand, Norman R. Gulley presentó un enfoque ligeramente diferente: (1) una sección histórica (capítulos 1-11), que corresponde al ministerio de Cristo en el Lugar Santo (primer compartimento del Santuario celestial), y (2) una sección escatológica (13-22), que corresponde al ministerio de Cristo en el Lugar Santísimo (segundo compartimento del ministerio celestial), con (3) un vértice que conecta las dos secciones (12). El autor explica: “Si vemos el libro en forma de triángulo, con el lado izquierdo histórico y el derecho escatológico, ambos se encuentran en el vértice del capítulo 12, con una cruz situada en la parte superior del vértice. La cruz es el soporte en el que se apoyan tanto la división histórica como la escatológica”.[33]

Es una propuesta interesante, considerando que 12:11 evoca el Calvario, y que 12:7, aproximadamente la mitad del libro, se centra en la victoria cósmica de los ejércitos celestiales sobre las huestes rebeldes. A pesar del problema de nomenclatura, esta macroestructura es muy sólida.

Utilizando otro esquema gráfico, el Apocalipsis también puede verse como una serie de siete paneles paralelos, ya que tiene múltiples niveles de significado.[34] La macroestructura que aparece a continuación no es definitiva, pero tiene simetría y solidez textual. Los paneles también podrían representarse en forma de menorá o de un templo con siete columnas, con el centro del quiasmo en la parte superior. Los anexos serían “ventanas” dentro de los paneles, que amplían el horizonte.

Sobre el autor: Pastor jubilado y Doctor en Ministerio


Referencias

[1] Kenneth A. Strand, “Foundational Principles of Interpretation”, en Symposium on Revelation – Book I, ed. Frank B. Holbrook, DARCOM 6 (Silver Spring: Biblical Research Institute, 1992), pp. 12-14; Frederick J. Murphy, Apocalypticism in the Bible and Its World: A Comprehensive Introduction (Grand Rapids: Baker Academic, 2012), pp. 8-12; David Aune, The Westminster Dictionary of New Testament and Early Christian Literature and Rhetoric (Louisville:Westminster John Knox Press, 2003), pp. 47, 48.

[2] Gottfried Christian Friedrich Lücke, Versuch einer vollständigen Einleitung in die Offenbarung Johannis und die gesamte apokalyptische Literatur (Bonn: Weber, 1832).

[3] Mitchell G. Reddish, “The Genre of the Book of Revelation”, en The Oxford Handbook of the Book of Revelation, ed. Craig R. Koester (Nueva York: Oxford University Press, 2020), p. 33.

[4] Cf. G. K. Beale, The Use of Daniel in Jewish Apocalyptic Literature and in the Revelation of St. John (Lanham: University Press of America, 1984); Jean-Pierre Ruiz, Ezekiel in the Apocalypse: The Transformation of Prophetic Language in Revelation 16, 17–19:10 (Frankfurt: Peter Lang, 1989); Jan Fekkes, Isaiah and Prophetic Traditions in the Book of Revelation: Visionary Antecedents and their Development (Sheffield: JSOT Press, 1994).

[5] James S. Resseguie, “Narrative Features of the Book of Revelation”, en The Oxford Handbook of the Book of Revelation, ed. Craig R. Koester (Nueva York: Oxford University Press, 2020), p. 38.

[6] Apoc. 1:4, 11, 12, 16, 20; 2:1; 3:1; 4:5; 5:1, 5, 6; 6:1; 8:2, 6; 10:3, 4; 12:3; 13:1; 15:1, 6, 7, 8; 16:1; 17:1, 3, 7, 9, 10, 11; 21:9.

[7] Joe E. Lunceford, Parody and Counterimaging in the Apocalypse (Eugene: Wipf & Stock, 2009), p. xi.

[8] Jon Paulien, The Deep Things of God: An Insider’s Guide to the Book of Revelation (Hagerstown: Review and Herald, 2004), pp. 115-119.

[9] Para un estudio sobre las peculiaridades lingüísticas del Apocalipsis, especialmente los aspectos verbales, cf. David L. Mathewson, Verbal Aspect in the Book of Revelation: The Function of Greek Verb Tenses in John’s Apocalypse (Leiden: Brill, 2010).

[10] R. H. Charles, Studies in the Apocalypse (Edimburgo: T&T Clark, 1912), p. 82.

[11] Gregory K. Beale, John’s Use of the Old Testament in Revelation (Sheffield: Academic Press, 1998), pp. 318-355.

[12] David E. Aune, “The Apocalypse of John and the Problem of Genre”, Semeia 36 (1986), pp. 89, 90.

[13] Los términos que describen “guerra” o “batalla” (polemon, polemos) aparecen nueve veces en el Apocalipsis (9:7; 9:9; 11:7; 12:7; 12:17; 13:7; 16:14; 19:19; 20:8).

[14] Külli Tõniste, The Ending of the Canon: A Canonical and Intertextual Reading of Revelation 21-22 (Londres: T&T Clark, 2016), pp. 64, 65.

[15] Victorine Poetovionensis, Explanatio in Apocalypsin uma cum Recensione Hieronymi, ed. Roger Gryson (Turnhout, Bélgica: Brepols, 2017).

[16] Wayne R. Kempson, “Theology in the Revelation of John as a Possible Key to Its Structure and Interpretation” (tesis de doctorado, Southern Baptist Theological Seminary, 1982).

[17] Cf. Umberto Eco, The Open Work, trad. Anna Cangogni (Cambridge: Harvard University Press, 1989); Peter Bondanella, Umberto Eco and the Open Text: Semiotics, Fiction, Popular Culture (Cambridge: Cambridge University Press, 1997). Un texto “cerrado” tiene elementos fijos y estables dentro de un sistema conceptual, mientras que un texto “abierto” permite interpretaciones y reconfiguraciones.

[18] Roman Mach, The Elusive Macrostructure of the Apocalypse of John: The Complex Literary Arrangement of an Open Text (Nueva York: Peter Lang, 2015).

[19] Alberto Tasso Barros, La Macroestructura Del Apocalipsis de Juan: Exposición Histórica y Análisis Comparativo (Lima: Ediciones Theologika, 2021).

[20] Ibíd., pp. 200, 207.

[21] Adela Yarbro Collins, The Combat Myth in the Book of Revelation (Missoula: Scholars Press, 1976), p. 8.

[22] Austin Farrer, A Rebirth of Images: The Making of St John’s Apocalypse (Albany: State University of New York Press, 1986), pp. 45-48. El libro fue publicado originalmente en 1949.

[23] Collins, The Combat Myth in the Book of Revelation, pp. 13-29.

[24] Elisabeth Schüssler Fiorenza, The Book of Revelation: Justice and Judgment (Filadelphia: Fortress Press, 1985), pp. 175, 176.

[25] Nils Wilhelm Lund, Chiasmus in the New Testament: A Study in Formgeschichte (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1942), pp. 324, 325.

[26] Cf. John W. Welch, Chiasmus in Antiquity: Structures, Analyses, Exegesis (Hildesheim: Gerstenberg, 1981).

[27] Cf. David A. deSilva, “X Marks the Spot? A Critique of the Use of Chiasmus in Macro-Structural Analyses of Revelation”, Journal for the Study of the New Testament 30 (2008), pp. 343-371.

[28] Kenneth A. Strand, “The Eight Basic Visions”, en Symposium on Revelation, pp. 35-49; Kenneth A. Strand, “‘Victorious-Introduction’ Scenes”, en Symposium on Revelation, pp. 51-72. Estos estudios también se han publicado en forma de artículos académicos.

[29] Richard M. Davidson, “Sanctuary Typology”, en Symposium on Revelation, p. 112.

[30] Jacques B. Doukhan, Secrets of Revelation: The Apocalypse Through Hebrew Eyes (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2002), pp. 12-14. Cf. M. D. Goulder, “The Apocalypse as an Annual Cycle of Prophecies?”, New Testament Studies 27 (1981), pp. 342-367.

[31] Jon Paulien, “Seals and Trumpets: Some Currents Discussions”, en Symposium on Revelation, pp. 187, 188.

[32] Cf. C. Mervyn Maxwell, God Cares: The Message of Revelation for You and Your Family (Mountain View: Pacific Press, 1985), p. 479; Davidson, “Sanctuary Typology”, pp. 99-130; Paulien, “Seals and Trumpets”, pp. 183-198; Paulien, The Deep Things of God, pp. 112-133; Jon Paulien, “The Role of the Hebrew Cultus, Sanctuary, and Temple in the Plot and Structure of Revelation”, Andrews University Seminary Studies 33 (1995), pp. 245-264; Ranko Stefanovic, “Finding Meaning in the Literary Pattern of Revelation”, Journal of the Adventist Theological Society 13 (2002), pp. 27-43.

[33] Norman R. Gulley, Systematic Theology: The Church and the Last Things (Berrien Springs: Andrews University Press, 2016), pp. 24, 25.

[34] Cf. Alan S. Bandy, “The Layers of the Apocalypse: An Integrative Approach to Revelation’s Macrostructure”, Journal for the Study of the New Testament 31 (2009), pp. 469-499; Felise Tavo, “The Structure of the Apocalypse: Re-Examining a Perennial Problem”, Novum Testamentum 57 (2005), pp. 47-68.