No desprecies este ítem esencial para la eficacia de la predicación bíblica
Una de las actividades más comunes en el ministerio es la preparación y la entrega de sermones. Cuando un predicador elige preparar un mensaje sobre determinado texto bíblico, es necesario que primero conozca su interpretación, y después sepa cómo aplicarla.
La interpretación del texto
Interpretar un texto significa descubrir lo que significaba para aquel que lo escribió, lo que él tenía en su mente, cuál era su intención. La correcta interpretación se realiza respetando determinadas reglas de hermenéutica y utilizando las herramientas apropiadas.
Una de esas reglas nos recuerda que debemos respetar el contexto. Otra nos advierte que debemos tomar en consideración el género literario utilizado (narrativo, parábola, proverbio, apocalíptico, etc.). Otra más nos recomienda que debemos considerar el conjunto de las Sagradas Escrituras sobre determinado asunto, y no solamente un texto aislado. En fin, existen diversas reglas que podemos encontrar en libros que tratan específicamente sobre este asunto. Las herramientas, por su parte, consisten en las obras preparadas concretamente para ayudar en la comprensión del texto bíblico: diccionarios bíblicos y teológicos, enciclopedias bíblicas, comentarios bíblicos, concordancias bíblicas, etc.
Una vez descubierto el significado original del texto por medio de la interpretación, necesita ser aplicado. Aplicar significa extraer la lección espiritual para la vida presente. El predicador debe preguntar: “¿De qué manera este texto me ayuda, y a mis oyentes, en medio de nuestras luchas, nuestras necesidades y nuestros desafíos?” Es necesario notar que los relatos bíblicos que abordan el pasado y el futuro tienen como objetivo enseñar principios que deberán ser adoptados en el presente.
El valor de la interpretación jamás debe ser despreciado, pues de no existir o si es incorrecta se corre el riesgo de realizar una aplicación que no condiga con la verdad; resultando, de esa manera, en personas y congregaciones distantes de lo que fuera planificado por Dios.
Observa un ejemplo de aplicación equivocada. El texto dice: “Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos” (Mar. 7:19). A partir de este texto, un predicador entendió que podemos comer cualquier alimento, sin incurrir en pecado. Sin embargo, si hubiese interpretado correctamente el relato, habría respetado el contexto en el que este versículo está insertado. Se daría cuenta de que todos los involucrados –Jesús, los discípulos, los escribas y los fariseos que realizan la acusación inicial– eran judíos. Ninguno de ellos consumía alimentos ritualmente impuros; nadie tenía cualquier tipo de duda sobre esta cuestión. Ese no era el eje de la discusión. El asunto se concentraba en la práctica de lavar los alimentos antes de las comidas. Los discípulos estaban comiendo sin practicar ese ritual. De acuerdo con las reglas rabínicas, eso era pecado. Esta es la razón de la condena por parte de los dirigentes del pueblo judío y la explicación dada por Jesús. Además de esto, un examen del texto paralelo del Evangelio según Mateo, especialmente su conclusión, es suficiente para elucidar el asunto: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (Mat. 15:19, 20).
Nota otro ejemplo de aplicación sobre la base de una interpretación incorrecta. El texto declara: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col. 2:14). El predicador interpretó que el acta de los decretos que fuera anulada era la Ley moral; como consecuencia, la aplicación, distorsionada y equivocada, fue que ya no era necesario observar los Diez Mandamientos.
Aunque el verdadero sentido de un texto bíblico y el principio comprendido en su contenido no cambien con el paso del tiempo, su aplicación depende de la época, la cultura, las circunstancias y las necesidades de los oyentes.[1] Como ejemplo, citamos 1 Corintios 8. En ese texto, el apóstol Pablo presenta un principio y su aplicación. El principio declara: cuando hacemos uso de nuestra libertad y saber de tal forma que contaminamos y herimos la conciencia de nuestro hermano débil, y de esa manera tropieza y perece, estamos pecando contra ese hermano y contra Cristo, quien murió por él. La aplicación, para aquellos que recibieron esa carta apostólica, se refería a la comida sacrificada a los ídolos.
En las ciudades paganas, la carne podía ser encontrada en los mercados y en los templos. La carne vendida en los templos era más barata; por eso, algunos cristianos, para economizar, consumían ese alimento sin mayor preocupación. Ellos consideraban que aunque aquella carne hubiera sido ofrecida en sacrificio, de hecho, los ídolos eran dioses inexistentes (vers. 4); por lo tanto, el alimento no había sido alterado. Además de esto, cuando eran invitados por algún amigo pagano a participar de una comida en la que se sirviera ese alimento, ellos aceptaban. Por el contrario, otros, que habían sido paganos, veían en eso un comportamiento pecaminoso y quedaban escandalizados (vers. 7).[2] El apóstol Pablo, entonces, recomendó a aquellos que consumían carne sacrificada a los ídolos que dejasen de lado su libertad, por amor a aquellos que tenían prejuicios (vers. 13). De modo general, hoy nosotros no tenemos ninguna dificultad con ese asunto, pues el alimento que compramos no fue ofrecido a ningún ídolo antes de ser enviado al mercado. Sin embargo, el principio permanece, y exige que consideremos el bienestar espiritual de nuestros hermanos por encima de nuestra libertad individual.
La aplicación del texto
Mientras la interpretación del texto alcanza nuestro intelecto, la aplicación debe contribuir a modelar nuestro carácter y nuestra conducta. La primera está relacionada con el saber; la segunda, con el ser y el hacer.[3] La tarea de la predicación es, básicamente, aplicar el texto a la vida de los oyentes. Sin aplicación, el mensaje deja de ser relevante, porque el oyente, generalmente, no percibe cómo aquel fragmento bíblico se relaciona con su vida.
La aplicación ha sido comparada con un puente entre el mundo bíblico y el mundo actual. Para construirlo, el predicador debe conocer bien las dos márgenes que va a unir: el texto bíblico y sus oyentes. Si conoce y sabe interpretar correctamente las Sagradas Escrituras, pero no entiende la naturaleza humana, las luchas, las pruebas, las tentaciones y las condiciones en que el pueblo se encuentra, entonces la aplicación será semejante a un puente sin terminar, que comenzó a ser construido a partir de una de las márgenes y que, por cualquier razón, fue abandonado a mitad de camino, sin algún provecho. Y viceversa: lo mismo ocurrirá si el predicador está familiarizado con sus oyentes y conoce la naturaleza humana, pero desconoce la correcta enseñanza bíblica. Como predicadores, necesitamos conocer bien las Sagradas Escrituras, a la humanidad y los días en que vivimos. Para todo ello, es relevante tener contacto directo con el pueblo, incluso por medio de la visitación.
En realidad, el principal responsable de la aplicación de la Palabra en el corazón humano es el Espíritu Santo. Él es quien produjo las Sagradas Escrituras, las preservó a través de los siglos, hizo que el predicador las entendiera, y actúa a fin de aplicarlas al corazón de los oyentes. Él hace su obra antes, durante y después de la predicación. El Espíritu motiva al predicador a elegir cierto texto o tema específico, y dirige a las personas al lugar del culto. Durante la predicación, el Espíritu produce cambios, revela necesidades, despierta las conciencias, hace sugerencias, mueve la voluntad y vivifica el corazón. Después del sermón, durante el transcurso de la vida, el Espíritu Santo da fuerzas para cambiar y restaura al hombre a la imagen de Dios. Sin embargo, frecuentemente se vale de los predicadores y los usa como sus agentes para concretar esa aplicación. Fue lo que ocurrió con los profetas, los apóstoles, Juan el Bautista, y con el propio Jesús. Hay oyentes que, simplemente, no saben cómo aplicar la enseñanza bíblica a su vida si no hay una orientación por parte del predicador.[4]
¿Cómo elaborar una aplicación eficaz del texto bíblico? El predicador puede seguir las siguientes sugerencias:
• La aplicación debe brotar naturalmente del texto que está siendo estudiado. Los oyentes necesitan percibir que está contenida en el principio expuesto en el fragmento bíblico analizado. Necesitan ver en la aplicación el sello del “Así dice el Señor”.[5]
• La aplicación debe realizarse, siempre que sea posible, desde el inicio de la exposición hasta su clímax, en la conclusión.
• La aplicación muestra cómo la verdad bíblica se relaciona con la experiencia de los oyentes, con sus problemas personales.
• La aplicación presenta sugerencias prácticas y persuade al oyente a la acción.[6]
• La aplicación no debe ser solamente negativa, al indicar lo que no se debe hacer.
• La aplicación debe ser hecha de manera que el oyente perciba los aspectos en los que necesita cambiar, y no únicamente la parte que le es confortable, aquella que obedece. Debe alcanzar los puntos débiles del oyente.[7]
• Algunos asuntos pueden ser aplicados a los oyentes en general; otros solo pueden ser aplicados a grupos específicos (líderes, mujeres, jóvenes, etc.).
• Algunas veces, es mejor utilizar la expresión “Tú” o “Usted”, y no “Nosotros”, pues así el oyente es alcanzado de manera más directa y personal. Otras veces, es mejor que el predicador se incluya, empleando la primera persona del plural.
• La aplicación, generalmente, es específica y decidida, pero hay ocasiones en que puede ser presentada por medio de una sugerencia, como es el caso de una ilustración que por sí misma aplique una determinada verdad.
Si existiera en la iglesia un problema delicado, tal vez lo mejor sea no ser tan específico en la aplicación, confiando en la aplicación realizada por el Espíritu Santo.[8]
Al aplicar, es necesario dejar en claro que nuestra obediencia a la Palabra de Dios resultará en bendiciones y crecimiento espiritual.[9]
Como vimos, la aplicación es un aspecto esencial del sermón; sin ella, la exposición de la Palabra ni siquiera podrá ser llamada “sermón”. Se constituye en un puente entre el mundo bíblico y el contemporáneo. A fin de expresar la voluntad de Dios para nuestra vida, debe ser precedida de una cuidadosa interpretación. Aunque el Espíritu Santo sea el gran aplicador de la verdad, con mucha frecuencia se vale del predicador como su agente para modelar la vida y el carácter de los oyentes.
Sobre el autor: Profesor de la Facultad de Teología de UNASP, Engenheiro Coelho, San Pablo Rep. del Brasil.
Referencias
[1] Jerry Stanley Key, O Preparo e a Pregação do Sermão (Río de Janeiro: JUERP, 2001), p. 294.
[2] Warren W. Wiersbe, Comentário Bíblico Expositivo (Santo André: Geografia Editora, 2006), t. 5, p. 777. El asunto de comer o no de la comida sacrificada a los ídolos era motivo de gran discusión y desavenencia en la iglesia del primer siglo (1 Cor.10; Rom. 14).
[3] Bruce Wilkinson, As Sete Leis do Aprendizado (Belo Horizonte: Betânia, 1998), p. 106.
[4] Key, p. 289; James Braga, Como Preparar Mensagens Bíblicas (Deerfield, FL: Vida, 1986), p. 191.
[5] Wilkinson, p. 116.
[6] John A. Broadus, Sobre a Preparação e a Entrega de Sermões (San Pablo: Custom, 2003), p. 228.
[7] Key, ibíd., p. 293.
[8] Ibíd., p. 285.
[9] Ibíd., p. 286.