Jesús nos enseñó y demostró la amistad, en su ministerio.

A medida que viajamos por el mundo y presentamos seminarios de Ministerio Personal, a menudo nos preguntan qué trae a la gente a la Iglesia Adventista. De manera interesante, la mayoría de las personas responde “por medio de un amigo”. Las estadísticas comprueban que las familias y los amigos proveen la relación de afecto que atrae al 90% de las personas a la familia de Dios. Necesitamos el apoyo bíblico y el evangelismo de la amistad. Jesús nos enseñó y demostró la amistad en su ministerio.

El secreto del éxito

El Espíritu de Profecía nos señala: “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’ ” (El ministerio de curación, p. 102). Debemos estudiar y aprender del método de Jesús. Él se mezcló con la gente, les deseaba el bien y ministró sus necesidades; esto es amistad. Por medio de la amistad, Jesús pudo abrir las puertas al evangelismo. ¿Cómo entabló las amistades Jesús mientras estuvo en la Tierra?

1. Se mezcló con los hombres como quien deseaba hacerles bien.

Jesús dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mat. 5:13). “La sal debe mezclarse con la sustancia a la cual se añade; debe compenetrarla para conservarla. Así también es por el trato personal como los hombres son alcanzados por el poder salvador del evangelio” (Profetas y reyes, p. 174). El método de Cristo nos muestra la necesidad de mezclarnos con la gente. Pero él no solo se mezclaba; además, deseaba su bienestar. Él salía al encuentro de la gente para beneficiarla -tenían prioridad por el hecho de ser personas. Pero ¿de qué forma lo hacía? Él buscó alcanzar su corazón, “de tal manera que les hacía sentir cuán completamente se identificaba con los intereses y la felicidad de ellos” (El evengelismo, p. 45).

Jesús se mezcló con la gente al ir a sus hogares (Mar. 2:1). Fue a la casa de Pedro (Luc. 4:38), no dudó en ir a la casa de Zaqueo (Luc. 19:5). Cuando se lo invitó a una boda (Juan 2:1), interactuó y ministró a las personas. Jesús se asoció con la gente porque la amaba y le daba prioridad a sus intereses. Si estamos buscando razones por las cuales alcanzar a quienes nos rodean, no tenemos que buscar mucho. Jesús vino a este mundo por esta razón. Somos su proyecto más importante, no por causa de nuestro estatus o nuestros logros, sino porque somos valiosos.

Se nos dice: “El pueblo de Dios no cultiva bastante la sociabilidad cristiana. […] Especialmente aquellos que han gustado el amor de Cristo deberían desarrollar sus facultades sociales; pues de esta manera pueden ganar almas para el Salvador” (El hogar cristiano, p. 414). “Siendo sociables y acercándoos a la gente, podréis atraer la corriente de sus pensamientos más fácilmente que por el discurso más capaz” (El evangelismo, p. 320).

2. Les demostró simpatía.

Simpatía significa “sentir juntos”, y compartir las emociones. Este término está asociado con la compasión, lo que está íntimamente ligado al ministerio de Jesús. Sabemos que él es el Señor de la compasión. Cuando él vio al leproso, tuvo misericordia de él (Mar. 1:41); cuando vio a la viuda de Naín en luto por la muerte de su hijo, “se compadeció de ella” (Luc. 7:13). Al ver a las multitudes, “tuvo compasión de ellas” (Mat. 9:36). El corazón compasivo de Cristo anhelaba ver a hombres y mujeres saludables y felices.

3. Ministró sus necesidades.

La historia se inicia en Juan 1:37 y 38. Dos discípulos de Juan el Bautista, que oyeron a Jesús, lo siguen, alejándose de la multitud. Jesús se vuelve a ellos y les pregunta qué desean. Esa pregunta sencilla revela mucho. Jesús inició, no con su itinerario, sino con el de ellos. Comenzó en el punto donde ellos estaban y los guio paulatinamente hacia él.

Jesús siempre buscó a la gente donde ella estaba. Ministró las necesidades de los demás. Para esto, uso una diversa cantidad de métodos. Su necesidad podía ser de alimento físico (Mat. 14:15-20), sanidad (Mat. 14:14), necesidades sociales (Juan 2:1-5), seguridad emocional (Juan 4:4-42) o espiritualidad (Juan 3:1, 2). “Durante su ministerio, Jesús dedicó más tiempo a sanar a los enfermos que a predicar. Sus milagros atestiguaban la verdad de sus palabras, de que no había venido para destruir, sino para salvar” (El ministerio de curación, p. 316).

4. Luego les decía “Seguidme”.

Jesús ministraba las necesidades de las personas primero; luego los desafiaba: “Seguidme”. Resulta útil distinguir entre la necesidad percibida y la real. La necesidad percibida ocurre cuando uno siente la necesidad de ayuda. Muchos trabajadores atareados, por ejemplo, sienten la necesidad de liberarse del estrés. La necesidad percibida por un fumador es dejar el mal hábito. Una necesidad real es aquella que más necesitamos -a largo plazo. Creemos que cada persona en el planeta necesita más a Dios en su vida. La reconciliación con él es la necesidad real de cada hombre.

Elena de White escribió con claridad: “Muchos no tienen fe en Dios y han perdido la confianza en los seres humanos. Pero aprecian los actos de simpatía y de ayuda. Sus corazones se conmueven cuando ven que personas que no buscan la alabanza mundana ni compensación alguna van a sus hogares para ayudar a los enfermos, para alimentar a los hambrientos, para vestir a los desnudos y para consolar a los tristes; y, cuando ven que les señalan tiernamente a aquel de cuyo amor y piedad el obrero humano es solo un mensajero, sienten gratitud y se enciende su fe. Ven que Dios se preocupa por ellos y quedan preparados para escuchar la enseñanza de su Palabra” (Consejos sobre la salud, pp. 385, 386).

Debemos buscar a la gente donde está. Esta es la estrategia divina: hombres y mujeres que se saben embajadores de Cristo, y que extienden su amor para aliviar necesidades físicas, mentales y emocionales. Pero, en medio de todas estas necesidades, tenemos una gran meta. A Cristo no le interesó solamente lo temporal. Le interesaba más que solo proveer a una multitud con alimentos; deseaba darles el Pan de vida. Todo lo que hacemos como creyentes tiene un fin último: guiar a las personas a Jesucristo.

Cómo hacer amigos para Cristo

1. El ejemplo de Jesús. Él amaba a la gente y nunca dudó en ayudarla. Cuando vio a las multitudes, tuvo compasión de ellas sanó a los enfermos (Mat. 14:14) y los alimentó (Mat. 14:16- 20). Él era amigable con todo tipo de personas, incluyendo a los parias de la sociedad (Mar. 2:15). Mostró interés en todos los que conocía, y les ofrecía ayuda espiritual. Fue gente de una clase acomodada como Nicodemo (Juan 3:1, 2); o despreciados, como la mujer junto al pozo (Juan 4:7). El Espíritu de Profecía nos dice: “Iba de lugar en lugar, para que los que se encontraban en los caminos reales y en los atajos oyeran las palabras de verdad. A orillas del mar, en las laderas de los montes, en las calles de la ciudad, en la sinagoga, se oía su vozexplicando las Sagradas Escrituras” (El ministerio de curación, p. 13).

2. Sea amigable con todos. Aunque todos necesitamos amigos, pocos entienden los fundamentos de una buena amistad. Un amigo verdadero es aquel con quien disfrutamos de afecto, intereses y respeto en común. Los mejores amigos son los que ayudan en los momentos de dificultad. La amistad de Cristo nos da un amor duradero, orientación y la revelación de su voluntad para nuestra vida. Él dio su vida por nosotros. No existe una expresión más grande del amor que nos tiene.

Si queremos ganar a gente para Jesús, debemos ser amigables con ella. Independientemente de donde la conozca, sea amigable: sonría, hábleles, pregúntele por su familia y ofréceles ayuda cuando sea necesaria. El principio del amor es vital en la amistad La Biblia dice “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37-39).

3. Aproveche todas las oportunidades para ayudar a otros. “No dejéis pasar ninguna ocasión favorable. Visitad a los enfermos y dolientes, y manifestad interés verdadero. Si es posible, haced algo para su mejoría. Así ganaréis sus corazones y podréis hablarles del Salvador. Solo la eternidad podrá revelar el alcance de una obra tal. Otros ramos de actividad se abrirán delante de aquellos que se muestren dispuestos a cumplir sus deberes inmediatos” (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 302).

“Las palabras amables dichas con sencillez, junto con pequeñas atenciones, bastarán a veces para disipar las nubes de la tentación y de la duda que cubren a las almas. Una simpatía cristiana, del corazón, expresada con franqueza, puede abrir la puerta de los corazones que necesitan el delicado toque del Espíritu del Señor” (El evangelismo, p. 353).

Las oportunidades para llevar a otros a Jesús no rodean. Mantén tus ojos abiertos, y ora para que las puedas ver y aprovechar.

4. No esperes que los demás vengan a ti. “No hemos de esperar que las almas vengan a nosotros; debemos buscarlas donde estén. Cuando la Palabra ha sido predicada en el púlpito, la obra solo ha comenzado. Hay multitudes que nunca recibirán el evangelio a menos que este les sea llevado” (El ministerio de la bondad, p. 82).

“Muchos hay que no irán a la iglesia para escuchar la verdad predicada. Por medio de esfuerzos personales realizados con sencillez y sabiduría, estos pueden ser persuadidos a dirigir sus pasos a la casa de Dios” (Servicio cristiano, p. 162).

5. Comparte tu amistad con otros. Con el fin de seguir el ejemplo de amistad de Jesús, Elena de White escribió: “Id a vuestros vecinos visitándolos uno por uno, y acercaos a ellos hasta que sus corazones sean calentados por vuestro interés y vuestro amor abnegado. Simpatizad con ellos, orad con ellos, vigilad las oportunidades de hacerles bien y, cuando podáis, reunid a unos pocos y abrid la Palabra de Dios ante sus mentes entenebrecidas. Manteneos vigilantes, como quien debe rendir cuenta de las almas de los hombres, y aprovechad hasta el máximo los privilegios que Dios os da de trabajar para él en su viña moral. No descuidéis hablar a vuestros vecinos y hacerles todo el bien que podáis, para que de todos modos salvéis a algunos” (Servicio cristiano, pp. 145,146).

También agrega: “Con una simpatía como la de Cristo, el predicador debe acercarse a los hombres individualmente y tratar de despertar su interés por las grandes cosas de la vida eterna. Sus corazones pueden ser tan duros como el camino trillado, y aparentemente puede ser inútil el esfuerzo de presentarles al Salvador; pero, aunque la lógica no los conmueva, ni pueda convencerlos, el amor de Cristo, revelado en el ministerio personal, puede ablandar el terreno pedregoso del corazón, de modo que puedan arraigarse en él las semillas de verdad” (El evangelismo, p. 315). “Cristo ha de ser su texto. No necesitan espaciarse en temas doctrinales; hablen ellos de la obra y el sacrificio de Cristo. Afórrense a su justicia, y revelen en su vida su pureza” (Servicio cristiano, p. 142).

“Siendo sociables y acercándoos a la gente, podréis atraer la corriente de sus pensamientos más fácilmente que por el discurso más capaz. La presentación de Cristo en la familia, en el hogar, o en pequeñas reuniones en casas particulares, gana a menudo más almas para Jesús que los sermones predicados al aire libre a la muchedumbre agitada, o aun en salones o en capillas” (El evangelismo, p. 320). “Haced de la obra de Cristo vuestro ejemplo. Constantemente él iba haciendo el bien: alimentando al hambriento y curando al enfermo. Ninguno que se allegó a él en busca de simpatía se sintió chasqueado. El Príncipe de las cortes celestiales se hizo carne y habitó entre nosotros, y su vida de trabajo es un ejemplo de la obra que nosotros debemos realizar. Su tierno y misericordioso amor censura nuestro egoísmo e indiferencia” (El ministerio de la bondad, p. 57).

Conclusión

Dondequiera que Cristo fue, se hizo amigo de la gente, haciéndoles el bien. Les mostraba bondad a todos; y muchos se acercaron a Jesús y lo siguieron. Al hacernos amigos de la gente, muchos aprenderán a confiar en nosotros y luego los podremos conducir a Jesús.

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.