Cierto ministro predicó sobre el tema: “Cómo reconocer a los amigos en el cielo”. La semana siguiente se encontró una nota en el buzón de sugerencias que rezaba: “Apreciado pastor: le estaré muy agradecido si Ud. quisiera predicar sobre Cómo Reconocer a los Amigos en la Tierra. He estado asistiendo a su iglesia durante cerca de seis meses y ¡todavía nadie se ha dado cuenta de mí!”

¿Pudo esto haber sucedido en una iglesia adventista? Sí, trágicamente ¡esto ha sucedido!

Un científico y su esposa que viajaban por aire en Nueva Guinea, se vieron obligados a hacer un aterrizaje de emergencia debido a desperfectos mecánicos. El presidente de la misión adventista en esa remota región los encontró y se ofreció a ayudarlos. Al saber que tenían intenciones de hacer investigaciones en esa zona y necesitaban un lugar para instalar su sede, les consiguió habitación en la casa de uno de nuestros misioneros.

La bondadosa hospitalidad de la familia misionera impresionó al científico y a su esposa. Tampoco dejaron de advertir la enorme diferencia en la apariencia y en las costumbres que había entre los indígenas adventistas y los que todavía se aferraban al paganismo.

Al observar la vida de “esos adventistas”, como los llamaba el Dr. Davenport, llegaron a la conclusión que el cambio en la vida de esa gente se debía a algún ingrediente de su religión. El Dr. Davenport y su esposa habían estado buscando la verdad, y habían dedicado mucho tiempo al estudio de diversas ideologías. Por extraño que parezca, el Dr. Davenport, aunque nacido y criado en Battle Creek, Michigan, nunca había oído acerca de los adventistas.

Después de pasar unas pocas semanas en la casa del pastor H. T. Watts y su esposa en Nueva Guinea, los Davenport decidieron visitar las instituciones adventistas de todo el Lejano Oriente. Por todas partes veían lo mismo: un cuadro de vidas transformadas. Cada etapa de su viaje sólo conseguía aumentar su deseo de conocer más de la fe adventista.

TRES IGLESIAS Y NINGUNA BIENVENIDA

Al regresar a los Estados Unidos decidieron asistir a una iglesia adventista. Para su consternación, ni un alma en la iglesia les dirigió la palabra. La misma cosa sucedió el segundo sábado en otra iglesia. El tercer sábado decidieron probar otra iglesia. Nadie les dio la bienvenida al culto. Nadie les pidió que volvieran. Era un chasco terrible, pero ellos decidieron seguir su búsqueda de la verdad estudiando la Biblia en su casa antes que en la iglesia.

Algún tiempo después en Londres me encontré con el pastor Kenneth Juhl que iba de regreso a su casa en el Lejano Oriente. El me habló de los Davenport a los cuales había conocido en Singapur, y me instó a que los visitara. Varias semanas después los encontramos en un laboratorio en la Universidad Johns Hopkins en la cual trabajaban.

Poco a poco fuimos desmenuzando juntos la amarga experiencia, y los invité a visitar mi propia iglesia, prometiéndoles que hallarían una congregación amigable. Pueden estar seguros que recibieron una calurosa acogida. Sábado tras sábado recorrían en su automóvil los 130 km entre ida y vuelta para asistir a los cultos con nosotros. Durante un período de 18 meses estudiamos con ellos en nuestro hogar los sábados de tarde. Hoy no sólo el Dr. y la Sra. Davenport son miembros de nuestra iglesia, sino que también la hermana de la Sra. Davenport y su esposo han sido bautizados.

Y la historia no ha terminado todavía. Recientemente uno de los jefes de departamento en la Universidad Johns Hopkins visitó una de nuestras iglesias y le dijo al pastor que si hay algo en la Iglesia Adventista que atrae hombres y mujeres del calibre de los Davenport, tiene que ser algo digno de ser investigado.

“EL AMOR NUNCA DEJA DE SER”

¿Quién puede decir dónde terminará la influencia de un amigable presidente de misión? Su bondad y la cálida amigabilidad de nuestros misioneros y de los indígenas convertidos ayudaron a dos mentes brillantes en su búsqueda de la verdad. Sin esa amigabilidad la verdad podría haber sido rechazada. La verdad es fría y no engendra confianza a menos que esté envuelta en el calor y la amistad de corazones amantes. Jesús ilustró constantemente este principio. Fue mediante actos de bondad como atraía a los individuos y los ponía en armonía con los ideales celestiales.

La cultura y la preparación seculares son insuficientes para producir este resultado. El pulimento exterior no es un sustituto del calor interno. Hay maestros de religión que son elocuentes en sus discursos y hábiles para el púlpito, pero fríos ante las necesidades de las personas.

Hace falta más que las fórmulas de Dale Carnegie para alcanzar los corazones. La verdadera amistad no es una teoría que pueda aprenderse como una lección de matemáticas. Más bien es algo que se experimenta cuando el corazón está estrechamente unido al del Redentor del mundo.

“El calor de la verdadera amistad, el amor que une un corazón al otro, es sabor anticipado de los goces del cielo” (El Ministerio de Curación, pág. 279).

Alguien ha dicho que si se tienen seis verdaderos amigos en el lapso de la propia vida, se es más afortunado que el promedio de los mortales. Piense en eso. ¿Tiene Ud. esa cantidad? ¿Es Ud. uno de los seis para alguna persona? Para tener amigos uno debe mostrarse amigo.

Quise hacerme de un amigo pero no pude encontrarlo: salí para ser amigo y hállelos por todos lados.

Es necesario hacer la segunda milla para ganar a una persona para Cristo, especialmente entre aquellos cuya vocación es mayormente intelectual. Nuestro presidente de la misión de Nueva Guinea ha dejado un envidiable ejemplo para cada obrero y para cada congregación. Afortunadamente este científico y su esposa estaban decididos a encontrar la verdad a pesar de la falta de amistad colectiva demostrada por algunas iglesias. Aunque la falta de disposición amistosa puede no ser intencional, la amigabilidad sí lo es. Cuántos más miembros se verían en los bancos de nuestras iglesias el sábado si se lanzara y mantuviera un programa de amigabilidad.

Sobre el autor: Director asociado del Depto. de Libertad Religiosa de la Asociación General