La Iglesia Adventista del Séptimo Día es un movimiento de alcance global. Esa realidad hace que, muchas veces, sea necesario convivir y trabajar con personas de distintos contextos culturales y sociales, con diferencias notables que pueden dificultar la convivencia. Sin embargo, Dios nos invita a vivir juntos y a compartir las bendiciones del evangelio, a vivir en armonía y prepararnos para el Reino venidero de Dios. ¡Qué desafío! Pero, con esa comisión, también viene aparejada la gracia del Señor.
El Nuevo Testamento habla de una comunidad de creyentes que vivían juntos en armonía, a pesar de sus diferencias, para cumplir una misión común. El concepto, llamado en griego koinonía y traducido, generalmente, por la palabra “comunión”, describe esta realidad.
El libro de Hechos utiliza tres expresiones para describir la unidad de esta comunidad cristiana primitiva en Jerusalén: “perseveraban unánimes”; “estaban todos unánimes juntos”; y eran “de un corazón y un alma” (Hech. 1:14; 2:1; 4:32).
¡Qué hermosa koinonía! Esta koinonía, sin embargo, no estuvo exenta de tensiones y desafíos. Y aquí, nuevamente, el libro de Hechos nos da una hermosa visión de cómo resolver los retos a la unidad y la comunión.
Hechos 6:1 al 6 indica una profunda preocupación que surge dentro de la comunidad sobre la distribución diaria de alimentos a las viudas que había en ella. Parece que los doce apóstoles, que eran los responsables por esta distribución de alimentos, muy probablemente favorecieron a algunas viudas sobre otras. La lección de este episodio es obvia, y es importante recordarla con sincera humildad: incluso los líderes más bendecidos, incluidos tú y yo, pueden cometer errores, y más aún cuando se trata de relaciones interpersonales.
Los apóstoles no intentaron dar ninguna excusa por su error. Fueron sinceros, y reconocieron la existencia del problema. Y luego hicieron algo absolutamente increíble: invitaron al grupo que había sido perjudicado a participar en la búsqueda de una solución al problema.
Los apóstoles creían que aquellos que habían sido perjudicados eran las mejores personas de la comunidad para resolver el problema. Los apóstoles sugirieron que se seleccionaran siete hombres, que se harían cargo de la distribución de alimentos a las viudas; a todas las viudas, tanto hebreas como griegas. Los apóstoles renunciaron a una función de su ministerio para concentrarse en las otras.
La idea fue sorprendente, y puede ser la clave para cualquier resolución exitosa de conflictos dentro de una comunidad de creyentes. Cuando se hace un mal a un grupo o a una persona, quien o quienes cometieron el error deben reconocerlo de inmediato y luego acercarse a la parte perjudicada e invitarla a participar en la búsqueda de la solución al problema, para luego ayudar a implementar la solución.
Hay mucha confianza, gracia y amor en esta historia bíblica. Los apóstoles percibieron un problema, un grupo perjudicado, y confiaron en sus hermanos griegos para ayudarlos a encontrar la solución correcta, sugerir el nombramiento de las personas adecuadas y luego permitirles implementar la solución. Lo sorprendente es el hecho de que los siete hombres designados para la distribución de alimentos eran de origen griego, justamente el grupo perjudicado. Los apóstoles confiaban en sus hermanos griegos porque creían que ellos también habían recibido la gracia del Espíritu Santo y estaban tan comprometidos con el bienestar del pueblo del Señor como lo estaban los apóstoles. Qué hermoso y genuino respeto por los dones de cada uno.
Este puede ser un buen camino para encontrar una solución adecuada a algunas tensiones que pueden surgir a veces en nuestra propia comunidad eclesial. ¿Qué pasaría si, ante un conflicto, nos dijéramos sinceramente unos a otros: “Lamentamos que hayas sido perjudicado y pedimos perdón”? Y, mejor aún si a eso añadimos la apertura para escuchar sugerencias sobre cómo resolver el problema y nos comprometemos a tratar de implementar las sugerencias de la otra parte.
La idea de unidad se destaca en el libro de Hechos. Al final del capítulo 2, Lucas describe cómo era la iglesia primitiva poco después de la experiencia de Pentecostés: se dedicaban a la enseñanza de los apóstoles y a la “comunión” (koinonía), al “partimiento del pan” y a las “oraciones”. Los creyentes estaban juntos y tenían todo en común. Todos los días seguían reuniéndose en los atrios del Templo. Partían el pan en sus casas y comían juntos con corazones alegres y sinceros, alabando a Dios y disfrutando del favor de todas las personas (Hech. 2:42-47).
Claramente, esta comunidad cristiana primitiva compartía una verdadera koinonía, a pesar de sus diferencias. Esta comunión les permitió tener la fortaleza de encontrar una solución asombrosa para la tensión que experimentarían más tarde. No creo que sea un sueño imposible tener la misma visión para nuestra comunidad de creyentes hoy, con la ayuda de Dios.
Sobre el autor: Editor asociado de Ministerio Adventista, edición de la ACES.