En su libro Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other [Juntos, pero solos: por qué esperamos más de la tecnología y menos los demás], la neurocientífica Sherry Turkle hace una afirmación contundente: “En el mundo virtual, las relaciones son menos profundas y hasta ilusorias, y las múltiples amistades de las redes sociales son, en verdad, una reducción de la amistad”. Además de resaltar las superficialidades de las redes, ella considera que nuestra intimidad, en lo que se refiere a amistades, también está en crisis, y llega a la conclusión de que “estamos confundidos acerca de la intimidad y la soledad”.

    Vivimos en una época de mucho acceso a informaciones, de mensajes y videos compartidos en todo momento, de “me gusta” y de interacción virtual pero, como cristianos, no debemos dejar de lado el contacto caluroso, amigo y personal. Esto es posible con sensibilidad e interés genuino por el bienestar de aquellos que nos rodean.

    En la Biblia, hay varios relatos de personas que fueron instrumentos de bendición para apoyar a otros en ocasiones nada favorables. Por ejemplo, Moisés motivó a Josué ante sus nuevos desafíos (Jos. 1); Jonatán protegió a David de la ira de Saúl (1 Sam.18); Rut se comprometió enteramente con Noemí después de las grandes pérdidas que sufrieron juntas (Rut 1:16-18); Daniel oró con sus amigos ante las amenazas de Nabucodonosor (Dan. 2:17, 18) y Pablo fue fortalecido por Epafrodito mientras estaba preso en Roma (Fil. 2:25).

    Estas historias ilustran la importancia del apoyo mutuo en medio de las luchas que enfrentamos en la vida. Como ministros, precisamos cuidarnos los unos a los otros, ser sensibles a las luchas familiares; emocionales y espirituales de nuestros compañeros de viaje; y apoyarnos de tal manera que, por nuestro medio, otros colegas se sientan fortalecidos para cumplir su llamado.

    Cuando Jesús envió a los discípulos de dos en dos, lo hizo pensando en esto. Elena de White, al comentar sobre esta historia, hizo una observación interesante: “Llamando a los doce en derredor de sí, Jesús les ordenó que fueran de dos en dos por los pueblos y aldeas. Ninguno fue enviado solo, sino que el hermano iba asociado con el hermano, el amigo con el amigo. Así podían ayudarse y animarse mutuamente, consultando y orando juntos, supliendo cada uno la debilidad del otro” (El Deseado de todas las gentes, p. 316).

    En otra ocasión, Elena de White afirmó: “Dios nunca se propuso que, como regla, sus siervos fueran a trabajar solos. He aquí una ilustración: Aquí hay dos hermanos. No son del mismo temperamento; sus mentes no corren por los mismos cauces. Uno está en peligro de hacer demasiado; el otro deja de llevar las cargas que debe llevar. Si están asociados el uno con el otro, esto podría tener una influencia modeladora sobre cada uno de ellos, de manera que los extremos de sus caracteres no se destacarían en forma tan prominente en sus labores. No sería necesario que estuvieran juntos en toda reunión, pero podrían trabajar en lugares que disten el uno del otro, quince, veinte o aun cuarenta kilómetros, y que fueran lo suficientemente cercanos, sin embargo, como para que, si uno afronta una crisis en su trabajo, pueda llamar al otro en su ayuda. Deberían también reunirse tan a menudo como sea posible a fin de orar y consultarse” (El evangelismo, p. 58).

    Juntos, apoyándonos los unos a los otros, completar nuestra misión y estaremos preparados para ver el cumplimiento de la bienaventurada esperanza: ¡la segunda venida de Jesús!

Sobre el autor: Secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en América del Sur.