Las historias de los “padres” del Antiguo Testamento fueron escritas “para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor. 10:1, 11). Sin embargo, no debiéramos sacar la conclusión que los modernos pastores que se niegan a hacer la obra de un evangelista serán tragados por un gran pez como Jonás. Algunos pastores, sin embargo, inician la campaña evangelística con tanta ansiedad, nerviosismo y temor que los laicos que los observan pueden preguntarse si el pastor no estará a punto de ser engullido por algo. Es paradójico que tales evangelistas renuentes estén realizando la campaña más por sentido del deber que por amor a las almas.

La campaña de Nínive encierra lecciones acerca de la preparación personal del evangelista de hoy. Hay verdadero mérito en la psicología del método usado por Jonás.

ANÁLISIS DEL FRACASO DE JONÁS

Al recibir la orden de Jehová: “Levántate y ve a Nínive… y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí” (Jon. 1:2), Jonás comenzó a pensar en las dificultades e imposibilidades evidentes de lo que se le había encargado, y “se sintió tentado a poner en duda la prudencia del llamamiento… Parecía que nada pudiera ganarse proclamando un mensaje tal en aquella ciudad orgullosa. Se olvidó por el momento de que el Dios a quien servía era omnisciente y omnipotente. Mientras vacilaba y seguía dudando, Satanás le abrumó de desaliento. El profeta fue dominado por un gran temor, y ‘se levantó para huir’” (Profetas y Reyes, pág. 199).

Los hombres codician a menudo la estima y la posición, pero raramente, por no decir nunca, se ve a alguien anhelando la carga de la responsabilidad. La responsabilidad trae aparejadas ciertas consecuencias inevitables, ciertos riesgos, si todo no va bien. El evangelismo es así. Si los ninivitas son un pueblo belicoso, el evangelista puede estar seriamente preocupado acerca de su integridad física. Pero no era esto lo que arredraba a Jonás sino algo mucho más sutil que el temor de sufrir daño corporal. Si el evangelista no consigue resultados que sus contemporáneos consideren satisfactorios, no recibe ningún crédito. Eso era lo que Jonás temía. Estaba “celoso de su reputación” (Id., pág. 202). Se preocupaba más de su prestigio como profeta que en evitar la condenación de almas a punto de perecer.

¿QUIÉN NECESITABA MAS LA SALVACIÓN?

En el interior del animal marino Jonás tuvo una visión diferente. Se dio cuenta que él mismo necesitaba tanto de la salvación como los ninivitas. Ahora estaba tan sumiso como antes había sido indócil. Estar en el vientre del pez era mejor que estar en medio de un mar agitado. Cuando el pez vomitó a Jonás en tierra, no había ninguna duda, pregunta ni asomo de vacilación en el evangelista. Estaba listo a actuar. “Porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Heb. 12:6). Los que soportan los azotes se convierten en súbditos del “Padre de los espíritus” (vers. 9). Todo Jonás que tenga una Nínive en su itinerario de trabajo debería zambullirse sin reserva en el mar de la oración y escudriñar su alma hasta que todo vestigio de orgullo haya sido eliminado y permanezcan sólo la sumisión y la dedicación al Evangelista celestial.

SIN COLABORADORES

 Hoy día el hombre que acepta el llamado de Dios de ir a evangelizar y que conoce en qué ciudad hará la campaña, generalmente comienza elaborando una serie exhaustiva de planes antes de lanzarla. Nos preguntamos cómo Jonás pudo haber tenido éxito en esa gran metrópoli del mundo antiguo sin haber inundado la zona con publicaciones para sembrar la semilla de la verdad presente, sin haber organizado una serie de conferencias sobre salud para preparar la mente de un pueblo depravado para recibir el puro mensaje, o por lo menos alguna clase de reuniones básicas introductorias sobre el bienestar integral. ¡Vaya! Ni siquiera organizó un equipo de colaboradores que presidieran todas las actividades relacionadas con la buena marcha de la campaña: director de música, ujieres, recepcionista, encargados de la venta de libros, de plataforma, comisión de finanzas, equipos de visitadores, etc. No se necesitaba tener mucha visión para predecir un rotundo fracaso para Jonás.

COMENZÓ CON LA VERDAD DECISIVA

Jonás no organizó nada, salvo sus propios pensamientos, y en respuesta al “ve”, “se levantó… y fue” sin vacilar (Jon. 3:3). Tampoco hubo organización en el lugar mismo de la campaña. “Al entrar Jonás en la ciudad, comenzó en seguida a pregonarle el mensaje: ‘De aquí a cuarenta días Nínive será destruida’ ” (Profetas y Reyes, pág. 201). No dedico las primeras dos semanas de predicación a ganarse la confianza del auditorio para luego presentar las “verdades decisivas”. Les tomó el examen al abrir su boca por vez primera: “Quiéranlo o no, Nínive sólo tiene cuarenta días de gracia. Prepárense para el día del juicio”. “Iba de una calle a la otra, dejando oír la nota de advertencia”; una especie de método de casa en casa, a fin de llevarles el mensaje a los ninivitas, en lugar de esperar que fueran a escucharlo. Todo indica que Jonás trabajó duro, sin escatimar esfuerzos, a fin de estar seguro que toda la ciudad recibiese la amonestación. Por supuesto que, de no haber sido por la ayuda divina, él solo no podría haber alcanzado a los 120.000 habitantes (mencionados en Jonás 4:11).

La advertencia no fue proclamada en vano. Conmovió a toda la ciudad. Era el tema del comentario popular. Pasó de labio en labio “hasta que todos los habitantes hubieron oído el anuncio sorprendente” (Ibid,). Los pecadores predicaban a otros pecadores y el Espíritu de Dios impresionaba cada corazón con el mensaje. “El Espíritu de Dios… indujo a multitudes a temblar por sus pecados, y a arrepentirse en profunda humillación. ‘Y los hombres de Nínive… vistiéronse de sacos desde el mayor de ellos hasta el menor de ellos’… ‘Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino’… Su condenación fue evitada; el Dios de Israel fue exaltado y honrado en todo el mundo pagano” (Id., pág. 202).

CONTRASTE ENTRE CRISTO Y JONÁS

De esta manera, la que fue probablemente la campaña evangelística peor planeada, o poco menos, resultó ser una de las más exitosas. ¿No podríamos sacar en conclusión que si Jonás solo amonestó una ciudad del tamaño de Nínive, nuestros métodos modernos de evangelismo son innecesariamente dispendiosos? No creemos así. Los tiempos cambian y con ellos la gente. “Como la predicación de Jonás fue una señal para los ninivitas, lo fue para su propia generación la predicación de Cristo. Pero ¡qué contraste entre las dos maneras en que fue recibida la palabra! Sin embargo, frente a la indiferencia y el escarnio, el Salvador siguió obrando, hasta que hubo cumplido su misión” (Id., pág. 204).

UNA COSA NUNCA CAMBIA

Jonás no predicaba mejor que el Señor Jesucristo. La presentación en forma de parábolas y las comparaciones alegóricas de Cristo eran una necesidad para enfrentar el prejuicio de sus días. Así también, hoy se necesitan nuevas y diferentes maneras de acercamiento debido a la multiplicación de las barreras puestas por el maligno para distraer la atención de la gente del mensaje, y la casi universal “depravación que [los mensajeros de Dios] son llamados a arrostrar mientras tratan de proclamar las gratas nuevas de salvación” (Id., pág. 207). A la luz de este necesario ajuste para contemplar las necesidades de las muchedumbres, hay un aspecto del evangelismo que nunca cambia. “No temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo” (Hech. 18:9, 10). Ese hablar siempre debe incluir el mensaje de amonestación: “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mat. 24:44). La carga de entregar ese mensaje de huida de la ira venidera debe descansar sobre aquellos que comprenden qué significa salvación de la ira, que ven en Cristo la “salvación de Jehová”, como la vio Jonás, y que confían sus vidas a su cuidado, dependiendo del poder divino que habrá de usarlos para alcanzar a otros con el mismo bendito mensaje de esperanza, y seguridad.

SE NECESITA CONVICCIÓN

En la obra pública es de importancia fundamental la convicción evidente e innegable de parte del evangelista y de sus colaboradores. Jonás tenía esa clase de convicción. Nosotros debemos tenerla también, pero ni siquiera la convicción puede invalidar el consejo dado por el Señor mediante su mensajera para estos días. Elena G. de White en el libro Evangelismo nos habla de los métodos y procedimientos a usarse en las grandes ciudades de hoy. El Señor dijo a Jonás: “Proclama… el mensaje que yo te diré” (Jon. 3:2). Los que aceptamos la comisión divina en este período final de la historia para hacer la obra de evangelista, de acuerdo con la instrucción de la Palabra y del espíritu de profecía, escudriñemos cada uno de los aspectos de nuestra obra para estar seguros que son conforme al plan del Siervo, Soberano y Salvador de todas las almas. Cuando nuestros caminos se hayan convertido en sus caminos, el evangelismo habrá llegado a ser un eminente e inminente éxito.

Sobre el autor: Pastor en la Asociación de Michigan