Eesto es lo que cantaba mi conjunto favorito en el colegio, por 1941. Puede ser que para algunos 1941 parezca ser ayer no más, pero para quien conoce las cumbres de expectación en torno de la segunda venida de Jesús, y los repetidos chascos a lo largo de los siglos -incluyendo algunos recientes-, cuarenta y dos años pueden parecer un tiempo muy prolongado. En verdad, los teólogos de algunas denominaciones que fueron insistentes en predicar acerca de la inminencia del regreso de Cristo, recomiendan ahora que el énfasis que se le daba sea puesto de lado calladamente.
Pero, ¿cómo es en realidad? ¿No enseña la Biblia el retorno de Cristo? ¿No tenemos indicios acerca del tiempo cuando ocurrirá ese acontecimiento? ¿Qué acerca de las “señales” que indican su inminencia? ¿Qué debe entenderse por el “retorno de Cristo”? ¿Podemos saber algo acerca del cómo, el cuándo, el dónde y el por qué de ese retorno?
Quizá sería de ayuda lograr desde el comienzo un sentido de perspectiva, de modo que nuestros lectores puedan conocer los fundamentos de nuestra creencia acerca de la venida de Jesús. La manera como contestamos las preguntas recién enunciadas tiene que ver más con nuestro análisis de la Biblia que con nuestros conocimientos de los constantes cambios en el caleidoscopio de los eventos que ocurren en el mundo actual. Por ejemplo. a los que tienen problemas para seguir creyendo en el nacimiento virginal de Jesucristo no les resulta fácil entusiasmarse ante la idea del segundo advenimiento, inminente o no. De igual manera, si se niega el elemento predictivo en las profecías bíblicas, hay pocas razones para creer en la segunda venida.
Es interesante que aun los observadores seculares se están dando cuenta de que las voces que proclaman que el fin de todas las cosas está cerca, van en aumento. “Boom in Doom” (Auge repentino de juicio) fue la definición de este fenómeno de la revista Time (1° de enero de 1977, págs. 49-51). A veces son los mismos observadores seculares los que reconocen que el tiempo se está agotando ecológica, política y socialmente para la raza humana. Por lo menos todos reconocen -cuando se atreven a expresar su parecer- que una espada de Damocles con forma de bomba pende de un hilo sobre todo el planeta. Quizás esto se sintió más agudamente en 1946 que en 1983 (porque los presagios nefastos palidecen con el paso del tiempo). Pero la toma de conciencia secular de una catástrofe potencial no se superpone necesariamente con la creencia religiosa del fin del mundo como resultado del segundo advenimiento de Jesucristo a nuestra tierra. El hecho de que la Biblia describe con trazos claros algunas de las dificultades del presente y las describe como “señales” del cercano advenimiento, indudablemente será visto como mera casualidad por los observadores seculares y quizás aun por algunos que se dedican a la teología y los campos afines.
Por ejemplo, en el libro Prophecy and Prediction, de Dewey M. Beegle, publicado en 1978 por Pryor Pettingill (Ann Arbor, Michigan, Estados Unidos), el autor lanzó un desafío al punto de vista de los cristianos evangélicos de que Cristo va a regresar, y que lo hará pronto. En el curso de su exposición tiende a englobar a la gente de Armstrong. a los testigos de Jehová, a Billy Graham. a los adventistas del séptimo día y a los sionistas. Los culpa a todos de creer en la profecía bíblica predictiva. Al mismo tiempo les recuerda que él mismo salió de un medio evangélico conservador. (Si ha de ser considerado como un líder irresponsable o un moderno Moisés, todavía no es claro.)
De todas maneras, críticas del tipo de las de Beegle son consecuencia natural de rebajar el respeto por la Biblia. Representa el pensamiento de los teólogos contemporáneos que se han “liberado” de un punto de vista elevado acerca de la inspiración y la consecuente autoridad de la Biblia. Esta libertad puede retrotraerse a los teólogos racionalistas del protestantismo posterior a la Reforma en Europa, y aún más allá. En el camino a la exaltación de la razón y la ciencia por encima de la autoridad de la Biblia, llegaron a negar los milagros y la transmisión de las verdades en forma de proposición dadas por Dios al hombre. Como consecuencia, obviamente no hay lugar para la profecía predictiva, la que necesita espacio para que Dios irrumpa en la historia.
Es interesante notar que los teólogos protestantes racionalistas tomaron la negación del elemento predictivo en la profecía bíblica, de un jesuita llamado Alcázar, de principios del siglo XVII. Los principios preteristas que utiliza Alcázar para la interpretación profética niegan los elementos fundamentales de la escuela historicista a la que se ciñeron los reformadores. El preterismo no da cabida a la predicción de la progresión histórica de los poderes del mundo desde los días de Daniel hasta el segundo advenimiento, ni al principio de día por año sobre la cual se basa esa progresión. Lo que había sido visto como predictivo ha sido ahora derivado al comienzo de la era cristiana, o aun a hechos que ocurrieron en los mismos días de Daniel, según lo determinan críticos eruditos. Pero esos puntos de vista no figuran hoy en los titulares de las noticias.
En contraste, muchos evangélicos se aterran al elemento predictivo en la profecía bíblica y a las señales relacionadas con un inminente segundo advenimiento, y esto sí es noticia. Continúan sosteniendo un elevado concepto de la inspiración y autoridad de la Biblia, lo que los ha llevado a creer en la capacidad de la Palabra profética para predecir los acontecimientos y condiciones que están en el futuro. Sin embargo, muchos parecen haber abandonado los principios historicistas de la interpretación profética seguidos por Cristo, los apóstoles, la iglesia cristiana primitiva, la Reforma y el gran despertar adventista de las postrimerías del siglo XVIII y el comienzo del XIX. Parece que para ellos el reloj profético de Dios se detuvo a partir de Cristo y hasta el fin de los tiempos.
En el libro The Gathering Storm, World Events and the Return of Christ (La tormenta que se avecina, los acontecimientos mundiales y el regreso de Cristo), publicado en 1980 (Tyndale House Publishers, Inc., Wheaton, Illinois, Estados Unidos), su autor, Harold Lindsell, ex director de Christianity Today, hace referencia a la historia del sistema de interpretación profética que prevalece actualmente en los círculos evangélicos. Rastrea los principios empleados para la interpretación futurista hasta John N. Darby, el fundador de los Plymouth Brethren (un movimiento pequeño pero activo, conservador, que sostuvo el principio del retorno a la Biblia en Inglaterra e Irlanda hacia fines del siglo XIX y comienzos de este siglo). Pero Lindsell no hace referencia alguna a los principios futuristas anteriores a los puntos de vista de Darby. Estos fueron elaborados por otro jesuita, Ribera, en la época de la contra Reforma católica. Durante trescientos años los puntos de vista de Ribera no produjeron impacto alguno sobre los protestantes. Pero Samuel R. Maitland (1792-1866) de la Iglesia Anglicana y varios otros intérpretes, eventualmente llegaron a ser el vínculo entre Ribera y Darby. (Para un estudio más detallado, lea Prophetic Faith of our Fathers, de L. E. Froom; cuatro tomos publicados por la Review and Herald Publishing Association, Washington, D. C., 1946-54.) La clave de la interpretación profética de Ribera era ver al anticristo como un solo individuo que gobernaría por un breve lapso hacia fines de la era cristiana, justamente antes del segundo advenimiento.
Debemos respetar la sinceridad del Dr. Lindsell al analizar las múltiples variaciones de este básico punto de vista evangélico al investigar tanto sus diferencias, aparentemente irreconciliables, como sus alternativas. Reconoce algunas de las “imposibilidades” de las diversas interpretaciones dadas, como ser el rapto, la tribulación, el anticristo, los judíos (su futuro holocausto, su “conversión” y consecuente misión), las resurrecciones, los juicios, la diferencia entre Israel y la Iglesia, etc.
Lo más llamativo para un adventista del séptimo día, creyente en la profecía bíblica y en su cumplimiento histórico, es el total silencio de Lindsell respecto del papel del papado – sea del pasado, presente o futuro- en ese cumplimiento. (Hoy se da gran importancia al Estado de Israel, como si los hebreos del Antiguo Testamento fueran todavía el pueblo elegido de Dios y la actual tierra de Palestina estuviera aún bajo la promesa del pacto divino.) Además, llama la atención al adventista del séptimo día el hecho de que Lindsell en ninguna parte explica -y apenas hace una alusión a ello- el vacío de unos dos mil años que los futuristas ubican entre el fin de las primeras 69 de las 70 “semanas” de años (asignados por Daniel al pueblo judío) y la septuagésima semana. Por supuesto, el pensamiento de los intérpretes modernos -incluyendo a personalidades bien conocidas, como Harry A. Ironside, C. I. Scofield (de la afamada Biblia Scofield), Martin R. DeHaan y John Walwoord- han modificado los puntos de vista básicos de Darby, y ayudan a explicar algunas de las variaciones y tensiones internas.
¿Dónde estamos ubicados -como adventistas del séptimo día- en el espectro de la interpretación profética, y de qué manera afecta ésta a nuestra posición con respecto al segundo advenimiento y su inminencia?
Para empezar, permítasenos decir que siempre hemos sostenido un elevado concepto de la autoridad de la Escritura, no basado en la teoría de la inspiración verbal, sino en la creencia de que hombres escogidos por Dios fueron sus canales para hacer llegar al hombre las proposiciones de la verdad. Para nosotros, esta revelación conlleva la misma autoridad que tendría la voz audible de Dios. Además, estamos entre los pocos campeones del sistema historicista de la interpretación profética que quedan.
Así, cuando se registra que Jesucristo prometió a sus discípulos: “Vendré otra vez” (Juan 14: 1-3; véase Hech. 1:9-11; Tito 2: 13) tomamos esa declaración literalmente. Esperamos al mismo Jesús que ascendió a su Padre en compañía de las huestes angélicas y que rodeado de nubes volverá como se fue: literal, personal y visiblemente, y para cumplir un propósito específico. (Véase Apoc. 1: 7; Mat. 26. 63. 64; 2 Tes. 2:8.)
Cuando el Señor habló a sus discípulos acerca de la cercana destrucción de Jerusalén, ellos le pidieron que les explicara cuándo ocurriría eso y qué señales habría de la proximidad de su regreso. El entonces les dio el Sermón del Monte de los Olivos, registrado en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21. Misericordiosamente, mezclando ítems que concernían tanto a la destrucción de Jerusalén como al fin del mundo, el Señor no obstante ubicó su regreso mas alla de un período de gran tribulación el cual, siendo acortado por misericordia a la iglesia, se vincularía con señales en el sol, la luna y .as estrellas, y con el empeoramiento de las condiciones reinantes en la tierra. Todo esto lo predijo justamente antes de morir en la mitad de la septuagésima semana de la profecía de Daniel, lo que dio lugar a que los sacrificios dejaran de ser aceptados por Dios y se comisionara a los discípulos a continuar ofreciendo al pueblo judío el pacto de Dios durante tres años y medio antes de volverse a los gentiles. (Véase Dan. 9: 27; Mat. 27: 51; Heb. 2: 3, 4.) El Señor admitió esta aplicación a la septuagésima semana de la profecía de Daniel cuando, al comienzo de su ministerio, proclamó: “El tiempo se ha cumplido” (Mar. 1:15; véase Daniel 9: 25, 26).
Por eso en Mateo 24 Cristo se refirió a los siglos futuros durante los cuales el perseguidor “cuerno pequeño” de la profecía de Daniel (véase 7: 7, 8, 19-27) descargaría su ira contra “los santos del Altísimo” durante tres “tiempos” y medio, o 42 meses, o 1260 días-año. Casi todos los intérpretes de la Reforma concordaron en que este “cuerno pequeño” (la bestia de Apoc. 13, el anticristo de las epístolas de Juan) no era otro que el papado. [Para un análisis perceptivo de este punto de vista y de la validez que sigue teniendo, véase “The Pope as Antichrist: An Anachronism?”, por David P. Scaer, Christianity Today, 23 de octubre de 1981.] El registro de las persecuciones que sufrieron los disidentes es historia. Este poder dominó tanto el mundo religioso como el secular durante 1260 días-años, aproximadamente desde 533-538 hasta 1793-1798 DC, y cuyo poder de perseguir fue reducido poco antes de la “herida de muerte” infligida por Francia como resultado de la Revolución. (Véase Mat. 24: 21, 22; Apoc. 13: 3.) Esta herida sería -y lo fue notablemente curada, y de ello da testimonio la notable influencia que hoy tiene en todo el mundo.
Este es, entonces, el marco histórico del gran despertar adventista que se produjo a comienzos del siglo XIX. La aplicación del principio día-año a los 1260 días y su terminación, ampliamente reconocida, dio nueva confianza a la escuela historicista, la que entonces traslada su foco de atención a los 2300 días de Daniel 8: 14, la profecía de tiempo más larga que hay en la Biblia. Sus expositores llegaron a la dramática conclusión de que esos días” terminarían, y su Señor vendría ¡alrededor de 1843 ó 1844!
Los primeros grandes centros del testimonio adventista fueron realmente Inglaterra y Europa. Sociedades, misiones, publicaciones y conferencias comprometieron a hombres cultos y prominentes tanto del mundo religioso como del secular. La luz de la expectativa del advenimiento pareció palidecer en el viejo mundo cuando un “movimientos de lenguas” irrumpió en la iglesia de Edward Irving, en Londres, y los testigos comenzaron a patrocinar grandes esfuerzos para convertir a los judíos y posibilitar su regreso a Palestina. A medida que el movimiento declinó en Europa, ganó terreno en Norteamérica.
Lindsell se refiere a “los así llamados profetas [quienes] cuando se les probó que estaban en el error, introdujeron explicaciones fantasiosas para explicar su frustración” (ibid., pág. 13). En realidad los testigos en diversos países, que escribieron en diferentes idiomas, estaban bien enterados de la advertencia contra la fijación del “día y la hora” del advenimiento. ¡Inicialmente estaban bien contentos con el año!
Pero a pesar de su chasco, permanece el hecho de que sus cálculos se basaron en el sistema historicista de interpretación profética. Sólo habían dado el siguiente paso en la búsqueda de la presente verdad profética. [Los seguidores de Guillermo Miller, en Nueva Inglaterra, tuvieron en cuenta los principios preterístas invocados en su tiempo por los expositores bíblicos histérico-críticos, pero conscientemente se apartaban de ese sistema. Véase P. Gerard Damsteegt, Foundations of the Seventh-day Adventist Message and Mission, Eerdmans, Grand Rapids. Michigan, 1977, págs. 63-77.]
El hecho es que la sensación de la inminencia del regreso de Cristo llegó a ser particularmente vivo después de los acontecimientos ocurridos durante la Revolución Francesa, la disolución de los estados papales y el confinamiento del papa en calidad de prisionero en 1798. La gran línea profética de tiempo de Daniel y Apocalipsis fue ampliamente comprendida y confirmada por los acontecimientos que sacudieron al mundo entero. Una gran ola de interés en las profecías predictivas de la Biblia, especialmente las de los 1260 y los 2300 días, dieron como resultado la proclamación mundial del inminente regreso de Cristo, y la llegada de la hora de su juicio. (Véase Apoc. 14:6, 7.)
Es cierto que se entendió en ese tiempo que “la purificación del santuario” (Dan. 8: 14) al término de los 2300 días significaba la purificación de la tierra por el fuego en ocasión de la venida de Cristo. Pero eso no disminuye el hecho de que “el tiempo del fin” del que habla Daniel (8:17, 19; 11:35: 12:7-9) ya había llegado y que las otras partes de la profecía (que tienen paralelos también en Apocalipsis) que habían sido selladas o cerradas estaban ahora abiertas a la comprensión. Como resultado, la más grande proclamación jamás vista acerca de la inminencia del advenimiento alcanzó a todos los rincones de la tierra.
Ese pasaje representado por los tres ángeles de Apocalipsis 14 comenzó a proclamarse, y ha seguido haciéndolo desde entonces. Esos mensajes culminan en un doble resultado: el desarrollo de un pueblo que revela el carácter de Dios mediante la fe en Jesús, y el regreso del mismo Señor para segar las gavillas tanto de los redimidos como de los perdidos. (Véase Apoc. 14:12-20.) Habiéndose completado todas las profecías de tiempo, el tiempo profético no es más. Con el revelador, aguardamos -pero no en la inactividad-, el pronto regreso del Señor.
El retorno de Jesucristo, dando apertura a los acontecimientos culminantes del milenio (véase Apoc. 20), provee la solución totalmente suficiente para cada uno de los problemas que el pecado ha causado en este mundo. La resurrección de los santos de todas las edades resolverá el problema de la muerte (véase 1 Tes. 4: 13-18; 1 Cor. 15:51-54). La eventual destrucción de todas las almas rebeldes, con Satanás a la cabeza, resolverá el problema del pecado (véase Apoc. 20: 7-15). La creación de un cielo nuevo y una tierra nueva resolverá todas las consecuencias ecológicas del pecado (véase Apoc. 21: 1-6). El árbol y el río de la vida (Apoc. 22: 1-3) brindarán a los redimidos el don de la inmortalidad, un don pospuesto a causa del pecado de Adán (véase Apoc. 22: 1-3). ¿Qué más? ¿Quién podría siquiera sugerir algo más? Los profetas nos dan sólo fugaces destellos. Pero esto es nada más que el comienzo. Morar en la presencia de Dios y tener la experiencia de una eternidad llena de oportunidades y de medios para desarrollar todo lo que es noble y recto, será por siempre el gozo y un motivo de compañerismo de los redimidos.
Estamos aguardando. Nuestro Señor sugirió que lo haríamos (véase Mat. 25:1-13). Pero las señales del regreso de Cristo no disminuyen; cada día aumentan en fuerza y universalidad (véase 2 Tim. 3:1-5). Debemos vivir como si viniera mañana (véase 1 Tes. 5: 1-6). Necesitamos planificar su obra como si tuviéramos la vida entera por delante. Como dijo el noble a los siervos a quienes confió sus bienes: “Negociad entre tanto que vengo” (Luc. 19: 11-13).
Sí. lo que cantaba el conjunto de mi colegio estaba en lo correcto. ¡Jesús vendrá pronto!
Sobre el autor: Gordon M Hyde es director asociado del Departamento de Escuela Sabática de la Asociación General.