Un análisis de la posición bíblica acerca de la bienaventurada esperanza, sobre la base de las enseñanzas de Cristo y los escritos del Apóstol de los gentiles.

     La iglesia apostólica vivió con la expectativa del regreso de Cristo en gloria y majestad. Pablo dijo que los cristianos eran los que habían recibido la gracia de Dios, vivían una vida santificada y aguardaban “la esperanza bienaventurada y la manifestación (epifáneia = aparición) gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). Esa “bienaventurada esperanza” de la gloriosa aparición de Cristo para “juzgar a los vivos y a los muertos” (2 Tim. 4:1; 1 Tim. 6:14) se convirtió en la esperanza de la iglesia cristiana hasta que John Nelson Darby, erudito inglés (1800-1882), comenzó a enseñar la nueva teoría de un arrebatamiento secreto, anterior a la tribulación, siete años antes de la segunda venida de Cristo.[1]

     De acuerdo con ese punto de vista, Cristo viene de manera invisible para buscar a sus santos. En su gloriosa parousía (venida) o epifáneia (aparición), Cristo regresará con los santos. La idea de una Segunda Venida en dos etapas es consecuencia de un sistema hermenéutico llamado literalismo, inventado por Darby y popularizado por C. I. Scofield, en la Nueva Biblia con referencias, de Scofield.[2]

     La diferencia fundamental entre la teoría del arrebatamiento secreto y el cristianismo histórico es la doctrina de que Cristo volverá exactamente siete años después del arrebatamiento de la iglesia. Escondida en la estructura de esta teoría está la fijación de una fecha para la Segunda Venida, algo definidamente prohibido por Jesucristo (Mat. 24:36; Hech. 1:6, 7). Notables eruditos bíblicos han escrito muchas evaluaciones críticas de este futurismo o dispensacionalismo, especialmente de la radical separación que establece entre Israel y la iglesia.[3]

     En este artículo pasamos revista a la posición bíblica acerca de la bienaventurada esperanza, tal como la enseñaron Jesús y Pablo. Los principales pasajes son Mateo 24.20 al 31; Juan 14:3; 1 Corintios 15:51 y 52; 1 Tesalonicenses 4:13 al 18; 2 Tesalonicenses 1:5 al 10; 2:1 al 8. Todos estos textos deben ser interpretados dentro de su contexto histórico y literario. Nuestro uso de las palabras “iglesia”, “Israel”, “parousía” e “inminente” lo debe determinar la revelación progresiva del Nuevo Testamento, y no las consideraciones dogmáticas.

JESÚS Y LA PAROUSÍA

     De los cuatro Evangelios, sólo en Mateo 24 se usa la palabra parousía (presencia, venida, llegada) para referirse a la gloriosa aparición de Jesús. Desde el principio, la venida de Cristo está relacionada con el juicio retributivo de Dios en el fin de los tiempos. “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas y qué señal habrá de tu venida (parousía) y del fin del siglo (mundo)?” (Mat. 24:3). Jesús reafirmó esa coincidencia al decir que todos los pueblos de la Tierra verían la señal de su parousía cuando viniera en las nubes de los cielos con los ángeles, “con poder y grande gloria”, como el “Hijo del hombre” de la visión de Daniel (Dan. 7:13, 14).

     “Inmediatamente después de la tribulación (thlipsin) de aquellos días… Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mat. 24:29, 30). Cristo enfatizó la visibilidad universal de su parousía, al decir: “Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre” (vers. 27).

     Es esencial reconocer que Jesús adoptó las expresiones “tribulación”, “Hijo del Hombre”, “las nubes del cielo”, “con poder y gran gloria” de las visiones de Daniel. Los capítulos 7 y 12 del libro de Daniel describen la liberación final del pueblo del pacto, fiel a Dios, y la ubican después de la tribulación del tiempo del fin (Dan. 7:25-27; 12:1, 2). Daniel presenta la liberación de los santos después de la tribulación por medio de la intervención del regio “Hijo del hombre”, el Miguel celestial. Jesús se presentó como el divino Mesías de la visión de Daniel y anunció que el juicio de Dios se llevaría a cabo dramáticamente en ocasión de su parousía con gran poder y gloria. Todos los pueblos de la Tierra no sólo serán testigos de esta parousía, sino también se lamentarán y, por consiguiente, se llenarán de remordimiento y desesperación.[4]

     Ese lamento de Mateo 24 aparece ampliado en el Apocalipsis. “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él” (Apoc. 1:7; vea también Apoc. 6:12-17). No se trata del lamento provocado por el arrepentimiento, sino por la desesperación y el temor que les causa la proximidad del juicio final.

     Los escritores griegos de la época usaban la palabra parousía como un término oficial para referirse a la llegada triunfal de reyes y gobernantes que venían de visita a una determina- da ciudad.[5] Jesús le dio validez a la perspectiva profética de Daniel al declarar que su parousía podía ocurrir “inmediatamente después” de la tribulación de su pueblo (Mat. 24:21,22, 29, 30; Dan. 12:2). Es claro que él también enseñó una parousía que se produciría después de la tribulación.

     Lo que los dispensacionalistas sostienen, entretanto, es que Jesús dirigió su discurso profético exclusivamente a sus discípulos, representantes de Israel como nación escogida, de modo que Mateo 24 no se aplica a la iglesia, ni al arrebatamiento ni a la resurrección.[6]

     Irónicamente, de los cuatro autores evangélicos de la Biblia sólo Mateo usa el término ekklesía, es decir, “iglesia” (Mat. 16:18; 18:17). Define a la iglesia de Cristo como el cuerpo de todos los que, a semejanza del apóstol Pedro, confiesan que Jesús es el Mesías de Israel (Mat. 16:16-19), el cuerpo en el que habita la presencia de Cristo hasta su parousía en la consumación de los siglos (Mat. 18:20; 28:20). Jesús dijo que los creyentes eran “mi iglesia”, “sus escogidos” (Mat. 16:18; 24:31).

     Es difícil entender cómo alguien puede negar el hecho de que los apóstoles, a quienes Jesús dedicó su sermón profético, también fueron los fundadores y los primeros miembros de la iglesia cristiana. Eran representantes de todos los creyentes de todas las naciones (Hech. 1:8). El discurso profético de Mateo 24 está, por lo tanto, dirigido a la iglesia apostólica hasta el fin de los siglos. Cualquier intento de separar a los apóstoles o a Mateo 24 de la iglesia es una maniobra que no concuerda con la Biblia.

     Pedro se refirió a los miembros de la iglesia como “pueblo adquirido por Dios” (1 Ped. 2:9), o “elegidos” (1 Ped. 1:1, 2). A su vez, Pablo se refirió a la iglesia como los “escogidos de Dios” (Rom. 8:33). Jesús ciertamente no limitó sus elegidos al remanente judío de creyentes, después de haber dicho de un centurión romano que tenía más fe que cualquier israelita: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mat. 8:11, 12).

     El argumento de que Jesús no menciona ni el arrebatamiento ni la resurrección en Mateo 24, porque “el arrebatamiento no ocurre en ocasión de la Segunda Venida”,[7] causa dudas. Una hipótesis tan precaria como esa no se basa en las Escrituras sino en consideraciones doctrinarias. En Mateo 24 Jesús respondió a una pregunta definida de parte de los discípulos con respecto a las señales de su parousía (vers. 3). En esa ocasión señaló el libro de Daniel como la principal fuente de su respuesta (vers. 15). Allí leemos cómo ocurrirá la liberación de los santos cuando se produzca la tribulación del tiempo del fin: Miguel descenderá para rescatarlos y resucitar a los muertos (Dan. 12:1, 2).

     Por lo tanto, debemos leer Mateo 24 mientras tenemos a Daniel como fondo, para disponer de un cuadro completo. Posteriormente, cuando Jesús aseguró a sus discípulos que vendría otra vez para llevarlos a la casa de su Padre en el cielo (Juan 14:2, 3), no estaba sugiriendo un arrebatamiento secreto, sino que estaba explicando el consolador propósito de su promesa anterior acerca de la resurrección de los muertos “en el día postrero”. “Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:40).

EL APOCALIPSIS DE PABLO

     En torno a los años 50 y 51 d. C, Pablo escribió dos cartas pastorales a la iglesia de Tesalónica, que él mismo fundó. Por causa de la especial protección que ofrecía el emperador romano a los habitantes de esa ciudad, manifestaban hostilidad hacia los que glorificaban a Cristo como su Rey y Redentor (Hech. 17.1-9).[8] El tema central de Pablo para los cristianos de Tesalónica era la esperanza de la parousía, palabra que usa siete veces en esas cartas.

     Pablo describió la bienaventurada esperanza de la iglesia con una cantidad de paralelismos relacionados con Mateo 24. Un erudito, después de hacer una detallada comparación, llegó a esta conclusión: “En Mateo y Pablo encontramos las mismas palabras griegas, usadas en el mismo sentido y en contextos similares”.[9] Otro estudioso descubrió 24 paralelismos entre Mateo 24 y 25, y las dos cartas a los tesalonicenses: “Hay más paralelos con respecto al relato de Mateo que en relación con los de Marcos y Lucas, lo que nos lleva a la conclusión de que las palabras de Jesús, tal como las registró Mateo, fueron una fuente de información para Pablo”.[10]

     Pablo reconoció la autoridad de la enseñanza de Cristo, y se refirió a “la Palabra del Señor” para describir la esperanza cristiana (1 Tes. 4:15). Adoptó muchos de los conceptos y las expresiones fundamentales de Jesús, tales como la parousía desde el cielo, la reunión final de los santos llevada a cabo por los ángeles, las nubes de los cielos, el son de la última trompeta, la venida del día del Señor como ladrón en la noche. Jesús y Pablo también pusieron énfasis en el hecho de que se desarrollaría una apostasía sacrílega en la iglesia institucional, acompañada por señales mentirosas y falsas maravillas, antes de la reunión de los santos en ocasión de la gloriosa parousía de Cristo (Mat. 24:10-12, 24, 29, 30; 2 Tes. 2:1, 3-10).

     No sorprende que algunos estudiosos del Nuevo Testamento, que han comparado detalladamente los dos relatos, lleguen a la conclusión de que “este paralelismo es notablemente amplio, y abarca tanto la estructura como las ideas”[11] Esta evidencia acerca de la escatología de Pablo merece nuestra consideración, ya que se trata de comprender y aplicar el sermón profético de Jesús.

     Pablo podría haber usado una cantidad de enseñanzas de Jesús anteriores a los escritos del Evangelio de Mateo. Nos vamos a concentrar en el uso que le da a la palabra parousía, y lo compararemos con la forma como la usa Jesús en Mateo 24. Pablo estaba respondiendo a las preguntas de algunos creyentes de Tesalónica en cuanto a si los que habían muerto en el Señor tenían alguna desventaja con respecto a los que habían quedado vivos. ¿Perderían los santos muertos la gloria de la parousía? Necesitaban la seguridad de la esperanza cristiana frente a los que no tienen esperanza (1 Tes.4:13).

     Pablo basó la esperanza del evangelio sobre la certeza de la resurrección de Jesús: “Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tes. 4:14). Este pasaje afirma que todos los que durmieron en el Señor seguramente resucitarán, tal como Jesús murió y resucitó de entre los muertos. La declaración “traerá Dios con Jesús” no se refiere a que las personas descienden con Jesús a la Tierra, sino al acto de Dios de traer a los muertos a la vida, así como trajo a Jesús de la tumba como “primicias de los que murieron” (1 Cor. 15:20, 23).

     El apóstol continuó su explicación de la siguiente manera: “Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:15-17).

     El propósito de Pablo no era describir las señales que acompañarán a la Segunda Venida, sino que, “en palabra (es decir, con la autoridad) del Señor”, quería responder a la pregunta específica que se le había hecho acerca de los santos muertos y la parousía. En los versículos 13 al 16 tranquiliza a los entristecidos creyentes, garantizándoles que los muertos en Cristo no tendrán desventaja alguna con respecto a los santos vivos, porque “resucitarán primero”. Los dos grupos serán arrebatados simultáneamente, “para recibir al Señor en el aire”.

     De modo que el advenimiento de Cristo es simultáneo a la resurrección y la traslación de los santos. En 1 Tesalonicenses 4:16 y 17 Pablo amplió claramente y en detalle lo que Jesús mencionó en Mateo 24:30 y 31. No hay necesidad ni justificación alguna para separar estos aspectos del acontecimiento. Jamás deberíamos entender que Pablo se está refiriendo a una parousía, una resurrección y reunión de los santos diferentes de las que mencionó Jesús en Mateo 24. La misma trompeta que anuncia el encuentro de los elegidos en Mateo 24:31 es la que llama a la vida a los santos que duermen en Cristo (1 Cor. 15:52; 1 Tes. 4:16).

     Como comándate en jefe de las huestes angélicas, Cristo aparecerá en el cielo con sonido de trompeta en su gloriosa parousía. En 1 Tesalonicenses 4:16 y 17 el apóstol Pablo enseña exactamente lo opuesto al arrebatamiento secreto.

     En su famoso “capítulo de la resurrección”, escrito para la iglesia de Corinto, Pablo de nuevo se refiere a la trompeta apocalíptica para anunciar la resurrección y la traslación de los santos: “Os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados” (1 Cor. 15:51, 52). El apóstol no dice que el arrebatamiento ocurrirá “en un momento”, sino que el cuerpo corruptible del creyente será transformado de forma instantánea en un cuerpo inmortal, “en un abrir y cerrar de ojos” (ver Fil. 3:20, 21). Pero esa transformación sólo ocurrirá “a la final trompeta” que se oirá, según Jesucristo, en ocasión de su gloriosa parousía (Mat. 24:31).

     Otra pregunta que los tesalonicenses le hicieron a Pablo tenía que ver con el momento cuando se producirá el día del Señor: “Acerca de los tiempos y de las ocasiones kairós = fecha o momento oportuno]” (1 Tes. 5:1), el apóstol respondió que debían desentenderse de esa preocupación, puesto que la fecha de ese evento no se puede anticipar porque “el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche”(l Tes. 5:2), súbita e inesperadamente para los incrédulos (vers. 3), pero esperada por los santos que viven constantemente preparados (1 Tes. 5:4-8; Mat. 25:13). Pablo destacó el hecho de que el día del Señor, es decir la parousía de Cristo (1 Tes. 5:23), tendrá un doble aspecto, porque “Dios no nos ha puesto para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (5:9). El apóstol usó la palabra “ira” para referirse al juicio retributivo de Dios (1 Tes. 1:10; Rom. 5:9), que él mismo describió en 2 Tesalonicenses 1:7 al 10.

     En su segunda carta a la iglesia de Tesalónica, Pablo enfrentó una situación diferente. Entonces tuvo que disipar un error relacionado con el momento de la parousía y la reunión de los santos (2 Tes. 2:1). Algunos hermanos creían que “el día del Señor” estaba cerca (vers. 2). Como resultado de esa creencia, se confundieron y no querían trabajar (2 Tes. 3:10, 11). Esa idea de que las escenas apocalípticas ya se estaban cumpliendo requería una refutación por parte del apóstol. Les recordó su instrucción anterior con respecto a la futura aparición del “hombre de pecado”, como algo que debía ocurrir antes del día del Señor (2:3). En vista de que ese anticristo todavía no había llevado a cabo su parousía, “con gran poder, señales y prodigios mentirosos” (2:9), Pablo explicó que el día de la parousía de Cristo tampoco había llegado (vers. 3, 4, 9).

     Como segundo argumento en contra de la injustificada insistencia en la expectación de la venida de Cristo como si fuera algo inmediato e inminente, Pablo les recordó a los tesalonicenses el bien conocido poder restrictivo que impedía la aparición pública del “hombre de pecado” en ese tiempo (2 Tes. 2:4-7).[12] Para comprender adecuadamente la predicción paulina de una apostasía masiva o apartamiento de la fe cristiana antes del día del Señor, debemos reconocer cómo aplicó las profecías de Daniel acerca del enemigo de Dios (caps. 7, 8, 11, 12).

     De Daniel 7 los padres de la iglesia aprendieron que lo que impedía el surgimiento del anticristo era el poder civil del Imperio Romano y su emperador.[13] Los dispensacionalistas insisten en que el que impide y será apartado antes de que aparezca el “hombre de pecado” es el Espíritu Santo, que obra por medio de la iglesia, con lo que sugieren que el arrebatamiento se puede producir “en cualquier momento”.[14]

     En 2 Tesalonicenses 2 la intención de Pablo consistió precisamente en refutar esa expectativa, por medio dela manera como usa la secuencia de los imperios mundiales, de acuerdo con Daniel, tal como lo vemos en 2 Tesalonicenses 2:3 y 4, donde aplica Daniel 7:25, 8:25 y 11:36, como lo indica la New American Standard Bible. Daniel es la clave indispensable para comprender lo que Pablo dice acerca de la iglesia en 2 Tesalonicenses 2.[15] El apóstol advirtió a la iglesia con el fin de que estuviera atenta a la aparición de las señales de la apostasía, de modo que la parousía, o día del Señor, no la sorprendiera como ladrón (1 Tes. 5:1-6).

     Pablo destacó además el efecto que la parousía tendría sobre el anticristo: el Señor vendrá para destruir al “impío, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida” (2:8). En cambio, el efecto sobre los santos será diferente: “Con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él…” (2:1). De esta manera Pablo reafirma el carácter inseparable de la parousía y el arrebatamiento, que ya había descrito en 1 Tesalonicenses 4.

     El evangelio apocalíptico de Pablo se parece mucho al de Cristo en Mateo 24:21 al 31. Jesús y Pablo presentaron la Segunda Venida y el arrebatamiento de la iglesia como un solo evento que ocurrirá inmediatamente después de la tribulación promovida por el anticristo. En cuanto al Maestro, advirtió particularmente contra el engaño de una parousía secreta e invisible (Mat. 24:26, 27). Pablo hizo lo mismo definidamente contra el engaño de una parousía que se produciría en cualquier momento (2 Tes 2:3-8).

Sobre el autor: Profesor emérito de la Facultad de Teología de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] John E Walvoord, The Blessed Hope and the Tribulation [La bienaventurada esperanza y la tribulación! (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 1976, p. 48); An Investigation of Dispensational Premillenialism: An Analysis and Evaluation of the Eschatology of John F. Walvoord [Una investigación acerca del premilenialismo dispensacionalista: un análisis y una evaluación de la escatología de John. E Walvoord), tesis doctoral de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, 1992, p. 12.

[2]  C. C. Ryrie, Dispensationalism Today [El dispensacionalismo en la actualidad) (Chicago: Imprenta Moody, 1965), pp. 44, 45.

[3] O. T. Allis, Prophecy and the Church [La profecía y la iglesia) (Casa Editora de las iglesias Presbiteriana y Reformada, 1974); G. E. Ladd, The Blessed Hope [La bienaventurada esperanza) (Grand Rapids: Eerdmans, 1972); A. Reese, The Approaching Advent of Christ [El inminente advenimiento de Cristo) (Grand Rapids, Casa Editora Internacional, 1975).

[4] K. K. Kim, The Signs of the Parousía [Las señales de la parousía], tesis doctoral de la Universidad Andrews, 1994.

[5] Brown (ed.), Dictionary of the New Testament [Diccionario del Nuevo Testamento) (Grand Rapids: Zondervan, 1976), t. 2, pp. 898-901; A Greek English Lexicón of the New Testament [Un diccionario griego-inglés del Nuevo Testamento] (Chicago: Imprenta de la Universidad de Chicago, 1957), p. 635.

[6] John E Walvoord, Ibíd., pp. 34, 35.

[7] Ibíd., p. 59.

[8] A. Smith, en The New Interpreter’s Bible [La nueva Biblia del intérprete), t. 11, pp. 675-678.

[9] J. B. Orchard, “Thessalonians and the Synoptic Gospels” [Tesalonicenses y los Evangelios sinópticos), Bíblica 19, pp. 19-42; D. Ford, The Abomination of Desolation in Biblical Eschatology [La abominación desoladora en la escatología bíblica] (Washington, D.C.: Imprenta de la Universidad de los Estados Unidos, 1979), pp. 198-210; L. Hartinan, Prophecy Interpreted [La profecía interpretada) (Suecia: Gleerup Lund,1966), pp. 178-202.

[10] G. H. Waterman, “The Sources of Paul’s Teaching on the 2nd Coming of Christ in 1 and 2 Thessalonians [Las fuentes de las enseñanzas de Pablo acerca de la segunda venida de Cristo en 1 y 2 Tesalonicenses), Journal of the Evangelical Thelogical Society [Periódico de la Sociedad Evangélica de Teología], 1975, t. 18, pp. 105-113.

[11] D. Wenham, “Paul and the Synoptic Apocalypse” [Pablo y el Apocalipsis sinóptico], en Gospels Perspectives [Perspectivas de los Evangelios] 1981, t. 2, pp. 345-375.

[12] H. K. LaRondelle, “The Middle Ages Within the Scope of Apocalyptic Prophecy’ [La Edad Media en el ámbito de la profería apocalíptica], JETS 32/3, 1989, pp. 345-354.

[13] Ireneo, Contra los herejes 25 (versión inglesa), t 1, p. 554; G. E. Ladd, A Theory of the New Testament [Una teoría acerca del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1974) p. 580).

[14]  John F. Walvoord, Ibíd., p. 128, J D. Pentecost, Things to Come [Cosas que vendrán) (Findlay, Ohio: Dynham, 1961), p. 296.

[15] H. K. LaRondelle, Handbook of Seventh-day Adventist Theology [Manual de teología adventista] (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Pub. Association, 2000), pp. 866-869.