Mucha gente estará de acuerdo en que un buen liderazgo se parece a una banda que está en el escenario de la vida para tocar música hermosa. Cada instrumento representa un aspecto o cualidad del líder, que aparece por un momento y se combina con otros instrumentos en otro instante. Juntos, producen una armonía cautivante que lleva al auditorio a una experiencia constructiva y común.

O, tal vez, el liderazgo de calidad se parece más a una receta de cocina, en la que hay una variedad de ingredientes cuidadosamente elegidos, que se mezclan en proporciones adecuadas, hierven en la cocina de la casa, listos para que se los sirva con el aroma justo, de manera que la familia reunida se sienta satisfecha y bien alimentada.

El liderazgo es de vital importancia para nosotros por una razón especial: constantemente gira en torno de asuntos relacionados con el poder y la influencia. Leemos libros voluminosos acerca de ello, examinamos revistas, diarios y páginas web. Nos enteramos de las entrevistas que se les hacen a personajes de éxito tanto por la radio como por la televisión, y fuera de los medios, y asistimos a convenciones. Organizamos clases que solo pueden ser parte de un amplio “currículum” universitario. Además, están los seminarios y las cintas magnéticas, en audio y en vídeo, y ahora tenemos además CDs y DVDs.

En vista de todo esto, ¿podríamos sugerir -y seguir todavía pareciendo cuerdos- que hay un solo principio fundamental de liderazgo, que se destaca por sí mismo?

¡Ya lo creo!

Para describirlo, necesito las vividas palabras de un luminoso y renombrado autor contemporáneo, que ha escrito acerca del liderazgo en el lugar de trabajo en general. Se trata de William Glasser, que dice: “Apenas sí hemos arañado la superficie de la prosperidad que podríamos haber alcanzado si en lugar de mandar nos hubiéramos puesto a lideraren el lugar de trabajo […]. No soy tan ingenuo como para creer que nadie va a trabajar bastante si no está bajo un jefe. Muchos sin duda lo harán, porque se consideran buenos trabajadores, aunque se los trate mal. Le entregarán las manos y hasta la mente a un jefe. Pero solo le entregarán sus corazones a un líder, y el sentimiento que se experimenta cuando eso ocurre es algo de lo que el jefe jamás se va a enterar” (Choice Theory [La teoría de la elección], Nueva York: Harper Collins, 1998, p. 289).

Jefes versus líderes. ¿Cuál es la diferencia? “Solo le entregarán sus corazones a un líder…”

El meollo de la diferencia entre un jefe -o patrón- y un líder reside en el hecho de que el segundo capta la visión de cuán importante es, en realidad, liderar reclutando los corazones de los que trabajan con él. Está al tanto del inconmensurable valor de liderar consistentemente desde esta perspectiva. Aunque el líder no pueda hacer esto pura y constantemente en toda situación, es, sin embargo, el elemento esencial de todo liderazgo sano. Ayuda para que las acciones patronales sean más digeribles y eficaces, cuando en alguna situación especial el líder se vea forzado a portarse más como “patrón” que como líder.

El jefe, sencillamente, no capta esta visión. Mientras más consciente esté de que no posee los corazones de los que supervisa (una frustración muy común para esta gente), más inseguro tiende a ser y actúa cada vez más como “patrón”. Y, mientras más “mande”, más aleja a la gente de sí mismo. La reacción natural ante esta situación es, por lo general, la de acentuar las órdenes. Esto va in crescendo hasta que su manejo -que no es realmente un liderazgo- se convierte en un rasgo predominante de su personalidad.

Jesús fue, por cierto, un líder consumado. Su estilo era el de formar discípulos (y esta expresión pasa a ser estructural cuando se trata de este tipo de liderazgo), y dedicó toda su vida a esta tarea. (Lea otra vez Mar. 10:32-45.)

Lideraba con el supremo objetivo de alcanzar a la gente para que verificara personalmente la magnificencia de su visión, y para que decidiera seguirlo por propia voluntad. No necesitaba desempeñar el papel de “patrón”. Si hay un área en la que, por la misma naturaleza de las cosas, es importante captar los corazones de la gente que dirigimos, esa área es el ministerio cristiano.

Este número especial del Ministerio, inspirado por el presidente de la Asociación General, el pastor Jan Paulsen, celebra el 58° Congreso de la Iglesia Adventista. Está dedicado no solo a formar buenos líderes, sino también a contribuir al desarrollo de líderes verdaderamente llenos del Espíritu Santo, que son eficaces porque, como Jesús mismo, solo están satisfechos si lo que hacen alcanza los corazones de la gente.

Sobre el autor: Director de la revista Ministry