Debería haber una clara división de responsabilidades entre los pastores y sus ancianos. Con demasiada frecuencia los pastores están exhaustos

Un conocido autor cita a una exasperada dama que se quejaba de cuán difícil le resultaba ver a su pastor durante la semana y comprender sus sermones los domingos de mañana. Muchos de nuestros pastores se ven abrumados por largas listas de responsabilidades que se supone les corresponden. Corren tanto de aquí para allá toda la semana, y a tal velocidad, que sus miembros no los pueden ver. Por lo mismo están exhaustos el viernes por la noche y durante el sábado, de modo que quizá sus sermones resultan un poco confusos.

Yo creo que los ancianos de la iglesia pueden desempeñar una parte muy importante para corregir esta situación. Nosotros hemos aceptado una “buena obra” (1 Tim 3:1). Se nos ha encomendado la tarea de ser “superintendentes” de la iglesia de Dios, y la mejor forma de realizar esa tarea es colaborando estrechamente con los pastores.

Nuestros ministros son humanos, nunca olvidemos este hecho. Ellos necesitan amigos íntimos, confidentes y juntas sólidas. Necesitan ser afirmados, honesta y generosamente. Los ancianos pueden, por su propio ejemplo, fortalecer un espíritu tal en toda la congregación.

Los pastores necesitan un precioso tiempo para estar con sus familias, para su propia edificación espiritual y la muy importante obra de nutrir la vida de la esposa y de los hijos. Debemos asegurarnos de que disfrutan de algún tipo de recreación adecuada semanalmente a fin de que puedan relajarse, volver a cargar las baterías y refrescar sus almas. Deberíamos, incluso, en ocasiones, arreglar los detalles para que pasen un fin de semana fuera, incluyendo la distribución de responsabilidades para cubrir los deberes pendientes.

Pero el aspecto más importante será nuestra presencia, nuestro oído atento, nuestra amistad. Por el sólo hecho de llegar a ser amigos personales de nuestros pastores desarrollaremos una comunicación más abierta. Una retroalimentación de parte de la congregación será muy bienvenida. La crítica constructiva y privada puede ser útil. Los desafíos positivos pueden ser proclamados.

La amistad fomentará también la seguridad y la confianza mutuas. Cuando un pastor está en contacto con un anciano de confianza sobre bases firmes, pueden ayudarse mutuamente, y ambos crecerán en integridad ética, moral y espiritual. Pueden alentarse unos a otros a vivir una vida equilibrada en las áreas devocionales, de la salud personal y de la fortaleza familiar.

Debería haber una clara división de responsabilidades entre los pastores y sus ancianos. Con demasiada frecuencia los pastores están exhaustos. Su ministerio ya no es agradable. Se sienten como esclavos, abrumados por una congregación que actúa como si fuera el amo. Pero su agotamiento no es necesariamente prueba de que son muy activos y dedicados. Puede ser que sólo revele su incapacidad para decir no, y su deficiencia para delegar responsabilidades.

Hechos capítulo 6 indica que los pastores no deberían ocuparse de los tornillos y las tuercas de la maquinaria eclesiástica. Su elevada prioridad, su llamamiento, su especialidad, es la nutrición espiritual de los miembros de la iglesia y el evangelismo de los espiritualmente hambrientos que viven fuera de sus murallas. Éxodo 18 señala que la carga excesiva e innecesaria que tan a menudo echamos sobre nuestros dirigentes lo único que logrará será hacerlos desfallecer. Esa obra es demasiado pesada y no pueden llevarla solos.

Las relaciones pastor/anciano semejan a la relación médico general/especialista en la medicina. El primer anciano (el. médico general) puede encargarse de los negocios seculares, cotidianos, de la iglesia (que por supuesto son muy importantes). Puede presidir las reuniones de la junta de la iglesia, organizar a los otros ancianos para que visiten a cada familia una vez por trimestre, hacerse cargo de la recolección (junto con el director de actividades laicas), y dirigir las reuniones de oración y de adoración especialmente en las iglesias y congregaciones muy concurridas.

Esto dejaría libre al pastor (el especialista) para concentrarse en los casos difíciles, y los asuntos de alta prioridad de la iglesia, evangelismo —donde millares deben ser alcanzados— y un serio trabajo de aconsejamiento y alimentación, que centenares necesitan, tanto dentro como fuera de la iglesia.

Sin embargo, la reunión mensual de los ancianos con su pastor debería conservar su alta prioridad. Aquí el énfasis debería ponerse en el crecimiento personal y espiritual de los dirigentes y las necesidades de sus congregaciones. Aquí deberían establecerse los blancos y hacerse las evaluaciones. Y aquí los ancianos pueden ser entrenados y alentados para llevar a cabo la obra que les corresponde.

Los pastores deberían ser los líderes, el empuje creativo, los principales comunicadores de la iglesia. Pero nunca deberían ser los administradores de los deberes comunes. A ellos se les ha encomendado una gran obra, desafíos que deben lograrse y objetivos eternos por los cuales trabajar. Que los “especialistas* cumplan su trabajo. Que nosotros seamos el apoyo que ellos necesitan. Entonces, a diferencia de aquella dama exasperada, todos veremos a nuestros pastores donde en realidad se les necesita toda la semana y comprenderemos fácilmente el sermón a la hora de la adoración el sábado por la mañana.

Sobre el autor: Sid Kettner, médico, os el primer anciano de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Crestón, Columbia Británica.