I. Planteamiento
El mejor método que podemos usar para plantear o enfocar el tema de nuestro estudio es ir directamente al Libro Sagrado, específicamente al Apocalipsis y ver allí qué es lo que al respecto registra San Juan en su testimonio de la “revelación” dada a él por “Jesucristo”.
“El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente.
“Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso…
“Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.
“El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está…
“Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira” (Apoc. 16:12-14, 16, 17, 19).
De esta cita bíblica nos interesa considerar cinco puntos básicos: 1) ¿Qué es el río Eufrates? 2) ¿Qué significa su secamiento? 3) ¿Quiénes son los reyes del oriente? 4) ¿En qué consiste la caída de Babilonia? 5) ¿Qué es el Armagedón?
Al continuar nuestra investigación queremos advertir a nuestros lectores que no es el propósito del autor entrar en los detalles de los versículos citados, sino más bien dar respuestas a las cinco preguntas planteadas. Además, será necesario e indispensable conocer cuál era la posición de la Iglesia Adventista en tiempos de nuestros pioneros concerniente a las verdades cardinales, y cómo Dios dio luz a la iglesia naciente para dar una correcta interpretación de las Escrituras.
II. Los pioneros del Movimiento Adventista y las verdades cardinales
Sabemos que los grandes hitos de nuestro mensaje, verdades divinas, fueron descubiertas por nuestros pioneros mediante intenso estudio de la Biblia y sincera oración. Más aún, las Sagradas Escrituras eran estudiadas comparando libro con libro y versículo con versículo una y otra vez, estudio que muchas veces era acompañado de oraciones agonizantes. Muchas veces ellos llegaban a un punto en su investigación, en que les era imposible ver más luz: era en esos momentos cuando el Espíritu de Dios recaía sobre la mensajera del Señor, la Sra. Elena G. de White, y era llevada en visión; entonces se le daba una clara exposición del versículo y esta luz recibida era transmitida a los hermanos. (Véase Obreros Evangélicos, pág. 317.)
Ya en el año 1883, Elena de White escribió: “Los grandes hitos que hemos establecido son inamovibles. Estos pilares de verdad permanecen firmes como montañas eternas, inamovibles aun a pesar de todos los esfuerzos humanos combinados con los de Satanás y toda su hueste” (Review and Herald, 22-11-1883).
Más tarde escribió: “Las verdades que se nos han dado después de pasado el tiempo de 1844 son tan certeras e inmutables como cuando el Señor las dio a nosotros en respuesta a nuestras sinceras oraciones. Sabemos que lo que hemos aceptado es la verdad” (Manuscrito 32, 1896). Y luego agregó: “Ni un solo punto será removido de lo que Dios ha establecido. No estaremos resguardados, excepto sea en las verdades que el Señor ha dado en los últimos cincuenta años” (Review and Herald. 25-5-1905).
Es realmente oportuno señalar que en relación con uno de los puntos que aparecen en nuestro texto, el Armagedón, el pastor Jaime White se expresó de esta manera el año 1862: “La gran batalla no es entre nación y nación, sino entre el cielo y la tierra” (Review and Herald, 2-1-1862).
Más aún en el año 1862 un himno adventista en relación con el Armagedón colocaba el énfasis en la segunda venida de Cristo, cuando éste libraría a su pueblo y destruiría a los impíos, y entonces los muertos resucitarían.
Esta era la enseñanza de la iglesia naciente en cuanto al Armagedón. Tal vez sea para algunos una sorpresa saber que antes de la muerte del pastor Urías Smith en 1903, la idea del conflicto entre Oriente y Occidente como el Armagedón nunca apareció en la literatura de la iglesia. Presentando un estudio sobre el origen de esta posición en boga aún en nuestros días de que el Armagedón es una lucha político-militar entre naciones de oriente y occidente, el pastor Raymond F. Cottrell dice:
“Los nuevos conceptos en relación con el Armagedón fueron introducidos después de su muerte, a saber, la idea de que el Armagedón es esencialmente un conflicto político-militar, y por ende las naciones del este llegan a ser los reyes del oriente de la profecía. Ninguno de estos dos puntos de vista parece haber sido de Urías Smith” (R. F. Cottrell, citado por L. Were, The Kings that Come from the Sunrising, pág. 11). Digamos de paso que es cierto el hecho de que Urías Smith cambió su punto de vista concerniente a la interpretación de Daniel 11:45.
La posición del resto de los pioneros, y entre ellos Jaime White, concernientes al poder de Daniel 11:45 era de que representaba al papado; pero Urías Smith, entusiasmado con los acontecimientos de sus días y la guerra entre Rusia y Turquía, aplicó la profecía a Turquía. Los años han demostrado el error del pastor Smith en este punto.
Por eso el pastor White dijo: “No podemos usar el sistema o método de permitir que los reporteros de prensa o los acontecimientos actuales determinen la interpretación de las profecías que faltan por cumplirse. No fue éste el método usado por los pioneros, sino el de ir a la Biblia para que ella sea su propio expositor” (Jaime White, citado por L. Were, Id., pág. 12).
El pastor White sabía que Urías Smith estaba siguiendo el método erróneo de interpretación al permitir que acontecimientos políticos influenciaran la interpretación de las profecías de los últimos tiempos, y sabía que los eventos no acontecerían como Urías Smith supuso, esto es, que Turquía estaba destinada a ser expulsada de Europa. Jaime White había sido el campeón en recalcar que la Biblia es su propio expositor, aconsejando el uso de pasajes que fueran comprendidos claramente para explicar porciones paralelas que no eran claras.
Por no seguir esta posición de os pioneros, muchos de nuestros escritores, de los días de la primera guerra mundial hasta nuestros días, continúan cometiendo tremendos errores de interpretación concernientes a la sexta y séptima plagas y el Armagedón. La gran razón de estos errores es que las ideas han sido copiadas de fuentes seculares, como son las revistas informativas, diarios y comentadores políticos, en relación con estos eventos.
En seguida después de la primera guerra mundial aparecieron muchos artículos e incluso algunos libros acerca del peligro de la raza amarilla, haciendo hincapié en Japón como los “reyes del oriente” en su invasión contra occidente. Con la segunda guerra mundial, esta línea de interpretación se eclipsó, y un artículo en la revista The Ministry del mes de junio de 1946 negó que Japón tuviera que ver con los reyes de oriente de la sexta plaga.
También se habló de la segunda guerra mundial como el Armagedón de Apocalipsis 16. No faltan quienes en nuestros días siguen aventurándose en sus interpretaciones diciendo que Rusia y China son los reyes del oriente de los cuales habla la profecía, y que movidos por los “espíritus de demonios” vendrán contra el occidente, y el mundo se sumergirá en el Armagedón. O que Rusia y los países árabes, e incluso algunos países africanos, atacarán a Israel, y que luego este conflicto se extenderá al occidente cumpliéndose así el Armagedón de Apocalipsis 16.
El argumento que muchos escritores esgrimen para pensar así es que estas potencias no son prácticamente cristianas, sino ateas o paganas, y que el occidente es cristiano. Nos preguntamos: ¿No está acaso el occidente caracterizado por su negación de los fundamentos del cristianismo? ¿No son estos países cristianos sólo de nombre, caracterizados por su maldad y total apartamiento de la moral y buenas costumbres, aún más, en ciertos aspectos, que países orientales que nosotros llamamos paganos?
Es claro, entonces, que estas gloriosas profecías han sido mal interpretadas cuando se las aplica a conflictos puramente militares. Volviendo a nuestro pensamiento digamos: El Armagedón es una batalla entre el cielo y la tierra, entre el bien y el mal, entre Cristo y las huestes de Satán.
Darle a esta profecía una interpretación oriental es una injusticia, o, usando las palabras del doctor Hans LaRondelle, profesor de Teología de Andrews University, “es una herejía darle a esta profecía una interpretación oriental” (Eschatology Class Notes, Andrews University, 1972). La sierva de Dios, hablando de los acontecimientos finales de la historia del mundo, señala: “El mundo entero ha de ser conmovido por la enemistad contra los adventistas del séptimo día, porque ellos no rendirán pleitesía al papado, honrando al domingo, la institución del poder anticristiano. Es el propósito de Satanás hacer que sean extirpados de la tierra, a fin de que la supremacía de ese poder en el mundo no sea disputada” (Elena G. de White, Testimonios para los Ministros, pág. 34).
“Empezará en varios países un movimiento simultáneo para destruirlos” (El Conflicto de los Siglos, pág. 693).
Podemos, entonces, estar seguros de que pronto, de una u otra forma, habrá una unión, por lo menos aparente, entre oriente y occidente para imponer el “decreto de muerte” contra el pueblo de Dios que guarda los mandamientos y tiene la fe y el testimonio de Jesús (Apoc. 14:12; 12:17).
Con esta introducción general vayamos al Apocalipsis y estudiemos la interpretación de la sexta y séptima plagas y el Armagedón a la luz de las Escrituras mismas y el espíritu de profecía.
III. Enfoque cristocéntrico del secamiento del Éufrates y la caída de Babilonia
El mensaje de Apocalipsis 16:12-21 es uno de los más gloriosos de las Escrituras. Esta profecía es de tremenda importancia. Es un mensaje enviado para alcanzar y alegrar el corazón de todo cristiano, particularmente del pueblo remanente, eliminar toda oscuridad, traer luz celestial, y dar fuerza, valor y luz al pueblo de Dios. Es una profecía que habla del triunfo del pueblo de Dios y el fin de la apostasía.
De acuerdo con el texto en estudio, la sexta plaga es derramada sobre el río Éufrates, éste se seca dando lugar a la caída de Babilonia, la venida de los reyes del oriente y la liberación del pueblo de Dios en ocasión de la última gran batalla.
Debemos comprender la sexta plaga en relación con el contexto de la séptima plaga, esto es, la caída de Babilonia. Estudiar la sexta plaga en forma aislada no es justo; debe ser estudiada en relación con las otras, pero especialmente en relación con la séptima, la caída de Babilonia, e interpretada con la ayuda de las Sagradas Escrituras.
La caída de la antigua Babilonia
El Apocalipsis está arraigado en el Antiguo Testamento. Podríamos aventurarnos a decir que cada palabra y figura es tomada de esa división tan importante de las Escrituras. Las figuras del capítulo 16 concernientes al secamiento del río Éufrates, la caída de Babilonia y los reyes que vinieron del noreste (oriente) para tomar a Babilonia, fueron sacadas de los acontecimientos que marcaron la caída literal de la antigua Babilonia.
Relación de la sexta plaga con el Antiguo Testamento
Los profetas de Israel profetizaron concerniente al cautiverio babilónico de Judá como también a la caída de Babilonia, y la liberación oportuna del pueblo de Dios. Fue el profeta Isaías en el capítulo 11 de su libro y los versículos 11-16 quien anunció la reunión y el retorno de los fieles de todas las tribus de Israel (vers. 12) a su tierra. Sabemos que cuando finalizaron los setenta años de cautiverio, representantes de todas las tribus regresaron a Palestina, pues los territorios conquistados por Asiria a los cuales fueron conducidos los israelitas de las diez tribus después de la caída de Samaría el año 722 AC más tarde son ocupados por Babilonia. Además, sabemos también que por lo menos hay tres incursiones a la tierra de Judá por parte de los babilonios y tres grupos de cautivos son llevados a Babilonia respectivamente en los años 605, 597 y 586 AC.
El cautiverio tuvo el propósito de llevarlos al arrepentimiento. Dios dio a Jerusalén en manos de los babilonios, quienes interpretaron la caída de Jerusalén como una indicación de que los dioses de ellos eran superiores al Dios de Israel. Por otro lado, sabemos que fue el profeta Jeremías el que predijo que el cautiverio sería sólo por 70 años (Jer. 15:12). Llegado el día de Dios, él permite la caída de Babilonia y libera a su pueblo.
Casi un milenio antes, Dios había sacado a su pueblo de Egipto y así como lo sacó de Egipto lo sacaría ahora de Babilonia, y éste sería un segundo éxodo (Jer. 23: 7, 8). Es oportuno señalar que los profetas que anunciaron el cautiverio de Judá, y luego su liberación, anunciaron también la caída de Babilonia, el secamiento del río Éufrates y la venida de los reyes del oriente.
Jeremías 50: 38. “Sequedad sobre sus aguas”.
Jeremías 51: 36. “Corriente que quede seca”.
Isaías 41:2, 25. “¿Quién despertó del oriente al justo?” “Del norte levanté a uno, y vendrá. . . del nacimiento del sol”.
El rey del oriente escogido por Dios para traer liberación a Israel, que estaba cautivo en Babilonia, era Ciro. Del oriente (noreste) vinieron los persas, quienes unidos a los medos y otros príncipes, invadieron Babilonia. Dios liberó a su pueblo de Babilonia, así como liberó a su pueblo de Egipto.
Daniel nos relata que él estaba orando por la liberación, pues sabía que los setenta años estaban por concluir (Dan. 9:1-3). En la noche de orgía y pecado de Belsasar cae Babilonia, el 12 de octubre de 538 AC.
Ciento cincuenta años antes, Isaías predice que Ciro, “el pastor”, sería el siervo ungido por Dios para liberar a su pueblo. Él era el rey que venía del oriente, del sol naciente. “Yo, el que despierta la palabra de su siervo, y cumple el consejo de sus mensajeros; que dice a Jerusalén: Serás habitada; y a las ciudades de Judá: Reconstruidas serán, y sus ruinas reedificaré; que dice a las profundidades: Secaos, y tus ríos haré secar; que dice de Ciro: Es mi pastor, y cumplirá todo lo que yo quiero, al decir a Jerusalén: Serás edificada; y al templo: Serás fundado” (Isa. 44:26-28).
El año 536, el primer contingente de israelitas regresó a Palestina, siendo esto posible gracias al decreto del rey Ciro.
¿Cómo caerá la Babilonia mística que se muestra tan poderosa?
Así como la antigua Babilonia cayó en manos de Ciro, la Babilonia mística caerá, y Dios liberará a su pueblo oprimido y perseguido por ella.
Ciro dio el primer decreto para que Jerusalén fuera reconstruida. El propósito de Dios no era solamente que Babilonia cayese, sino liberar a su pueblo y reedificar a Jerusalén (Esd. 1:1-4).
El secamiento del Éufrates fue el camino para la caída de Babilonia. Ciro no es el Mesías, pero es el tipo de Cristo, porque vino a destruir a Babilonia y liberar al pueblo de Dios.
Por otro lado, Isaías describe que las puertas de Babilonia se abrirían (Isa. 45:1-4). Las puertas de Babilonia nunca permanecían abiertas de noche, pero aquella noche de la caída habían quedado abiertas.
“En la inesperada entrada del ejército del conquistador persa al corazón de la capital babilónica, por el cauce del río cuyas aguas habían sido desviadas y por las puertas interiores que con negligente seguridad habían sido dejadas abiertas y sin protección, los judíos tuvieron abundantes evidencias del cumplimiento literal de la profecía de Isaías concerniente al derrocamiento repentino de sus opresores” (Profetas y Reyes, pág. 404).
Ciro vino del oriente acompañado por príncipes que cercaron la ciudad; las aguas del río Éufrates fueron desviadas a un lago artificial. El río se secó y esto dejó el camino abierto para que los reyes del oriente —Ciro y los otros que le acompañaban— tomaran la ciudad y liberaran al pueblo de Dios.
Los medo-persas fueron amigos del cautivo Daniel, y Ciro es informado concerniente a las profecías de Isaías: “Cuando el rey vio las palabras que habían predicho, más de cien años antes que él naciera, la manera que Babilonia sería tomada; cuando leyó el mensaje que le dirigía el Gobernante del universo… su corazón quedó profundamente conmovido y resolvió cumplir la misión que Dios le había asignado. Dejaría ir libres a los cautivos judíos y les ayudaría a restaurar el templo de Jehová” (Id., pág. 409).
“Las magníficas cualidades del varón de Dios como estadista previsor indujeron al gobernante persa a manifestarle gran respeto y a honrar su juicio… Dios… movió a Ciro como agente suyo para que discerniera las profecías concernientes a él mismo, bien conocidas por Daniel, y le indujo a conceder su libertad al pueblo judío” (Id., pág. 408).
Todo esto es tipo del futuro. San Juan en el Apocalipsis sacó del Antiguo Testamento las figuras de la caída de la Babilonia mística.
Sobre el autor: Director de la Asociacion Ministerial de la Unión Chilena.