Descubra la clase de persona que es, y la influencia de eso en la conquista del éxito o del fracaso.
El éxito que las personas desean alcanzar, en su experiencia de vida, depende de tres factores: 1) bendiciones de Dios; 2) oportunidades y 3) aptitudes personales. Las bendiciones de Dios están disponibles para todos. En cierta ocasión, Jesús se refirió al Padre, que hace “salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mat. 5:45). Absolutamente seguro de esta realidad, el apóstol Pablo afirmó: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
No obstante, no podemos negar el hecho de que las personas tienen oportunidades diferentes y que existen variables que intervienen más allá de nuestro control. Aun así, en las peores circunstancias, debemos recordar que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom. 8:28).
En este artículo, sin desestimar la importancia de los dos primeros factores, consideraremos brevemente la manera en que nuestras propias actitudes pueden influir en la conquista, o no, del éxito en la vida. Evidentemente, todos deseamos obtener el éxito en cada cosa que hacemos: en los estudios; en las relaciones de familia, de amistad y de trabajo; y también en el desempeño profesional. Pero la triste realidad es que no se puede decir que todas las personas son exitosas.
Libre albedrío
Existen personas a las que, aparentemente, les va mal en todas las cosas. Enfrentan problemas en el hogar y en el trabajo, del que frecuentemente terminan siendo despedidas por su mal desempeño. En contraposición, existen las personas exitosas que parecen sobresalir en todas las cosas. En los estudios obtienen las mejores calificaciones. Disfrutan de aprecio y respeto en el hogar. En el caso de que sean empresarios independientes, no enfrentan grandes dificultades para colocar sus productos en el mercado. Si trabajan para alguna organización o institución, gozan de gran estima. Permanentemente, van subiendo en el escalafón promocional, hasta las más altas posiciones de liderazgo.
Algunos hasta pueden pensar que el éxito y el fracaso están gobernados por la suerte o el azar. No existe nada más engañoso. La conquista del éxito no es cuestión de suerte. De hecho, la suerte sirve de excusa para las personas que no asumen compromisos y siempre están a la espera de alguna oportunidad para aprovecharse de determinada situación. El éxito es producto de algunas virtudes como la perseverancia, la responsabilidad, el esfuerzo, la organización, y el equilibrio entre lo que debo ser y lo que decido ser.
No creemos que haya una predeterminación rígida, por parte de Dios, que justifique el falso aforismo, según el que “unos nacen para ser estrellas y, otros, para ser estrellados”. Definidamente, ¡esa no es la realidad. El Creador nos hizo dotados de libre albedrío, y podemos escoger ser exitosos o fracasados. Podemos decidir ser felices o infelices. Lo que estoy diciendo es que, por lo menos en parte, el éxito depende de nosotros mismos, si bien podemos decidir que dependa de otras personas.
Personas internas y externas
En lo que atañe a la influencia ejercida por nuestras actitudes hacia el éxito, primeramente es importante que reconozcamos la diferencia entre lo que llamamos personas internas y personas externas. Con la expresión personas internas nos referimos a las personas cuyo éxito y fracaso dependen de ellas mismas. Tienen motivación para el lucro, siempre están buscando innovar y aceptar desafíos. Ellas mismas se proponen cumplir las metas establecidas. Viven atentas y demuestran disposición para aprender de sus propias experiencias negativas y evitarlas en el futuro. Son los propios jueces del trabajo. Saben cuándo algo está bien y cuándo está mal. Cuando perciben que algo salió mal, saben enmendar la situación, en la medida de lo posible. Asumen sus fracasos, en lugar de atribuirlos a terceros.
A su vez, las personas externas son los que se habituaron a atribuir sus fracasos y éxitos a otras personas. Tienen motivación filial o de poder. Están muy interesados en que los demás les den su reconocimiento y las tengan en alta estima. Desean ocupar posiciones elevadas. Son pesimistas y siempre se dejan atraer por el aspecto negativo de las cosas o las situaciones. No acostumbran asumir la responsabilidad por las fallas encontradas en su trabajo.
En lugar de eso, siempre están listas para señalar a otro como responsable. Si llegan tarde al trabajo, la culpa siempre recae sobre el transporte o cualquier otra persona, cosa o situación; nunca por haberse levantado tarde de la cama. Si no cumplen las metas, es porque los colaboradores no ayudaron. Además, en el ejercicio de sus tareas, desean mucho ser ayudadas por terceros. Frecuentemente, sienten que sus jefes no aprecian lo que ellas hacen. Necesitan permanentemente ser infladas por expresiones o actitudes de reconocimiento, a fin de que se sientan bien.
Como es posible percibir, el éxito está siempre más cerca de la persona interna.
La transferencia de la culpa
La externalidad existe desde que el pecado entró en el jardín del Edén. En esa ocasión, Dios tuvo que buscar a nuestros primeros padres, que estaban escondidos. Al preguntar a Adán: “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” (Gén. 3:11), la respuesta correcta sería: “Sí, Señor, pequé; perdóname”. Al contrario de esto, Adán transfirió su responsabilidad a su esposa, Eva. Aun cuando su declaración era cierta, Adán actuó de manera externa. Eva también lo hizo. No asumieron sus responsabilidades y, en última instancia, no eran (os responsables del acto, sino Dios, que había creado a la serpiente y a ellos mismos.
La situación que describimos aquí no es un mero ejercicio psicológico. Al contrario, diariamente la vivimos en las diferentes avenidas de la vida, en nuestros hogares, en las escuelas, en las diferentes clases de trabajo Pero podríamos preguntarnos específicamente: entre los que trabajan para la iglesia, ¿también se percibe este problema?
Al igual que en las grandes empresas mundiales, en la iglesia también existen tres clases de trabajadores: 1) los de alto rendimiento, que son personas internas; 2) los de medio rendimiento, que son imprevisibles, pero cumplen las metas propuestas, y 3) los de rendimiento inferior. En el caso de que estos últimos sean blanco de alguna advertencia, reaccionan alimentando sentimientos de persecución, y se sienten acorralados y atacados. En el caso de ser dejados de lado, nunca asumirán públicamente que la razón de esto fue el mal desempeño, sino que la culpa es de los líderes.
En la vida, con frecuencia se presentan ejemplos de las situaciones analizadas hasta aquí. A fin de tener éxito y ser felices, las personas externas esperan que los demás que se encuentran a su alrededor siempre concuerden con ellos. Si deseamos cambiar algo en nuestra vida, no podemos esperar que otros lo hagan. Nosotros somos los que debemos tomar esa iniciativa en relación con nosotros mismos. Si existe algo que poseemos con seguridad, son nuestros pensamientos. Podemos usarlos en favor de nuestra felicidad o para nuestra desgracia. Tener éxito y felicidad es, en gran medida, una elección que podemos hacer en cualquier momento y en cualquier lugar. Si somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos, el mundo también cambiará a nuestro alrededor. Dios puede ayudarnos a cambiar. Él desea que sus hijos sean personas internas; desea que estemos “a la cabeza, nunca en la cola” (Deut. 28:13, NVI).
Sobre el autor: Director de Salud de la Unión Venezolana Antillana.