En mis viajes, por lo general, llevo un radio despertador en mi valija. Y cuando me encuentro solo en algún rincón del mundo, a veces intento sintonizar alguna emisora local para escuchar música o noticias. Sin embargo, a menudo me encuentro en alguna institución eclesiástica, lejos de las ciudades y de las transmisiones radiofónicas, y sólo logro escuchar una gran cantidad de estática. Por lo general intento manipular el botón de la sintonía para que el ruido desaparezca, pero si éste es persistente, finalmente no tengo otro remedio que apagar la radio.
En la iglesia hay formas de “estática” que a menudo impiden escuchar las buenas noticias acerca de Jesús. Esta estática se manifiesta en los adoradores incómodos, en el sistema de sonido pobre, en un bebé que llora, o en una nave con mal olor, fría o calurosa. Pero la estática, la interferencia, a la cual quisiera referirme aquí, es la que se crea por la apariencia física del predicador, su indumentaria y sus gestos. Estas manifestaciones siempre causan algo de estática, siempre interfieren de alguna manera en lo que el predicador está diciendo. A veces la estática llega a un nivel tan elevado que la congregación difícilmente puede escuchar el sermón. Y cuando hay mucha estática, las personas sencillamente apagan su comunicación con el predicador.
Los aspectos externos
Las sondeos de opinión indican que cuando usted predica, sus oyentes son más fácilmente influidos por lo que ven que por lo que escuchan. El Dr. Albert Mehrabian descubrió que el 7% de lo que los oradores comunican lo emiten con sus palabras, el 38% con su manera de hablar y el 55% con las expresiones del rostro y con los movimientos corporales. Posiblemente no le guste, pero el lenguaje de su cuerpo puede hablarían alto que las personas difícilmente escuchen sus sermones.
Si lo que la gente ve en usted refuerza lo que usted dice, entonces todo está bien. El dilema surge cuando su comunicación externa interfiere lo que está diciendo. Difícilmente pueda enseñar disciplina y corrección mientras esté tan mal vestido que luzca como una cama revuelta. Usted puede negar mucho de lo que predica acerca del dominio propio si está excedido de peso. Y no puede transmitir el gozo de seguir a Cristo si predica con el ceño fruncido.
Es posible que argumente: “A mí no me preocupa la apariencia”. Pero ¿la predicación tampoco le importa? Si ella le interesa, entonces, también la apariencia debe importarle, porque lo que su público está viendo bien puede hablar tan alto que le impide escuchar lo que usted está diciendo.
Su apariencia física debe hacer que Cristo luzca atractivo
El rostro pálido de un predicador es una representación horrible del robusto Jesús. Los predicadores varones que lucen anémicos crean una estática horrible para los varones de la congregación. El típico adolescente reaccionará diciendo: “Debo pelear contra el cristianismo, de lo contrario luciré así”.
Empéñese a muerte en lo que haga, pero no es bueno que luzca como un muerto. Su rostro es un aviso acerca de lo que usted está predicando. Si hay brillo en su rostro, su gente procurará creer todo lo que diga en su sermón, porque supondrán que al seguir todo lo que usted esté diciendo los hará más semejantes a usted.
Su ropa debiera pasar inadvertida
No soy quién para decirle si al subir al púlpito debe o no usar un reloj de oro, o gafas de marcos dorados, o un sujeta corbatas brillante, o gemelos, o un peinado moderno, o barba La regla es: los predicadores deben vestir y lucir de tal modo que pasen inadvertidos. SI su apariencia es común y vulgar, la gente se dará cuenta. Si su apariencia es demasiado exquisita y elegante, la gente lo notará. Si su vestimenta está atrasada veinte años, o veinte años adelantada, la gente lo notará. No haga ruido con su apariencia, vístase de tal manera que no interfiera con su mensaje.
Los predicadores no debieran vestir de un modo muy diferente al de sus congregaciones. Al hablar de Jesús, Hebreos 2:17 dice: “Debía ser en todo semejante a sus hermanos”. Moralmente, Jesús nos llevaba una buena diferencia, pero en todo lo demás su propósito estaba asociado al de sus hermanos. No estaba separado de su pueblo.
Tres criterios que ayudan con respecto a la vestimenta del predicador son: pulcritud, buen gusto y sencillez. Nadie lo criticará porque sus zapatos estén lustrados y su ropa planchada. Pero si no lo están, quien sea detallista en su congregación difícilmente podrá escuchar lo que usted dice. Es posible que usted se queje porque se pone el acento en lo externo, pero también podría solucionar el problema bastante más rápido lustrando sus zapatos y planchando su ropa.
Sobre el autor: es secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General.