Durante los últimos meses se ha hablado mucho acerca de “Evangelización integrada”. Todas las uniones adaptaron de una u otra manera este slogan, y precisamente ése es el hecho que me motiva a escribir acerca de la integración.

            Como usted tal vez todavía recuerde, en el congreso mundial de la Iglesia Adventista celebrado en Nueva Orleans, en 1985, se votó la creación de una especie de súper departamento denominado “Ministerios de la iglesia”. El objetivo que se tenía en mente era crear un programa integrado y evitar que cada departamento tuviera un programa diferente. En esa ocasión se creyó que si todos los directores de departamentos trabajaban bajo la dirección de un solo hombre las cosas cambiarían. El tiempo, sin embargo, se encargó de probar que la integración de un programa no se establece por medio de un voto, incluso porque el problema no reside en los departamentos sino en los líderes.

            Cuando cada departamento funciona como si fuera el único, se forman pequeños cuerpos dentro del cuerpo, y se corre el riesgo de que uno de esos pequeños cuerpos se sienta con derecho a crecer más que el mismo cuerpo.

            La integración de un programa tiene que nacer necesariamente en el corazón de cada miembro de iglesia, comenzando por los líderes y terminando con el converso más nuevo. Debe partir de la visión y el concepto que tenemos de la iglesia y de su gran finalidad en la Tierra. ¿Por qué existe la iglesia? ¿Por qué la estableció Dios en la Tierra?

            Si ese objetivo está bien claro en la mente de todos, y si el Espíritu Santo lleva a cabo su maravillosa obra de hacernos nacer de nuevo, entonces la integración se producirá naturalmente. Porque no importa el departamento o el área en que estamos sirviendo; sabemos que todo lo que hacemos tiene la obligación moral, espiritual y consciente de orientarse hacia lograr el objetivo final para el cual existe la iglesia.

            Veamos algo sencillo y rutinario como es un partido de fútbol. ¿Cuál le parece que será el objetivo del equipo al entrar en la cancha? ¿La exhibición de las camisetas? ¿Exhibir los talentos de los jugadores? ¿Hacer jugadas geniales? ¿O meter goles? Todos estos objetivos fallan, porque el final es ganar el partido. De nada sirve meter diez goles si el equipo contrario nos metió once.

            Cuando el equipo entra en la cancha con un objetivo definido, cada jugador, desde el arquero hasta el delantero izquierdo, al margen de su área de acción, estará preocupado porque el equipo meta la mayor cantidad de goles y evite que se los metan. Habrá ocasiones en que hasta el arquero tratará de meter un gol, y el delantero izquierdo tratará de sacarle la pelota al defensor contrario antes de que ésta trasponga la línea fatal. El equipo está integrado por todos los que saben cuál es el objetivo final.

            Pasemos ahora a la iglesia establecida por Dios en la Tierra. ¿Por qué existe? Para reproducir en los hombres el carácter de Jesucristo por medio de la predicación del evangelio. ¿Tenemos esto bien claro en nuestra mente? Varias veces se usa en la Biblia la ilustración del cuerpo, relacionada con la iglesia. Somos un cuerpo del cual la cabeza es Cristo. El cuerpo tiene muchos miembros. Algunos son, aparentemente, más importantes que otros, pero todos son necesarios para el buen funcionamiento y la simetría del cuerpo.

            Hace un tiempo, alguien me dijo en broma: “Pastor, yo debo ser un cabello, que no sirve para nada”. Pero yo me digo todas las mañanas cuando me miro en el espejo: Si un cabello no valiera nada, Jesús no lo habría mencionado en el Evangelio (S. Mateo 10:30).

            La gran pregunta hoy es: ¿Estoy consciente de, no importa la función en la cual tenga que servir, estar orientando todo lo que hago para alcanzar el objetivo final del cuerpo?

            En este contexto: ¿qué es integración? Es el desempeño fiel de mi responsabilidad específica; es la orientación de mi programa de acción hacia el cumplimiento del objetivo final de la iglesia de Dios. Éste es el sueño de Dios para su iglesia, “para que todos sean uno”. Entonces vendrá el fin. Piense en esto.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.