Consideraciones sobre la teología

El ministerio es la pulsación del cristianismo.[1] El apóstol Pablo afirmó que “si alguno anhela obispado, buena obra desea” (1 Tim. 3:1). De esa manera, el llamado ministerial es una ocupación vocacional para todo el que lo acepta y en él se encaja. ¿Por qué, entonces, es considerado tan desgastante?

 Investigaciones realizadas en África oriental destacan el estrés como uno de los principales obstáculos para el desempeño pastoral.[2] El psicólogo Richard Blackmon declara: “Los pastores son, aisladamente, el grupo ocupacional más frustrado en América”.[3] Por su parte, Richard J. Krejcir afirma: “Siendo pastor, después de 18 años de investigaciones en sociedad estratégica con otros colegas (esos datos son apoyados por otros estudios), ¡descubrimos que ejercemos una actividad de riesgo! Somos el grupo que, tal vez, forme parte de la ‘profesión’ más estresante y frustrante. Más que médicos, abogados y políticos. Las investigaciones mostraban que más del 70 % de los pastores estaban estresados y sufriendo burnout, y que con cierta frecuencia piensan en dejar el ministerio. Aproximadamente el 40 % de los pastores abandona el ministerio, la mayoría después de apenas cinco años de trabajo”.[4]

 Muchos ministros son buscados por jóvenes de sus congregaciones que indagan la confirmación para el sentimiento que tienen de estar recibiendo el llamado para el ministerio. La cuestión relevante es: ¿Existe realmente un llamado del Señor? Si la respuesta es sí, ¿cómo saberlo?

Elementos del llamado

 Hay dos visiones extremas relativas al llamado. La primera se ha llamado visión liberal. Tiende a menospreciar el factor sobrenatural y considera el ministerio como una elección de una carrera, en lugar de un llamado divino. La segunda visión se conoce como visión mística. Aquí, el ministro, supuestamente, “escucha voces” y “tiene visiones”, como la cruz en el cielo, de Constantino.[5] Ninguno de estos puntos de vista realmente explica el llamado, porque el ministerio pastoral incorpora tanto el llamado divino como el desprendimiento humano.

 Básicamente, el llamado divino para el ministerio debe incluir cuatro elementos:

  La invitación pública (llamado general): todos son llamados a tomar la cruz de Cristo y participar del discipulado escuchando, estudiando y compartiendo la Palabra de Dios con fe y disposición.

 La convicción particular (llamado individual): es el sentimiento interior por medio del cual la persona se siente enviada por Dios para cumplir el ministerio.

 La aprobación personal (llamado providencial): es el sentido de la dirección divina en la vida y en el testimonio de aquel que fue llamado; la visible aprobación celestial y el reconocimiento por medio del ejercicio de los dones concedidos.

 La confirmación institucional (llamado eclesiástico): es la invitación realizada por una institución de la iglesia a aquel que sintió el llamado para dedicarse al ministerio.[6]

 No debe haber preocupación sobre cómo se interrelacionan entre sí esos elementos, sea en importancia o en modo de relacionarse. El principio clave es que cualquiera que sea la idea de lo que constituye el llamado para el ministerio, debe considerar la necesidad de que esos cuatro elementos estén presentes. Vamos a examinar cada uno de ellos.

 Llamado general, o público: ¿Por qué Dios llama a personas? Jesús llamó, capacitó y envió a los apóstoles para predicar, bautizar y hacer discípulos en todas las naciones (Mar. 3:13, 14; Mat. 28:19, 20). Por lo tanto, primeramente es necesario tener a Cristo antes que podamos predicar sobre él. El llamado se hace nulo si no tenemos a Jesús en nuestra vida. Solamente una persona “crucificada” es capaz de testificar del Cristo crucificado.

 Este es el punto en el que alguien llamado para ser cristiano siente la convicción de que también está siendo invitado por Dios para asumir el ministerio. ¿Cómo ocurre esa transición del llamado público al discipulado hacia la convicción personal del ministerio? El llamado divino debe considerarse como dejar de lado el arado (Luc. 9:62). Es un llamado para toda la vida (Isa. 6:11). De esa manera, la inclinación por el ministerio no debe resultar de algún impulso momentáneo ni de la fascinación temporal por honras que puedan venir como consecuencia de la función pastoral. Al contrario, debe ser el resultado de una búsqueda intensa y de oración fervorosa. Si fuera simple pasión, también desaparecerá. El llamado divino persiste incluso después de los intentos de seguir otras carreras. Se hace un baluarte de la supervivencia cuando las cosas se ponen difíciles.[7]

 Llamado personal, o particular: El ministerio cristiano es, antes que todo, un llamado divino. A lo largo de la Biblia y de la historia del cristianismo, hombres y mujeres, siervos fieles del Señor, se sintieron impelidos a ejercer el ministerio. El apóstol Pablo relató que Cristo lo llamó y lo designó para el ministerio (1 Tim. 1:12-15). Tuvo convicción sobre su llamado y no pudo dejar de responder (Gál. 1:15-17). Isaías dijo: “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque [soy] hombre inmundo de labios”; entonces, escuchó al Señor que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Fortalecido por el toque purificador y capacitador del Espíritu Santo, Isaías respondió: “Heme aquí, envíame a mí”. Jeremías exclamó: “Había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos” (Jer. 20:9).

 El elevado propósito del ministerio causa el sentimiento de estar obcecado con el llamado. Spurgeon escribió: “El llamado al ministerio es irresistible, avasallador y despierta la sed de contarles a los otros lo que Dios hizo en nuestra propia vida”.[8] Algunos recibieron el llamado y, para su propia angustia, no lo atendieron. Como Jonás, ellos tuvieron la vida marcada por la turbulencia. Encontraron paz solamente cuando cesaron de huir del Señor.

 Llamado providencial: El ministerio no es para aquellos que no pueden obtener éxito en otro tipo de trabajo; por el contrario, es para aquellos que dicen como el apóstol Pablo: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Cor. 9:16). Sin la Palabra de Dios como un fuego en su corazón, no solamente serían infelices en el pastorado, sino también serían incapaces de soportar las renuncias necesarias para ejercerlo. Además de esto, el fuerte deseo de transformarse en un ministro del Señor debe ser acompañado por los dones necesarios para este oficio.

 Considera a aquel para quien estás trabajando. Según Elena de White, “los verdaderos ministros son colaboradores del Señor en el cumplimiento de sus propósitos. Dios les dice: Id, enseñad y predicad a Cristo”.[9] De modo general, se puede decir que para tener éxito en el ministerio necesitamos ser capacitados con los dones espirituales. Los colaboradores de Cristo deben tener aptitudes para enseñar y habilidad para predicar. De acuerdo con Leslie Flynn, “en esa medida, los predicadores nacen, no se hacen”.[10]

 Aquí es necesario destacar que, si fuiste llamado, el Señor te calificará. Los títulos y los diplomas de formación académica son necesarios e importantes, pero no son pruebas que me aseguren el derecho al ministerio. Es necesario no solamente tener conciencia de la necesidad de los dones, sino también noción del sacrificio requerido. La abnegación para ejercer el ministerio es tal que si no hay amor y pasión por parte de quien sintió el llamado no podrá sobrevivir. La persona necesitará abandonar el trabajo penoso o continuar descontenta, sobrecargada, enfadada con la monotonía tan cansadora, como el caballo ciego de un molino.[11]

 Llamado eclesiástico: Historiadores cristianos dicen que en los tiempos de la Reforma el llamado de la iglesia estaba en primer lugar.[12] Cuando detectaban el don pastoral en algunos jóvenes, ellos los incentivaban a “despertar ese don”. Entonces, si ellos sintieran el llamado interior, seguirían adelante con el apoyo de todos. El llamado presuponía estar habilitado para el ejercicio de la función. En el Nuevo Testamento se eligieron para el ministerio a aquellos que poseían cualidades espirituales y capacidades para las tareas previstas (1 Tim. 3:1-13).[13]

 Por lo tanto, los que anhelan seguir la carrera ministerial deben someter su impresión al examen de hermanos consagrados, líderes dedicados y pastores con experiencia. Una indicación exterior aún más importante sería que ese candidato ya manifestara algunas evidencias de aptitudes para el ministerio. En otras palabras, la confirmación suprema que alguien posee el don pastoral es el reconocimiento de los demás. De esa manera, el ministerio no es el resultado de un llamado, sino de dos. Como G. Moyce dice: “Teológicamente, el llamado para el ministerio es de Dios, pero es confirmado por la iglesia”.[14]

 Juan Calvino declaró que “si alguien debe ser considerado un verdadero ministro de la iglesia, es necesario que este considere el llamado exterior de la iglesia y su llamado interior, consciente de ministrarse a sí mismo”.[15] Una vez convencido del llamado, surge la necesidad de la validación eclesiástica. De acuerdo con Jock Stein, la idea de una convicción interna aislada contiene peligros, como la historia de la iglesia lo ha probado muchas veces. La iglesia necesita tener criterios objetivos para que pueda confirmar y validar el llamado.[16]

Ministerio auténtico

 El llamado providencial y el llamado eclesiástico están intrínsecamente relacionados entre sí. Sin embargo, la convicción interior del candidato debe ser primordial. Si alguien no tiene certeza sobre el llamado, entonces, de acuerdo con Jock Stein, por más promisorio que sea en todos los otros aspectos, la iglesia tiene no solo el derecho, sino también el deber de cuestionar su candidatura.[17] G. Moyce coloca la decisión sobre el ministro al decir que “el llamado viene de Dios; así, todo ministro tiene un llamado que trasciende la lealtad hacia el empleador y el cliente”.[18]

 La administración de la iglesia, el ministerio de capellanía, el ministerio educacional y el ministerio pastoral forman parte de la misión de Cristo, realizada por misioneros en su país natal o en tierras extranjeras. He trabajado como pastor, profesor y administrador. Considero todas esas atribuciones importantes y necesarias; sin embargo, en mi función actual exalto el privilegio de ser pastor de iglesias. John Stott dice: “Yo amo Cambridge y me sentí atraído por la vida académica, pero Dios me llamó para el pastorado”.[19] El ministerio auténtico debe ser “un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Rom. 12:1).

Ministerio realizado

 Considerando que los pastores están abandonando el ministerio a un ritmo alarmante, el asunto del llamado no es una cuestión técnica, sino de supervivencia. De acuerdo con Leslie Flynn, “el ministerio hoy puede ser arduo y espinoso. Para sobrevivir, el pastor necesita tener la certeza de que Dios lo llamó; en caso contrario, la tarea puede ser aplastante”.[20]

 Podemos tener calificaciones y ser ordenados por la iglesia, pero solamente Dios puede capacitarnos para cumplir el ministerio de manera plena. Antes que nada, es necesario ser llamado por Dios. Cuando eso ocurre, el Señor asegura que seremos capacitados y reconocidos. Walter Wiest declaró: “Debemos hacer concesiones al Espíritu Santo, que opera cuándo y dónde Dios determina. Él realiza maravillas a pesar de las limitaciones de sus ministros”.[21] Una vez que tengamos la plena seguridad del llamado divino, necesitamos rendirnos al Señor y creer que él suplirá todas nuestras necesidades.

Sobre el autor: vicepresidente y secretario ministerial para la Iglesia Adventista en la región Centro-Oeste Africana.


Referencias

[1] Helmut Richard Niebuhr, The Purpose of the Church and Its Ministry: Reflection on the Aims of Theological Education (Nueva York: Harper and Brothers, 1956), p. 63.

[2] Crispus Micheni Ndeke, “Anassessment of pastors stress management models among pastors in Presbyterian churches of East Africa in Meru South and Maara Districts” (Disertación de maestría, Mount Kenya University, agosto de 2013).

[3] Richard Blackmon, citado en Gary Kinnamany Alfred Ells, Leaders That Last: How Covenant Friendships Can Help Pastors Thrive (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2003), pp. 14, 15.

[4] http://www.intothyword.org/apps/articles/?articleid= 36562

[5] Franklin M. Segler, A Theology of Church and Ministry (Nashville, TN: Broadman Press, 1960), p. 37.

[6] Niebuhr. p. 65.

[7] Leslie B. E. Flynn, How to Survive in the Ministry (Grand Rapids, MI: Kregel Publications, 1992), p. 23.

[8] Charles Spurgeon, Lectures to my students, Serie 1 (Marshall Brothers), p. 23.

[9] Elena de White, Obreros evangélicos (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 2007), p. 19.

[10] Flynn. p. 23.

[11] bíd.

[12] Jock Stein, ed., Ministers for the 1980’s (Edinburgh: Handel Press, 1979), p. 26.

[13] Howard Belden, ed., Ministry in the Local Church (Londres: Epworth Press, 1986), p. 1.

[14] Adaptado de G. B. Moyce, Pastoral Ethics: Professional Responsibilities of the Clergy (Nashville, TN: Abingdon Press, 1988), p. 175.

[15] Ibíd.

[16] Stein. p. 25.

[17] Ibíd. p. 26.

[18] Moyce. p. 175.

[19] John Stott, “Humble scribe”, Christianity Today (8/9/1989), p. 63.

[20] Flynn, p. 63.

[21] Walter E. Weist, Ethics in Ministry (Mineápolis, MN: Fortress Press, 1946), p. 103.