Ocupándonos de los grandes hechos de Dios

Más que un adventista ha tenido que ampliar su concepto de inspiración a medida que avanza en el conocimiento de la manera a través de la cual los profetas recibieron y transmitieron sus mensajes.

 Son muchos los casos entre nosotros que se adherían o se adhieren, tácitamente, al concepto de inspiración verbal, tanto en la Biblia como en los escritos de E. G. de White. No se lo enseñaba teóricamente, pero en la práctica ésa era la posición de muchos docentes y predicadores desde las aulas y los púlpitos, a pesar de que sobran los dedos de una mano para contar los pioneros que la defendieron. Los años, las circunstancias, y las realidades de la Biblia, se han ¡do encargando de producir una evolución que resulte en una posición más racional, realista y madura. Y ello no degrada en nada las maravillosas manifestaciones escritas de la revelación o la inspiración.

 Decíamos en un artículo anterior, que toda la Biblia fue inspirada divinamente, pero que no toda ella es revelación. Tomemos el caso del segundo capítulo de Daniel. Los primeros 28 versículos constituyen el relato provisto por el profeta mismo como testigo de los acontecimientos. El profeta no necesitó de una revelación de Dios para consignarlo por escrito en la Palabra de Dios. Pero a partir del versículo 29, la naturaleza del material cambia. Se trata de algo que Daniel jamás podría haber llegado a saber por sí mismo. Todo el capítulo 2 de Daniel es, pues, material inspirado. Pero solamente los versículos 29 y 31 al 45 constituyen revelación pura recibida del Dios “que revela los misterios” al hombre.

Los “errores” de la Biblia

 Entre los cristianos existen por lo menos tres puntos de vista referentes a las Escrituras. La posición sostenida por los liberales desde hace bastante tiempo es que la Biblia es un libro puramente humano. Contiene los registros de las experiencias religiosas de algunos creyentes sobresalientes de Israel y la iglesia cristiana. Esos registros de la experiencia, percepción y comprensión de Dios tienen cierta autoridad que es relativa y limitada a la vez. Debe ser vivida o confirmada por la experiencia y percepción personales, puesto que es definitivo únicamente lo que podamos experimentar por nosotros mismos. Esta autoridad de la Escritura es subjetiva; depende mucho del individuo que la percibe y experimenta. La posición sostenida por la neoortodoxia también afirma que la Biblia es un libro puramente humano. Difiere de la de los liberales, pues declara que la Escritura no es solamente el registro de las experiencias humanas subjetivas, sino también un testigo de la revelación de Dios, es decir, de su revelación a través de Jesucristo. La Biblia es falible. Contiene errores en hechos y en juicios. Cuando el Espíritu hace de ese testigo una experiencia personal del individuo, ese instrumento humano, falible, que contiene errores, llega a ser Palabra de Dios, una revelación de Dios. La autoridad de la Biblia es relativa y absoluta a la vez. En su carácter de testigo humano es relativa. Puede ser libremente sometida a la crítica. Y es absoluta cuando a Dios le place hablar a través de ese testigo que es la Escritura. Es entonces cuando se realiza la revelación.

 La posición evangélica tradicional, clásica podría decirse, afirma que la Biblia es Palabra de Dios en lenguaje humano. Que nos llegó a través de labios y pluma humanas. Este es el sentir que campea en los escritos de los padres de la iglesia, los teólogos de la Edad Media, los reformadores y, se podría agregar, los teólogos posteriores a la reforma. La Iglesia Católica se desvió del concepto tradicional agregando, posteriormente, los elementos de la tradición y el magisterio de la iglesia. Estos aparecen claramente afirmados en las cláusulas sobre el tema del Concilio Vaticano II. Con ello se debilitó ¡a autoridad bíblica. Ese debilitamiento también se percibe en el protestantismo de las últimas décadas, pero debido a otras influencias. En el primer artículo de la serie tratábamos los conceptos de revelación-inspiración que sostiene la Iglesia Adventista debido, en gran medida, a las definiciones formuladas por E. G. de White. A pesar de ellas lamentablemente y en la práctica, muchos son los que, consciente o inconscientemente, se adhieren al concepto de inspiración verbal.

 Ha habido teólogos y críticos que han llevado el asunto de las inexactitudes y “errores” de la Biblia a un punto tal que algunos estudiosos de la misma temieron que ello destruiría la fe cristiana y minaría las iglesias. Desde el siglo XVIII se usa mucho el término “alta crítica”. La alta crítica trata los asuntos relacionados con los autores de los textos, fechas y unidad del texto. La “baja crítica” se ocupaba del texto en sí, de determinar cuál era el texto correcto de los documentos antiguos.

 En nuestros días el sistema es conocido como “crítica textual”. Pero podemos mirar las discrepancias desde otro punto de vista, teniendo en cuenta el criterio de inspiración que hemos venido describiendo. Tomemos un caso de inexactitudes o discrepancias en el texto. No son siempre percibidas por el lector corriente, espiritual, que busca los mensajes básicos de Dios en la Palabra y no tanto los problemas que se han creado por la intervención del hombre en el proceso de la revelación-inspiración.

En el libro de Hechos de los Apóstoles, Lucas registra la experiencia de Esteban y reproduce su discurso. El autor declara al comienzo que su libro es el resultado de una investigación. Su introducción difiere de la de Apocalipsis. Es que el Apocalipsis está constituido, básicamente, de revelación directa de Dios.

 Lo que sigue ahora son comentarios a primera vista. Un estudio más profundo puede llevarnos a conclusiones muy interesantes que no desmerecen en nada la obra de Lucas ni de la Palabra. El relato de Esteban complementa y aclara el de Génesis.[1] Pero algunos detalles del de Esteban difieren del de Moisés, al menos aparentemente. –

 Según Lucas, quien cita a Esteban, las personas que dejaron Harán fueron 75. Génesis habla de 70. La versión que habrían leído Esteban y Lucas era la Septuaginta que, efectivamente, menciona el número 75. La información correcta la habría dado Moisés. La cifra sería 70. Lo que aparece en la versión de los LXX habría surgido de un error de copista.

 La consideración de las declaraciones que habrían sido formuladas por Esteban y consignadas por Lucas sobre la propiedad de Jacob citada en el versículo 16, revela otra discrepancia. La cueva de Macpela fue comprada por Abrahán al heteo Efrón por 400 siclos de plata para sepultar a su esposa Sara. Jacob, por su parte, adquirió otra propiedad de los hijos de Hamor, padre de Siquem, por 100 piezas de monedas. Allí erigió un altar.

 Antes de morir, pidió a sus hijos que lo sepultaran en la cueva de Macpela donde descansaban Abrahán, Sara, Isaac, Rebeca y Lea. Pero Lucas hace decir a Esteban que Jacob fue sepultado en Siquem, en el sepulcro que Abrahán compró a Hamor. Pero Abraham compró la propiedad a Efrón. Y fue Jacob quien compró la propiedad a Hamor, de acuerdo con Génesis. [2] La última diferencia podría estar en los nombres de las divinidades y las ciudades mencionadas por Amos y Lucas. [3]

 Detalles similares aparecen en otros lugares de la Biblia. ¿Cuáles eran, realmente, las palabras de la inscripción colocada sobre la cruz de Cristo?[4] Los evangelistas difieren en el número de los endemoniados de Gadara.[5] No sabemos seguramente si el encuentro de Bartimeo con Jesús se produjo cuando Jesús llegaba o cuando salía de Jericó.[6] No podemos saber tampoco a ciencia cierta si el padre de José se llamaba Jacob o Eli[7] o si Arfaxad era abuelo o padre de Sala.[8]

 Dios es infalible y el hombre es falible. ¿Qué sucede cuando se encuentran ese Dios infalible y el hombre falible en el fenómeno de la revelación-inspiración? ¿Puede acaso el material original, procedente del Dios infalible, transmitido por el instrumento falible, contener inexactitudes? Sí. Pero el problema no procede de Dios, sino que se origina en el hombre limitado y falible. No en el mensaje en su esencia, sí en el lenguaje y los elementos de cultura de quien los transmite. Los dos elementos, la infalibilidad y la falibilidad, están presentes en el fenómeno de la revelación-inspiración. Es de la contribución humana de donde derivan las imperfecciones en los detalles como los que hemos comentado anteriormente. La Biblia es diferente de todos los otros libros: es el libro que contiene un mensaje -”misterio” lo llama Pablo- oculto por mucho tiempo pero que aparece revelado en Cristo. Cristo es la suprema revelación de Dios. Los Escrituras refieren los grandiosos y poderosos hechos de Dios en Cristo. Algunos de ellos son: la encarnación y nacimiento sobrenatural del Hijo de Dios, su vida, ministerio, muerte, resurrección, intercesión; la primera, la segunda y terceras venidas de Cristo a la tierra para acabar con el conflicto milenario entre el bien y el mal; el juicio final y el establecimiento definitivo del reino. Estos hechos que aparecen relacionados con las palabras rescate, redención, sustitución, expiación, justificación por la fe, perdón de los pecados, intercesión, santificación, glorificación y otros de la misma familia, pueden perderse cuando nos concentramos en los detalles del texto que nos comunica las cosas de Dios. Estos asuntos son básicos en la revelación. Son los que el hombre necesita conocer bien. Cuando se los compara con los detalles geográficos, históricos o numéricos no tan bien definidos, tal vez, por Esteban; o con los cronológicos, genealógicos o descriptivos, que hemos mencionado, aquéllos se agigantan mucho y los últimos desaparecen en la insignificancia. Sería una manifestación de infantilismo atribuir importancia a los detalles pues en nada menoscaban los hechos grandiosos de Dios ya realizados, los que se llevan a cabo y los que se completarán todavía en la persona y obra de Jesucristo.

 Algunos eruditos han gastado tiempo que no se puede medir y páginas incontables tratando de definir la forma verbal nisdac de Daniel 8: 14, que aparece una sola vez en la Biblia, en Daniel. Cuando nuestros conceptos difieren, nos vamos al hebreo y al griego, a los recursos de la hermenéutica y la exégesis, al método histórico-gramático-contextual -considerado como auténtico para la correcta comprensión de la Palabra- en contraste con el tan simple de la prueba por el texto, utilizado ampliamente por los que realmente conducen almas al Señor y a su iglesia. O tal vez a los prolongados, costosos y eruditos cónclaves en los cuales es prominente el saber humano, la cultura, la erudición y que a veces terminan separándonos más que uniéndonos, y desviándonos la atención de la comisión evangélica y del mundo que perece. El sentido de misión se diluye en estas disquisiciones.

 Setenta años atrás, cuando algunos líderes se debatían tratando de definir el “continuo” (“daily” en inglés), la sierva del Señor declaró que no se usaran sus escritos para tratar de definir el término, porque no era asunto de importancia: que sobre esto el silencio era elocuencia, y que al enemigo le agrada distraer la mente de las grandes cuestiones que constituyen nuestro mensaje. Y agrega: “La obra que el Señor nos ha dado en este tiempo es presentar a la gente la verdadera luz acerca de las cuestiones vitales”, y “el deber actual de los siervos de Dios es predicar la Palabra en las ciudades”.[9]

 La pregunta sería: ¿Qué harían los eruditos si de ellos dependiera el avance de la obra, si no fuera por los heroicos laicos, los colportores y obreros de avanzada que tan sólo sacan a luz las verdades básicas y prácticas que la gente necesita saber para salvarse y para vivir la vida hasta la redención final?

 Ello no significa que el lugar de los primeros no sea de importancia vital, pues comunican informaciones que componen el acervo de erudición aplicable en muchas ocasiones en la permitir que algo nos detenga en el sentido de misión con el cual nació esta iglesia y en la comunicación de las verdades esenciales, el conocimiento básico y prioritario del Evangelio.

Los “errores” de Elena de White

 Los problemas actuales relacionados con la inspiración de E. G. de White originaron la serie de artículos que culmina con éste. Se trata de un asunto que está en foco en estos días. El problema surgió y está presente en la iglesia. Se lo ventila bastante, dentro y fuera de ella.

 Los escritos de E. G. de White, dicen algunos, contienen errores. Ella no es original: sacó mucho de otros, en lo que aparece como su obra literaria. No es autoridad en doctrina ni en profecía. Sus consejos son más bien de naturaleza pastoral. Como ejemplo de errores se mencionan su posición modificada sobre la “puerta cerrada” (que aparece en sus escritos cuando era todavía una jovencita);[10] el cambio de posición, inconsistente al principio, dicen, sobre el uso de carne de cerdo (sobre lo cual escribe antes de recibir la orientación abarcante sobre salud de 1863).[11] O su giro en la interpretación de la ley en Gálatas, considerada al principio por ella y por la mayoría de los pioneros, como referencia sólo a la ley ceremonial pero que ella, luego de 1888, la aplica en forma particular a la moral.[12] La lista continúa con asuntos por el estilo.

 Muchos son los que se dedican a encontrar problemas en la Biblia. Y los encuentran. Quienes los busquen en E. G. de White también los hallarán. En los Testimonies (en inglés) ella dice, refiriéndose a un consejo que dio, que se había equivocado. Dejó registrado el caso con su confesión.[13] Respecto a la verdad, adquirió un conocimiento progresivo. El hecho de haber sido una profetisa no le proveyó automáticamente de un conocimiento correcto de todo y de una vez. Pablo dio consejos personales. Ellos no procedían de Dios, sino más bien de un hombre que poseía el Espíritu de Dios.[14] Pedro erró y fue resistido firmemente por Pablo, aun después del Pentecostés.[15] Lo único que no sabemos es si alguna vez conversó con Pablo sobre lo que se relata de éste en Hechos 21.[16] Natán dio un consejo equivocado a David.[17] Samuel hubiera elegido mal al hombre para el reino si el Señor no lo hubiera corregido.[18] Es que nadie tiene el derecho de esperar que los profetas estén bajo la experiencia revelatoria o inspiracional en todo momento desde que son llamados al oficio como tales.[19]

 Y, como decíamos en la introducción, al comentar las definiciones en detalles de la Biblia, no nos mueve el rebajarla para levantar a Elena de White porque, tanto en el caso de los escritos canónicos como los no canónicos, fue la contribución humana la que nos pudo crear problemas. Finalmente, no hemos recibido las cosas de Dios en lenguaje sobrehumano. Si Dios nos hablara en “su idioma”, no lo entenderíamos. Su condescendencia siempre ha sido un hecho bien manifiesto en su trato con la humanidad.

 “La Biblia no nos es dada en un lenguaje sobrehumano. Jesús tomó la humanidad a fin de llegar hasta el hombre donde éste está. La Biblia debió ser dada en el lenguaje de los hombres. Todo lo que es humano es imperfecto… El tesoro fue confiado en vasos de barro, pero no por eso deja de ser del cielo. Aunque llevado a todo viento en el vehículo imperfecto del idioma humano, no por eso deja de ser el testimonio de Dios; y el hijo de Dios, obediente y creyente contempla en ello la gloria y el poder divino, lleno de gracia y de verdad”.[20]


Referencias:

[1] Gén. 11:26-32; 12:1-5 y Hech. 7:2-4.

[2] Gén. 23:16;33: 18, 19; 49: 29-32 y Hech. 7: 16. El Antiguo Testamento no contiene la información que da Esteban de que los restos de los “padres” “fueron trasladados a Siquem”. Una tradición samaritana declara que fueron trasladados. Jerónimo, en el siglo IV, dice que en sus días existían 12 tumbas, llamadas de los 12 patriarcas en Siquem. (6BC 199).

[3] Hech. 7: 43 y Amos 5: 25-27.

[4] Mat. 27: 37; Mar. 15: 26; Luc. 23: 38; Juan 19: 19.

[5] Mat. 8: 28; Mar. 5: 2; Luc. 8: 27; DTG 304, 307

[6] Mat.20: 29; Mar. 10: 46; Luc. 18: 35.

[7] Mat. 1:16; Luc. 3: 23.

[8] Gén. 11: 12; Luc. 3: 35, 36.

[9] 2SM 193-198; Life of Paul, pág. 68.

[10] Para una discusión abarcante del tema, véase F. D. Nichols, Ellen G. White and Her Critics, págs. 161-238.

[11] 1T 206, 207, escrito en 1858. El pastor J. White escribió un artículo en defensa de la carne de cerdo en Present Truth, noviembre de 1850. La visión abarcante sobre la salud fue recibida recién en junio de 1863.

[12] 2SM 274-277.

[13] “Bajo esas circunstancias rendí mi opinión aceptando la de otros… En esto me equivoque”. Se trata de un consejo relacionado con el Instituto de Salud de Battle Creek, cuando se trazaban los planes para crearlo.

[14] 1 Cor. 7: 6, 10, 12, 25, 35, 40.

[15] Gál. 2: 11-13 y Hech. 10: 28.

[16] Hech. 21: 21-27; HAp 324-326.

[17] 2 Sam. 7:1-14.

[18] 1 Sam. 16:6, 7.

[19] Life of Paul pág. 214. “Aunque algunos de esos hombres escribieron bajo la inspiración del Espíritu de Dios, no obstante, cuando no estaban bajo su directa influencia, cometieron errores”. (Véase el caso de Elíseo en 2 Rey. 4: 27.)

[20] 1MS 23, 26, 29.