La Biblia contiene ciertamente la doctrina de la revelación-inspiración. Particularmente Pablo y Pedro hacen clara referencia a ella.[1] Evidentemente, los orientales no parecían tan preocupados por el cómo sino por el qué de la revelación. Lo que los preocupaba, más que todo, no era la manera sino el contenido. La mente occidental pareciera invertir el grado de interés: el cómo preocupa más que el qué del asunto. Es por ello que los profetas bíblicos no se detienen a explicar los detalles del fenómeno de la inspiración-revelación.
Los adventistas no hemos sido una excepción entre los cristianos respecto a las dos posiciones más comunes referidas al tema que nos ocupa. Pocos son los que se adhieren conscientemente a la idea de una inspiración verbal, según la cual Dios dictaría al instrumento humano lo que Él quiere que comunique a los demás; la mayoría sostiene lo contrario. Dios comunica ideas y pensamientos, pero deja con el individuo la redacción y transmisión del mensaje. La cultura, educación e instrucción del profeta aparecen reflejadas en la revelación escrita. Esta es la posición que, teóricamente al menos, ha adoptado la Iglesia Adventista. Hay que reconocer no obstante que, en la práctica, muchos adventistas todavía actúan, respecto a la Biblia tanto como a los escritos de Elena G. de White, con el criterio tal vez no bien definido de revelación-inspiración verbal, según el cual las palabras serían inspiradas. Es decir, Dios dicta al profeta. Este es un mero amanuense, una grabadora al servicio del dictado divino.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, oficialmente, la Iglesia Adventista nunca ha aprobado la teoría de la inspiración verbal. En 1883 la Asociación General consideró necesario expresarse sobre el particular, cuando se hacía una nueva impresión de Testimonies, y ello exigía algunas correcciones menores.
“Creemos que la luz dada por Dios a sus siervos es por medio de la iluminación de la mente, impartiéndoseles así los pensamientos y no (excepto en raros casos), las mismas palabras a través de las cuales las ideas deben expresarse” [2]
W. C. White, comentando este acuerdo en 1928, escribió lo siguiente al pastor L. E. Froom: “Usted se refiere a la breve declaración que le envié en relación con la inspiración verbal. La misma, formulada por la Asociación General en 1883, está en perfecta armonía con la creencia y posición que adoptaron nuestros ministros y profesores, hasta que el profesor Prescott, director del colegio de Battle Creek, presentó de una manera firme otro punto de vista: el que sostenía el profesor Gaussen. La aceptación por parte de los estudiantes del Colegio de Battle Creek y muchos otros, incluyendo al pastor Haskell, terminó introduciendo un sinfín y siempre creciente número de interrogantes y perplejidades. La hermana White nunca aceptó la teoría de Gaussen sobre inspiración verbal para su propia obra ni para la Biblia”. [3]
A Prescott se le habrían creado algunos problemas cuando él mismo, posiblemente, habría notado la manera como se trabajaba con los manuscritos de algunos libros de Elena G. de White. Permaneció en Australia por unos diez meses cuando se organizaba el Colegio Avondale. Posiblemente habría tenido la oportunidad de conversar con W. C. White, M. Davis o la propia Sra. de White sobre el particular. No solamente habría llegado a saber que Elena de White sometía los manuscritos de algunos de sus libros a la consideración de ciertos pastores antes de su publicación, sino que a élmismo se le pidió que lo hiciera. Y lo hizo, sugiriendo cambios para la edición revisada de El Conflicto de los Siglos de 1911.
W. C. White escribió al pastor Haskell lo siguiente:
“Creo, hermano Haskell, que existe el peligro de perjudicar la obra de mamá demandando más de lo que ella pretende para su obra; más de los que los pastores Andrews, Waggoner y Smith declararon. No puedo ver consistencia en la presentación de la inspiración verbal, cuando mamá no afirma tal cosa”.[4]
Dirigiéndose al Concilio de la Asociación General de octubre de 1911, W. C. White declaró lo siguiente:
“Mamá nunca afirmó haber tenido inspiración verbal… Si hubiera habido inspiración verbal en la redacción de sus manuscritos, ¿por qué, pues, tenía ella misma que hacer adiciones y adaptaciones a los mismos? Es un hecho que mamá a menudo toma sus manuscritos y los revisa en forma meditativa, añadiendo luego palabras a los pensamientos expresados y desarrollándonos aún más”. [5]
Conceptos sobre inspiración en Elena G. de White
Existen dos fuentes muy apropiadas para captar una idea bastante clara del concepto de inspiración en Elena G. de White: la introducción de El Conflicto de los Siglos, y los dos primeros capítulos del primer volumen de Mensajes Selectos. Lo que sigue es una tentativa de resumen de las ideas expresadas por ella:
1. No son las palabras de la Biblia las inspiradas, sino que los hombres que escribieron la Biblia son los inspirados. La inspiración no actúa sobre las palabras utilizadas por los instrumentos de la revelación-inspiración, sino sobre los instrumentos mismos que son imbuidos de pensamientos. Ellos deben expresarlos con sus propios recursos de idioma y cultura, ayudados, claro, por el originador de la inspiración, el Espíritu Santo. Prueba de ello son las diferencias de estilo de sus autores.
2. La Biblia expresa ideas divinas en las formas limitadas del lenguaje humano. Lo que resulta de la fusión de lo divino con lo humano es Palabra de Dios. Tal unión aparece también en Cristo. Pero Dios, que es el autor de la Biblia, no aparece representado en ella como escritor a través de un grandioso lenguaje sobrehumano. Las Escrituras son una manifestación de condescendencia y adaptación divinas a las necesidades humanas.
3. Siendo que el lenguaje usado es el humano y que todo lo humano es imperfecto, puede atribuírsele a una palabra diversos significados. La Biblia no es la forma de pensamiento y expresión de Dios. Es la forma de la humanidad. “Fue dada con propósitos prácticos”.
4. Nadie tiene derecho alguno de afirmar que algunas partes de la Escritura son inspiradas y otras no lo son. Toda ella es inspirada.
Estas afirmaciones eliminan, pues, la posibilidad de una inspiración verbal. La inspiración verbal o mecánica implica problemas no sólo en relación con los escritos de Elena G. de White, sino con la Biblia misma. Algunos de los problemas que actualmente confronta la Iglesia en relación con los escritos de Elena G. de White derivan de la práctica, por parte de muchos, de aplicar a los mismos —consciente o inconscientemente—, los principios de la revelación por dictado. Y aun los eruditos de las lenguas originales de la Biblia, o los que pretenden poder hacer buen uso de los mismos, se enmarañan en el problema. La doctrina del Santuario pareciera depender de una forma verbal única en la Biblia contenida en el libro de Daniel: nisdac.[6]
Los adventistas, siguiendo el método de la analogía, relacionamos la purificación del santuario de Daniel (capítulo 8), con la que estaban acostumbrados los judíos por la práctica anual, contenida en Levítico 16. Dicen los técnicos de la lengua que no existe conexión lingüística entre el texto de Daniel y el de Levítico. Que existen, sí, ideas paralelas.
Nuestros pioneros usaron mucho el método de la prueba por los pasajes o textos bíblicos. Tomaban todos los textos posibles sobre un determinado asunto y del conjunto sacaban sus conclusiones. Algunos eruditos han tratado de poner en descrédito este método y se adhieren más bien al que se califica con el nombre de contextual histórico-gramatical. Como a veces sus discusiones giran tanto en tomo a palabras, como en el caso de nisdac, pareciera como que dieran mucha más importancia a la inspiración verbal que a la dinámica que hemos tratado de describir con ideas de Elena G. de White.
Algunas definiciones útiles
Con el propósito de que algunas ideas que seguirán puedan ser bien interpretadas se roma necesario definir tres vocablos: revelación, inspiración e iluminación en sus connotaciones teológicas. Hay quienes definen a las dos primeras separadamente y quienes las consideran equivalentes, pero no lo serían. Las dos primeras se aplicarían a los instrumentos humanos utilizados por Dios para recibir y comunicar mensajes. El tercero se aplicaría a cualquiera que se acercara a la Palabra de Dios para entenderla, sin que necesariamente esté dotado del don profético que se manifiesta en quienes son seleccionados por Dios para los fenómenos de la revelación o la inspiración. Los tres son, finalmente, operación del Espíritu Santo.
La revelación-inspiración sería, pues, un acto de condescendencia divina por el cual Dios abre la posibilidad a la criatura humana de poder llegar a conocer lo que ésta no podría jamás saber por sí misma, pero que El siente que debiera llegar a conocer, y lo hace por medio de un instrumento humano llamado profeta o profetisa. Por ese acto divino, el mismo Dios capacita al instrumento para que pueda transmitir el mensaje de una manera confiable.
Deben recalcarse tres ideas básicas de la definición: 1) La captación de lo desconocido, implícito en la palabra revelación; 2) la transmisión, presente en el término inspiración, y 3) la de confiabilidad, puesto que el lenguaje usado es el humano, y que en el proceso ha habido una mezcla de la información o mensaje básico originado en Dios y el medio humano del lenguaje utilizado para transmitirlo.
La afirmación que sigue puede ser mejor aceptada en base a la definición precedente: toda la Biblia es inspirada divinamente (2 Tim. 3: 16), pero no toda la Biblia es material que nos vino por revelación. Lo indiscutiblemente revelado, por ejemplo, es todo aquello que el hombre no podría llegar a conocer por sí mismo. Como ejemplo de ello podemos citar las revelaciones de naturaleza apocalíptica como las contenidas en Daniel y el Apocalipsis. Pero no es revelación la parte histórica de Daniel. El profeta relata acontecimientos de la historia como un protagonista o actor. No necesitó de una revelación especial para poder consignar por escrito los versículos 1- 29 del capítulo dos. Esos eran hechos conocidos. Pero no se puede decir lo propio de los que aparecen a partir del versículo 29. Eso le era desconocido. Es revelación pura. Lo propio podría decirse de la mayor parte de los libros históricos del Antiguo y Nuevo Testamentos: Samuel, Reyes, Crónicas, Ester, los Evangelios, Hechos de los Apóstoles, etc. Las evidencias favorecen la opinión de que el Evangelio según Lucas representa un trabajo de investigación. Nótese la diferencia en las introducciones de Lucas y del Apocalipsis: son bien diferentes. Lo primero es material inspirado. Lo segundo es una revelación y, además, escritura inspirada. No todo lo inspirado es revelación, pero todo lo que es revelación es inspirado. La Biblia entera es inspirada, aunque no toda ella está compuesta de material revelado. Dios ha cuidado de que lo desconocido que Él comunica por su palabra (revelación) tanto como los hechos históricos relatados por los escritores de la Biblia (material inspirado) nos llegaran en la forma escrita de la Biblia, para nuestro bien, y de una manera confiable.
Si la inspiración fuera verbal no encontraríamos, por ejemplo, algunos detalles diferentes en los Evangelios. Tomemos un caso bien simple: la inscripción de la cruz.
Mat. 27: 37 Este es Jesús el Rey de los judíos.
Mar. 15: 25 El Rey de los Judíos.
Luc. 23: 38 Este es el Rey de los Judíos.
Juan 19: 19 Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.
¿Cuál de las cuatro declaraciones es la que verdaderamente fue puesta sobre la cruz? Necesitaríamos una revelación para saberlo, en definitiva. Las cuatro difieren en detalles, pero todas tienen algo exactamente igual: “Rey de los Judíos”. Los detalles de las diferencias no importan mucho en el caso. Nadie se perderá por ignorar cuál de las cuatro, exactamente, era la inscripción auténtica.
Los Diez Mandamientos están definidamente expresados. Constituyen una revelación clara. La recibieron los israelitas en su lengua original en forma de escritura divina, y no como mero dictado de Moisés. Nos llegó, pues, de manera diferente del resto de la Escritura. Lo que Pablo dice en 2 Timoteo 4: 10 no es una revelación divina. No es tan importante en materia de salvación como lo es lo que dijo el Señor y que quedó registrado en Juan 3: 16. Ambas declaraciones son inspiradas porque forman parte de la Escritura. Pero una es más trascendente que la otra en materia de salvación: la de Jesús.
Lo humano, pues, está mezclado con lo divino en la Biblia. No sólo algunos horribles actos del hombre, sino los maravillosos actos de Dios, para que de ambos aprendamos.[7]No sólo los pobres elementos humanos del lenguaje para expresar las grandes ideas de Dios, sino los grandes y maravillosos hechos, verdades y promesas de Dios.
“El tesoro fue confiado a vasos de barro, pero no por eso deja de ser del Cielo. Aunque llevado a todo viento en el vehículo imperfecto del idioma humano, no por eso deja de ser el testimonio de Dios. Y el hijo de Dios, obediente y creyente, contempla en ello la gloria de un poder divino, lleno de gracia y de verdad”.[8]
(Continuará)
Referencias:
[1] 2 Tim. 3: 16, 17; 2 Ped. 1: 21; 1 Cor. 2: 1-16; Heb. 1: 1
[2] Apoc. 1: 1. 2RH, 27-1 1-1883.
[3] W. C. White, Carta a L. E. Froom, 8-1-1928.
[4] W. C. White, Carta a S. N. Haskell, 21-10-1912. La carta contiene una nota de puño y letra de Elena G. de White que dice: “Apruebo tas afirmaciones formuladas en esta carta. Elena G. de White”
[5] 3SM, pág. 437, Apéndice A. De una presentación de W. C. White hecha ante el Concilio de la Asociación General, 30-10-1911
[6] Nisdac es la forma verbal que aparece en Dan. 8: 14. Se trata de la forma pasiva del verbo hebreo sadac, traducido generalmente como “será purificado” en las versiones comunes de Valera. Se admite que el espectro de significado es amplio, pero que la idea de purificación no sería descartada. Tal fue el sentido que le dieron a esa forma verbal los traductores que prepararon la Septuaginta. Usaron un derivado verbal griego de catarizo, que correspondería a la idea de purificar. Los traductores de la LXX dominaban el griego y, por supuesto, estaban más cerca de las lenguas muertas del Antiguo Testamento, hebreo y arameo, que los eruditos actuales. (Ver W. E. Read, “Daniel 8: 14 and the cleaning of the Sanctuary”, The Ministry, marzo 1967.)
[7] 7 Rom. 15: 4; 1 Cor. 10: 11
[8] I MS, pág. 29