Son muchos millones los fieles católicos que repiten el Credo como expresión de su fe y también lo hacen como quien eleva una oración. Tiene mucha importancia conocerlo, entenderlo y saberlo explicar.

Leemos en el Diccionario de Religiones de E. Royston Pike (editado por el Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1960) que el Credo es “el más antiguo símbolo de la fe cristiana. Aunque no fue redactado por los apóstoles mismos, está basado casi con toda certeza en la enseñanza apostólica. Es el ‘antiguo credo romano’ conservado en el ritual bautismal de la Iglesia Católica. Rufino, sacerdote de Aquileya, afirmó hacia 390 que era la regla de fe compuesta por los apóstoles en Jerusalén. Difiere sólo ligeramente del credo de Marcelo, obispo de Ancira, que éste envió a Julio, obispo de Roma, en una carta escrita en 340” (artículo “Credo”, pág. 106).

En el Catecismo del Santo Concilio de Trento para los Párrocos (edición de Valencia, de 1782) se enseña que fue compuesto por los apóstoles, y que ellos lo llamaron símbolo. Esta afirmación contradice lo expuesto en el Diccionario de Religiones. No hay duda de que la misma Iglesia Católica ha reconocido que no es verdad que provenga de los días apostólicos y ese reconocimiento es posterior a la fecha de esa edición del Catecismo del Santo Concilio de Trento para los Párrocos (1782).

Leemos al respecto en la Enciclopedia Esposa: “La leyenda del origen apostólico del Credo, en el redactado de sus fórmulas, fue inventada en el siglo IV, y en él tomó incremento” (tomo 16, pág. 52).[1]

En la actualidad, en los catecismos que difunde la Iglesia Católica se lee el Credo de esta manera: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre, Todopoderoso; de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos: creo en el Espíritu Santo; creo en la santa Iglesia Católica y la comunión de los santos; el perdón de los pecados; la resurrección de la carne; y la vida perdurable. Amén”.

Antigüedad del credo

¿Desde cuándo existe en realidad esta fórmula de fe? Los autores católicos creen que el Credo es de venerable antigüedad (últimos años del siglo I, o los dos primeros decenios del siglo II). Arguyen que no han quedado documentos desde el mismo origen del Credo debido a la llamada “disciplina del arcano”, es decir la costumbre de no divulgar ciertas creencias cristianas a los paganos para que no las profanasen. Se afirma que esa práctica duró hasta los siglos III y IV.

Los autores protestantes no le asignan tanta antigüedad. Hasta los días de “Ireneo y Tertuliano (175-200) no encontramos ningún resumen definido de las creencias cristianas. Podríamos presumir, y presumir acertadamente, que existieron antes tales resúmenes, y aun que fueron presentados a los candidatos al bautismo bajo la forma de los Traditio Symboli [Símbolos (o credos) propios de la Enseñanza o Doctrina]; pero ninguno de tales resúmenes se puede encontrar en la literatura cristiana anterior a este período” (Encyclopaedia Britannica, tomo 6, pág. 558, edición de 1893).

Philip Schaff, erudito autor protestante del siglo XIX, profesor del Union Theological Seminary, de Nueva York, define con bastante precisión la época desde la cual se puede saber con cierta exactitud que existió el Credo (llamado de los Apóstoles): “Si consideramos, pues, el texto actual del Credo de los Apóstoles como un todo completo, nos resulta difícil rastrearlo más allá del siglo VI, con seguridad no más allá de la terminación del siglo V, y su triunfo sobre todas las otras formas en la Iglesia Latina no fue completo hasta el siglo VIII, aproximadamente el tiempo cuando los obispos de Roma se esforzaron por conformar las liturgias de las iglesias occidentales con la romana” (Creeds of Christendom, tomo 1, pág. 19, edición de Nueva York de 1931).

Alteraciones del Credo

En lo que atañe a las alteraciones, diremos que en el Antiguo Símbolo Romano (que es el que se afirma que procede de fines del siglo I) no figura en él la palabra “Santa” aplicada a la Virgen María. No se enseña en él que Cristo hubiera descendido a “los infiernos”. Tampoco se pide que los fieles crean en una iglesia “católica”, sino en una iglesia santa (sanctam ecclesiam).

Traducido al castellano, el Antiguo Símbolo Romano reza: “Creo en Dios Padre todopoderoso, y en Jesucristo su Unigénito Señor nuestro, que nació del Espíritu Santo y María Virgen, que bajo Poncio Pilato fue crucificado y sepultado, al tercer día resucitó de los muertos, ascendió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y en el Espíritu Santo, la santa iglesia, la remisión de los pecados, la resurrección de la carne”. Si se hace una comparación con el Credo actual, se verá que las principales alteraciones son las tres que consignamos en el párrafo anterior.

En cuanto al descenso a “los infiernos”, se nos informa que apareció por primera vez en el Credo (en los países occidentales influidos por Roma) en el llamado “Símbolo de Aquileya”.[2] Su fecha se fija alrededor del año 400 DC. El adjetivo “católica”, añadido a la iglesia, aparece por primera vez en los escritos de Nicetas de Remesiana (también llamado Niceas), que vivió entre los años 335 y 414 aproximadamente, y Fausto de Riez, Francia, que vivió en el siglo V.

Debe notarse que, en las cuatro profesiones de fe de Tertuliano, llamado “doctor de la iglesia”, no figura la palabra “Santa” antes de Virginem Mariam. Tampoco dice nada en cuanto a que Cristo “descendió a los infiernos”. No enseña tampoco en cuanto a creer en la “santa Iglesia Católica”. Tertuliano nació en Cartago (África) en el año 160 y murió aproximadamente en 240.[3]

También debe tenerse en cuenta que en el Antiguo Símbolo (Credo) Romano, que es de donde se deriva el actual Credo, no figura la palabra “Santa” aplicada a la Virgen María; tampoco dice nada de un descenso a “los infiernos”; y sólo dice “Santa Iglesia” sin añadir el adjetivo de católica.

Los autores católicos hacen notar que no ha habido “cambios” en el Credo, sino “añadiduras”. Efectivamente, es así. Y las añadiduras favorecen a las enseñanzas de origen católico en la mente del que repite el Credo sin conocer sus antecedentes históricos y sin saber exactamente el significado de las palabras que está pronunciando. Sería diferente si se repitiera tal como consta en sus formas más antiguas, el Antiguo Símbolo Romano, por ejemplo.

Hay otro hecho digno de mencionarse. El Credo llamado “Niceno-Constantinopolitano” procede del Credo formulado en el Primer Concilio de Nicea (año 325) y elaborado nuevamente en el Primer Concilio de Constantinopla (año 381). Ahora bien, este Credo, en su forma original (llamada por eso nicena), no contiene ninguna de las dificultades que ocasionan la creencia en el descenso a “los infiernos” y la aceptación de una iglesia “católica”. También enseña que “fue encarnado”, pero no menciona a la bienaventurada Virgen María como al ser privilegiado en que se encarnó.

En las añadiduras efectuadas en el Concilio de Constantinopla se dice que fue encarnado “del Espíritu Santo en María Virgen”. No dice nada en cuanto al descenso a “los infiernos”. Y prescribe, como artículo de fe, la creencia en la “iglesia una, santa, católica y apostólica”.

Examen del texto actual

Sin embargo, aun considerando el Credo tal como se enseña actualmente, y tal como lo repiten millones de católicos, ningún adventista tendría la más mínima dificultad en aceptar que se llame “Santa” a la bienaventurada Virgen María (así como llamamos santo al apóstol Pablo, por ejemplo).

En cuanto al descenso a “los infiernos”, debemos saber que la palabra latina infernas significa sencillamente “la parte de abajo”, aunque también se emplea en los relatos mitológicos romanos como el nombre de un lugar de castigo para los réprobos. ¿Con cuál de los dos significados nos quedaremos siendo exactos y justos en la traducción? Debe saberse que San Jerónimo (331-420), el traductor de La Vulgata, cuando tuvo que traducir la palabra griega hades al latín, usó el vocablo infernas. (Véanse Mat. 11:23; 16:18; Luc. 16:23; Hech. 2:27, 31; Apoc. 1:19; 6:8; 20:13, 14.) Hades e infernas tienen el significado claro de “sepulcro”, “tumba”; un lugar donde es colocado el muerto, hacia abajo. En lo que respecta a la palabra Gaéhenna (de origen hebreo), usada en griego en el Nuevo Testamento, San Jerónimo no la tradujo: la dejó igual en latín. (Véanse Mat. 5:22, 29, 30; 18:9; 23:15, 33; Sant. 3:6).[4]

Es, pues, indudable la diferencia. Una cosa es la tumba y otra un lugar de castigo, en el sentido que se da actualmente a la palabra “infierno”. El Señor Jesús descendió al sepulcro, pero no quedó allí. Esa doctrina de su resurrección es sumamente importante, pero no tiene relación con un infierno como hoy se lo entiende. Por lo tanto, con sólo entender como “sepulcro” la palabra “infierno” del Credo, ya está resuelto ese problema legítimamente.

En lo que atañe al adjetivo “católica” aplicado a la iglesia, tampoco debe ser un motivo de dificultad, pues su significado es “universal”. En ese sentido no debería haber motivo de discrepancia. Todos los cristianos podemos admitir que la iglesia de Cristo es “universal”.

Hechas estas explicaciones, bien podremos entender en su verdadero sentido el Credo que repita un católico. Recordemos también que, en sus orígenes, fue algo diferente de lo que ahora se presenta. Aun tal como se lo dice ahora, no hay verdaderos motivos de discrepancia, una vez que se deje bien establecido el significado del descenso a “los infiernos” y lo que implica el adjetivo “católica”.


Referencias

[1] La palabra “leyenda” proviene del latín y significa “lo que se lee”. Es pues, un relato tradicional sin documentación clara y exacta. Sin embargo, en la leyenda deben existir elementos de verdad (a diferencia del “mito” que es pura ficción). Por desgracia, hay un elevado número de “leyendas piadosas” en las que sobreabundan elementos inventados con el propósito de darles una mayor autoridad, antigüedad y validez.

[2] Aquileya, antigua ciudad (hoy italiana) fundada por los romanos en 162 AC, en las proximidades del Mar Adriático. Su patriarcado fue importante hasta 1750, cuando fue suprimido por el papa Benedicto XIV.

[3] Las informaciones referentes a las cuatro profesiones de fe de Tertuliano y al Antiguo Símbolo Romano han sido tomadas de la Enciclopedia Espasa, tomo 16, págs. 49-70.

[4] Las informaciones en cuanto a la diferencia de traducción efectuada por San Jerónimo han sido obtenidas del magnifico Novum Testamentum Graece et Latine, de los eruditos Eberhard y Erwin Nestle.